Hace un tiempo, revolviendo en una librería de la costa me encontré con dos libritos editados por Minotauro, la eximia editorial de ciencia ficción, a un precio irrisorio cada uno. Ambos libros eran de Carlos Gardini y uno de ellos, Mi cerebro animal (1983), es un compilado de cuentos de ciencia ficción atravesados por la violencia y la guerra. Entre ellos, hubo dos que me causaron una gran impresión, más allá de que todo el libro es muy parejo, "Perros en la noche" y "Teatro de operaciones". A continuación, recupero el primero, un relato oscuro en un futuro remoto que trae ecos del pasado argentino en código de policial negro. Una joyita, que lo disfruten.
Perros en la noche (Carlos Gardini)
Escuchá el aullido del perro solitario. Escuchá el aullido del perro solitario en la noche. El aullido del perro solitario que te acompaña en la noche.
Desde esa vez el Turco nunca fue el mismo. Algo se aflojó en él. Vivía obsesionado por el presentimiento de que todo acabaría pronto. Insistía en que habíamos cometido un error imperdonable. Habíamos cometido, decía el Turco. No me echaba la culpa a mí solo. Siempre supo aguantarse. Eso es lo que más me duele, porque los hechos en definitiva le han dado la razón, y ahora sólo nos quedan los perros.
No me acuerdo dónde fue exactamente. Era uno de esos tantos boliches donde parábamos antes de empezar la faena. Dejábamos el camión por ahí cerca, entrábamos en un bar, tomábamos una copa para entonarnos, y después nos metíamos en la Zona de Descontaminación que nos habían asignado esa noche para limpiarla de perros y jodidos.
Esa noche me acuerdo que dejamos el camión junto a unas motos flamantes, de ésas que costaban casi tanto como el camión. Estaban pintadas como tigres, fondo amarillo y rayas negras. No sé por qué, pero esas motos me dieron mala espina, porque siempre desconfié de los gatos y los bichos parecidos a los gatos. Pero no le dije nada al Turco. Nunca me dejo llevar por los pálpitos, y por esa mala costumbre ya van por lo menos dos amigos que pagan las consecuencias.
Como siempre, revisamos las automáticas, nos cerramos el chaleco para tapar bien las sobaqueras, entramos en el boliche y nos sentamos al mostrador.