sábado, octubre 31, 2009

Toukouman (fragmento) (Juan José Hernández)

Juan José Hernández, escritor tucumano, es un autor que podría ser recuperado por la crítica literaria y académica por la peculiaridad de su trabajo con el realismo (en la línea de otros autores que siguen aguardando en el limbo de la literatura argentina como Daniel Moyano, Germán Rozenmacher, Humberto Costantini, etc.).
Su nouvelle
La ciudad de los sueños (1971), por poner un ejemplo, presenta un realismo que explora, a través de su heterogeneidad genérica y de su variedad de narradores, los cambios que el peronismo produjo en los 40 y 50, la migración interna y los prejuicios e ilusiones de la clase media y alta, entre otros tópicos. Creo que sería muy provechoso leer esta novelita en relación con Boquitas pintadas (1969) de Manuel Puig para ver los alcances y objetivos de ambos proyectos y estilos.
En definitiva, se trata de seguir recuperando ciertas voces que si bien están siendo reeditadas (la editorial Adriana Hidalgo se ha encargado de hacerlo con la obra de J. J. Hernández), todavía necesitan del trabajo reflexivo sobre sus modos de significar y las relaciones que establecieron con el campo literario e intelectual del momento y con la situación sociohistórica. A continuación, les copio un fragmento de la novela inédita de Hernández que ojalá algún día sea publicada.

Fragmento de la novela Toukouman de Juan José Hernández, aún inédita.

Muchos prodigios ocurrieron en la ciudad de Tucumán y en sus inmediaciones aquel verano especialmente tórrido de 1860.
Planeando a gran altura y en lentos círculos sobre la plaza principal, se vio a un cóndor de los Chorrillos (o un águila forastera: los testigos nunca se pusieron de acuerdo). Sorpresivamente, el ave de rapiña se dejó caer en picada con el propósito de apoderarse de un colegial que en ese momento cruzaba la plaza. El niño pudo felizmente escapar de sus garras y refugiarse en la recova del Cabildo.
En la laguna de Calimayo, a diez kilómetros de la ciudad, un pescador vio salir del agua a un hermafrodita desnudo; quiso apoderarse de él y llevarlo a una comisaría cercana, pero el personaje, de edad indefinida, lampiño y algo obeso, desapareció entre la maleza de la orilla.
En una finca de La Rinconada, nació un cabrito de dos cabezas y seis patas. Vivió sólo un par de horas y fue comprado luego por el dueño de una botica para incorporarlo a su colección de monstruos que son exhibidos en su negocio, dentro de frascos de formol, para solaz y admiración de la clientela.
En Vipos, un matrimonio de granjeros que volvía en sulky de un velorio, sorprendieron un burro negro copulando con una chancha.
En la Granja Modelo fue sacrificado un toro al que le habían brotado ubres repletas de leche que nadie se atrevió a ordeñar.
Todos estos prodigios fueron comentados con lujo de detalles en las páginas del periódico El Heraldo del Norte, como también el misterioso caso de Eladio Coronel (alias el Indio), mudo de nacimiento, que había empezado a hablar después de haber impedido que un perro matase a dos culebras enlazadas eróticamente al pie de un cerco de ligustro. No sin malicia, el articulista del periódico señalaba que el regalo de la agraciada pareja viperina fue una bella voz de soprano que el jardinero aceptó sin vacilar.
Quizá por tratarse de una noticia proveniente de la Yerba Buena, un pueblo chico, o más bien un villorrio a pocas cuadras de la ciudad, el extraño percance sufrido por la señora Candelaria Zaldarriaga de Yturri, oriunda del lugar, no fue comentado por El Heraldo del Norte, pero causó gran revuelo entre sus habitantes.

¿Sale Puig, entra Soriano?

Si expongo mínimamente cómo y a qué velocidad ha tenido lugar la canonización de Puig es porque la estudio como un factor de peso en la profundización del ninguneo que ha marcado desde siempre la relación entre la obra de Osvaldo Soriano y la crítica literaria, y como un síntoma de las polémicas respecto del canon nacional.

Lo que quiero decir es que las novelas de Soriano deben leerse en tensión con las novelas de Puig porque en cada una de sus novelas Soriano toma posición frente a las de Puig, o sea que aislar a uno y olvidar al otro implica sesgar demasiado el análisis de los textos, y que la disputa entre ellos se relaciona con una posición que deriva de la asignada en el canon a Roberto Arlt.
Encontré este interesantísimo texto escrito en el 2005 por Rogelio Demarchi que sirve para repensar el cánon de la literatura argentina: "Novelas marcadas. Soriano contra Puig".
Me gusta la crítica que propone contra-lecturas.

viernes, octubre 30, 2009

Ezequiel Martínez Estrada, profeta desdichado



Presentación del work in progress del documental sobre la vida y obra del escritor y ensayista argentino Ezequiel Martínez Estrada. El documental, realizado entre 2008 y 2009, analiza su obra y pensamiento a partir de una base biográfica, en la que el espectador irá conociendo las distintas etapas de su vida, de la evolución histórica del país y del desarrollo de su obra.

La película se basa en los testimonios de Christian Ferrer, Horacio González, Héctor Tizón, Flora Guzmán, Nidia Burgos, Mariela Rígano y numerosos vecinos de Goyena y Bahía Blanca.

Dirección: Marcelo Daniel May.

Biblioteca Nacional. Auditorio "Jorge Luis Borges"
Viernes 27 de noviembre, 19 hs.


Visto acá.

miércoles, octubre 28, 2009

"¿Nada es sagrado?": ironía y buena conciencia en torno a la última dictadura argentina


En el último número de la revista Otra parte (nº 18, primavera 2009), en su breve artículo "¿Nada es sagrado?", Patricio Lennard toma como punto de partida "una cierta cultura humorística de la Shoá, incluso entre los judíos" (tal vez, uno de los ejemplos paradigmáticos sea Woody Allen) y "numerosas expresiones de irreverencia y transgresión frente [al] sentido trágico [del nazismo y la solución final]" (el alemán Anselm Kiefer y sus fotos haciendo el saludo nazi o los jabones hechos con restos de liposucción de la argentina Nicola Constantino).
Esta doble operación, se lee en el artículo, no sería pensable en relación con la experiencia de la última dictadura argentina: "Nada de esto ocurre en la Argentina con los desaparecidos; ni rastros de un reto semejante a las leyes del decoro. Nadie hace chistes sobre los desaparecidos. Ni siquiera la derecha más recalcitrante...".
Ahora bien, por mi parte, no estoy de acuerdo con que la derecha no realice chistes sobre los desaparecidos (en contextos cotidianos, pude escuchar varios, irreproducibles, por cierto; y buscando en la web, siempre es posible encontrarse con ese tipo de humor) pero lo que me parece interesante del artículo es lo que sigue a las aseveraciones antes citadas, el pasaje del humor a la cultura y el arte.
La cuestión es, tal como señala Lennard, que resulta difícil encontrar expresiones transgresoras sobre las desapariciones en el campo artístico argentino: "Pero ¿qué habría sucedido si esa acción profanadora la hubiera llevado a cabo un artista? ¿Por qué nadie se ha atrevido aún a provocar un tumulto en relación con este tema, un atentado a la buena conciencia bajo pretextos artísticos?" (el tema de la 'buena conciencia', del límite de la 'incorrección política', me parece esencial). Lennard nos recuerda como excepción la idea de Charly García de arrojar maniquíes al río desde un helicóptero pero señala, tal vez acertadamente, que la literatura nunca pudo escapar a la solemnidad a la hora de representar las desapariciones y la experiencia en los centros de detención (sí logró echar mano a la farsa y al grotesco para representar la guerra de Malvinas: Los Pichyciegos de Fogwill, por ejemplo). En esta línea, el autor del artículo se pregunta: "¿Será porque ironizar, siquiera literariamente, sobre una cuestión con los derechos humanos supondría una violación de estos? ¿A qué se debe tanta seriedad?" y los interrogantes siguen y siguen rodeando el tabú, el duelo y el dilema moral. El artículo cierra con la sugestiva frase de Dalmaroni en "La moral de la historia": "¿Quién escribirá El fiord de la dictadura?".

Después de la lectura de tan breve y, a la vez, estimulante artículo, me quedé pensando en si realmente no había expresiones trangresoras e irreverentes en relación con las desapariciones y los centros de detención durante la última dictadura en la literatura argentina (y si realmente no las había, por qué si las hubo con acontecimienos como la Shoá).
Lo primero que se me ocurrió, aunque es un fenómeno actual y sólo podría ser incluido en la literatura si ampliaramos el espectro, fue la revista Barcelona y sus tapas en referencia a la desaparición de Julio López. Esas tapas tenían un contenido irónico respecto de un tema tabú, intocable pero no se ajustaban al interrogante de Lennard ya que no representan la última dictadura argentina sino más bien sus efectos.
Seguí pensando y se me ocurrió un solo ejemplo en la literatura argentina pero para mantener la incógnita y para ver si a alguno/a de los que pasa por este humilde blog se le ocurre antes algún texto (así me ayudan a resolver la duda), los dejo también con el interrogante y en unos días, posteo un fragmento de mi posible ejemplo.

martes, octubre 27, 2009

Por las promesas incumplidas: "Un estremecimiento, por favor. (En torno al cuento fantástico y de suspenso)" (Rodolfo Walsh)


Un estremecimiento, por favor. (En torno al cuento fantástico y de suspenso) (Rodolfo Walsh)

Una escritora inglesa, autora de novelas policiales y traducciones de los clásicos, de ensayos eruditos y divagaciones excéntricas, de poemas no leídos y dramas neo-medievales, ha señalado que el arte de atormentarse a sí mismo es antiquísimo. Se refería Dorothy Sayers, naturalmente, a la literatura policial y fantástica. Dos géneros que se dirían opuestos, ya que uno postula el ejercicio del razonamiento y el otro lo excluye, pero que, singularmente, van dirigidos a un mismo sector del público y son cultivados con frecuencia por los mismos autores, y hasta incluidos en antologías comunes, bajo la denominación de "relatos de misterio". Un misterio, pues, un enigma, es un tema tan rico en posibilidades que tanto aclarándolo como dejándolo insoluble se puede escribir con él un cuento o una novela...
¿Cuándo nació el género fantástico? Sería muy difícil establecer la fecha. Todas las antiguas literaturas cuentan con instancias aducibles. Inclusive se ha dicho que así como la poesía fue antes que la prosa, así la literatura fantástica es anterior al realismo y, por lo tanto, es la primera literatura. Todos los grandes libros de la antigüedad, empezando por los poemas homéricos y la Biblia, abundan en episodios sobrenaturales. Sin contar las leyendas y los mitos, que son como los sueños primordiales de los hombres y participan del carácter fantástico de los sueños.
Lo dilatadamente episódico, sin embargo, lo arbitrario, conspira contra los fines del arte, y llega un momento en que es necesario recoger las tentativas anteriores, refinarlas y ceñirlas y sujetarlas a una finalidad específica. Esto lo hace en el siglo pasado Edgar Allan Poe. Poe introduce nuevos temas y nuevo enfoques, introduce sobre todo una técnica narrativa nerviosa, ágil y precisa, que hasta hoy permanece casi insuperada, y obra un renacimiento de la literatura fantástica. Antes de él —queda dicho— existió el género. Inclusive en las letras norteamericanas puede citarse esa leyenda maravillosa de Rip Van Winkle. Pero después de él, algo ha cambiado. Ya no se puede escribir como antes, amontonando episodios en una masa informe. La obra de Poe es de purificación, de poda, de síntesis: atrapar la idea básica y seguirla sin desviaciones, sin hojarasca, ateniéndose al efecto único que se desea producir.
El Caso del Señor Valdemar es para algunos críticos el mejor de sus cuentos. Ciertamente sería aventurado señalarle defectos. La revelación final está sabiamente sugerida, anticipada, pero no pierde nada de su fuerza. Y el efecto, en este caso de horror, está plenamente conseguido. Pero El Caso del Señor Valdemar tiene otro detalle de interés: basta leerlo con atención para comprobar que pertenece en rigor a ese desarrollo lateral de la literatura fantástica que ha adquirido en nuestros tiempos un auge fabuloso: el science-fiction.
El science-fiction, o literatura de anticipación, tematiza acontecimientos posibles dentro del marco de las adquisiciones científicas que se han ido sucediendo de tres siglos a esta parte. No hay un solo invento moderno de importancia que no haya aparecido primero en la ficción que en la realidad.
H. G. Wells ha sido probablemente el más versátil o informado de sus cultores. Un hombre invisible, un viaje en el tiempo, una invasión de Marte son algunos de los arduos asuntos que resolvió con autoridad y maestría. Su aptitud sociológica, su humor, su estilo, lo colocan muy por encima de un autor simplemente popular, aunque esto también lo era en el mejor de los sentidos. Pero la mayor de sus virtudes fue quizás su "visión apocalíptica", que le permitió figurar vastos cuadros de destrucción y de pánico, como en El Astro.
El talento multiforme de Jack London (marinero, vagabundo, cazador de focas, buscador de oro, y sobre todo hombre íntegro y generoso) tampoco pudo sustraerse al science-fiction. En La Sombra y el Destello maneja un tema fascinante que compensa lo sumario, quizá, de la caracterización.
En El señor Lupescu, de Anthony Boucher, retornamos a la forma más tradicional del género, aunque encierra en verdad dos cuentos: uno que llega hasta el penúltimo párrafo y es un excelente relato policial; otro que empieza donde termina el anterior y en poquísimas líneas presenta todo bajo un nuevo aspecto, con un fulgurante vuelco hacia lo fantástico. Esta proeza nada común ha convertido a El señor Lupescu en un favorito de las antologías. Boucher, cuyo verdadero nombre es William White (escribe también con otros seudónimos), es, en los Estados Unidos, el crítico más prestigioso de libros policiales y autor él mismo de varias novelas. Un detalle de interés para el lector argentino es que Boucher se ha ocupado en alguno de sus artículos de nuestra literatura policial, y tradujo al inglés el relato de Jorge Luis Borges que hace unos años ganó un premio en un concurso de la famosa revista de Ellery Queen.
El relato de Matheson* actualiza en forma por cierto inquietante los vagos temores que comenzó a sentir el hombre cuando dejó de considerarse el centro del universo y dirigió la mirada a otros mundos, a otros seres posibles, acaso más evolucionados, acaso hostiles.

* En el texto de Leoplán -quizá por la necesidad de adecuarlo a último momento al espacio disponible- faltaría el párrafo que Walsh dedicaba a alguna obra del escritor norteamericano Richard Matheson, autor de Soy leyenda (1954), Nacido de hombre y mujer (1954), The shrinking man (1956), The shores of space (1957), A stir of echoes, etc. (N del E.)

Fuente: Walsh, Rodolfo (1987): Cuentos para tahúres y otros relatos policiales, Buenos Aires, Puntosur, págs. 189-192.

lunes, octubre 26, 2009

Diario de Manhattan (otro fragmento)

"Diario de Manhattan" de Néstor Sánchez, fragmento anterior (domingo 7 [febrero]).

jueves 4 [febrero]

Fue preciso un silencio; la mano izquierda, mientras tanto, dibujó. Todos estos días de andar casi impasible procurando perfeccionar la tarea de flanco, me impusieron como nunca (sobre todo cuando impera multitud en las grandes avenidas) la noción planeta, su primacía siempre relegada. Reviví y prolongué en parte aquella especie de certidumbre experimentada en el norte de Italia a propósito de la tendencia inexplicable del psiquismo humano a apropiarse de lo que no le corresponde (franjas de planeta, en el colmo) para establecer fronteras de intransigencia que a su vez contendrán nuevas fronteras de intransigencia apropiativa. Se sería, en todo caso, habitante muy transitorio de una tierra que gira incomprensiblemente en un espacio incomprensible, no de un país, o una ciudad, o un municipio, o un jardincito con alero.
Viejo argumento que renace intacto y desmantela como ninguno la atrofiedad del conjunto risible.

Por la noche

Seguí en el hilo: a causa de la ceguera egoísta, las dos grandes hecatombes que se imponen en forma constante a quien argumente: devastación ecológica (una capacidad rapaz de contaminar y destruir tanto la naturaleza como cada océano, cada mar, cada río, cada valle); el crecimiento demográfico en escala de demencia colectiva (toda muchacha inexperta procrea sin remedio antes de volverse responsable). Ambas tendencias del caos darían forzosamente a la tercera hecatombe signadora de la historia bochornosa en su apogeo: guerra (o guerras parciales), nueva devastación.
El crecimiento demográfico alucinante (horizontalidad; idiotismo de miras) devuelve a la nota de diciembre siete, aunque obliga a padecer la propia circunstancia en un punto todavía más bajo de la conejera sanguinaria. Se nace, diríase, a causa del efecto de la cerveza impasable en un muchacho cargado de taras.

Fuente: Sánchez, Néstor (1988): “Diario de Manhattan” en La condición efímera, Buenos Aires, Sudamericana, p. 50-51.

domingo, octubre 25, 2009

R. B. B. o la recuperación (lúcida) de ciertos caminos ocultos

Los muchachos cordobeses del blog Raúl Barón Biza vienen haciendo hace unos años un trabajo espléndido en la recuperación de la obra de este escritor maldito, artista polémico o como quieran llamarlo y, además, se han tomado el trabajo de defender una postura crítica respecto del autor y su obra. Así, se han leído los últimos libros y artículos sobre la vida y obra de Barón Biza desde una posición cuestionadora que resalta en las calmas aguas de nuestro campo literario (véanse los posts dedicados a Christian Ferrer), han escrito una justa ponencia para la restauración de la obra literaria de Barón Biza y se han tomado el trabajo de digitalizar algunas de los inconseguibles libros del autor en cuestión (acá, por ejemplo, está El derecho de matar).
Hace un par de días nomás, volvieron a postear, después de algunos meses, para hacer una suerte de declaración de principios en contra de la versión obvia y pintoresca de Barón Biza que el diario La Voz del Interior publicó en un suplemento. A continuación, les copio los párrafos finales y los invito a que recorran el blog de estos muchachos que iniciaron un camino por demás interesante en la recuperación y exploración de caminos ocultos de la literatura argentina:
"La Voz del Interior podría jugarse e ir a por el escritor, profundizar en la obra literaria de uno de los artistas más controversiales que tuvo esta provincia. Eso sí que valdría la pena, y no esta sarta de lugares comunes que es más digna de un radioteatro. Hay media docena de libros que merecen conocerse, pero nos seguimos tragando el sapo de la historia de amor trunco, del monumento a Myriam Stefford y tantos otros datitos de trivia que no están a la altura de lo que significa Barón Biza.

Ya lo dijimos una y mil veces, y lo repetimos. A Raúl podrán tirarle toda la mierda que quieran. Podrán, como Ferrer, intelectualizar estupideces. Podrán contar la historia, ya gastada, de su tragedia personal. Podrán decir lo que sea de sus libros y de su obra. Pero hay algo que nunca van a poder borrar, y es algo que no se muere: el cariño de los lectores.

Nosotros, mientras tanto, seguimos trabajando para que a fin de año esté terminado el sitio oficial y este blog termine siendo lo que quisimos que fuera: un borrador del homenaje que Raúl Barón Biza, EL ESCRITOR, se merece.

Vos decidís.

AMIGOS DE BARÓN BIZA"

Wish list (Página/12 y la colección "Los 40 de Anagrama")

A partir del domingo 24 de octubre, cada dos semanas, Página/12 publicará la colección de libros "Los 40 de Anagrama", libros del catálogo de dicha editorial a un precio ínfimo. Acá, la nota promocional y abajo, la tentadora lista de los libros que irán saliendo con el correr del tiempo. Quiero esos libros. Ya.

- César Aira: Váramo
- Pedro Almodóvar: Patty Diphusa
- Martin Amis: Visitando a Mrs. Nabokov
- Paul Auster: La habitación cerrada
- Alessandro Baricco: Los bárbaros
- Djuna Barnes: Humo
- Julian Barnes: La mesa limón y otros cuentos
- Mario Bellatín: Damas chinas
- Thomas Bernhard: Sí
- Jean Baudrillard: La izquierda divina
- Roberto Bolaño: La universidad desconocida (fragmentos)
- Pierre Bordieu: Sobre la televisión y otros artículos
- Jane Bowles: Placeres sencillos
- Charles Bukowski: Escritos de un viejo indecente y otros relatos
- Raymond Carver: Catedral y otros cuentos
- Noam Chomsky: El gobierno en el futuro
- Colette: Dúo
- Copi: Virginia Woolf ataca de nuevo
- Roald Dahl: Relatos de lo inesperado
- H. M. Enzensberger: El perdedor radical
- Michel Foucault: Nietzsche, Freud, Marx
- Witold Gombrowicz: Autobiografía sucinta, textos y entrevistas / Correspondencia con Jean Dubuffet
- Michel Houellebecq: El mundo como supermercado
- Ryszard Kapuscinski: La guerra del fútbol
- Hanif Kureishi: Mi hermosa lavandería
- V. I. Lenin: Testamento político
- Pedro Lemebel: Loco afán
- Groucho Marx: Las cartas de Groucho
- Ian McEwan: Primer amor, últimos ritos
- Vladimir Nabokov: Una belleza rusa
- Amélie Nothomb: Cosmética del enemigo
- Kenzaburo Oé: La presa
- Alan Pauls: Historia del llanto
- Ricardo Piglia: Prisión perpetua
- Oliver Sacks: Un antropólogo en Marte y otros relatos
- W. G. Sebald: Sobre la historia natural de la destrucción
- San Shepard: El gran sueño del paraíso
- Antonio Tabucchi: El ángel negro y otros cuentos
- Tom Wolfe: Las décadas púrpuras
- Alejandro Zambra: Bonsai

sábado, octubre 24, 2009

¡Ya tengo el poder!


Esta dualidad [He-Man/Skeletor] combate por el dominio del Reino de Eternia (por el ¨reino eterno¨ si falta aclarar); simbolizando la luz del héroe y la noche del hechicero. Es una lucha heroica: a tener en cuenta que por tanto es una lucha aristocrática (por eso la intervención de las tropas de palacio es sólo de decorado; por eso Skeletor no tiene hordas de zombies a su servicio, sino un selecto grupo de monstruos): estos héroes aristócratas que pugnan son los ¨maestros del universo¨ que acompañan a He-Man en el título del dibujo animado (lo acompañan como amigos y enemigos). Héroes aristócratas: maestros, amos, señores universales; en suma hombres universales a la par de He-Man (con los atributos del saber, el poder y el dominio).
Acá, "He-Man: su mitología y simbolismo" de Francisco Mazzucco, para romper con nuestra mirada inocentona sobre el príncipe de Eternia y los amos del universo.

viernes, octubre 23, 2009

Tenés que tener sangre en los dientes...

Las Kumbia Queers es un grupo de chicas, gestado en Argentina, que se juntaron para hacer una mezcla de cumbia y rock y en el 2008, editaron su primer cd: Kumbia nena! Sus temas tienen mucho ritmo cumbiero, su cantante tiene una voz muy peculiar, las letras se ajustan con ironía a la cumbia y varios de los temas son covers, en castellano y con la letra modificada, de Black Sabbath, Nancy Sinatra, The Cure y Madonna. Son ese tipo de grupos, en la estela de Kapanga, para animar una buena fiesta o para levantar el ánimo.
Entre las canciones de Kumbia nena!, elegí "La cumbia de los muertos vivientes" porque me pareció particularmente original la letra y me divertí al escucharla por primera vez. Les pego unos versos abajo y si siguen los puntos suspensivos pueden ver un video en vivo de la canción (desde ya, recomiendo fervorosamente que escuchen el cd):

Esta es la kumbia zombie
La cumbia de los muertos vivientes
La bailan en Chacarita
La baila toda la gente
Vamos hagan una rueda
Y estiren sus manos al frente
Pongan cara de loco
Y todos saquen la lengua
Quien no lo haga, no se divierte
Quien no lo haga, no se divierte
Sacude, sacude, menea menea
Sacude sacude, menea, menea...

Aeon Flux (o lo que puede un cuerpo)


Aeon Flux es una serie animada de los 90 que despliega una historia de violencia y erotismo en un escenario futurístico. La primera y segunda temporada (1991, 1992) son capítulos cortos (alrededor de 5 minutos) sin diálogo, con mucha acción y violencia, un regodeo particular en el dibujo y los planos y un final abrupto. La tercera temporada (1995), en cambio, son 10 capítulos (de 25 minutos cada uno) en los que se mantienen los elementos de las anteriores temporadas y se incorporan: la voz de los personajes; cierta exploración psicológica; la historia de erotismo, amor y odio entre Aeon Flux y Trevor Goodchild; y se profundiza el contexto de la trama.
La historia no interesa, es básica (sobre todo en las primeras dos temporadas, en la tercera se complejiza un poco y cambia): Aeon Flux, asesina a sueldo entrenadísima, debe cumplir una misión (asesinar a alguien, robar algo, casi nunca sabremos quién lo pide, por qué lo pide), Trevor Goodchild, político traicionero y seductor, intenta evitarlo, atrapar a la sexy asesina o usarla para su beneficio y después: violencia, muerte, tensión sexual y una música casi tecno de fondo.
Lo que me interesa es cómo las imágenes (formas, colores, velocidades, secuencias) exploran el cuerpo y sus posibilidades (Aeon Flux se retuerce, atraviesa espacios reducidos, se estira, corre con todas sus fuerzas, hace acrobacias, mide hasta dónde da su capacidad física, cuánto puede soportar), el cuerpo y sus usos (modificación genética, terrorismo biológico, clonación, intervenciones tecnológico-médicas (un festín para la biopolítica foucaultiana) pero también, fetichismo, exploración perversa, sustancias extrañas con efectos particulares). En el mundo futurístico de Aeon Flux, las fronteras entre lo órganico y lo inórganico, entre lo humano y lo animal, entre el bien y el mal, entre la mente y el cuerpo se desdibujan y las formas y los usos de lo viviente proliferan.
Pueden ver la serie online, acá.

jueves, octubre 22, 2009

Por las promesas incumplidas: "¡Vuelve Sherlock Holmes! (La resurrección literaria más sensacional del siglo)" (Rodolfo Walsh)



¡Vuelve Sherlock Holmes! (La resurrección literaria más sensacional del siglo) (Rodolfo Walsh)

"¿Qué ha hecho? ¡Pedazo de animal!..." Así empezaba una de las cartas dirigidas a Arthur Conan Doyle por una anónima e indignada lectora, después de publicarse en el Strand Magazine un cuento llamado a producir escándalo.
Sucedía esto en diciembre de 1893, y aquella carta no era la única. Millares de lectores doloridos, desconcertados o furibundos escribieron cosas similares. Los jóvenes londinenses llevaron luto en los sombreros. El clamor provocado fue indescriptible, único en la historia de la literatura.
¿Qué había hecho Conan Doyle? En verdad, había cometido un crimen abominable. Había querido destruir un mito, dar muerte a un personaje que él había creado, pero que ya no le pertenecía, porque poseía una indestructible realidad propia.
Conan Doyle acababa de asesinar a Sherlock Holmes.
Había premeditado fríamente el crimen.
En abril de ese año escribía a su madre: "Aquí estamos muy bien. Voy por la mitad del último cuento de Holmes, después del cual ese caballero desaparece para no volver. Estoy cansado de oírlo nombrar".
El cuento en cuestión era el último de la serie "Las Memorias de Sherlock Holmes", y en él el viejo enemigo del detective, el profesor Moriarty, lo precipitaba al fondo de un abismo en los Alpes.
Después de esto, Conan Doyle pensaba dedicarse tranquilamente a lo que consideraba una tarea más seria y más acorde con sus gustos: escribir novelas históricas, para las que iba recogiendo pacientemente una vasta documentación. Se equivocaba, sin embargo. Sherlock Holmes no podía morir, y un público inexorable se encargaría finalmente de hacérselo comprender.
Pero ya dos años antes Conan Doyle había intentado deshacerse de aquel molesto Holmes, con quien empezaba a identificarlo la gente, y que reclamaban a gritos los editores de las revistas. Oigamos lo que decía por aquella época, cuando terminaba la serie de "Las Aventuras de Sherlock Holmes": "Pienso matarlo en el último capítulo y terminar con él de una vez por todas. Me quita tiempo para dedicarme a cosas más importantes".
— ¡Matar a Holmes! Jamás. No puedes hacerlo. No debes hacerlo. No lo harás.
Esta vez fue la propia madre de Arthur quien salvó la vida del personaje. Se opuso con indomable energía al proyecto de su hijo, y Arthur, que toda su vida tomó muy en serio las opiniones de la autora de sus días, debió resignarse.
Ahora la situación se repetía. Pero ya no era una simple mujer quien contradecía sus intenciones. Era todo un pueblo, casi podría decirse todo el mundo.
¿Quién era aquel endiablado personaje que se resistía a morir a pesar de la voluntad de su progenitor? ¿Y quién era aquel gordo doctor Doyle, que al ocurrir los hechos relatados pasaba una temporada de descanso con su esposa enferma, en Suiza, hasta donde llegaban los ecos de la tempestad desencadenada por él?
Vale la pena hacer un poco de historia. Tres años antes Arthur Conan Doyle era prácticamente un desconocido que aún vacilaba entre la ardua práctica de la medicina y el problemático ejercicio de la literatura.
Cursó los primeros estudios en un colegio jesuita, después en Stonyhurst. A los quince años se perfilaba como un extraordinario jugador de cricket..., además de crecer en forma alarmante. Por espacio de un año prosiguió sus estudios en Feldkirch, Austria. Ahí llegó a sus manos un libro que le causó profunda impresión. Eran los cuentos de Edgar Allan Poe...
Entretanto, su madre había resuelto que debía estudiar medicina. Y como ocurría casi siempre, la voluntad de su madre se cumplió. Arthur ingresó en la Universidad de Edimburgo, terminando su carrera en 1881.
Casi inmediatamente se embarcó con destino al África occidental. Allí contrajo la fiebre, estuvo a punto de ser devorado por un tiburón y, para completar, el barco se incendió en el viaje de regreso. No empezaba del todo bien la carrera profesional del doctor Doyle.
—No pienso volver al África —dijo Arthur.
Su familia estaba muy bien relacionada en Londres. Podían ayudarlo a iniciarse, ganarle una clientela. Pero eran todos católicos acérrimos. Y Arthur, aunque educado como tal, hacía tiempo que profesaba un meditado agnosticismo. No hubo posibilidad de que se entendiera con ellos. Salvo, claro está, con su madre, que compartía sus ideas.
Después de algunas vicisitudes instaló su flamante consultorio en Southsea. Compró los muebles en un remate, y con el dinero que le anticipó un editor logró pagar el alquiler.
Poco a poco empezaron a llegar los primeros pacientes del doctor Arthur Conan Doyle...
En 1883 se publica su primer trabajo en una revista importante, el Cornhill Magazine. Dos años después conoció a Louise Hawkins, con quien se casó cuatro meses más tarde.
Imaginémoslo en este momento. Tiene veintiséis años, pesa aproximadamente cien kilos, es uno de los mejores jugadores de cricket y de rugby del condado y cuenta con una clientela discreta. De tanto en tanto escribe algún cuento, y ha empezado una novela que no le inspira mucho entusiasmo. Pero habría que ser brujo para pronosticar su fabuloso porvenir.
Ahora, sin embargo, acaba de leer una novela de Gaborlau, el gran folletinista francés.
¿Por qué no tomar de personaje a un detective?

Nace Sherlock Holmes

Y así fue como en aquellos primeros meses de 1886 vino al mundo Sherlock Holmes, el personaje mítico, el único —al decir de Chesterton— que es familiar a todo el mundo, el más universal de los tipos literarios.
Pero en realidad, Sherlock Holmes ya existía en carne y hueso. O por lo menos había de él, en el mundo de la realidad, una prefiguración, un anticipo. Era el doctor Joseph Bell, profesor de la Universidad de Edimburgo. La seguridad de sus diagnósticos era famosa. Pero Bell no se contentaba con esto. Le gustaba deducir la profesión, el origen, las costumbres de sus pacientes, sin otra guía que la observación.
—Hay que usar los ojos y la cabeza —recomendaba a sus alumnos.
Y a continuación, realizaba una demostración práctica.
—Este hombre —decía, refiriéndose a un paciente a quien veía por primera vez— es un zapatero zurdo.
Asombro entre los discípulos. El doctor sonreía.
—Sus pantalones —explicaba— están raídos en los lugares donde el zapatero se apoya en su banco de trabajo. El lado derecho está más gastado que el izquierdo, porque usa la mano izquierda para clavetear el cuero.
Tenemos aquí un eco anticipado de aquellas "salidas" de Holmes que hicieron las delicias del público.
El doctor Bell era muy delgado, nervioso, de nariz aguileña, rasgos afilados, ojos penetrantes. Estas características físicas las encontraremos en Holmes.
Pero, por encima de todas las cosas, hallamos en Holmes los métodos científicos del doctor Bell aplicados a la investigación criminal. Sherlock Holmes estudia un problema con la precisión, con la minuciosidad con que el doctor Bell sigue el desarrollo de la enfermedad de un paciente. Todo puede ser importante para Holmes: una pisada, unos restos de barro, unas partículas de polvo. La criminología se ha convertido en una ciencia.
¿Y el doctor Watson? ¡Ah, el doctor Watson es tan admirable como Holmes! Es él quien lo completa, quien le da relieve, el balancín con cuyo auxilio realiza sus airosas piruetas. El doctor Watson es, con relación a Holmes, lo que Sancho a Don Quijote.
Pero también existía en la realidad aquel Watson. Doyle sólo le cambió el nombre, dejándole el apellido. Lo llamó John en lugar de James. James Watson era un médico de Portsmouth, miembro importante de la Sociedad Literaria y Científica de esa ciudad. Pero a tal punto lo identificaba Doyle con su personaje que a la menor distracción sale a relucir su verdadero nombre. Así, en "El hombre del labio torcido", dice la señora Watson refiriéndose a su esposo:
"—¿Prefiere que mande a James a dormir?"
Doyle vaciló mucho antes de dar con la mágica combinación de sílabas que designaría a su héroe. También dudó si elegir el título de la novela que acababa de escribir.
Por fin se decidió. Lo llamaría Un estudio en Escarlata.
Mandó la novela a James Payn, editor del Cornhill Magazine, con la esperanza de que se publicaría en folletín. Payn la elogió, la elogió mucho, la rechazó cortésmente. Era demasiado larga y demasiado corta para su revista.
¿Demasiado larga y demasiado corta? Payn se explicó. Demasiado larga para publicarse en un solo número; excelentemente corta para folletín.
Arthur remitió el manuscrito a Arrowsmith, otro editor. Se lo devolvieron sin leerlo. Lo mandó a Fred Warne & Co. El mismo resultado. Insistió, esta vez con Ward, Locke & Co.
Y allí lo aceptaron. Pero ¡en qué condiciones! Por de pronto, debía esperar un año para que se publicara. Y además, debía ceder a perpetuidad sus derechos de autor a cambio de la exigua suma de veinticinco libras.
Conan Doyle aceptó. Total, ya había escrito aquella condenada novela. Entretanto, empezaba otra, de tema histórico esta vez.
Y por fin, al concluir el año 1887, apareció el Estudio en el número de Navidad de una revista.
No ocurrió nada. El nacimiento de Sherlock Holmes pasó completamente inadvertido. Nadie comentó la novela.
Su obra histórica, Micah Clarke, tuvo por el momento mayor fortuna. Los comentarios fueron buenos. Andrew Lang, el gran crítico escocés, lo estimuló. Arthur proyectó una nueva novela histórica. Parecía haber olvidado por completo las ficciones detectivescas...
Pero ya entonces Sherlock Holmes empieza a interferir sus planes. Al editor norteamericano del Lippincott's Magazine le ha quedado grabada la historia de aquel detective de cara afilada. Almuerza con Doyle y le pide un nuevo trabajo con Holmes de protagonista. Incidentalmente, en aquel almuerzo Doyle conoció a Oscar Wilde.
La nueva novela — La señal de los cuatro— apareció a comienzos de 1890 simultáneamente en Inglaterra y en Estados Unidos. En Inglaterra no tuvo éxito. Los críticos no se ocuparon de ella. Pasó sin pena ni gloria.
Era como para mandar al diablo a Sherlock Holmes.
Entretanto, ¿qué había progresado el doctor Conan Doyle en los ocho años pasados en Southsea? Muy poco. Algunas novelas y cuentos publicados, una clientela que nunca fue abundante, unas pocas libras ahorradas.
Tenía 31 años. Quizá fuera mejor dedicarse seriamente a la medicina. Partió para Viena con el propósito de estudiar cirugía ocular.

Un escándalo... en Londres

"Para Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez la llama de otra manera. A sus ojos, eclipsa y prevalece sobre todas las de su sexo. Y no es que haya sentido alguna emoción parecida al amor con respecto a Irene Adler. Todas las emociones, y ésa en particular, eran aborrecibles a su mente fría y precisa, pero admirablemente equilibrada. Era, creo, la más perfecta máquina de razonar y de observar que haya visto el mundo; pero, como enamorado, se habría puesto en una falsa posición. Siempre habló con burla y menosprecio de las pasiones más tiernas. Esas cosas eran admirables para el observador, excelentes para levantar el velo que cubre los motivos y los actos de los hombres. Para el razonador adiestrado, sin embargo, admitir tales intrusiones en su temperamento sensitivo y perfectamente armonizado, equivalía a introducir un factor de distracción que podía volver dudosos todos los resultados de sus procesos mentales. Para una naturaleza como la suya, una emoción fuerte sería más perturbadora que un puñado de arenilla para un instrumento de alta precisión o una fisura en una lente de aumento..."
Con estas palabras, Conan Doyle subió el peldaño inicial del éxito. Con ellas comenzaba su cuento "Un escándalo en Bohemia", la primera de las "Aventuras de Sherlock Holmes" que empezaron a aparecer en el Strand Magazine a mediados de 1891. Hablar de éxito es poco. Fue una fulguración. El público hacía colas para adquirir un ejemplar de la revista, apenas aparecía. Doyle pensaba escribir seis cuentos. Se vio obligado a escribir muchos más antes de rehusarse definitivamente a seguir haciéndolo.
Lo que no había logrado con sus novelas históricas, ni tampoco con Un estudio en escarlata y La señal de los cuatro, lo lograba con aquellos cuentos publicados en una revista. Y se explica. Después de las largas novelas policíacas de Collins y de los folletines franceses, la brevedad y el brillo de las narraciones de Holmes eran un alivio. "Fue el triunfo del epigrama", comenta Dorothy Sayers.
Pero, ¿qué había sucedido entre diciembre de 1890, cuando Conan Doyle y señora viajaron a Viena, y julio de 1891, fecha en que apareció "Un escándalo en Bohemia"?
Muy sencillo. Arthur estudió cuatro meses en Viena, y de regreso se estableció como cirujano oculista en un barrio elegante de Londres. Pero si como simple médico nunca había tenido una gran parroquia, su fracaso en la nueva especialidad fue brutal. Ni un solo corto de vista, ni un astigmático, ni un solo enfermo de cataratas llamó a su puerta. Ni un miserable orzuelo curó el doctor Arthur Conan Doyle. Los pacientes no iban, sencillamente.
Abandonó la medicina y se lanzó por ese camino incierto de los que pretenden vivir de lo que escriben.
Por medio de su agente mandó al Strand el cuento arriba mencionado.
A fines de ese mismo año, el editor del Strand se mesaba los cabellos y se comía las uñas. El público clamaba por Sherlock Holmes, a él se le estaban acabando los últimos cuentos de la serie, y aquel animal de Doyle no quería saber nada más con su detective.
Para Doyle, los cuentos de Holmes no eran más que un medio de ganar dinero, lo que le permitiría dedicarse a sus amadas novelas históricas.
Escribió los seis relatos que completaron la serie. Y fue entonces —como ya hemos visto— cuando por primera vez resolvió eliminar al maldito Holmes. Y fue entonces cuando la madre de Arthur salvó la vida del detective, y no contenta con esto, dio a su hijo el tema para la última de las "Aventuras"... En febrero de 1892, se repitió la historia.
—¡Más cuentos! —clamaba el desesperado editor.
—¡Escríbalos usted! —gruñía Arthur.
—Pida lo que quiera —insistían de la revista.
—Ochenta y cinco libras por cada uno —dijo Arthur.
Era un disparate. Pero el precio fue aceptado inmediatamente.
¿Qué fascinación tan particular tenía aquel detective de nariz de halcón y ojos penetrantes a quien iban a visitar en su departamento de Baker Street hombres y mujeres de las más diversas condiciones, para exponerle los más abstrusos problemas?
Es difícil responder a esta pregunta. Pero de todas maneras, la gloria de Holmes no fue el fruto de una ilusión colectiva. Son muchos los factores que han hecho de él un tipo universal. No son sólo sus excentricidades, la originalidad de sus métodos, la novedad de los problemas que encaraba, sus respuestas enigmáticas. Es que Conan Doyle era, además, un gran escritor, un conocedor profundo de los secretos de su idioma, un hombre que había recogido en Macaulay y en Meredith y en Stevenson una riquísima herencia literaria. Nadie puede negar que Doyle ha legado al idioma inglés una vasta colección de aforismos, de epigramas, de "sherlockismos", como los ha llamado Ronald Knox.
Desde un punto de vista puramente policial, es posible que Holmes haya sido superado. Philo Vance, Ellery Queen y otros quizá hayan resuelto problemas más complicados, pero ninguno de ellos tiene, ni remotamente, la solidez y la fascinación de Holmes.
Si es preciso buscarle un equivalente, como personaje, sólo lo hallaremos, quizá, en el padre Brown, el sagaz personaje de Chesterton.
Resurrección
Pero, entretanto, Arthur había lanzado a su héroe al precipicio de Reichenbach, y ocho años más tarde aún recibía protestas de los lectores, súplicas de los editores, y lamentos de todo el mundo.
¿No podía resucitarlo?
—No —dijo Arthur.
Y sin embargo, entre agosto de 1901 y abril de 1902, los regocijados lectores del Strand leyeron por entregas El sabueso de los Baskerville, donde aparece nuevamente el detective.
¿Ha resucitado Sherlock Holmes?
No, aclara compungido el editor. Los hechos relatados en El sabueso ocurrieron antes de la muerte de Holmes, pero éste sigue aún en el fondo del abismo de Reichenbach.
Mientras tanto, la fama de Doyle sigue en aumento. Meredith, Kipling y otros grandes escritores ingleses lo honran con su amistad. El rey le otorga un título nobiliario. H. G. Wells le escribe: "Deberíamos felicitar a los que se han honrado al conferirle ese título".
Y por fin los norteamericanos triunfaron donde habían fracasado los compatriotas de Arthur. En 1903, éste recibió un ofrecimiento fabuloso. Si resucitaba a Holmes y lograba explicar satisfactoriamente el accidente de Reichenbach, le pagarían cinco mil dólares por cada cuento.
Cinco mil dólares. Digamos, modernamente, unos cien mil pesos de nuestra moneda.
Arthur se encogió de hombros. Aceptó.

Reflexiones y comentarios

"Holmes no murió en aquella caída —comentaron regocijadamente los periódicos ingleses—. En realidad, la caída no existió. Trepó por el lado opuesto del precipicio, para huir de sus enemigos, y dejó a Watson en la ignorancia de lo sucedido."
El público había hecho su voluntad. En el entusiasmo despertado por su resurrección, pocos repararon en lo endeble de la explicación. ¿Qué más daba? Lo importante era que Holmes nunca había muerto.
Después vino la apoteosis. Colas larguísimas se formaron en Southampton Street, para adquirir ejemplares de "El retorno de Sherlock Holmes".
Desde 1886 hasta 1927, Conan Doyle escribió en total 56 cuentos y cuatro novelas con Sherlock Holmes como personaje central. Esos cuentos y novelas han sido traducidos a todos los idiomas del mundo que merecen ese nombre, inclusive el islandés, el chino y dialectos africanos. El detective ha aparecido en más de cien películas (encarnado, entre otros, por John Barrymore, Basil Rathbone y Raymond Massey), en un millar de dramatizaciones radiales y quince obras de teatro. En los lugares más apartados del mundo —Tokio, Sidney, Copenhague—, se formaron sociedades de exégetas, cuya misión es comentar los textos en que aparece Holmes, elucidar la cronología de sus aventuras, buscar o explicar las contradicciones o los olvidos del inefable doctor Watson. Un músico, Harvey Officer, llegó a componer una "Suite de Baker Street", para violín y piano. En el reciente festival de Gran Bretaña, millares de personas visitaron la reconstrucción de la casa donde "vivió" Sherlock Holmes.
Se han escrito más de ochocientos libros acerca de Sherlock Holmes. Las parodias del personaje son innumerables: Hemlock Jones, Picklock Holes, Shamrock Jolnes, Thinlock Bones son sólo unos pocos de los nombres burlescos que asumió el detective. Watson se llamó, a su vez, Watsis, Whatsoname, Whatsup... En Las desventuras de Sherlock Holmes, Ellery Queen ha recopilado los mejores de esos pastiches.
La fama del personaje, como es natural, acompañó a su creador. Cuando la flota francesa visitó puertos ingleses en 1905, y se preguntó a la oficialidad qué personalidades británicas deseaban conocer respondieron:
—A su Majestad, el rey, y al almirante Fisher.
— ¿Alguien más?
La respuesta fue instantánea:
—A sir Arthur Conan Doyle.
Dos veces sir Arthur fue candidato al Parlamento. Le derrotaron las dos veces, pero sólo porque se empecinó en elegir distritos donde su partido no tenía ninguna posibilidad de triunfar. Cuando visitó los Estados Unidos, se lo recibió como a un rey. Durante la guerra mundial, el Foreign Office británico utilizó sus servicios. Incluso se pusieron en práctica algunas innovaciones militares propuestas por él: el casco de acero, un peto liviano para protección de la infantería, el bote inflable de goma para las tripulaciones de los buques. De aquella época data también el cuento "Su última reverencia", donde Holmes captura a un hábil espía enemigo.
En ningún momento Doyle había dejado de recibir cartas solicitando sus servicios para investigar casos de la vida real. En cierta ocasión, resolvió un problema colmado de detalles sensacionales y enigmáticos, que parecía entresacado de las páginas de sus libros. Un joven hindú, Jorge Edalji, que residía en Great Wyrley, había sido juzgado y condenado por un crimen abominable, que sólo podía ser obra de un maniático: la matanza de animales de la comarca, que se venía repitiendo durante muchos años, acompañada del envío de feroces anónimos a los vecinos más destacados del lugar. En esos anónimos se amenazaba proseguir la matanza, pero con seres humanos. Conan Doyle no sólo pulverizó todas las pruebas contra Edalji. Descubrió al culpable y el arma utilizada, y logró que Edalji fuera absuelto de culpa y cargo.
El caso de Joan Paynter también merece citarse, porque tiene una gran similitud con uno de los cuentos escritos anteriormente por Arthur. Joan era una muchacha de Hampstead, enfermera de un hospital. Se había comprometido con un joven danés, que bruscamente desapareció sin que volvieran a tenerse noticias de él. Desesperada, la muchacha escribió a Arthur una serie de cartas suplicándole que encontrara a su prometido. A base de esas cartas, Conan Doyle descubrió adónde se había dirigido aquel hombre y por qué había obrado así.
En 1912 se empeñó en resolver otro problema misterioso. Fue el célebre caso de Oscar Slater, acusado de asesinar a una anciana. Conan Doyle nunca creyó en su culpabilidad. Durante años libró una encarnizada campaña, y por fin descubrió que algunas de las pruebas utilizadas contra el acusado habían sido fraguadas por la propia policía. La sentencia fue revocada, y ése fue uno de los tantos casos que valieron a sir Arthur el título de "el paladín de las causas perdidas".

¿Epílogo?

El último cuento de Holmes apareció en 1927. Tres años más tarde, el 7 de julio de 1930, se extinguía en Windlesham la vida de sir Arthur Conan Doyle.
Una vida de prodigioso trabajo, en la que había ejercido todas las actividades imaginables: médico, oculista, escritor, voluntario de la guerra de los boers, deportista, político, investigador privado, autor teatral, polemista, orador, inventor, poeta en los años de su juventud, campeón del espiritismo en los de su laboriosa ancianidad...
Esta vez sí era indudable que Sherlock Holmes había muerto. Desaparecido el genio que le dio vida, parecía que ya nadie podría sacarlo de un abismo más profundo que el de Reichenbach.

¡Vuelve Sherlock Holmes!

Y sin embargo, la vitalidad del personaje es tan grande que el milagro se ha cumplido por segunda vez. La noticia corrió como un reguero de pólvora por los periódicos ingleses y norteamericanos... Sherlock Holmes ha resucitado. Sherlock Holmes sobrevive a su creador.
John Dickson Carr y Adrian Conan Doyle —el hijo de sir Arthur— acaban de escribir el primer cuento de una serie que se llamará "Las hazañas de Sherlock Holmes".
Con esta resurrección se cumple uno de los más caros anhelos de los aficionados a la novela policial. Quizá sea éste el comienzo de una obra hereditaria, trasmitida de generación en generación, destinada a perpetuar para siempre las proezas del héroe de Baker Street.
De todos los escritores policiales ingleses que viven en la actualidad, ninguno tan capacitado como Dickson Carr para llevar a cabo esta dificilísima tarea. Carr ha escrito nada menos que 59 novelas policiales —casi todas ellas traducidas a nuestro idioma— que se distinguen por su sostenida calidad. Es autor, por otra parte, de la más completa biografía de Conan Doyle publicada hasta la fecha. Es un estudioso y un estilista. Por si esto fuera poco, cuenta con la valiosa cooperación del hijo de Conan Doyle, quien sin duda podrá proporcionarle muchos datos de interés.
Para escribir "La aventura de los siete relojes", que hoy publica Leoplán, Carr y su colaborador han estudiado minuciosamente el estilo de Conan Doyle. Han tratado de ponerse en su lugar, de pensar como él, empleando las mismas palabras, los mismos giros característicos. Han analizado el ritmo de las frases de Doyle; su empleo de la puntuación, el número medio de palabras de cada párrafo, los diálogos y el ambiente. Y al servicio de esta maquinaria han puesto la indiscutible capacidad de argumentista que posee Dickson Carr.
Desde luego, un solo cuento no basta para juzgar en forma definitiva los resultados de este intento. Pero en lo que concierne a "La aventura de los siete relojes", puede afirmarse que esos resultados son excelentes. El personaje que aquí nos ofrecen Dickson Carr y Adrian Conan Doyle no sólo es Sherlock Holmes. Es Sherlock Holmes en sus mejores momentos.

Fuente: Walsh, Rodolfo (1987): Cuentos para tahúres y otros relatos policiales, Buenos Aires, Puntosur, págs. 171-186.

miércoles, octubre 21, 2009

FLIA de emergencia

martes, octubre 20, 2009

De cómo enchufarse a la conciencia orgiástica y explorar la apertura del organismo (sobre Deleuze y la brujería de Matt Lee y Mark Fisher)

El pensamiento de Deleuze es una usina de conceptos pero también una forma de pensar el mundo desde una perspectiva que supera las clásicas dicotomías del pensamiento filosófico y, por qué no, este pensamiento puede volverse un modo de comportarse, un modo de vida: un modo de composición. En los últimos años, en Argentina a partir de proyectos como Estación alógena y en otros países, a través de algunos investigadores que mencionaremos a continuación, se han empezado a explorar los vínculos entre el pensamiento deleuziano y la brujería (y demás prácticas anomales). Obviamente esta relación no es forzada ya que, se sabe, nuestro bienamado filósofo francés ha mencionado su inclinación por obras como la de Carlos Castaneda y en el libro escrito en colaboración con Felix Guattari, Mil mesetas (1980), podemos encontrar una sección de la meseta "1730: Devenir-intenso, Devenir-animal, Devenir-imperceptible..." bajo el subtítulo "Recuerdos de un brujo" que explora esta figura como algo vital para su idea de "manada". Al libro Nosotros, los brujos, compilación de artículos de diversos investigadores y ensayistas publicada por Santiago Arcos el año pasado, se le suma una pequeño y cautivante libro: Deleuze y la brujería de Matt Lee y Mark Fisher (Editorial Las cuarenta, 2009).

Este libro es una recopilación de dos artículos más un prólogo-artículo que explora las conexiones entre la filosofía deleuziana y la brujería. En general, la compilación remite a los conceptos de devenir, inmanencia, manada, cuerpo sin órganos y multiplicidad como centrales para pensar esta relación; recorre gran parte de la obra de Deleuze (cada autor hace su recorte particular desde Diferencia y repetición (1968) hasta los libros escritos junto a Guattari); y va estableciendo algunos lazos con brujos (Austin Osman Spare), prácticas de la brujería (la adivinación, los sigilos) y movimientos literarios y filosóficos (el gótico, el cyberpunk pero también el materialismo).

El prólogo de Juan Salzano se llama "Deleuze y la brujería" y trabaja con el tema de la naturaleza como un monstruo anomal (no anormal porque, tal como se explica en Mil mesetas, su diferencia antecede toda clasificación) y extático (en analogía con los monstruos de Lovecraft) y lo relaciona con la adivinación como práctica de brujos que siguen el "phylum de la materia-flujo". A ver, si bien el vocabulario puede parecer hermético y alocado (el artículo de Matt Lee, en este sentido, es mucho más académico, más estructurado, se ajusta más al vocabulario deleuziano típico y no juguetea tanto con el sentido), hay una idea de fondo del brujo (y de Deleuze) como aquel que se compone con la naturaleza, con el proceso y con lo imperceptible y esa idea resulta por demás interesante para, como señala Salzano, pensar en una "teratomancia del universo". Me parece un acierto el vínculo que se rescata y se teje en este prólogo entre la naturaleza, el monstruo y la inmanencia y el rol que cumpliría el brujo como aquel que puede captar lo imperceptible proponiendo una "ingeniería de lo imprevisto" que siga los soplos de la naturaleza.

Por su parte, el artículo de Matt Lee, "Recuerdos de un brujo", es una suerte de introducción a los conceptos centrales de la filosofía de Deleuze y Guattari que, luego, se plantea la exploración de un capítulo determinado de Mil mesetas y de los conceptos de "bloques de devenir", "manada", "multiplicidad" y, finalmente, la figura del brujo que también funciona como concepto: es el borde de la manada. Luego, establece los puntos de conexión entre el pensamiento de D&G con el de un oscurantista de principios del siglo XX: Austin Osman Spare y su teoría de los sigilos. Básicamente, la propuesta de Matt Lee se centra en retomar cierto vitalismo, que de la mano de Bergson, aparece en la filosofía deleuziana y que también tiene sus resonancias en las propuestas brujas de Osman Spare. Este vitalismo conduce, en el caso del brujo del siglo XIX, a la búsqueda de técnicas que logren "enchufar a la conciencia orgiástica", en otras palabras, explorar una "nueva sexualidad", una "creatividad aumentada y expandida". Como en el artículo de Salzano, hay un movimiento de retorno a lo preindividual, a lo preconciente que destruiría el ego y daría lugar a un "puro plano de inmanencia" sin sujeto ni objeto. Finalmente, Matt Lee señala que dos elementos pueden tomarse de los pensamientos cruzados de Deleuze y Osman Spare: el modelo de un "universo en devenir" y la experimentación como la técnica apropiada para este mundo.

Finalmente, Deleuze y la brujería recopila una serie de fragmentos del libro de Mark Fisher, Flatline constructs: gothic materialism and cybernetic theory-fiction, bajo el nombre "Materialismo gótico". La propuesta es tramar un pensamiento filosófico sobre el cuerpo, la cibernética y la actualidad sobre la mixtura entre el gótico, ese movimiento literario que trabaja entre lo orgánico y lo inorgánico, el terror y el miedo (vampiros, zombies, etc.) y el materialismo, para la lectura de un capitalismo tardío definido como la producción de máquinas por máquinas. Ahora bien, este materialismo gótico tiene una singular expresión en un concepto, flatline, que aparece en la novela clásica del cyberpunk, Neuromante (1984) de William Gibson. Este concepto, que indica la línea muerta de los electroencefalogramas cuando hay muerte cerebral, es utilizado por Mark Fisher para explorar el estado de suspensión entre la vida y la muerte, entre lo orgánico y lo inorgánico y llegar a desplazar la tensión entre la mente y el cuerpo como la tensión entre diferentes modos del cuerpo (catersianismo versus spinozismo). Fisher lee Neuromante para ver cómo, en la línea de Spinoza, la mente se ve como una "idea del cuerpo" y para resaltar una crítica de "la sabiduría y los límites del organismo"y de la "armonía orgánica". (crítica fundamental en la filosofía de Deleuze a partir de sus menciones a Spinoza y a Artaud pero también a través del concepto de "cuerpo sin órganos", hay un apartado muy lúcido sobre el tema en el artículo). El recorrido por la novela de Gibson se entrelaza con menciones al pensamiento deleuziano en el que el autor de Flatline constructs se detendrá de lleno en la segunda parte de la recopilación en la que analiza los concepto de "manada" y de "brujo", resaltando la forma de propagación de la "alianza" (en oposición a la filiación) y el caracter de "anomal" del brujo.

En definitiva, Deleuze y la brujería es un pequeño y estimulante libro que en su complejidad intenta una aproximación al pensamiento alternativo de la magia y la filosofía con el objetivo de indagar en una novedosa "práctica ética de relaciones con lo viviente", tal como lo sostiene Matt Lee en el final de su artículo, y en una concepción diferente del ser y del cuerpo.

Jornadas William Burroughs




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domingo, octubre 18, 2009

Bonavena y Saer frente a la realidad

Hace un par de años tuve la suerte de descubrir, gracias al artículo de Daniel Link, "Borges, él mismo" (en Cómo se lee, Norma, 2003), el libro escrito por Borges y Bioy Casares titulado Crónicas de Bustos Domecq (1967). En dicho libro, que recopila una serie de artículos críticos ficticios escritos por Bustos Domecq en donde los dos escritores parodian movimientos, estilos y autores, se encuentra una crónica en particular: "Una tarde con Ramón Bonavena". Esta crónica en cuestión se despacha contra el realismo a través de un autor que lo lleva al paroxismo escribiendo una serie de libros con descripciones detalladas de los objetos que ocupan un ángulo de su escritorio.
Ahora bien, cuando lo leía no pude evitar pensar en la obra de Saer y, sobre todo, en un cuento como "La mayor". A continuación van fragmentos de ambos textos. Me pregunto si Borges y Bioy no anticiparon a Saer y sus obsesiones de algún modo con esta crónica...

"[...] El rostro, casi inexpresivo y gris hasta entonces, se iluminó. A poco llegarían las palabras precisas, en aluvión.
—Mis planes, al principio, no rebasaban el campo de la literatura, más aún, del realismo. Mi anhelo —nada extraordinario, por cierto— era dar una novela de la tierra, sencilla, con personajes humanos y la consabida protesta contra el latifundio. Pensé en Ezpeleta, mi pueblo. El esteticismo me tenía sin cuidado. Yo quería rendir un testimonio honesto, sobre un sector limitado de la sociedad local. Las primeras dificultades que me detuvieron fueron, acaso, nimias. Los nombres de los personajes, por ejemplo. Llamarlos como en realidad se llamaban era exponerme a un juicio por calumnias. El doctor Garmendia, que tiene su bufete a la vuelta, me aseguró, como quien se cura en salud, que el hombre medio de Ezpeleta es un litigioso. Quedaba el recurso de inventar nombres, pero eso hubiera sido abrir la puerta a la fantasía. Opté por letras mayúsculas con puntos suspensivos, solución que no terminó de gustarme. A medida que me internaba en el tema comprendí que la mayor dificultad no estribaba en el nombre de los personajes; era de orden psíquico. ¿Cómo meterme en la cabeza de mi vecino? ¿Cómo adivinar lo que piensan otros, sin renunciar al realismo? La respuesta era clara, pero al principio no quise verla. Encaré entonces la posibilidad de una novela de animales domésticos. Pero ¿cómo intuir los procesos cerebrales de un perro, cómo entrar en un mundo acaso menos visual que olfativo? Desorientado, me replegué en mí mismo y pensé que ya no quedaba otro recurso que la autobiografía. También ahí estaba el laberinto. ¿Quién soy yo? ¿El de hoy, vertiginoso, el de ayer, olvidado, el de mañana, imprevisible? ¿Qué cosa más impalpable que el alma? Si me vigilo para escribir, la vigilancia me modifica; si me abandono a la escritura automática, me abandono al azar. No sé si usted recuerda aquel caso, referido, creo, por Cicerón, de una mujer que va a un templo en busca de un oráculo y que sin darse cuenta pronuncia unas palabras que contienen la respuesta esperada. A mí, aquí en Ezpeleta, me sucedió algo parecido. Menos por buscar una solución que por hacer algo, revisé mis apuntes. Ahí estaba la clave que yo buscaba. Estaba en las palabras un sector limitado. Cuando las escribí no hice otra cosa que repetir una metáfora común y corriente; cuando las releí me deslumbró una especie de revelación. Un sector limitado. . . ¿Qué sector más limitado que el ángulo de la mesa de pinotea en que yo trabajaba? Decidí concretarme al ángulo, a lo que el ángulo puede proponer a la observación. Medí con este metro de carpintero —que usted puede examinar a piacere— la pata de la mesa de referencia y comprobé que se hallaba a un metro quince sobre el nivel del suelo, altura que juzgué adecuada. Ir indefinidamente más arriba hubiera sido incursionar en el cielo raso, en la azotea y muy pronto en la astronomía; ir hacia abajo, me hubiera sumido en el sótano, en la llanura subtropical, cuando no en el globo terráqueo. El ángulo elegido, por lo demás, presentaba fenómenos interesantes. El cenicero de cobre, el lápiz de dos puntas, una azul y otra colorada, etcétera.
Aquí no pude contenerme y lo interrumpí:
—Ya sé, ya sé. Habla usted de los capítulos dos y tres. Del cenicero sabemos todo: los matices del cobre, el peso específico, el diámetro, las diversas relaciones entre el diámetro, el lápiz y la mesa, el diseño del dogo, el precio de fábrica, el precio de venta y tantos otros datos no menos rigurosos que oportunos. En cuanto al lápiz —todo un Goldfaber 873— ¿qué diré? Usted lo ha comprimido, mediante el don de síntesis, en veintinueve páginas in octavo, que nada dejan que desear a la más insaciable curiosidad.
Bonavena no se ruborizó. Retomó, sin prisa y sin pausa, la conducción del diálogo.
—Veo que la semilla no cayó fuera del surco. Usted está empapado en mi obra. A título de premio, le obsequiaré un apéndice oral. Se refiere, no a la obra misma, sino a los escrúpulos del creador. Una vez agotado el trabajo de Hércules de registrar los objetos que habitualmente ocupaban el ángulo nor-noroeste del escritorio, empresa que despaché en doscientas once páginas, me pregunté si era lícito renovar el stock, id est introducir arbitrariamente otras piezas, deponerlas en el campo magnético y proceder, sin más, a describirlas. Tales objetos, inevitablemente elegidos para mi tarea descriptiva y traídos de otras localidades de la habitación y aun de la casa, no alcanzarían la naturalidad, la espontaneidad, de la primer serie. Sin embargo, una vez ubicados en el ángulo, serían parte de la realidad y reclamarían un tratamiento análogo. ¡Formidable cuerpo a cuerpo de la ética y de la estética! A este nudo gordiano lo desató la aparición del repartidor de la panadería, joven de toda confianza, aunque falto. Zanichelli, el falto en cuestión, vino a ser, como vulgarmente se dice, mi deus ex machina. Su misma opacidad lo capacitaba para mis fines. Con temerosa curiosidad, como quien comete una profanación, le ordené que pusiera algo, cualquier cosa, en el ángulo, ahora vacante. Puso la goma de borrar, una lapicera y, de nuevo, el cenicero. [...]"

Bioy Casares, Adolfo y Borges, Jorge Luis (1992 [1967]): "Una tarde con Ramón Bonavena" en Crónicas de Bustos Domecq, Buenos Aires, Losada, págs. 24-27.

"Ahora estoy encendiendo, la llama que ha subido, después de una minúscula explosión, hacia la boca, un cigarrillo, y el humo flota, a la deriva, pasando, reapareciendo, desintegrándose, cristalizando en una ondulación continua, ardua, deslumbrante. En la cabeza negra del fósforo que sostengo, vertical, entre el pulgar y el índice, la llama, anaranjada, ondula, cambia, y sigue siendo, si se quiere, la misma, se tuerce, se retuerce, ondula, hacia la izquierda, hacia la derecha, hacia arriba, se enrosca, lenta, en el cabo de madera del fósforo, ennegreciéndolo, consumiéndolo, la llama que ahora baja hacia los dedos, mientras a su paso, arriba, el cabo de madera, negro, se dobla, se desintegra sin, sin embargo, desmoronarse todavía, el cabo negro que se parte, por fin, en dos, cuando la llama alcanza los dedos haciendo, rápidamente, sacudir la mano cuyo movimiento, violento, repetido, la apaga. Queda, entre los dedos, un pedacito de madera de medio centímetro, con la punta negra. Sobre el pantalón gris claro, la ceniza negra, cuya cabeza, dura, está todavía intacta. Mientras el índice y el pulgar de la mano izquierda sostienen, vertical, el cabito de madera con la punta negra, los dedos de la mano derecha recogen, delicadamente, la ceniza, la cabecita negra, del pantalón, desmenuzándola, dejándola caer entre el sillón y la biblioteca, en el suelo. Los pedacitos, las motas, apenas si se ven sobre el mosaico amarillo. Los dedos de la mano derecha han quedado, en la yema el pulgar, en el costado y en la yema el índice, ligeramente en la yema el medio, tiznados por la ceniza: manchas negras. Queda, entre los dedos de la mano izquierda, no más largo de medio centímetro, con la punta negra, mudo, el pedacito de madera: ¿hubo, alguna vez, otra cosa, entre los dedos, que un pedacito de madera, ínfimo, no más largo de medio centímetro, con la punta negra?; ¿hubo, en el aire, moviéndose, viva, anaranjada, brillante, entre los dedos, una llama? El cigarrillo humea, consumiéndose, en el cenicero. Y si hubo, alguna vez, entre los dedos, brillante, en el aire, anaranjada, una llama, fue, por decirlo así, ¿en qué mundo? ¿Estuvo estando, estuvo estando estando, está estando, está estando estando, está todavía estando, está todavía estando estando? Estuvo estando y estuvo estando estando y está estando y está estando estando y está todavía estando y está todavía estando estando. El cabo con la punta negra cae, cuando los dedos dejan de aferrarlo, sobre el mosaico amarillo. Ahora los dedos tiznados recogen del cenicero, llevándolo de un solo movimiento brusco a la boca, el cigarrillo."

Saer, Juan José (1998 [1976]): "La mayor" en La mayor, Buenos Aires, Seix-Barral, págs. 24-25.

jueves, octubre 15, 2009

Little Nemo in Slumberland


Tal vez, Little Nemo in Slumberland sea una de las historietas que mejor supo plasmar la lógica de los sueños. Esos colores, esas formas, esos cuadros, esos personajes: todos los elementos de la historieta de Windsor McCay funcionan en conjunto para invocar un show onírico deslumbrante. En esta página, Comic Strip Library, pueden leer (y bajar) gran cantidad de episodios de esta historieta. También encontrarán Dream of Rarebit Friend (también de McCay) y Krazy Kat, tira surrealista fundamental de George Herriman. ¡Que las disfruten!

sábado, octubre 10, 2009

Qué es ser contemporáneo

viernes, octubre 09, 2009

Mundo nuevo


Digámoslo: nuestro hermanos uruguayos llevan la posta en la digitalización de revistas literarias. Prueba de esto es la página Publicaciones periódicas del Uruguay en la que se pueden encontrar, entre otras revistas del siglo XIX y el XX, la mítica Mundo Nuevo, revista de mediados de los 60, dirigida en su primera etapa por Emir Rodríguez Monegal, acusada de solventarse con fondos de la CIA y en la que se pueden leer varios artículos de su director pero también de Severo Sarduy y primicias del momento de Manuel Puig (que estaba editando La traición de Rita Hayworth), Néstor Sánchez, Clarice Lispector, etc. Échenle un vistazo, valen la pena.

PD.: ¿Cuándo tomaremos, los argentinos, la impronta y digitalizaremos revistas como Los libros, Contorno, Literal o Punto de Vista para subirlas de forma gratuita a Internet? Por las últimas noticias referidas a los derechos de autor (vèanse los casos: Potel, convenio CADRA-UBA y la intimación y el cierre reciente de nuestra querida Bibliofyl) , creo que es tan sólo una utopía.

miércoles, octubre 07, 2009

Todos somos Osvaldo Lamborghini (Entrega 2)

Todos somos Osvaldo Lamborghini (Entrega 1): "La seducción del gesto" de Antonio Marimón (Punto de Vista, nº 36, 1989).

Hace un tiempo largo (véase la Entrega 1), me proponía, debido al revival de la obra de Osvaldo Lamborghini durante el 2008, recuperar algunos artículos críticos sobre sus textos. Empecé por el de Marimón que plantea una perspectiva bastante cuestionadora, cierta desconfianza en relación con el gesto lamborghiniano y ahora, sigo con uno de las primeras reseñas que se publicaron sobre El fiord (1969). Esta reseña escrita por Oscar Steimberg apareció en la revista Los libros, también en 1969, y de algún modo anticipa muchas de las líneas de lectura que luego, en los 80, se encargarían de explorar los sentidos de la ¿obra? lamborghiniana. Por lo demás, me gusta el estilo de Steimberg porque realiza algunas críticas solapadas (a la crítica, a los lectores y sus expectativas y al mismo OL), porque sabe señalar los puntos esenciales del trabajo formal y estilístico en el texto de Lamborghini y porque pone en relación a El fiord con la serie literaria del momento (vean su mención de la "pornolucidez" y de la obra de Puig). ¡Que la disfruten!

"Osvaldo Lamborghini
El Fiord
Ed. China-Town, 50 págs.

¿"Y por qué, si a fin de cuentas" la pornolucidez está presente en la literatura desde hace tanto tiempo, El Fiord despierta tanta resistencia en sus lectores, o les impide reflexionar sobre él? Podemos volvernos —ferozmente— ingenuos, ferozmente incomprensivos y responder que la razón debe buscarse en el hecho de que las palabras de El Fiord intentan rescatar otro mundo de palabras todavía sumergido, todavía prohibido, constituyendo algo así como una literatura "underground" para adultos, escrita por adultos devueltos a la ternura de la vocalización no comprometida después de haber mordido, a conciencia, la mordaza voluntaria de la razón, de la razón de partido y de la razón superadora de la irracionalidad de partido. Y habría algo de eso, en la medida en que el objeto mayor del trituramiento al que los personajes de El Fiord se someten unos a otros es el lúcido Sebastián, al que "no se le da de comer ni de cojer" porque su problema es saber si alguien figura "en el gran libro de los verdugos" o "en el de las víctimas".
Pero para que fuera realmente posible buscar el nudo y el origen de El Fiord en el abandono de la moral por las palabras —las palabras del sentimiento, las palabras prohibidas de los exabruptos— hubiera sido necesario que en algún sector del habla cotidiana hubiese existido, alguna vez, la posibilidad de encontrar expresiones como "atigrado colchón" o "turro maíz". Y no: El Fiord dificulta en cada línea la división de tareas que confiere sólo al crítico la condición de privilegiado "bricoleur" de signos ya plasmados, hablados, organizados en discurso. Aquí la crítica parece haberse iniciado antes de tiempo; invadiendo la escritura literaria en su mismo dominio, y llevando la reflexión sobre los signos ya existentes —en este caso, los signos de una retórica lunfardo-hispanizante que atraviesa toda la narración— a la temperatura, la espontaneidad y la imprevisibilidad de un relato apocalíptico.
Por supuesto, son muchos los que actualmente —también entre nosotros— convocan los sentidos del mundo a través de una transposición o un cambio de contexto de los lenguajes ya existentes; pero no es fácil establecer una conexión inmediata entre un lenguaje como el que en la obra de Manuel Puig es hablado por los personajes, para disfrazar y socializar los deseos que harían estallar su mundo, y el lenguaje de Osvaldo Lamborghini en El Fiord. Aquí las palabras estereotipadas de la política partidista o la cotidianeidad escatológica no ocultan deseos ciegos, mudos; atraen hacia sí al personaje que los invoca arrastrándolo a través de transformaciones que articulan la toma de conciencia política con el terror a la castración, la preocupación por la buena forma con la imposibilidad de definir con certeza los límites del propio cuerpo o del propio sexo. La lucidez y el deseo no se excluyen: cohabitan en una corriente de palabras que excluye, sí, el momento —tan atroz como puede serlo una orgía de monstruos en dos ambientes únicos, cerrados y que además se comunican— en que las palabras empiezan a vocalizarse, en que la necesidad de pronunciarlas se manifiesta como una pulsión que no podría surgir sino de nosotros mismos. El protagonista de El Fiord no conoce el momento en que el tono de las palabras se ensaya, en que se elige el grado de calidez de la voz; y esto no constituye sólo una amputación, sino también una ventaja. Hay una infinita seguridad detrás de la afirmación de que "la obligué —y no orgaché, como dice Sebas"; hay un juego infantil y jubiloso que brota del descubrimiento de que se vive en un mundo hecho de tonalidades de significación que serán las nuestras, recortadas por un mapa de palabras que encontraremos, cada una en el momento debido, a nuestro paso. La conciencia, el terror, la anomia y el buen gusto hablarán, por etapas, a través nuestro; se confirmará la existencia de esa lógica que habíamos percibido, ya, en los discursos de los que son hablados en torno nuestro; sentiremos en nuestra propia boca la diafanidad de la corriente que arrastra, uniéndolas, las postulaciones de la extrema izquierda y de la extrema derecha.
Pero de pronto, punto. Cerrar, cortar, y a otra cosa. Porque descubrimos que las palabras se repiten, que el relato recomienza. El Fiord es un juego para adultos; exige conclusiones, fallos definitivos. O el reconocimiento de que no es solamente la verdad lo que nos interesa.

Oscar Steimberg"

Fuente: Steimberg, Oscar, “Reseña de El fiord”, Los Libros, nº 5, 1969, pág. 24.

lunes, octubre 05, 2009

Proverbios para paranoicos (Vía Pynchon)



Paso en limpio algo de sabiduría pynchoniana:

Proverbs for paranoids

Proverbs for Paranoids, 1: You may never get to touch the Master, but you can tickle his creatures. (Pynchon, Thomas. The gravity´s rainbow, 238, ed. digital)

Proverbs for Paranoids, 2: The innocence of the creatures is in inverse proportion to the immorality of the Master. (241, ed. digital)

Proverbs for Paranoids, 3: If they can get you asking the wrong questions, they don’t have to worry about answers. (252, ed. digital)

Proverbs for Paranoids, 4: You hide, they seek. (262, ed. digital)

Paranoids are not paranoids (Proverb 5) because they’re paranoid, but because they keep putting themselves, fucking idiots, deliberately into paranoid situations. (293, ed. digital)


Proverbios para paranoicos

Proverbios para paranoicos, 1: Quizá nunca logres tocar al Maestro, pero puedes hacerles cosquillas a sus criaturas. (359, ed. en español)

Proverbios para paranoicos, 2: La inocencia de las criaturas es inversamente proporcional a la inmoralidad del maestro. (364, ed. en español)

Proverbios para paranoicos, 3: Si ellos logran que hagas las preguntas equivocadas, no tienen que preocuparse por las respuestas. (380, ed. en español)

Proverbios para paranoicos, 4: Tú te escondes, ellos buscan. (395)

Los paranoicos no son paranoicos (Proverbio 5) porque sean paranoicos, sino porque siguen metiéndose deliberadamente, los malditos imbéciles, en situaciones paranoicas. (438, ed. en español)
 

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