lunes, agosto 31, 2020

"Curabichera", un bicho raro de Nadia Gómez

Cada tanto releo Bichos raros (2018), de Nadia Gómez. ¿Qué escribió Gómez? ¿Qué son estos textos que arranca con un dato animal estrafalario para luego ir a un núcleo narrativo humano entre la tensión y el desborde?

El pequeño libro, editado por Palabras amarillas ediciones, remite al viejo truco del bestiario pero a través de una escritura que parece engendrar un nuevo género narrativo. ¿Estoy ante el nacimiento de una nueva forma de narrar? Claro, lo sencillo sería esgrimir el adjetivo híbrido pero los relatos de Gómez no son híbridos, son mutantes más bien. Breves relatos en mutación: por eso se ven cuerpos desmembrados y suturas poéticas, registro mixtos de lenguaje e imágenes de crueldad experimental.

 

Probablemente, el relato que condense Bichos raros sea "La broma del taxidermista". Si el ornitorrinco parecía el chiste de diabólicos taxidermistas, estos relatos se hermanan con ese humor infernal y con el escalpelo que usa Gómez para construir breves engendros narrativos. 

Bichos raros, ilustrado por imágenes también mutantes de Muriel Bellini, es un laboratorio narrativo que Nadia Gómez maneja, como una científica loca, y que puede sumir a cualquiera en el desconcierto lector. Y exigir, cómo no, una nueva y próxima lectura.

Lean, pues, uno de los bichos raros de Nadia Gómez.


Curabichera (Nadia Gómez)

 

La bichera crece especialmente en lugares húmedos. De tanto rascarse se hizo una herida. La piel demasiado seca se rajaba cuando hacía fuerza para defecar y en contacto con la suciedad del suelo la herida se puso dulce. Las primeras larvas nacieron en el tracto rectal, las pasó a la cabeza con las uñas. Las que perforan la primera capa de piel son capaces de llegar hasta el cráneo. Los parásitos empezaron a multiplicarse. Cuando aún conservaba la razón, ya tenía nidos y los gusanos salían como flechas de carne. No hubo forma de preguntarle. A los más de adentro, hubo que sacarlos con una pinza, ayudarlos a nacer. Tuvo momentos felices. Le habíamos puesto Hafiz. Murió en el lavadero del patio con una inyección letal. La última semana no podía moverse. Con los ovejeros el gran problema es la cadera.

Tres de la tarde, hora desierta en Nueva Pompeya. Un sexagenario, ex integrante del Ejército que ahora tiene una ferretería, es asaltado por delincuentes armados cuyo número y género no precisa. Llama a la 34 y avisa auto blanco asaltó su local y se dio a la fuga, no especifica marca, ni características de la carrocería. Auto blanco, nada más. La policía activa el llamado "operativo cerrojo". 

Pepe Pedro o cualquier otro nombre frena en una esquina de Avenida Sáenz, espera el cambio de semáforo. FM Aspen, una balada amorfa y reiterativamente feliz. Sol seco contra el capó blanco. La nena se pasa de un salto atrás por entre la palanca y los dos asientos. Pepe Pedro o cualquier otro nombre, que es su papá, le dice la próxima vez que saltás así te doy un chirlo. La nena se ríe y busca una muñeca Barbie abajo del asiento del acompañante. La muñeca tiene el cuerpo finito, un pantalón de corderoy y una remera con la leyenda: Sweet & Honey. Cursiva con relieve. La nena pide a papá un peine para la Barbie. Pepe Pedro o cualquier otro nombre agarra el peine de hotel que guarda en la solapa del espejo. Vigila el retrovisor y ve venir un auto oscuro con todas las luces. Cambia el semáforo y el auto de las luces se aproxima y la nena se agacha para agarrar el peine que se cayó cuando pone primera y él se engancha la manga en la tanza del rosario y del auto de las luces sale un tiro y otro inexplicable estalla el vidrio de atrás y revienta el rosario y la espalda del asiento y otro tiro atraviesa el vidrio delantero y la nena se mete en el hueco del acompañante y Pepe Pedro o cualquier otro nombre volantea con el cuerpo dado vuelta pura buscar a la nena y ve la Barbie, la remerita, lee Sweet & Honey, un tiro le da en la mandíbula y lo desmaya con el pie apretado en el acelerador. 

Pepe Pedro o cualquier otro nombre todavía está al volante y el auto en marcha cruza la esquina, sigue toda la avenida, pasa la verdulería y el negocio de las empanadas, la publicidad de Tarjeta naranja y atrás el Peugeot 504 le sigue disparando porque Pedro Pepe o cualquier otro nombre no frena y huye inconsciente, pasa a las amigas que salieron de la escuela, pasa un árbol de otra esquina y sigue limpio con el volante flojo toda esa cuadra hasta que el cuerpo se le ladea un poco y se equivoca de dirección y con la cabeza triturada por el tiro número tres se sube a la vereda, atropella a una mujer de 35 años y a su hijo de seis y choca contra un Kangoo. El conductor y su señora son de nacionalidad coreana, sufren heridas. Pedro Pepe o cualquier otro nombre es responsable de homicidio culposo. El auto de la policía sin identificación dispara dieciocho veces más. Ocho tiros le dan en el torso, los brazos, el estómago. Los vecinos golpean las ventanas porque lo quieren reventar a patadas. 

El cuerpo de la mujer parece moverse pero es la cartera que se suelta del hombro. El chico cayó dos metros más allá. Al tipo lo internan en el Hospital Peona. Se salva, lo condenan a 30 años de prisión. Su abogado apela tres veces pero la sentencia no se remueve. Operativo cerrojo. Todo esto es verdad. Pepe Pedro o cualquier otro nombre tuvo la suerte de tener un auto blanco, realmente no hizo nada más que tener un auto blanco. Ese día desierto había ido a buscar a su hija al jardín, en su auto blanco. 15 horas. 

Esa noche Hafiz emprendió su camino a la luna. En la oreja, mientras llegaba, escuchaba a los gusanos rumiar. No es que comprendiera el sonido, no sabía con qué compararlo. Pensó en una lija, pensó en el trabajo de las hormigas, en un pozo ciego. El curabichera es un producto para el control de gusaneras. En aerosol, pomada o gel, no llega al flujo sanguíneo, actúa sobre las larvas de la herida. Para tratamientos profundos se recetan otros químicos. La sangre también la oía, cuando los gusanos no cabían en la carne se apoyaban sobre la sangre seca y crujía. Cuando llegó, de pronto vio el paisaje y creyó entender. Quiso prender una fogata, quiso olvidar sus vergüenzas. Algo está bien aquí, se dijo, hagámoslo así, se dijo, entonces oyó cómo lo envolvían en una bolsa de nylon y sonrió en la oscuridad. 

Gómez, Nadia. Bichos raros, Buenos Aires, Palabras amarillas, pp. 29-32.

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