lunes, agosto 31, 2020

"Curabichera", un bicho raro de Nadia Gómez

Cada tanto releo Bichos raros (2018), de Nadia Gómez. ¿Qué escribió Gómez? ¿Qué son estos textos que arranca con un dato animal estrafalario para luego ir a un núcleo narrativo humano entre la tensión y el desborde?

El pequeño libro, editado por Palabras amarillas ediciones, remite al viejo truco del bestiario pero a través de una escritura que parece engendrar un nuevo género narrativo. ¿Estoy ante el nacimiento de una nueva forma de narrar? Claro, lo sencillo sería esgrimir el adjetivo híbrido pero los relatos de Gómez no son híbridos, son mutantes más bien. Breves relatos en mutación: por eso se ven cuerpos desmembrados y suturas poéticas, registro mixtos de lenguaje e imágenes de crueldad experimental.

 

Probablemente, el relato que condense Bichos raros sea "La broma del taxidermista". Si el ornitorrinco parecía el chiste de diabólicos taxidermistas, estos relatos se hermanan con ese humor infernal y con el escalpelo que usa Gómez para construir breves engendros narrativos. 

Bichos raros, ilustrado por imágenes también mutantes de Muriel Bellini, es un laboratorio narrativo que Nadia Gómez maneja, como una científica loca, y que puede sumir a cualquiera en el desconcierto lector. Y exigir, cómo no, una nueva y próxima lectura.

Lean, pues, uno de los bichos raros de Nadia Gómez.


Curabichera (Nadia Gómez)

 

La bichera crece especialmente en lugares húmedos. De tanto rascarse se hizo una herida. La piel demasiado seca se rajaba cuando hacía fuerza para defecar y en contacto con la suciedad del suelo la herida se puso dulce. Las primeras larvas nacieron en el tracto rectal, las pasó a la cabeza con las uñas. Las que perforan la primera capa de piel son capaces de llegar hasta el cráneo. Los parásitos empezaron a multiplicarse. Cuando aún conservaba la razón, ya tenía nidos y los gusanos salían como flechas de carne. No hubo forma de preguntarle. A los más de adentro, hubo que sacarlos con una pinza, ayudarlos a nacer. Tuvo momentos felices. Le habíamos puesto Hafiz. Murió en el lavadero del patio con una inyección letal. La última semana no podía moverse. Con los ovejeros el gran problema es la cadera.

Tres de la tarde, hora desierta en Nueva Pompeya. Un sexagenario, ex integrante del Ejército que ahora tiene una ferretería, es asaltado por delincuentes armados cuyo número y género no precisa. Llama a la 34 y avisa auto blanco asaltó su local y se dio a la fuga, no especifica marca, ni características de la carrocería. Auto blanco, nada más. La policía activa el llamado "operativo cerrojo". 

Pepe Pedro o cualquier otro nombre frena en una esquina de Avenida Sáenz, espera el cambio de semáforo. FM Aspen, una balada amorfa y reiterativamente feliz. Sol seco contra el capó blanco. La nena se pasa de un salto atrás por entre la palanca y los dos asientos. Pepe Pedro o cualquier otro nombre, que es su papá, le dice la próxima vez que saltás así te doy un chirlo. La nena se ríe y busca una muñeca Barbie abajo del asiento del acompañante. La muñeca tiene el cuerpo finito, un pantalón de corderoy y una remera con la leyenda: Sweet & Honey. Cursiva con relieve. La nena pide a papá un peine para la Barbie. Pepe Pedro o cualquier otro nombre agarra el peine de hotel que guarda en la solapa del espejo. Vigila el retrovisor y ve venir un auto oscuro con todas las luces. Cambia el semáforo y el auto de las luces se aproxima y la nena se agacha para agarrar el peine que se cayó cuando pone primera y él se engancha la manga en la tanza del rosario y del auto de las luces sale un tiro y otro inexplicable estalla el vidrio de atrás y revienta el rosario y la espalda del asiento y otro tiro atraviesa el vidrio delantero y la nena se mete en el hueco del acompañante y Pepe Pedro o cualquier otro nombre volantea con el cuerpo dado vuelta pura buscar a la nena y ve la Barbie, la remerita, lee Sweet & Honey, un tiro le da en la mandíbula y lo desmaya con el pie apretado en el acelerador. 

Pepe Pedro o cualquier otro nombre todavía está al volante y el auto en marcha cruza la esquina, sigue toda la avenida, pasa la verdulería y el negocio de las empanadas, la publicidad de Tarjeta naranja y atrás el Peugeot 504 le sigue disparando porque Pedro Pepe o cualquier otro nombre no frena y huye inconsciente, pasa a las amigas que salieron de la escuela, pasa un árbol de otra esquina y sigue limpio con el volante flojo toda esa cuadra hasta que el cuerpo se le ladea un poco y se equivoca de dirección y con la cabeza triturada por el tiro número tres se sube a la vereda, atropella a una mujer de 35 años y a su hijo de seis y choca contra un Kangoo. El conductor y su señora son de nacionalidad coreana, sufren heridas. Pedro Pepe o cualquier otro nombre es responsable de homicidio culposo. El auto de la policía sin identificación dispara dieciocho veces más. Ocho tiros le dan en el torso, los brazos, el estómago. Los vecinos golpean las ventanas porque lo quieren reventar a patadas. 

El cuerpo de la mujer parece moverse pero es la cartera que se suelta del hombro. El chico cayó dos metros más allá. Al tipo lo internan en el Hospital Peona. Se salva, lo condenan a 30 años de prisión. Su abogado apela tres veces pero la sentencia no se remueve. Operativo cerrojo. Todo esto es verdad. Pepe Pedro o cualquier otro nombre tuvo la suerte de tener un auto blanco, realmente no hizo nada más que tener un auto blanco. Ese día desierto había ido a buscar a su hija al jardín, en su auto blanco. 15 horas. 

Esa noche Hafiz emprendió su camino a la luna. En la oreja, mientras llegaba, escuchaba a los gusanos rumiar. No es que comprendiera el sonido, no sabía con qué compararlo. Pensó en una lija, pensó en el trabajo de las hormigas, en un pozo ciego. El curabichera es un producto para el control de gusaneras. En aerosol, pomada o gel, no llega al flujo sanguíneo, actúa sobre las larvas de la herida. Para tratamientos profundos se recetan otros químicos. La sangre también la oía, cuando los gusanos no cabían en la carne se apoyaban sobre la sangre seca y crujía. Cuando llegó, de pronto vio el paisaje y creyó entender. Quiso prender una fogata, quiso olvidar sus vergüenzas. Algo está bien aquí, se dijo, hagámoslo así, se dijo, entonces oyó cómo lo envolvían en una bolsa de nylon y sonrió en la oscuridad. 

Gómez, Nadia. Bichos raros, Buenos Aires, Palabras amarillas, pp. 29-32.

martes, agosto 25, 2020

Una lectura contemporánea de El agua electrizada, de Charlie Feiling

Reincido en el gran programa sobre publicaciones periódicas de rock llamado Los subterráneos. Esta vez, escucho el capítulo dedicado a Escu(l)piendo milagros, la revista dirigida por Norberto Cambiasso y Emilio Bernini, a principios de los 90 y en la que escribieron Esteban Bitesnik, Pablo Strozza y Alfredo Sainz, entre otros. La revista, publicada entre 1992 y 2001, con un cambio de nombre a partir del quinto número, se fue convirtiendo con el correr de los años en una publicación de culto, difícil de conseguir y con una propuesta académica y jugada de cómo hacer crítica de rock con interés en lo experimental y lo progresivo. Escuchen el capítulo para conocer más. Insisto: no se pierdan de escuchar algunos capítulos de la magia que arrojan Sebastián Benedetti, Ponchi Fernández y compañía. Todo este largo rodeo para conducirnos a la lectura contemporánea de la primera novela de C. E. Feiling.

En esa revista, Alfredo Grieco y Bavio, actual ensayista, periodista, traductor y novelista, publicaba una reseña sobre la novela El agua electrizada, de C. E. Feiling. El material, aparecido en la n.° 2 de Escupiendo milagros, en julio de 1992, me parece precioso por dos razones: por un lado, porque la obra de Charlie y lo que se diga sobre ella me interesa, y sobre todo si es una primera recepción de la misma; por otro lado, porque lo que escribe Grieco y Bavio —desde aquel lejano tiempo en que leí con curiosidad adolescente Cómo fueron los 60 (Espasa Calpe, 1995) hasta sus ensayos actuales en la revista Invisibles— me parece inteligente, agudo y polémico. También es otra excusa para seguir asomándome a los cruces entre rock y literatura, cómo no.

Muy gentilmente Alfredo Grieco y Bavio me cedió la reseña para publicarla en el blog, es un placer contar con alguno de sus textos entre estos posteos. Vaya entonces esta lectura contemporánea sobre El agua electrizada, de Charlie Feiling, en palabras de Grieco y Bavio, preciso lector.

 

   

Del hardcore como incapacidad para soportar las lentitudes en la vida.

A propósito de El agua electrizada, de C. E. Feiling

 

Alfredo Grieco y Bavio

 

1. Ningún punto fijo podía obligarlo, cualquier línea clareadora era tan alargada que moría en el agua electrizada.

Lezama Lima, “Fugados”

El agua electrizada es, ya desde el título, una novela del frenesí, de la rapidez. Pocas novelas desafían más la lectura salteada; hay que leerla lineal, ordenadamente. El estilo es hipercinético, la brevedad es su virtud. Las oraciones son cortas; adquieren por momentos, los ritmos casi musicales de la prosa métrica, del verso y de la métrica que subyace a la conversación cotidiana. Las mujeres, se dice en la novela, prefieron el “vino dulce, además del fino”; el estilo de El agua electrizada es, entonces, seco y viril. Vence una de las dificultades más insidiosas de la novela argentina: cuando los personajes dialogan, el demótico de Feiling ha tratado de destilar la esencia de cada voz más que lo que habría sido exactamente dicho.

 

2. Oh, gigantic paradox, too utterly monstrous for solution

Antonio Hope (UBA-CONICET) es el ideal de su ex profesor de griego, el Dr. Arana Puig. Ha aprobado brillantemente sus exámenes en el tiempo reglamentario, se dispone a doctorarse en East Anglia, tiene hábitos regulares: se masturba todas las mañanas. Goza con las formas de una sociabilidad mil veces argentina (dry martinis, ginebra, bourbon), desconfía de las exageraciones del entusiasmo y la amistad que traen consigo la bebida y la noche. Pero su madre y el teléfono lo despiertan del sueño dogmático. Se trata del accidente o suicidio de quien fuera su mejor amigo en el Liceo Naval (Tony ha estado siempre —pero no lo sabe— en el lugar equivocado). Como el protagonista en The Princess Casamassima, recibe "more news of life than he knew what to do with”. Debe convertirse en lo que ya es: un investigador. La novela comienza como el género policial mismo. Un cadáver y su enigma europeo en tierras americanas, el oro del escarabajo, el interés romántico en códigos secretos, en los significados ocultos de pequeños objetos y acontecimientos (una inscripción casi epigráfica en sus mayúsculas, la torpeza de un dibujo, un video parcialmente sáfico), la confusión de filología y criptología. Del thriller, el relato tendrá la realidad, la consistencia, el interés. Abundan las entradas sigilosas en recintos prohibidos, abunda la erudición, no faltan, siquiera, los desaparecidos. Feiling despliega la tradicional ocupación del novelista del realismo en las relaciones de la élite y el submundo. El agua electrizada, que es una novela de la pérdida privada, es también una novela política que se niega un descanso en la posición ideológica correcta.

 

3. “Polvo y ceniza.” Tal cantas, pero censurar no puedo.

Muertas amadas, ¿qué ha sido de aquel oro, de aquel pelo

que sobre el pecho caía? Tengo frío y me siento viejo.

Entre los varios géneros que reclaman para sí a El agua electrizada figura —quizá también desde el título— la novela naval. Aunque Feiling es meticuloso en las breves descripciones de guardias, iniciación marinera, vómitos en el sollado de grumetes, su interés está en la costumbre, el hábito y la rutina navales en tierra. Hace un uso extensivo del placer que el lector de ficción encuentra en el reconocimiento: los mismos regímenes y ocasiones sociales, el mismo tipo de situación excitante. Uno de los rasgos de la novela naval más honrados en el tiempo es la unión accidental —una promoción, un embarque— de dos hombres disímiles: Ishmael y Queequeg, Jack y Stephen en la serie de Patrick O’Brien, Tintín y el capitán Haddock. Pero el destino de Tony es inescapablemente peor: su amigo ha muerto. La novela es la relación del intento de recuperar aquella armonía preestablecida que se perdió para siempre; así, sobre la novela naval se sobreimprime la policial. En la Chacarita, Tony se encuentra con Irene, la hermana del amigo muerto, y con ella emprenderá la pesquisa. Inútil insistir sobre la importancia de las parejas en la policial. También con Irene comparte Tony un pasado —una tarde bucólica, solos en una quinta de Gonnet— cuya significación también ignora. Tony, inevitablemente, se enamorará de ella (el primer regalo será un juego de fotocopias). A lo largo de la novela, Tony se irá convirtiendo al feminismo, pero su percepción de Irene ocurre bajo las especies mismas que el feminismo condena: es una obra de arte, es enigmática y libre. Como en la novela más tradicional, se funda en lo que está escrito pero no dicho. En la tradición de Jane Austen (sobre cuya heredera P. D. James cf. el nº anterior de Escupiendo Milagros) o Virginia Woolf —y no de Angela Carter— Irene, como la novela, tiene privacidad y libertad, un estilo menos expuesto, más secreto de independencia.

 

En Escupiendo milagros, n.° 2, julio de 1992, Buenos Aires, p. 52.

jueves, agosto 20, 2020

Roberto Arlt por Borges

Hace unos años, hice un rastreo de las menciones de uno de mis autores predilectos, Santiago Dabove, en el Borges, de Adolfo Bioy Casares. Las entradas del diario en las que Borges y Bioy hablan sobre Dabove o se refieren a él se puede leer acá.

En esta oportunidad, y hacía rato que quería hacerlo, van las entradas del Borges sobre Roberto Arlt. Pasen y lean:

 

Sábado 30 de julio de 1955. En casa recibimos a un norteamericano —John Grant Copland—, a Beatriz Guido (no se queda a comer), a Peyrou y a Borges. El norteamericano es muy joven; prepara una tesis, para la Universidad de Indiana, sobre el cuento argentino. Aspira a publicar una antología. Discutimos con él la lista. Ha traducido un cuento de Luis Greve, muerto: “Incesantes naves”. No lo recuerdo; sólo sé que me avergüenza. Le doy La trama celeste, le aconsejan “El ídolo” y “En memoria de Paulina”. Le aconsejamos “Los caballos de Abdera”, “La lluvia de fuego” o “Yzur” de Las fuerzas extrañas de Lugones; irán también en la antología Borges, Silvina, Peyrou, Beatriz, César Dabove, Mallea, Mujica Lainez, Arlt, Barletta, Verbitsky.

Lunes 10 de diciembre de 1956. (…) Habla de Roberto Arlt: “Era muy ingenuo. Se dejaba engañar por cualquier plan para ganar mucha plata, por descabellado que fuera, a condición de que hubiera en él algo deshonesto. Por ejemplo, se interesó mucho en el proyecto de instalar una feria para rematar caballos, en Avellaneda. El verdadero negocio consistiría en que clandestinamente cortarían las colas de los caballos, venderían la cerda y ganarían millones. Un negocio adicional: con las costras de las mataduras del lomo fabricarían un insecticida infalible.

“Era comunista: se entusiasmó con la idea de organizar una gran cadena nacional de prostíbulos, que costearían la revolución social. Era un malevo desagradable, extraordinariamente inculto. Hablábamos una noche con Ricardo Güiraldes y con Evar Méndez de un posible título para una revista. Arlt, con su voz tosca y extranjera, preguntó: ‘¿Por qué no le ponen El Cocodrilo? Ja, ja’. Era un imbécil.

“En Crítica, estuvo dos días y lo echaron porque no servía para nada. No sabía hacer absolutamente nada. Me explicaron que sólo en El Mundo supieron aprovecharlo. Le encargaban cualquier cosa y después daban las páginas a otro para que las reescribiera. Dicen que reuniendo sus aguafuertes porteñas, que son trescientas y pico, podría hacerse un libro extraordinario. Imaginate lo que será eso. Las escribía todos los días, sobre lo primero que se le presentaba. Menos mal que algún otro las reescribió.

Me aseguran que después se cultivó y leyó a Faulkner, y que eso lo demostró en un artículo de dos páginas, algo magnífico, en que estaba todo: ‘Sobre la crisis de la novela’. Qué título. Ya te podés imaginar la idiotez que sería eso. Lo que pasa, según Arlt, es que la gente no comprende lo que es la novela, por eso hay crisis de novelas. En la novela cada personaje debe tener un destino claro, como el destino del tigre es matar. ¿Te das cuenta? Tiene que valerse de un animal para significar la sencillez del destino. Más que personajes describiría muñecos”.

Viernes 7 de junio de 1957. (…) Fernández Latour recuerda que alguien señaló como un error de Güiraldes que haga montar al narrador o a don Segundo en yegua. “Sí —digo—, estaba mal visto montar en yegua. Ahora, no”. Y cuento el caso de un gaucho de Pardo, cuya yegua —que era su amante— llevaba la cicatriz del balazo con el que alguien se vengó del dueño. BORGES: “Qué raro que Güiraldes cometiera ese error”. DABOVE: “Un escritor no puede equivocarse en nada”. BORGES: “En Mallea hay confusiones de razas ovinas, bovinas y hasta gallináceas, según me han dicho. La gente monta en pelo un orpington leonado. Le observaron los errores a Mallea y aseguró que no tenían ninguna importancia. El juguete rabioso de Arlt es mejor que todas las novelas de Mallea: cuando el malevo traiciona a su amigo, está bien”.

Sábado 14 de junio de 1958. Comen en casa Peyrou y Borges. Hablamos de Arlt. BORGES: “El argumento de Saverio el Cruel es bastante bueno: varias personas, en una estancia, siguen la corriente, en broma, a un loco que se cree dictador; al final, hay una tragedia, y la persona verdaderamente loca es otra”. PEYROU: “Arlt fue protegido, secretario o algo así, de Güiraldes. Cuando Güiraldes venía del campo paraba en un hotel: deliberadamente, Arlt ensuciaba todo, para mostrar que no lo arredraban hoteleros y que él era así. En el restaurant del Plaza pedía vino carlón”.

Domingo 12 de julio de 1959. BIOY: “Bianco, que debe escribir un artículo sobre Arlt, me dijo: ‘Yo no lo conocía. Es una basura: lo que permite que uno lo lea, lo que lo salva un poco, es lo mal que escribe. Leyéndolo, vas como en un tilbury, con un movimiento saccadé. Si escribiera correctamente sería atroz. Dostoievski escribía para todos, aun para concierges; Arlt, únicamente para concierges. He descubierto que cuando uno no lee a un autor es por algo’”. BORGES: “Es claro, no leerlo ya es un juicio”.

Sábado, 1 de agosto de 1959. (…) BIOY: “Algunos libros deben leerse de corrido, si uno quiere leerlos. Si uno los hojea, si trata de entrar por aquí y por allá, se da cuenta de que no valen la pena y no los lee. Por ejemplo, Don Segundo. BORGES: “Carlyle decía que, salvo por deber, nadie podía leer el Corán.

BORGES: “Para protegerlo, Güiraldes tomó de secretario a Arlt; empezaba a dictarle y Arlt protestaba, con su voz extranjera: ‘No seas bruto, Ricardo, no vas a poner eso’. Secretario de Güiraldes... ¿Cómo podía corregir si no sabía nada de nada? Le discutía frases y palabras. No se ponían de acuerdo. Toro y Guisbert solía corregir los escritos de Güiraldes. Al lado de eclosionar escribió Toro y Guisbert: Incorrecto. Güiraldes acotó: ‘No me importa. Lo mantengo’”.

Lunes 18 de junio de 1962. (…) BORGES: “Clemente no quiere que lo arrastren a la actual admiración por Arlt. Dice que sus novelas no valen nada; que la gran obra de Arlt son las Aguafuertes, que ahí (estallando de risa) es invencible. ¿Qué me decís? Esas miserias, las Aguafuertes porteñas, cuyo título le impusieron en el diario, se reúnen en volumen y se atesoran como una obra literaria”. BIOY: “Aun reconociendo la torpeza con que están escritos, esos textos tienen una frescura de la que carecen otras obras”.

Miércoles, 31 de octubre de 1962. (…) BORGES: “Azorín ha de ser el único caso de éxito por méritos negativos. ¿A quién corresponderá, en otras literaturas, Azorín? Tal vez a nadie. ¿Se dirige a lectores cansados? No creo; no es epigramático, como Landor y Toulet, típicos autores para lectores cansados”. BIOY: “¿Lamb?”. BORGES: “Yo estaba pensando en él. Pero Lamb no es tan malo. Azorín no hubiera podido escribir ese párrafo contra la vejez y la muerte que tiene la frase ‘y la ironía misma’. ¿Capdevila se reirá de Azorín? No, porque comprende que debe admirarlo. Capdevila no se reirá de nadie”. “Arlt es mucho mejor”, comenta finalmente, como quien resume todo lo que puede decirse en contra de un literato.

Martes 13 de abril de 1965. (…) BIOY: “Cómo ha cambiado Pepe [Bianco], tan delicado antes en sus gustos, que se asqueaba de Henry James o de Proust, hoy admirador de González Lanuza y Arlt”. BORGES: “El comunismo vuelve basta a la gente. Bueno, Arlt es un clásico hoy en día. Qué raro: ¿Bianco se olvidó de que no podía publicar un artículo de González Lanuza sin corregirlo?”.

Martes 28 de diciembre de 1965. (…) BORGES: “Tal vez Arlt estuviera más cerca de los compadritos que Güiraldes de los peones de la estancia. A la larga conviene que un autor no esté muy lejos del tema de su libro”. Cita a Byron: “Prefiero el templo de mármol de Pope al montón de basura de Shakespeare”. Hablando de algunas literaturas, digo que si el montón de basura es grande, queda para siempre como una montaña. Desde luego que ni Borges ni yo compartimos el desdén de Byron por Shakespeare.

Domingo 7 de agosto de 1966. (…) BORGES: “El conocimiento de lo que llamamos popular está restringido a la gente culta; en cuanto al lunfardo, quienes mejor lo conocen son los chicos de colegio. González Tuñón (uno u otro) reprochaba a Roberto Arlt su ignorancia del lunfardo. Arlt explicó: ‘Qué querés. Yo me crié en Villa Luro. El lunfardo se aprende en el centro, en las redacciones de los diarios y entre escritores’”.

Lunes 29 de agosto de 1966. (…) BORGES: “Arlt era muy ignorante. Suponía que pelafustán significaba gigantón. En una Aguafuerte sobre los hospitales dijo que escaseaba la tela de Siva. Después se enteró de que la grafía correcta era adhesiva y escribió otra aguafuerte sobre el mismo tema, para tener ocasión de escribir nuevamente la palabra y para que los lectores de la aguafuerte anterior pensaran que ese dios era una errata. Todo el artículo no era sino una fe de erratas”. BIOY: “¿Sabés cómo dicen los españoles? Esparadrapo. BORGES: “Vos sacaste esa palabra de un artículo de Cela”. BIOY: “No me la dijo él, en una comida. Cuando le hablé de mi accidente, me dijo: ‘¿Costillas? Te habrán aplicado un esparadrapo’”. BORGES: “Esas palabras denigrantes que tienen los españoles son opiniones sobre la realidad: expresan la convicción de que todo es despreciable, una inmundicia. Al español que escribe con palabras oscuras, no lo tomamos por secreto sacerdote del idioma, sino por labriego”.

Jueves 3 de noviembre de 1966. Come en casa Borges. BORGES: “Encuentro a personas que me admiran porque lo conocí a Arlt”. BIOY: “Hice un ranking de autores muertos, según la vitalidad póstuma”. Se lo leo: Hernández, Quiroga, Arlt, Sarmiento, Florencio Sánchez, Macedonio Fernández, Güiraldes, Lugones. Le divierte mucho la idea de que para algún momento de la posteridad Quiroga, Arlt, Florencio Sánchez tengan importancia y estén en la misma frase, en una ocasión siquiera, con Lugones. Opina que sólo la gloria de Güiraldes está en baja; no así la de Quiroga, la de Lynch, la de Arlt ni la de Florencio Sánchez. BIOY: “A unos la muerte perjudicó, a otros favoreció. Cancela, con más mérito que muchos, muerto en un momento en que el peronismo y el nacionalismo estaban desacreditados, desapareció del recuerdo de la gente; Marechal, con méritos muy inferiores y con la misma catadura política, porque vive hoy en día, cuando esas tendencias recuperaron popularidad, es un personaje considerable. Si Larreta hubiera muerto después de publicar La gloria de don Ramiro otro gallo le cantara; no estando vivo para atender el negocio, su fama rápidamente se oscureció. (Nadie traduzca las líneas anteriores como elogio a La gloria.) Autores buenos y autores malos desaparecen: casi nadie recuerda a Groussac, casi nadie a Ángel Estrada. Victoria Ocampo hasta hace poco no había leído a Lugones; tal vez todavía se mantiene de ese lado de la lectura”. Según Borges, la circunstancia de que nadie hubiera leído El payador fue favorable (capital, diría la gente) para la fortuna de Don Segundo. “En El payador está Don Segundo con más fuerza”.

Miércoles 7 de diciembre de 1966. Come en casa Borges. Dice: “Matthew Arnold señaló la falta de high seriousness en Moliere. Andrew Lang hizo notar que, dentro del estilo de Moliere, la high seriousness sólo cabía irónicamente”.
En el homenaje a Mastronardi, Calvetti elogió el estilo de su maestro, que combinaría a Valéry, a Borges y a Arlt. Mastronardi dio un codazo a Borges y comentó: “Qué mezcla”. Después, Borges felicitó a Calvetti, con la salvedad de la referencia a Arlt, “que era un animal”.

Martes 13 de junio de 1967. (…) En un sueltito de El Mundo dicen que “Borges dio, como siempre, la conferencia en inglés”. Enojado, comenta: “Primero: si quieren decir que no soy argentino, soy más que ellos. Segundo: doy mis conferencias en español. En la Cultural Inglesa me piden que hable en inglés. Es un esfuerzo mayor. Para mucha gente, hablar francés o inglés es una prueba de snobismo. Arlt participaba de la prevención”. BlOY: “Generalmente se ha considerado un mérito tener cualquier conocimiento. Saber idiomas no es una excepción, salvo que perjudique el estilo, cuando se trata de un escritor. No creo que se atrevan a decir que tu estilo es deficiente”.

Martes 27 de noviembre de 1968. (…) BORGES: “Di Giovanni dice que la gente aquí es más amable y cordial que en los Estados Unidos. Los escritores también. Tal vez generalice... En los Estados Unidos los escritores argentinos que se conocen son Cortázar, yo, un poco Sábato, (a mí) un poco vos y un poco Malea; ni Arlt ni Quiroga llegaron allá. Nadie tiene ganas de leer a Mallea. Se lo respeta, pero no se lo admira”. BIOY: “Hoy a mucha gente le han dicho que no se debe respetar. Si para Mallea quedaba el respeto, ya no le queda nada”. BORGES: “¿Cómo Cortázar no piensa que un título como La vuelta al día en ochenta mundos lo muestra como un sonso? Es una broma demasiado fabricada”. Silvina comía en silencio. Yo pensé: “Ni se acuerda de ella. Está amargada”.

Viernes 11 de julio de 1969. Come en casa Borges. Me habla de un artículo de Martínez Estrada, publicado en Chile: “Sólo se salva un escritor. ¿Sabes quién?”. BIOY: “Sí, el uruguayo de Misiones”. BORGES: “Exactamente”. BIOY: “Quiroga. El peor escritor del mundo. Qué les ha dado a los jóvenes talentosos por descubrir a Quiroga y a Arlt. Con la mayor independencia de criterio, como las limaduras, en el cuento sobre las limaduras y el imán, de Wilde”. BORGES: “Güiraldes es mucho mejor, ¿no creés?”. BIOY: “Creo que si comparás la lectura de Quiroga con la idea de Güiraldes, Güiraldes es mejor”.

Jueves 11 de septiembre de 1969. Come en casa Borges. Empezamos de nuevo el cuento del correo. Pregunta: “¿Has notado cómo se admira hoy a Arlt? ¿Raro, no? La explicación es: cualquier cosa, menos pensar. Se puede aceptar o negar. Es preferible aceptar. Es claro que si todo el mundo empieza a decir que Arlt es una porquería dirán que es una porquería”.

Martes 18 de abril de 1972. (…) BORGES: “De la Fundación Guggenheim me preguntan por la hija de Lisa Lenson. ¿Qué debo decir?”. BIOY: “Yo no puedo contestar que una persona no vale nada. Yo he contestado que Murena es un gran escritor”. BORGES: “Tenés razón: estás en la tradición argentina. Además (en broma) aunque dice strictly confidential, ¿si se llegara a saber? Claro que si Arlt es una autoridad en materia de idioma, ¿quién no lo es?”.

Lunes 23 de abril de 1972. Come en casa Bianco, que me dice de Borges: “Mirá que es loco. Aquí pasan por locos Macedonio y Arlt. Son loquitos. El verdadero loco es Borges”.

Viernes 26 de noviembre de 1976. (…) Pregunta: “¿Cuál será el escritor más overrated? ¿Shakespeare?”. BIOY: “Entre nosotros, Quiroga y Arlt, este último infinitamente mejor”. BORGES: “Quiroga escribe demasiado mal: como diría Arnold Bennett, third rate grandiose. ¿Vos creés que si a uno de esos admiradores le leés cualquier texto de Quiroga queda embelesado? Por bruto que sea, se dará cuenta de que está mal escrito. Qué extraño, a pesar del increíble culto por Quiroga, no lo reclamamos. Nos importa menos que las Malvinas. Al fin y al cabo era hijo del cónsul argentino”. BIOY: “Lo cedemos gentilmente al pueblo hermano”. BORGES: “La lista de los sobrevalorados incluye también a Herrera y Reissig, otro oriental me temo; y a Gabriela Mistral; y también a Neruda, otro chileno, me temo”.

Sábado 27 de marzo de 1982. (…) Borges fue a Cosquín, Córdoba, acompañado por Alifano, a dar una conferencia sobre Lugones y otra sobre poesía japonesa. Quisieron mostrarle una casa donde había vivido Arlt. BORGES: “‘Yo lo conocí a ese compadre’, expliqué, y no insistieron. Tampoco quise ver una casa donde vivió Hugo Wast: les dije que tenía un aspecto mezquino, de prestamista”.

Miércoles 7 de marzo de 1984. Veo a Borges en la televisión, en diálogo con Antonio Carrizo. Desafía a Carrizo a recordar un buen verso de Neruda. También censura a Quiroga, a Arlt, a la Mistral. Dice que la mayor parte de los argumentos de Bustos Domecq son de él y la mayor parte de las frases mías. No es del todo exacto en cuanto a los argumentos (sobre todo después de Seis problemas), pero es demasiado inexacto (por generosidad) en cuanto a las frases. Yo creo que son mitades y mitades de ambos.

viernes, agosto 14, 2020

El mambo debe seguir. Krysha Bogdan en la revista Alfonsina

Mientras preparo un futuro posteo sobre las colaboraciones de Alberto Laiseca en la revista Alfonsina —publicación de los 80 dirigida también por Carlos Galanternik y en la que participaron entre otras María Moreno, Mercedes Roffé, Fogwill, Néstor Perlongher y demás—, me cruzo con sorpresa con esta nota sobre una mujer genial: Krysha Bogdan.

 

 

Krysha Bogdan ha recorrido escenarios y ciudades para encandilar al público con su humor, su ritmo y su versatilidad. Las primeras noticias que me llegaron sobre ella y su magnetismo fueron a través de la historia de Pepe Romeu, y luego a través de la biografía no autorizada de Miguel Abuelo escrita por Juanjo Carmona: El paladín de la libertad (2003). Nos debemos estas microhistorias de las geniales mujeres de la contracultura de los 60 y 70 en la Argentina...

En todo caso, cuando me crucé con esta nota escrita por Hugo Tabachnik para la revista Alfonsina en 1984, no dudé en digitalizarla para que vuelva a estar accesible, para que muchos y muchas más conozcan las aventuras de Krysha Bogdan en el mundo del teatro, la experimentación y la alegría. Nuevamente, aplaudo la existencia de sitios como AméricaLee en los que se puede acceder a estas colecciones de revistas y recuperar joyas como esta (más allá de los problemas que reporta la marca de agua que cruza cada página...). Pasen y lean!

 

El mambo debe seguir

Sin intenciones mesiánicas esta nota puede pasar como una aproximación a la vida de una mujer que hoy merodea los cuarenta que hizo mucho antes lo que otros emprendieron mucho después y por eso es una pionera del arte y de la vida.

  

Pálida, aparece vestida con tules blancos cortados furiosamente, un atuendo polvoriento de novia o de mu­ñeca olvidada, tal vez adquirido por monedas en “Els encantes”, el merca­do de pulgas de Barcelona. Parodia la danza clásica mascando chicle, hurga en sus bolsillos y arroja, entre volte­retas, semillas de cardo que se sus­penden en el aire como plumón fino. Juega con una cuerda con cencerros, con una bandera que, en un gesto de ferocidad ritual, se convierte en un símbolo de soberbia y estupidez o en un arma letal. Sorprendentemente, ese cuerpo menudo, magro, crece, se adueña del espacio, lo llena, crea un clima onírico vertiginoso que detiene la respiración. Las manos inquietas hostigan permanentemente su cabello corto, mientras el rostro, sostenido por un esbelto y firme cuello —nariz arremangada, claros ojos penetran­tes, labios finos y sensibles— va cam­biando incesantemente de expresión, como las imágenes de un caleidoscopio.

Cristina —Krisha— Bodgan, “La po­laca”, nace en Gales, Gran Bretaña, en 1947. Postguerra. Hija de polacos, su madre, campesina de la zona fron­teriza con la URSS, deportada por los stalinistas a Siberia —en el viaje sus padres mueren de hambre—, liberada, más tarde, de un campo de trabajo, luego de atravesar Irán, Irak, Palesti­na y Egipto, consigue unirse a los alia­dos en Italia, donde conoce y se casa —aún ambos de uniforme— con Bolek, un estudiante de filosofía, oriundo de la región de influencia alemana que, lue­go de dos intentos fallidos de fuga de un campo de concentración, logra eva­dirse para formar parte de la brigada “Carpática”, la más famosa del ejérci­to polaco, integrada por intelectuales, artistas, músicos, cineastas, que, re­belándose contra el Estado Mayor, autogestionándose, rechazando as­censos y medallas, hace la guerra del África.

La ilusión de retornar a una Polonia independiente se hace trizas y eligen para vivir el lugar más extraño y leja­no... Argentina. Festejan el primer año de Krisha en Lanús.

 

Acordeón, fotonovelas, reformatorio

Crece dentro de la comunidad pola­ca —escuela, teatro, clubes— sin hablar castellano pero ya tocando el acor­deón, vestida de falda colorida, botas rojas, un tocado de flores y cintas del que descienden trenzas rubias. A los tres años pisa por primera vez un es­cenario. Alentada por sus padres, in­venta sus propios bailes. Estudia con Piotr Wosniak, un maestro de danza y pantomima. El padre le enseña a de­fenderse, a lanzar cuchillos, a blandir el peligroso acero de la sevillana.

Con la llegada de la adolescencia, la felicidad de la niñez se interrumpe. Muere el padre. Desequilibrio de la madre. Krisha, de 15 años y su herma­na, de 11, se unen para que la locura de su madre no las enferme. Adoptan el humor para salvarse de un clima sórdido y terrible, descubren a The Beatles “que nos ayudan a ser rebel­des” y arman una banda de rock case­ra, compuesta por chicas —dos guita­rras, bajo y batería—, que estremecen los patios, desde el ‘62 al ‘64. Hacen fotonovelas.

Ianka, líder de un conjunto musical integrado por mujeres, “Ianka y sus tropicanas”, la contrata como bajista. Toca cuadradas cumbias, se hacen campañas publicitarias y llega la fama. Graban en RCA, hacen fotonovelas, películas. Giras por el interior del país. Krisha, asombrada, es requerida para firmar autógrafos en la escuela, en la zapatería. La encandi­lan los spots de los escenarios monta­dos por “Escala Musical”, y participa de los programas televisivos “Sába­dos Circulares” y “Sábados Continua­dos”, pero “sin creérselo”. Finalmen­te, en Córdoba, luego de un año de ac­tuación con el grupo, descubre que los inescrupulosos representantes la ha­bían esquilmado miserablemente. Rompe el contrato.

Sin un peso, “enojada con la músi­ca”, pasa a tomar clases con Vladimir Kotovsky, un bailarín compañero de armas de su padre. Son siete horas diarias de acrobacia, danza clásica, de carácter... Su madre, muy perturba­da, la hace encerrar en un reformato­rio.

Allí, desorientada, confundida, jun­to con la pérdida de la libertad, es tes­tigo de una terrible corrupción, casti­gos sádicos, autoritarismo, abusos, explotación. Convive con 114 niñas de 12 a 21 años. Como respuesta a la ad­versidad comienza a estudiar el piano y organiza un espectáculo. Surge en ella, por primera vez, la necesidad de utilizar un lenguaje que incluya músi­ca, teatro, acrobacia, colores, mími­ca... Finalmente, logra fugarse.

 

Se hace pionera al andar

Venciendo la sensación de acoso —captura recomendada— y el dolor de ver cercenados todos sus lazos afecti­vos, consigue un trabajo, una cama de pensión y conoce a Robertino Grana­dos, Carlos Trafic y Norberto Cam­pos. Todos vienen de experiencias personales “fuertes” y dominan técni­cas diferentes. Lo que en un principio es un intercambio de ideas y proyec­tos se convierte en el “Grupo Lobo”. Más adelante, se unen Lily Presti, que había estudiado con María Fux “pero su delirio había superado esa historia”, y Sergio Timi, un estudian­te de Medicina.

El primer espectáculo que monta el grupo es “Acción-Espacio-Acción”, una producción singular en 1967. Co­mienzan en el “SHA” para llevarlo, más tarde, al “Theatron”. Rebeldía, agresividad, violencia. Llueven las primeras críticas: “Esto no es mimo... esto no es danza... esto no es teatro...”. Le sigue otra pieza “incalifica­ble”. Tiempo Lobo, escrita y dirigida por Carlos Trafic. Amenazados por la censura, deben suprimir partes para evitar la clausura del teatro. Norber­to Campos canta La Marcha de San Lorenzo en polaco, mientras Sergio Timi, con una escupidera en la cabeza, lo mira con aire idiota. Norberto [¿Roberto?] Villanueva los “descubre” y los invita al Di Tella. Aceptan, presurosos, “por el miedo diario a que cerrasen la sala”. Y eso que Tiempo Lobo narra, bási­camente, “una historia de amor”.

Con Tiempo de fregar, se convier­te en necesidad el vivir todos juntos —once personas— porque “nos requería­mos mutuamente, incesantemente”. Para alquilar la casa, un tercer piso en Pueyrredón y Paraguay, dos inte­grantes del grupo deben impersonar­se como estudiantes de Medicina —guardapolvos, etc.— que compartirían la vivienda con sus “primos”. Afortu­nadamente, el portero es polaco... Forman parte del entorno Orozco, Marta Serrano y Elizondo. El Negro Mercado pinta un mural anfetamínico en el comedor que nos les permite to­mar una taza de café con tranquilidad.

De alguna manera, hay una línea argumental en Tiempo de fregar: to­das son fregonas que han parido jun­tas un monstruoso bebé siamés unido por los glúteos, una niñera, una seño­ra —la autoridad— que en cada entrada aparece más destruida (acaba en una silla de ruedas). Las fregonas tienen sus delirios particulares que se enla­zan con los grupales —desde la construcción de navíos hasta arrebatos místicos—, guerras, elementos que van variando día a día. La obra, para des­concierto de Argentores, nunca es es­crita. El objetivo de la provocación es movilizar al público. En una función, una espectadora intenta cortar el ca­bello de Lily Presti con una tijera de podar. Teresa, hermana de Krisha, lo­gra dominarla y es atada al fondo del escenario, sirviendo como elemento escenográfico. El público se inclina a favor o en contra del espectáculo, ori­ginándose así verdaderas batallas campales. Monstruos locos, sudados, escupiendo, se abalanzan sobre los es­pectadores, horribles prostitutas, ayu­dadas por otros espantapájaros, in­tentan violar a los asistentes. Un gru­po de estudiantes, detenidos a causa de una manifestación, hacen su propio Tiempo de fregar en la cárcel.

Luego de una preparación “secre­ta” que dura tres meses, ofrecen una conferencia de prensa, para explicar sus métodos de trabajo a autores y di­rectores de teatro. Se realiza en un inhóspito galpón situado encima del es­cenario del Di Tella. Junto a un enanito contratado, consiguen diez niños “prestados” —la madre de Krisha no accede a prestar a su hermanito— y Norberto Campos es el “conferencis­ta”, mudo, de cuyo cuerpo penden tar­jetas con informaciones técnicas sin importancia, acompañado de una tor­tuga, un sándwich, una secretaria. Se leen, en forma crítica, textos de auto­res argentinos. Se zamarrea a la gen­te, hay apagones, danzas. Aparecen modelos, parroquianos del bar Mo­derno. El grupo cierra la puerta con llave y huye, dejando a oscuras a los asistentes, mientras rugen motores de motos, estallan “rompeportones” —Robertino insiste en echar gatos, pero esa proposición es desestimada—.

 

Artaud, Grotowsky y Buster Keaton

Aunque desde un principio estudian los textos de Artaud y están informa­dos de las experiencias que se están practicando en el exterior —The Living Theatre, Bread & Puppet, Arra­bal, Grotovsky—, los trabajos del grupo se basan en su propia realidad. Más adelante, al viajar al extranjero, des­cubren coincidencias con la vanguar­dia internacional. Incorporan elemen­tos del cine mudo. Krisha y el resto del grupo hacen peregrinaciones a Villa Ballester para ver películas de Buster Keaton y de los Hermanos Marx.

Son invitados al “III Festival Inter­nacional de Teatro”, en Córdoba, pero luego las autoridades se arrepienten. Deciden concurrir igual, a dedo. En un principio, actúan en los halls de los teatros donde se presentan los grupos oficiales, hasta lograr la autorización de participar en las actividades. Boi­cotean una mesa redonda sobre pues­ta en escena. Krisha y Graciela Dellepiane, con el torso desnudo, babean­tes, pintarrajeadas, con los ojos echa­dos hacia arriba. En otra mesa redonda, cansados de tantas preguntas, todo el grupo se desnuda y abandona la sala.

El cuestionamiento que Krisha y sus amigos hacen a la sociedad, bien pronto se revierte hacia ellos mismos en forma de represión. Son “habitués” de todas las comisarías del centro. Es el precio que deben pagar por intentar llevar al teatro a la vida cotidiana. Jor­ge Fiszon, Pepe Romeu y Rubén de León se marchan a México y de allí a Nueva York, al encuentro de la “onda cósmica”. Luego del estreno de Tiem­po Casa 1 Hora y 1/4 que marca la crisis y disolución del “Grupo Lobo”, Krisha, provista de un viejo abrigo obsequiado por “Poni” Micharvegas, poeta, se dirige al Canadá al encuen­tro de Pepe Romeu, un escritor con fi­nal trágico, autor de A bailar esta ranchera y otras novelas.

El de Pepe es un “encuentro-desencuentro”. Sin dominar el inglés, cruza el país para encontrarse con un tío —polaco, por supuesto—, en Vancouver. Entra en el Emotional Modern Dance Ballet. Freakin’out, festivales de rock, hippies, madres con sus niños, amor... Luego del estreno de una pieza en la que participa, Evolution, debe marcharse. Próximo puerto: Lon­dres, Portobello Road. Con Mosser viaja a Amsterdam —casi se queda con un grupo de mimos— y de allí, a Ibiza. 1970.

 

El amor: Miguel Abuelo

Con un grupo de amigos viaja por el norte de África, Sahara, Marruecos... Es el sueño de “Marrakesh Ex­press”... Precisamente en Marrakesh descubre que el teatro que ella ama está encarnado en la vida cotidiana que transcurre en la plaza. Baila y ac­túa con los marroquíes, que, al verla llegar, gritan acompasadamente: “¡Hippía marrokaía!” (la hippie es ma­rroquí).

Vuelta a Europa. En Madrid, en­cuentro con un músico electrónico, Horacio Bayone, amigo de Jorge Bonino. Es un período de recuperación. Luego de meses de performance ca­llejera permanente, vuelve al escena­rio, esa “isla mágica”, por temor a la prisión y al manicomio: con Herminio Molero, integra en un espectáculo, poesía concreta y danza. Aparece Mi­guel Abuelo. Gran amor. Son meses creativos: en Ibiza deciden tener un hijo. Krisha deja las anticonceptivas y otras píldoras; se casan, y los dos, vestidos de blanco —ella con una colcha tejida al crochet— recorren la isla para anunciar a sus amigos la buena nueva.

Da a luz a su hijo —Gato— en Lon­dres. Al poco tiempo, Miguel y Krisha se separan. Ella, con su bebé de cinco meses, viaja a Polonia piara estudiar con Grotowsky, pero no lo encuentra. Vuelta a Londres. Iris Scacchieri le aconseja no buscar maestros sino con­tinuar con su propia experiencia... Por iniciativa de Miguel, se encuen­tran en París. Miguel se le revela como un “roquero supermachista” y ella siente, por primera vez, el sufri­miento que implica ser “la mujer de...”. Disfrazada, con su acordeón, canta y baila en las estaciones del metro. Jorge Bonino —actor de shows unipersonales que también ac­tuó en el Di Tella— y Juan Carlos Cáceres —otro argentino, trombonista y pintor, fundador de la legendaria Cueva Pasarotus, que sería la cuna del incipiente rock nacional— la ayu­dan a salir de la situación. Arma un espectáculo con Bonino.

Pero Jorge no puede diferenciar la circunstancia escénica de la realidad cotidiana: se imagina en un París de la Segunda Guerra. Él es el destinado a salvar a la humanidad pasando mensa­jes secretos. En pleno invierno, a las diez de la noche, corre por un puente para entregar un mensaje a los alia­dos, una bomba cae, el puente se des­pedaza, se echa al agua, cruza el Sena a nado, una chalupa del Ejército de Salvación lo recoge, le quitan la ropa mojada y lo envuelven en una bata. En un descuido, huye y corre, semidesnudo, bajo un frío terrible. La poli­cía lo apresa y lo envía a un manico­mio.

Krisha vuelve a la calle —nadie tiene dinero y hasta se comen la papilla de Gato—, esta vez con Isabel Versini, pandereta y un escocés recién llegado de la India, en cítara.

Hace acrobacia. A veces, Miguel canta óperas. Viven a 30 km. de París. Los vecinos los detestan. Mandan a la policía. Violencia. Krisha teme por su bebé. Esta vez es Graciela Martínez quien acude en su ayuda. Viajan jun­tas y con Gato a Amsterdam. Partici­pa con Isabel Soto en la preparación de White dreams, en el Melk Weg. Espectáculos en el Cosmos, el Paradiso, el Shaffy Theatre, el Festival of Fools. Viven en una casa que cuenta con tres trapecios. Gato es libre y feliz.

Encuentro con Trafic, luego de cin­co años. Estamos en 1975. Organizan un show y se van a Dinamarca, con un baterista de Gato Barbieri. Aparece Miguel. Trafic se marcha a Alemania. Krisha es deportada a Inglaterra por hurtar alimentos en un supermerca­do.

La historia “Miguel-Gato-Krisha” es muy bonita, pero no funciona. Con un marido que no la ayuda, debe hacer frente, sola, a las necesidades de su hijo y, al mismo tiempo, desarrollar su creatividad. Su apoyo es el movimien­to feminista. Obtiene solidaridad, aprende junto a otras madres que se encuentran en la misma situación, asiste a workshops, presencia manifestaciones feministas que paralizan Londres. Se muda a un squater frente al Regent Park, dieciocho casas de cinco pisos cada una. Es su refugio en una ciudad triste y lluviosa, ahí encuentra música, gente cálida, creati­vidad. Hace un curso con Martha Graham, en The Place. Vuelve a Es­paña.

En Barcelona, forma parte del elen­co de Hair, que es internacional: ame­ricanos, australianos, ingleses, gente de Guyana y Surinam. También inter­viene Miguel Abuelo. Para cada uno de ellos, lo que representan es, en rea­lidad, parte de su historia personal.

 

“La onda freak”

Debilitada por las separaciones y cansada, se va a vivir a un suburbio barcelonés, La Floresta, con valencia­nos y menorquíes. Da clases de expre­sión corporal y conferencias, “curte la onda freak”, la naturaleza. Pero vuel­ve a Ibiza con Miguel. Gato se encuen­tra con sus amigos de Amsterdam, de cuando era más pequeño. Los niños tienen catalogadas las flores por su sa­bor: “Esta sabe bien... Esta, pues, no es muy sabrosa... Esta es muy amar­ga. ..”. Otra vez da cursos de expresión corporal. Aprende danza hindú. Conturbadas, mujeres ibicencas vestidas de negro se persignan al paso de un dragón manipulado por Krisha reco­rriendo las apacibles callejas de la isla. Está en contacto con Kubero Díaz, el de La Cofradía de la Flor Solar” y con Sergio Abeledo, que más tarde morirá en India, quien acostumbra decir: “¿Y si no nos queremos entre nosotros, quién nos va a querer? ¡Si no nos quie­re nadie!”.

En Barcelona, reúne nuevamente un grupo con Concha, feminista-anar­quista, formada en danza clásica, es­pañola, contemporánea, toca flauta y castañuelas... pero el conjunto se separa. Mandan a Gato a la Argentina. Le resulta duro hacer su show, sola, en las Ramblas. En el transcurso de uno de ellos, un policía le toca el hom­bro y le pregunta:

—Oiga, ¿ha estado usted alguna vez en un manicomio?

—No, le responde Krisha, extrañada.

—Pues... debería usted ir a uno.

 

Otra vez Buenos Aires, y después…

En realidad, se había ido de Buenos Aires “por un ratito” y ya habían pa­sado once años... Necesita de Gato, reencontrarse con Teresa, su herma­na... Pasa semanas destruyendo papeles, seleccionando lo que irá a llevar para el viaje, tiene miedo... Final­mente, aterriza en Ezeiza con sus tra­pos, sus máscaras y sus dragones de papel. Se siente paranoica. Trata de no llamar la atención al recorrer aque­llos lugares que fueron hitos en su vida, los cafés, la vieja casa de Marta. Descubre una ciudad cuyo pan cotidia­no es el miedo, como si “todo estuviese rodeado de una nube de angustia”. El teatro parece “como si hubiera dado una vuelta hacia atrás... un endureci­miento”.

Le lleva mucho tiempo readaptar­se. De nuevo, la historia es “conseguir un trabajo y con ese trabajo...”. Co­mienza a organizar un espectáculo: Club de Lulú. Cómo hacer para ju­gar a las damas, que no resulta por­que la propuesta no se comprende. Le sorprende el fenómeno musical, la can­tidad de bandas, de café-concerts, las cinco mil personas cantando en Obras. Bajo la dirección de Marta Serrano hace teatro para niños. Pero es inútil, no puede amoldarse a un trabajo de “elenco”.

La experiencia de hacer el circuito de café-concerts le resulta igualmente negativa. Es imposible sacar un solo peso de esa manera... Guerra de Las Malvinas, se pasa una semana lloran­do, siente que nadie la comprende, “ni siquiera en La Paz...”. Idea La danza de la bandera.

No encuentra a su generación. Siente el vacío. Se relaciona con gente más joven que ella, que se sienten li­mitados no sólo por factores económi­cos o por la represión, sino también, por la ausencia de alternativas.

Forma una banda de mujeres: La Pesada de la Danza. Se trata de una situación teatral con música de rock. Hay un ballet, Las flores del Para­guay, en base a un chamamé. Hace una gira a Olavarría.

Sufre un accidente de automóvil. La internan en una unidad de terapia intensiva. El traumatismo parece te­ner el efecto de que se le “conecten las neuronas de una manera diferente”. Está en la esperanza, aunque con la cautela del gato... Realiza un striptease grotesco en la calle Florida, a las tres de la tarde. Cuenta historias, canta operetas, moviliza a la gente para que haga percusión con las pal­mas de las manos en la Plaza de la Re­pública, en la Dorrego. Con su acor­deón, organiza concursos callejeros de rancheras. Actúa en el Centro Cultu­ral San Martín, siente que los funcio­narios no son “funcionarios”, que ha­blan su mismo lenguaje. Quiere me­dios, llegar a los barrios... Cuando re­cuerda la década de los años ‘60, cita a Federico Peralta Ramos: “Aún la te­nemos que pasar en limpio”... El mambo continúa.

Hugo Tabachnik

En revista Alfonsina, n.° 10, 3 de mayo de 1984, pp. 18-19.

 

 

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