martes, octubre 27, 2009

Por las promesas incumplidas: "Un estremecimiento, por favor. (En torno al cuento fantástico y de suspenso)" (Rodolfo Walsh)


Un estremecimiento, por favor. (En torno al cuento fantástico y de suspenso) (Rodolfo Walsh)

Una escritora inglesa, autora de novelas policiales y traducciones de los clásicos, de ensayos eruditos y divagaciones excéntricas, de poemas no leídos y dramas neo-medievales, ha señalado que el arte de atormentarse a sí mismo es antiquísimo. Se refería Dorothy Sayers, naturalmente, a la literatura policial y fantástica. Dos géneros que se dirían opuestos, ya que uno postula el ejercicio del razonamiento y el otro lo excluye, pero que, singularmente, van dirigidos a un mismo sector del público y son cultivados con frecuencia por los mismos autores, y hasta incluidos en antologías comunes, bajo la denominación de "relatos de misterio". Un misterio, pues, un enigma, es un tema tan rico en posibilidades que tanto aclarándolo como dejándolo insoluble se puede escribir con él un cuento o una novela...
¿Cuándo nació el género fantástico? Sería muy difícil establecer la fecha. Todas las antiguas literaturas cuentan con instancias aducibles. Inclusive se ha dicho que así como la poesía fue antes que la prosa, así la literatura fantástica es anterior al realismo y, por lo tanto, es la primera literatura. Todos los grandes libros de la antigüedad, empezando por los poemas homéricos y la Biblia, abundan en episodios sobrenaturales. Sin contar las leyendas y los mitos, que son como los sueños primordiales de los hombres y participan del carácter fantástico de los sueños.
Lo dilatadamente episódico, sin embargo, lo arbitrario, conspira contra los fines del arte, y llega un momento en que es necesario recoger las tentativas anteriores, refinarlas y ceñirlas y sujetarlas a una finalidad específica. Esto lo hace en el siglo pasado Edgar Allan Poe. Poe introduce nuevos temas y nuevo enfoques, introduce sobre todo una técnica narrativa nerviosa, ágil y precisa, que hasta hoy permanece casi insuperada, y obra un renacimiento de la literatura fantástica. Antes de él —queda dicho— existió el género. Inclusive en las letras norteamericanas puede citarse esa leyenda maravillosa de Rip Van Winkle. Pero después de él, algo ha cambiado. Ya no se puede escribir como antes, amontonando episodios en una masa informe. La obra de Poe es de purificación, de poda, de síntesis: atrapar la idea básica y seguirla sin desviaciones, sin hojarasca, ateniéndose al efecto único que se desea producir.
El Caso del Señor Valdemar es para algunos críticos el mejor de sus cuentos. Ciertamente sería aventurado señalarle defectos. La revelación final está sabiamente sugerida, anticipada, pero no pierde nada de su fuerza. Y el efecto, en este caso de horror, está plenamente conseguido. Pero El Caso del Señor Valdemar tiene otro detalle de interés: basta leerlo con atención para comprobar que pertenece en rigor a ese desarrollo lateral de la literatura fantástica que ha adquirido en nuestros tiempos un auge fabuloso: el science-fiction.
El science-fiction, o literatura de anticipación, tematiza acontecimientos posibles dentro del marco de las adquisiciones científicas que se han ido sucediendo de tres siglos a esta parte. No hay un solo invento moderno de importancia que no haya aparecido primero en la ficción que en la realidad.
H. G. Wells ha sido probablemente el más versátil o informado de sus cultores. Un hombre invisible, un viaje en el tiempo, una invasión de Marte son algunos de los arduos asuntos que resolvió con autoridad y maestría. Su aptitud sociológica, su humor, su estilo, lo colocan muy por encima de un autor simplemente popular, aunque esto también lo era en el mejor de los sentidos. Pero la mayor de sus virtudes fue quizás su "visión apocalíptica", que le permitió figurar vastos cuadros de destrucción y de pánico, como en El Astro.
El talento multiforme de Jack London (marinero, vagabundo, cazador de focas, buscador de oro, y sobre todo hombre íntegro y generoso) tampoco pudo sustraerse al science-fiction. En La Sombra y el Destello maneja un tema fascinante que compensa lo sumario, quizá, de la caracterización.
En El señor Lupescu, de Anthony Boucher, retornamos a la forma más tradicional del género, aunque encierra en verdad dos cuentos: uno que llega hasta el penúltimo párrafo y es un excelente relato policial; otro que empieza donde termina el anterior y en poquísimas líneas presenta todo bajo un nuevo aspecto, con un fulgurante vuelco hacia lo fantástico. Esta proeza nada común ha convertido a El señor Lupescu en un favorito de las antologías. Boucher, cuyo verdadero nombre es William White (escribe también con otros seudónimos), es, en los Estados Unidos, el crítico más prestigioso de libros policiales y autor él mismo de varias novelas. Un detalle de interés para el lector argentino es que Boucher se ha ocupado en alguno de sus artículos de nuestra literatura policial, y tradujo al inglés el relato de Jorge Luis Borges que hace unos años ganó un premio en un concurso de la famosa revista de Ellery Queen.
El relato de Matheson* actualiza en forma por cierto inquietante los vagos temores que comenzó a sentir el hombre cuando dejó de considerarse el centro del universo y dirigió la mirada a otros mundos, a otros seres posibles, acaso más evolucionados, acaso hostiles.

* En el texto de Leoplán -quizá por la necesidad de adecuarlo a último momento al espacio disponible- faltaría el párrafo que Walsh dedicaba a alguna obra del escritor norteamericano Richard Matheson, autor de Soy leyenda (1954), Nacido de hombre y mujer (1954), The shrinking man (1956), The shores of space (1957), A stir of echoes, etc. (N del E.)

Fuente: Walsh, Rodolfo (1987): Cuentos para tahúres y otros relatos policiales, Buenos Aires, Puntosur, págs. 189-192.

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