Mientras preparo un futuro posteo sobre las colaboraciones de Alberto Laiseca en la revista Alfonsina —publicación de los 80 dirigida también por Carlos Galanternik y en la que participaron entre otras María Moreno, Mercedes Roffé, Fogwill, Néstor Perlongher y demás—, me cruzo con sorpresa con esta nota sobre una mujer genial: Krysha Bogdan.
Krysha Bogdan ha recorrido escenarios y ciudades para encandilar al público con su humor, su ritmo y su versatilidad. Las primeras noticias que me llegaron sobre ella y su magnetismo fueron a través de la historia de Pepe Romeu, y luego a través de la biografía no autorizada de Miguel Abuelo escrita por Juanjo Carmona: El paladín de la libertad (2003). Nos debemos estas microhistorias de las geniales mujeres de la contracultura de los 60 y 70 en la Argentina...
En todo caso, cuando me crucé con esta nota escrita por Hugo Tabachnik para la revista Alfonsina en 1984, no dudé en digitalizarla para que vuelva a estar accesible, para que muchos y muchas más conozcan las aventuras de Krysha Bogdan en el mundo del teatro, la experimentación y la alegría. Nuevamente, aplaudo la existencia de sitios como AméricaLee en los que se puede acceder a estas colecciones de revistas y recuperar joyas como esta (más allá de los problemas que reporta la marca de agua que cruza cada página...). Pasen y lean!
El
mambo debe seguir
Sin
intenciones mesiánicas esta nota puede pasar como una aproximación a la vida de
una mujer que hoy merodea los cuarenta que hizo mucho antes lo que otros
emprendieron mucho después y por eso es una pionera del arte y de la vida.
Pálida, aparece vestida con tules
blancos cortados furiosamente, un atuendo polvoriento de novia o de muñeca
olvidada, tal vez adquirido por monedas en “Els encantes”, el mercado de
pulgas de Barcelona. Parodia la danza clásica mascando chicle, hurga en sus
bolsillos y arroja, entre volteretas, semillas de cardo que se suspenden en
el aire como plumón fino. Juega con una cuerda con cencerros, con una bandera
que, en un gesto de ferocidad ritual, se convierte en un símbolo de soberbia y
estupidez o en un arma letal. Sorprendentemente, ese cuerpo menudo, magro,
crece, se adueña del espacio, lo llena, crea un clima onírico vertiginoso que
detiene la respiración. Las manos inquietas hostigan permanentemente su cabello
corto, mientras el rostro, sostenido por un esbelto y firme cuello —nariz
arremangada, claros ojos penetrantes, labios finos y sensibles— va cambiando
incesantemente de expresión, como las imágenes de un caleidoscopio.
Cristina —Krisha— Bodgan, “La polaca”,
nace en Gales, Gran Bretaña, en 1947. Postguerra. Hija de polacos, su madre,
campesina de la zona fronteriza con la URSS, deportada por los stalinistas a
Siberia —en el viaje sus padres mueren de hambre—, liberada, más tarde, de un
campo de trabajo, luego de atravesar Irán, Irak, Palestina y Egipto, consigue
unirse a los aliados en Italia, donde conoce y se casa —aún ambos de uniforme—
con Bolek, un estudiante de filosofía, oriundo de la región de influencia
alemana que, luego de dos intentos fallidos de fuga de un campo de
concentración, logra evadirse para formar parte de la brigada “Carpática”, la
más famosa del ejército polaco, integrada por intelectuales, artistas,
músicos, cineastas, que, rebelándose contra el Estado Mayor,
autogestionándose, rechazando ascensos y medallas, hace la guerra del África.
La ilusión de retornar a una Polonia
independiente se hace trizas y eligen para vivir el lugar más extraño y lejano...
Argentina. Festejan el primer año de Krisha en Lanús.
Acordeón,
fotonovelas, reformatorio
Crece dentro de la comunidad polaca —escuela,
teatro, clubes— sin hablar castellano pero ya tocando el acordeón, vestida de
falda colorida, botas rojas, un tocado de flores y cintas del que descienden
trenzas rubias. A los tres años pisa por primera vez un escenario. Alentada por
sus padres, inventa sus propios bailes. Estudia con Piotr Wosniak, un maestro
de danza y pantomima. El padre le enseña a defenderse, a lanzar cuchillos, a
blandir el peligroso acero de la sevillana.
Con la llegada de la adolescencia, la
felicidad de la niñez se interrumpe. Muere el padre. Desequilibrio de la madre.
Krisha, de 15 años y su hermana, de 11, se unen para que la locura de su madre
no las enferme. Adoptan el humor para salvarse de un clima sórdido y terrible, descubren
a The Beatles “que nos ayudan a ser rebeldes” y arman una banda de rock casera,
compuesta por chicas —dos guitarras, bajo y batería—, que estremecen los
patios, desde el ‘62 al ‘64. Hacen fotonovelas.
Ianka, líder de un conjunto musical
integrado por mujeres, “Ianka y sus tropicanas”, la contrata como bajista. Toca
cuadradas cumbias, se hacen campañas publicitarias y llega la fama. Graban en
RCA, hacen fotonovelas, películas. Giras por el interior del país. Krisha,
asombrada, es requerida para firmar autógrafos en la escuela, en la zapatería.
La encandilan los spots de los escenarios montados por “Escala Musical”, y
participa de los programas televisivos “Sábados Circulares” y “Sábados
Continuados”, pero “sin creérselo”. Finalmente, en Córdoba, luego de un año
de actuación con el grupo, descubre que los inescrupulosos representantes la
habían esquilmado miserablemente. Rompe el contrato.
Sin un peso, “enojada con la música”,
pasa a tomar clases con Vladimir Kotovsky, un bailarín compañero de armas de su
padre. Son siete horas diarias de acrobacia, danza clásica, de carácter... Su
madre, muy perturbada, la hace encerrar en un reformatorio.
Allí, desorientada, confundida, junto
con la pérdida de la libertad, es testigo de una terrible corrupción, castigos
sádicos, autoritarismo, abusos, explotación. Convive con 114 niñas de 12 a 21
años. Como respuesta a la adversidad comienza a estudiar el piano y organiza
un espectáculo. Surge en ella, por primera vez, la necesidad de utilizar un
lenguaje que incluya música, teatro, acrobacia, colores, mímica...
Finalmente, logra fugarse.
Se
hace pionera al andar
Venciendo la sensación de acoso —captura
recomendada— y el dolor de ver cercenados todos sus lazos afectivos, consigue
un trabajo, una cama de pensión y conoce a Robertino Granados, Carlos Trafic y
Norberto Campos. Todos vienen de experiencias personales “fuertes” y dominan
técnicas diferentes. Lo que en un principio es un intercambio de ideas y
proyectos se convierte en el “Grupo Lobo”. Más adelante, se unen Lily Presti,
que había estudiado con María Fux “pero su delirio había superado esa
historia”, y Sergio Timi, un estudiante de Medicina.
El primer espectáculo que monta el grupo
es “Acción-Espacio-Acción”, una producción singular en 1967. Comienzan en el
“SHA” para llevarlo, más tarde, al “Theatron”. Rebeldía, agresividad,
violencia. Llueven las primeras críticas: “Esto no es mimo... esto no es
danza... esto no es teatro...”. Le sigue otra pieza “incalificable”. Tiempo
Lobo, escrita y dirigida por Carlos Trafic. Amenazados por la censura, deben
suprimir partes para evitar la clausura del teatro. Norberto Campos canta La Marcha de San Lorenzo en polaco,
mientras Sergio Timi, con una escupidera en la cabeza, lo mira con aire idiota.
Norberto [¿Roberto?] Villanueva los “descubre” y los invita al Di Tella.
Aceptan, presurosos, “por el miedo diario a que cerrasen la sala”. Y eso que Tiempo Lobo narra, básicamente, “una
historia de amor”.
Con Tiempo
de fregar, se convierte en necesidad el vivir todos juntos —once personas—
porque “nos requeríamos mutuamente, incesantemente”. Para alquilar la casa, un
tercer piso en Pueyrredón y Paraguay, dos integrantes del grupo deben impersonarse
como estudiantes de Medicina —guardapolvos, etc.— que compartirían la vivienda
con sus “primos”. Afortunadamente, el portero es polaco... Forman parte del
entorno Orozco, Marta Serrano y Elizondo. El Negro Mercado pinta un mural
anfetamínico en el comedor que nos les permite tomar una taza de café con
tranquilidad.
De alguna manera, hay una línea
argumental en Tiempo de fregar: todas
son fregonas que han parido juntas un monstruoso bebé siamés unido por los
glúteos, una niñera, una señora —la autoridad— que en cada entrada aparece más
destruida (acaba en una silla de ruedas). Las fregonas tienen sus delirios
particulares que se enlazan con los grupales —desde la construcción de navíos
hasta arrebatos místicos—, guerras, elementos que van variando día a día. La
obra, para desconcierto de Argentores, nunca es escrita. El objetivo de la
provocación es movilizar al público. En una función, una espectadora intenta cortar
el cabello de Lily Presti con una tijera de podar. Teresa, hermana de Krisha,
logra dominarla y es atada al fondo del escenario, sirviendo como elemento
escenográfico. El público se inclina a favor o en contra del espectáculo, originándose
así verdaderas batallas campales. Monstruos locos, sudados, escupiendo, se
abalanzan sobre los espectadores, horribles prostitutas, ayudadas por otros
espantapájaros, intentan violar a los asistentes. Un grupo de estudiantes,
detenidos a causa de una manifestación, hacen su propio Tiempo de fregar en la cárcel.
Luego de una preparación “secreta” que
dura tres meses, ofrecen una conferencia de prensa, para explicar sus métodos
de trabajo a autores y directores de teatro. Se realiza en un inhóspito galpón
situado encima del escenario del Di Tella. Junto a un enanito contratado,
consiguen diez niños “prestados” —la madre de Krisha no accede a prestar a su
hermanito— y Norberto Campos es el “conferencista”, mudo, de cuyo cuerpo
penden tarjetas con informaciones técnicas sin importancia, acompañado de una
tortuga, un sándwich, una secretaria. Se leen, en forma crítica, textos de
autores argentinos. Se zamarrea a la gente, hay apagones, danzas. Aparecen
modelos, parroquianos del bar Moderno. El grupo cierra la puerta con llave y
huye, dejando a oscuras a los asistentes, mientras rugen motores de motos,
estallan “rompeportones” —Robertino insiste en echar gatos, pero esa proposición
es desestimada—.
Artaud,
Grotowsky y Buster Keaton
Aunque desde un principio estudian los
textos de Artaud y están informados de las experiencias que se están practicando
en el exterior —The Living Theatre, Bread & Puppet, Arrabal, Grotovsky—,
los trabajos del grupo se basan en su propia realidad. Más adelante, al viajar
al extranjero, descubren coincidencias con la vanguardia internacional.
Incorporan elementos del cine mudo. Krisha y el resto del grupo hacen
peregrinaciones a Villa Ballester para ver películas de Buster Keaton y de los
Hermanos Marx.
Son invitados al “III Festival Internacional
de Teatro”, en Córdoba, pero luego las autoridades se arrepienten. Deciden
concurrir igual, a dedo. En un principio, actúan en los halls de los teatros
donde se presentan los grupos oficiales, hasta lograr la autorización de
participar en las actividades. Boicotean una mesa redonda sobre puesta en
escena. Krisha y Graciela Dellepiane, con el torso desnudo, babeantes,
pintarrajeadas, con los ojos echados hacia arriba. En otra mesa redonda,
cansados de tantas preguntas, todo el grupo se desnuda y abandona la sala.
El cuestionamiento que Krisha y sus
amigos hacen a la sociedad, bien pronto se revierte hacia ellos mismos en forma
de represión. Son “habitués” de todas las comisarías del centro. Es el precio
que deben pagar por intentar llevar al teatro a la vida cotidiana. Jorge Fiszon,
Pepe Romeu y Rubén de León se marchan a México y de allí a Nueva York, al
encuentro de la “onda cósmica”. Luego del estreno de Tiempo Casa 1 Hora y 1/4 que marca la crisis y disolución del
“Grupo Lobo”, Krisha, provista de un viejo abrigo obsequiado por “Poni”
Micharvegas, poeta, se dirige al Canadá al encuentro de Pepe Romeu, un
escritor con final trágico, autor de A
bailar esta ranchera y otras novelas.
El de Pepe es un “encuentro-desencuentro”.
Sin dominar el inglés, cruza el país para encontrarse con un tío —polaco, por
supuesto—, en Vancouver. Entra en el Emotional Modern Dance Ballet.
Freakin’out, festivales de rock, hippies, madres con sus niños, amor... Luego
del estreno de una pieza en la que participa, Evolution, debe marcharse. Próximo puerto: Londres, Portobello
Road. Con Mosser viaja a Amsterdam —casi se queda con un grupo de mimos— y de
allí, a Ibiza. 1970.
El
amor: Miguel Abuelo
Con un grupo de amigos viaja por el
norte de África, Sahara, Marruecos... Es el sueño de “Marrakesh Express”...
Precisamente en Marrakesh descubre que el teatro que ella ama está encarnado en
la vida cotidiana que transcurre en la plaza. Baila y actúa con los
marroquíes, que, al verla llegar, gritan acompasadamente: “¡Hippía marrokaía!”
(la hippie es marroquí).
Vuelta a Europa. En Madrid, encuentro
con un músico electrónico, Horacio Bayone, amigo de Jorge Bonino. Es un período
de recuperación. Luego de meses de performance callejera permanente, vuelve al
escenario, esa “isla mágica”, por temor a la prisión y al manicomio: con
Herminio Molero, integra en un espectáculo, poesía concreta y danza. Aparece Miguel
Abuelo. Gran amor. Son meses creativos: en Ibiza deciden tener un hijo. Krisha
deja las anticonceptivas y otras píldoras; se casan, y los dos, vestidos de
blanco —ella con una colcha tejida al crochet— recorren la isla para anunciar a
sus amigos la buena nueva.
Da a luz a su hijo —Gato— en Londres.
Al poco tiempo, Miguel y Krisha se separan. Ella, con su bebé de cinco meses,
viaja a Polonia piara estudiar con Grotowsky, pero no lo encuentra. Vuelta a
Londres. Iris Scacchieri le aconseja no buscar maestros sino continuar con su
propia experiencia... Por iniciativa de Miguel, se encuentran en París. Miguel
se le revela como un “roquero supermachista” y ella siente, por primera vez, el
sufrimiento que implica ser “la mujer de...”. Disfrazada, con su acordeón,
canta y baila en las estaciones del metro. Jorge Bonino —actor de shows
unipersonales que también actuó en el Di Tella— y Juan Carlos Cáceres —otro
argentino, trombonista y pintor, fundador de la legendaria Cueva Pasarotus, que
sería la cuna del incipiente rock nacional— la ayudan a salir de la situación.
Arma un espectáculo con Bonino.
Pero Jorge no puede diferenciar la
circunstancia escénica de la realidad cotidiana: se imagina en un París de la Segunda
Guerra. Él es el destinado a salvar a la humanidad pasando mensajes secretos.
En pleno invierno, a las diez de la noche, corre por un puente para entregar un
mensaje a los aliados, una bomba cae, el puente se despedaza, se echa al
agua, cruza el Sena a nado, una chalupa del Ejército de Salvación lo recoge, le
quitan la ropa mojada y lo envuelven en una bata. En un descuido, huye y corre,
semidesnudo, bajo un frío terrible. La policía lo apresa y lo envía a un
manicomio.
Krisha vuelve a la calle —nadie tiene
dinero y hasta se comen la papilla de Gato—, esta vez con Isabel Versini,
pandereta y un escocés recién llegado de la India, en cítara.
Hace acrobacia. A veces, Miguel canta
óperas. Viven a 30 km. de París. Los vecinos los detestan. Mandan a la policía.
Violencia. Krisha teme por su bebé. Esta vez es Graciela Martínez quien acude
en su ayuda. Viajan juntas y con Gato a Amsterdam. Participa con Isabel Soto
en la preparación de White dreams, en
el Melk Weg. Espectáculos en el Cosmos, el Paradiso, el Shaffy Theatre, el
Festival of Fools. Viven en una casa que cuenta con tres trapecios. Gato es
libre y feliz.
Encuentro con Trafic, luego de cinco
años. Estamos en 1975. Organizan un show y se van a Dinamarca, con un baterista
de Gato Barbieri. Aparece Miguel. Trafic se marcha a Alemania. Krisha es
deportada a Inglaterra por hurtar alimentos en un supermercado.
La historia “Miguel-Gato-Krisha” es muy
bonita, pero no funciona. Con un marido que no la ayuda, debe hacer frente, sola,
a las necesidades de su hijo y, al mismo tiempo, desarrollar su creatividad. Su
apoyo es el movimiento feminista. Obtiene solidaridad, aprende junto a otras
madres que se encuentran en la misma situación, asiste a workshops, presencia
manifestaciones feministas que paralizan Londres. Se muda a un squater frente
al Regent Park, dieciocho casas de cinco pisos cada una. Es su refugio en una ciudad
triste y lluviosa, ahí encuentra música, gente cálida, creatividad. Hace un
curso con Martha Graham, en The Place. Vuelve a España.
En Barcelona, forma parte del elenco de
Hair, que es internacional: americanos,
australianos, ingleses, gente de Guyana y Surinam. También interviene Miguel
Abuelo. Para cada uno de ellos, lo que representan es, en realidad, parte de
su historia personal.
“La
onda freak”
Debilitada por las separaciones y
cansada, se va a vivir a un suburbio barcelonés, La Floresta, con valencianos
y menorquíes. Da clases de expresión corporal y conferencias, “curte la onda
freak”, la naturaleza. Pero vuelve a Ibiza con Miguel. Gato se encuentra con
sus amigos de Amsterdam, de cuando era más pequeño. Los niños tienen
catalogadas las flores por su sabor: “Esta sabe bien... Esta, pues, no es muy
sabrosa... Esta es muy amarga. ..”. Otra vez da cursos de expresión corporal.
Aprende danza hindú. Conturbadas, mujeres ibicencas vestidas de negro se
persignan al paso de un dragón manipulado por Krisha recorriendo las apacibles
callejas de la isla. Está en contacto con Kubero Díaz, el de La Cofradía de la
Flor Solar” y con Sergio Abeledo, que más tarde morirá en India, quien
acostumbra decir: “¿Y si no nos queremos entre nosotros, quién nos va a querer?
¡Si no nos quiere nadie!”.
En Barcelona, reúne nuevamente un grupo
con Concha, feminista-anarquista, formada en danza clásica, española,
contemporánea, toca flauta y castañuelas... pero el conjunto se separa. Mandan
a Gato a la Argentina. Le resulta duro hacer su show, sola, en las Ramblas. En
el transcurso de uno de ellos, un policía le toca el hombro y le pregunta:
—Oiga, ¿ha estado usted alguna vez en un
manicomio?
—No, le responde Krisha, extrañada.
—Pues... debería usted ir a uno.
Otra
vez Buenos Aires, y después…
En realidad, se había ido de Buenos
Aires “por un ratito” y ya habían pasado once años... Necesita de Gato,
reencontrarse con Teresa, su hermana... Pasa semanas destruyendo papeles,
seleccionando lo que irá a llevar para el viaje, tiene miedo... Finalmente,
aterriza en Ezeiza con sus trapos, sus máscaras y sus dragones de papel. Se
siente paranoica. Trata de no llamar la atención al recorrer aquellos lugares
que fueron hitos en su vida, los cafés, la vieja casa de Marta. Descubre una
ciudad cuyo pan cotidiano es el miedo, como si “todo estuviese rodeado de una
nube de angustia”. El teatro parece “como si hubiera dado una vuelta hacia
atrás... un endurecimiento”.
Le lleva mucho tiempo readaptarse. De
nuevo, la historia es “conseguir un trabajo y con ese trabajo...”. Comienza a
organizar un espectáculo: Club de Lulú.
Cómo hacer para jugar a las damas, que no resulta porque la propuesta no se
comprende. Le sorprende el fenómeno musical, la cantidad de bandas, de
café-concerts, las cinco mil personas cantando en Obras. Bajo la dirección de
Marta Serrano hace teatro para niños. Pero es inútil, no puede amoldarse a un
trabajo de “elenco”.
La experiencia de hacer el circuito de
café-concerts le resulta igualmente negativa. Es imposible sacar un solo peso
de esa manera... Guerra de Las Malvinas, se pasa una semana llorando, siente
que nadie la comprende, “ni siquiera en La Paz...”. Idea La danza de la bandera.
No encuentra a su generación. Siente el
vacío. Se relaciona con gente más joven que ella, que se sienten limitados no
sólo por factores económicos o por la represión, sino también, por la ausencia
de alternativas.
Forma una banda de mujeres: La Pesada de
la Danza. Se trata de una situación teatral con música de rock. Hay un ballet, Las flores del Paraguay, en base a un
chamamé. Hace una gira a Olavarría.
Sufre un accidente de automóvil. La
internan en una unidad de terapia intensiva. El traumatismo parece tener el
efecto de que se le “conecten las neuronas de una manera diferente”. Está en la
esperanza, aunque con la cautela del gato... Realiza un striptease grotesco en
la calle Florida, a las tres de la tarde. Cuenta historias, canta operetas,
moviliza a la gente para que haga percusión con las palmas de las manos en la
Plaza de la República, en la Dorrego. Con su acordeón, organiza concursos
callejeros de rancheras. Actúa en el Centro Cultural San Martín, siente que
los funcionarios no son “funcionarios”, que hablan su mismo lenguaje. Quiere
medios, llegar a los barrios... Cuando recuerda la década de los años ‘60,
cita a Federico Peralta Ramos: “Aún la tenemos que pasar en limpio”... El
mambo continúa.
Hugo
Tabachnik
En revista Alfonsina, n.° 10, 3 de mayo de 1984, pp. 18-19.