martes, marzo 24, 2015

Todos somos Osvaldo Lamborghini (Entrega 8)

Entrega 1: "La seducción del gesto" de Antonio Marimón (Punto de Vista, nº 36, 1989).
Entrega 2: Reseña sobre El fiord de Oscar Steimberg (Los Libros, nº5, 1969).
Entrega 3: "[Sobre] Sebregondi retrocede" de Héctor Libertella (en Nueva escritura en Latinoamérica, 1977).
Entrega 4: "De la inasible catadura de Osvaldo Lamborghini" de Sergio Chejfec (Babel, nº 10, 1989).
Entrega 5: "Lengua: ¡sonaste!" de Alan Pauls (Babel, nº 9, 1989).
Entrega 6: "Tipos de guerras" de Luis Chitarroni (Babel, n° 9, 1989).
Entrega 7: "Literatura experimental" de Josefina Ludmer (Clarín, 25/10/1973)

Tengo esta serie de posts bastante abandonada. El boom Lamborghini se fue diluyendo con el tiempo y ahora queda su escritura en tensión con un canon alternativo que busca encerrarla y su potencia indómita imposible de sujetar. En todo caso, revolviendo unos papeles, encontré otros textos críticos que leen los textos de OL en los años 90. Adjunto, entonces, una lectura de Horacio González, pronunciada en 1996. ¡Que la disfruten!

La frase-hecha. Literatura e historia a propósito de El Fiord (Horacio González)

Sobre El Fiord de Osvaldo Lamborghini, muchos han escrito o han pensado. Sobre ese Fiord me animo a escribir por haber aceptado una cauta sugerencia de Liliana Lukin. Desoírla, me hubiera incomodado. Acatarla, tampoco consigue ser una incomodidad remediada. A quienes no lo leímos en su momento —¿pero qué momento es el que nos corresponde?— El Fiord sorprende como un imposible literario. O si se desea, como una inaudita abreviatura —ya veremos esto— que la pura ideología es capaz de hacer con la historia. El consuelo del que se resiente por las fallas en su contemporaneidad, consiste en postular que lo único que nos permite leer es quedarnos por fuera de determinado tiempo. Ante esto, ¿qué respondería el que apenas ve el placer de la comprensión siendo coetáneo o concomitante a los hechos? Que nada está destinado a sorprender sino en el momento en que fue escrito. Sin embargo, si El Fiord fuera una anunciación —una anunciación, digamos inicialmente, sobre el horror de y en la historia argentina— el gusto oscuro de la premonición solo lo logra la conciencia simultánea, y el deleite efervescente del hecho cumplido, apenas lo saborea la conciencia ulterior o sucesiva. ¿Qué es mejor para nosotros, sufrir la tensión del anuncio o verlo ya consumado?
La literatura de Osvaldo Lamborghini parece tomar esta aflicción como materia, Y de ahí, creo, su profunda meditación sobre la frase hecha, o más ampliamente, sobre el peso de la frase hecha en la historia. El Fiord vive buscando la frase original entre las frases hechas, frases congeladas para las que no hay sujetos sino humanidad, no hay pensamiento sino creencia, no hay historia sino expectativa, no hay progreso sino resignación y contienda. La locución prefabricada es la partícula momificada que persiste en el repudio íntimo de quienes la emplean. Sienten que deben hablar con palabras-cadáver y sin embargo ellas permiten situarnos en la enorme mortandad con la que se nos presenta inevitablemente el mundo, por lo menos, el mundo del lenguaje. Ya manufacturadas, ya pronunciadas, esas frases nos otorgan el enigmático derecho de decirlas como si fuera la primera vez. En realidad, es el hablante con frases hechas —frases hechas que no son capaces de señalarse a sí mismas— el que pone a punto toda la literatura. La frase-hecha puede ser el temor de nuestras vidas, pero si el clishé inadvertido no tiene severos enemigos es porque lo hace todo soportable al combinar el ejercicio de la pertinacia con la creencia en la autenticidad. No creemos que erramos más al pronunciar frases sin ton ni son, que al decir la frase hecha, que es la actitud contraria. En la frase sin ton ni son, recibimos y saludamos la alegría de hablar. La historia solo ideológica, la historia con cuerpos, es cierto, pero sin economías ni sentido común, es la historia en el péndulo que se traza entre la frase desubicada y la frase prefabricada, la frase como letra o como sigla. Entre ambas, podemos poner el afán de Osvaldo Lamborghini en El Fiord.
La historia como frase hecha en la letra o en la sigla, es la historia detenida. No deja de serlo por estar aprisionada, pero pierde pulsación y vida. La putrefacción de la historia es una frase que Osvaldo Lamborghini le atribuye a Lenin en Las Hijas de Hegel, un breve cuento escrito en Mar del Plata por lo menos 15 años después de El Fiord. La historia desquiciada por un acontecimiento de la carne, entendida como una degradación fatal en dirección a lo hediondo, vendría a ser lo contrario de una sigla, de una construcción intelectual paralizada. Pero la idea leninista de corrupción de la carne —en este caso la carne burguesa— no se corresponde exactamente con la idea de lo descompuesto en Lamborghini. Lo que se descompone en él, como en un trance ensimismado, una suerte de Macedonio Fernández Obsceno, equivale a un intento de romper el orden del lenguaje. Empleo aquí esta expresión conocida por todos, como si la literatura pudiera convertirse en una tragicomedia foucaultiana (perdónese el conjunto de esta expresión) y como si ninguna palabra estuviera segura en un espacio establecido por lo que vendría a ser una fatua institución lingüística. Osvaldo Lamborghini propone en El Fiord la destrucción trascendental de las instituciones oficiales —como las llamó Freud— y de las instituciones éticas basadas en el signo del lenguaje, como las llamó Hegel. Instituciones artificiales o de signos, la familia de Hegel y Freud, basadas en el amor y en el suplicio, a las que había que disolverlas por medio del goce estupendo del redactor filosófico que hace añicos un lenguaje histórico extremando su ritual ideológico y haciendo de la política una antropofagia fanática.
Intercalo dos escritos salidos en el mismo día 28 de junio en Clarín —una manera no distante a la ironía de mentar esta afable reunión— para acercarnos a cierto modo lamborghiniano de tomar las frases hechas, las frases de la institución. Estos dos escritos se refieren, uno al aniversario de la muerte de Augusto Timoteo Vandor, uno de los fantasmas que recorren El Fiord y el otro a una eufórica salutación que un aficionado a un club de fútbol le dedica a su entrenador de buena estrella. (El lector puede apreciar ahora la imagen visual de estos dos recortes periodísticos, luego de los cuales prosigue este escrito).


Si se quiere son los dos extremos del arco de un periódico, la lápida conmemorativa a la congratulación festiva, la remembranza devota o la jactancia de la inmortalidad. El escrito de la Unión Obrera Metalúrgica nos coloca frente a un abismo pues si quisiéramos, podríamos leer allí los pujos de Atilio Tancredo Vacán, que emerge en El Fiord con una boquita no mayor que un punto de un lápiz, nacido, parido, escupido y caído dentro de una bolsa como una momia azteca. Las iniciales de un nombre, son la maqueta bordada de una alegoría que, como las verdaderas alegorías, no reclaman el sentido sino que lo expulsan. Si hay un vaticinio en El Fiord solo podría ser el de la búsqueda de una oculta fuerza que martiriza todos los conjuntos humanos, una “putrefacción” que se investiga con la precaria brújula de las iniciales de los nombres. Nombres que cargan un choque en la historia y que los ingenuos ven como un destino fácil de percibir y que los duchos suelen desdeñar por insuficientes. ¿Esta solicitada de la UOM se podría considerar ya escrita si recombináramos de alguna manera casual —una entre varios millones, quizás— todos los gajos del idioma partido de El Fiord? Y al revés ¿es posible considerar este idioma de ceremonia oficial metalúrgica, que no se priva de decir tragedia, oscuros intereses e insignie dirigente, como una palabra moldeada en un orden al que El Fiord ya había escuchado en las catacumbas patológicas de la lengua?
En cuanto a la jaculatoria velezana querríamos observar la oración que desea que el tiempo se detenga para que el 30 de junio, día del retiro del bienaventurado adiestrador, no llegara nunca. ¿Cómo haremos para mirar el banco y no verlo a Carlitos? Es evidente que aquí estamos ante un deseo: que el tiempo se enfríe para siempre. Esta eternidad está invocada por una voz colectiva, la de “nuestra tribuna”, que habla a modo de un vasto resumen que no dejará nada fuera del presente compartido. En El Fiord hay frases así: flotaba en el aire que estábamos ante grandes cambios. Aquí habla una conciencia colectiva sobreviviente. Un alma destemplada pero en sosiego que ya lo ha visto todo y está en condiciones de hacer un balance condescendiente. Se trata de un plural que corresponde al testigo que resta con su voz para relatar la gesta, la orgía, el festín. Osvaldo Lamborghini, según creo —pero esta es una creencia que solo me trae el azar de la lectura de un periódico— es capaz de reutilizar esa frase que corresponde al relato colectivo de una falta o añoranza —el hincha fanático— o de una expectativa —los poetas de la revolución.
En ambos casos se trata de un trabajo de maldición hecho sobre la frase-hecha, pero sin abandonarla. Tan solo poniéndola en estado de despojo, colocando su pellejo reventado en las más diversas emulsiones anímicas. Tal es el soplo mayor de la ideología de la historia lamborghiana que se le opone al progresismo. Candoroso, el progresismo —una palabra que especialmente no nos gusta, pero que es la palabra más frontal y timbrada del propio progresismo— es al fin la aceptación de que no hay más que un único plano del lenguaje y un único plano de la comprensión. Ese solo plano reposa sobre la confianza de que las intenciones se agotan, se declaran y se disuelven armoniosamente en el lenguaje que las sirve. El progresismo como intención literaria impide leer estremecido, desconsidera la literatura de anunciación y le adjudica motivaciones reaccionarias al rechazo fáustico de la inteligibilidad burguesa. El Hegel de Osvaldo Lamborghini es en cambio el que consigue escribir con palabras que intentan escapar a la argumentación —alguien que sabía bien lo que decía ha señalado esto— lo que al fin sería una amenaza a la idea de progreso inmanente. Osvaldo Lamborghini parece pertenecer a esta discusión, un brillo de fraude y neón es una de sus conocidas frases hechas —todo en él, en verdad, es frase hecha— que después vuelve a escribir en sus escritos marplatenses. Un Hegel que ya ha llegado al lenguaje como autoconciencia de brillo y falsedad, un "hegel" que se anula a sí mismo al convertir toda su parábola del amo y del esclavo en una adulteración que resplandece en el espejismo luminoso del fiord.
Insoportables aun hoy —y habría que investigar si lo necesario está adherido para siempre a ciertos escritos— los cuentos y noveletas de Osvaldo Lamborghini hacen de la frase hecha una exaltación a la disgregación general de la materia. Al hacer sobre lo ya hecho, deshace, deja solo una bacanal de puras voces sin cuerpos: el Loco tenía dientes postizos, nariz de cartón, una oreja ortopédica de sarga. Esa marioneta solo continúa infundiendo pavor cuando se transfiere al brillo inauténtico de las palabras fosforescentes, que le dan a él la identidad del gesto con que se lo quiebra. El loco es mordido y se transforma en el Mordido, es capado y se transforma en el Capado, es apretado y se transforma en el Apretado, es baleado y se transforma en el Baleado, está sangrante y se transforma en el Sangrante. El chorro enloquecido de la sangre acaba siendo un sujeto pensante, como resultado de que el escritor se decide por una desesperada asociación de ideas. Todo es asociable a todo porque finalmente hay un nominalismo bestial que deja al mundo en estado de pujo político, pues toda acción lleva a un nombre. Entre el nombre y el asco se halla Lamborghini.
El congelamiento de la acción por la vía de los nombres puede ser representado —o evocado— en la muerte del Loco Rodríguez con un punzón. Los nombres aparecen luego de que se congela una acción arquetípica. La alusión a los combativos periódicos que en su momento abogaron por el Terror, a la Guardia Restauradora, a un suboficial dado de baja por la Revolución Libertadora que pacientemente nos enseñaba el marxismo, al COR, Comando de Operaciones Revolucionarias, a Perón o Muerte, a que Sebas pretendía refregar en el rostro del Loco un panfleto recién redactado o hipaba sobre unos titulares revolucionarios, hace del fiord unas acciones escarchadas en nombres y unos nombres extraídos del catálogo general de la sigla y el emblema, que acaban personalizados. La inicial y la frase compendiada vuelve al torrente de la historia. La única condición para que eso ocurra es la historia convertida en pura ideología, puro sueño, pura percusión sonora de una furia.
El Fiord también es quizá la forma en que los nombres se disponen en un desagüe irregular, sinuoso y glacial, o quizá la voluntad de escribir con las últimas palabras, con las palabras finales, después de las cuales nada queda, las palabras del origen del idioma, la conversación de un loco que repite un idioma ya hablado durante millones de años, buscando la palabra-acción, y también buscando el discurso que se apergamina, buscando las palabras bruscas, los cambios de rumbo. El Fiord no se mueve como se dice en El Fiord que se mueve el barco “mugiendo desde el río hacia el mar”, o con escenas “que se encadenan eslabón por eslabón”. El Fiord es la utopía de liberación del lenguaje y a la vez el lugar de contracción que no perdona ningún vacío, convirtiendo cada eventual vacío “en un punto nodal de todas las fuerzas en tensión”. El Fiord incluía su propia teoría escrita con palabras perdidas del estructuralismo o de la dialéctica del amo y el esclavo. La pregunta si “yo figuro en el gran libro de los verdugos y ella en el de las víctimas” es la frase-hecha arrojada contra una pared constituida por otras frases-hechas. Sebas parecía un judío de campo de concentración si es que alguna vez habían existido los campos de concentración. Lamborghini toma el postulado mayor de la no-historia, proposición central de la ideología hecha fraude y neón. Esto significa el confín de la investigación literaria en el secreto de la historia: finalmente todo puede ser negado, para establecer un horror si se quiere mayor que el horror que la historia de por sí contiene.
Las palabras se cortan como ríos o escurrideros que dejan frases por la mitad y la alegoría animista hace que la sangre actúe encarnada, subjetivizada. AI fin, el horror con ironía es más que una atribulada combinación, es una utopía literaria. Existe el horror con etiqueta, el horror con ceremonia, pero no con ironía. El horror con displicencia es una categoría esencial de la historia contemporánea. Lamborghini lo investiga a través de su rastro soez y escribe el banquete filosófico más abrumador de la literatura argentina, pero no en la huella de Kant con Sade sino en la de Hegel con Sade. Este último es el camino lamborghiano, torturada versión argentina de las filosofias espirituales de la acción que actúan bajo el nombre de lacanismo o de estructuralismo.
Dialéctica y Vejamen son las dos respiraciones filosóficas de El Fiord. Hay eticidad y no contrato, dice Hegel y Lamborghini hablará de Pactos imposibles con El Loco. Él mismo se atribuyó el papel hegeliano de una conciencia desdichada que piensa que el Martín Fierro es la constitución nacional, la carta Magna. La conexión entre peronismo y marxismo, entre militares nacionalistas y guerrilleros, la fórmula del peronismo iraní, o el fascismo mexicano que Lamborghini dice que pedía Artaud no son ideologías literales. Son los juegos ideológicos —si ustedes quieren, un lenguaje del infierno— de un entrenamiento espiritual que busca un imposible ser sin ley: el imposible literario. En esa convulsión, la idea de creencia en la historia desaparece para dejarnos tan solo frente al horror que es tan puro como para que las palabras intenten tomarlo, y tan evasivo como para que la literatura sienta el acoso de la misión final, ser ella misma el horror.

Fuente: Narrativa Argentina, n° 11, Buenos Aires, Fundación Roberto Noble, 1996, pp. 15-20.

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