jueves, junio 12, 2025

Wilcock, el precursor (Ricardo Strafacce)

Este artículo publicado por Ricardo Strafacce en la revista Mancilla fue una de las razones por las que me asomé a la obra de J. R. Wilcock. Creo incluso haberlo dejado asentado en estas razones para leer El caos. Me debía esta exhumación. ¡Ojalá les guste tanto como a mí! 

Wilcock, el precursor (Ricardo Strafacce)


I.

Curioso destino el de Juan Rodolfo Wilcock. De cenar varias veces por semana con Borges en la casa de Bioy Casares y codearse con la corte que rondaba a las hermanas Ocampo a partir a Italia, protagonizar una película de Pasolini, tomar la decisión de escribir en italiano (la lengua de su madre), hacerse novelista y, misteriosamente, convertirse en precursor de Aira y Lamborghini.

Era de algún modo borgeana la relación de Wilcock con el castellano. Según se cuenta en el magnífico dossier que Guillermo Osvaldo Piro, D. G. Helder y Ernesto Montequin publicaron en el n.° 35 del Diario de Poesía, hijo de padre inglés y madre italiana, Wilcock nació en Argentina pero recién aprendió el castellano alrededor de los seis años, cuando la familia se trasladó a Londres. No fue esa la única extravagancia de la que cuenta este dossier: ya en Buenos Aires, integrado al grupo áulico de la revista Sur, “asiste a tertulias literarias que interrumpe simulando ataques de epilepsia, provocando pequeños incendios de mobiliario, etc”. Singularmente paranoico — anotan Piro, D. G. Helder y Montequin—, temía ser envenenado, a tal punto que en una oportunidad concurrió a una cena de la SADE llevando su propia comida. En 1957 partió a Italia para ya no regresar.

Ya estaba en Italia cuando empezaron a publicarse en distintas revistas los relatos que posteriormente se integrarían en El caos, su primer libro de relatos (hasta entonces sólo había publicado poesía), escrito originalmente en castellano. El dato es importante porque una vez establecido en Italia escribió, en italiano, una obra extraordinaria. Además de libros inclasificables como Hechos inquietantes (1960), La sinagogade los iconoclastas (1972), El estereoscopio de los solitarios (1972) y El libro de los monstruos (1978), publicó cuatro novelas que aún hoy siguen sorprendiendo: Los dos indios alegres (1973), El templo etrusco (1973), El ingeniero (1975) y, en colaboración con Francesco Fantasía y ya póstumamente, La boda de Hitler y María Antonieta en el infierno (1985).

Toda esta obra era desconocida en castellano hasta entrada la década del 90, a excepción de la traducción de La sinagoga de los iconoclastas que Joaquín Jordá hizo para la editorial Anagrama en 1982. Ya en el fin de esa década y los primeros años de la del 2000, las excelentes traducciones que Ernesto Montequin y Guillermo Piro hicieron para Sudamericana permitieron que en la Argentina se conociera a un escritor al que casi nadie, hasta entonces, le había prestado atención. Wilcock se había ido del país como un poeta neoclásico que escribía en castellano. Cuarenta años después, la traducción de sus libros y su edición y difusión, nos lo devolvían como un vanguardista revulsivo, originalísimo, absolutamente genial. Un precursor, como se adelantó, de Lamborghini y de Aira.

De un texto de Borges provienen —como casi todo— estos apuntes. 

 

II.

“Si no me equivoco —leemos en ‘Kafka y sus precursores’—, las heterogéneas piezas que he enumerado (Zenon, Han Yu, Kierkegaard, Browning, Bloy, Dunsan) se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de estos textos está la idiosincrasia de Kafka, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría. [...] Cada escritor crea a su precursor. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar la del futuro”.

En 1973 se publicó en Buenos Aires Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini. El libro, en desmedro de la intensidad poética que lo recorría, llevaba incrustado un relato hiperrealista —“El niño proletario”— que había sido escrito en 1969 y oscureció al resto del volumen (claramente superior) y que después, con el paso de los años, se hizo lugar común y vulgata. De hecho, parece que hay alumnos que terminan la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires sin haber leído otro texto de Lamborghini que “El niño proletario”. Lo cual es llamativo, porque se trata del texto menos lamborghiniano que firmó Osvaldo Lamborghini. Pero no es tan grave: me dicen que en la Universidad pasan cosas peores.

Volviendo a “El niño proletario”, leamos un fragmento:

“Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado.

“Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban. Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le tiró encima primero [...] Él primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! Y prolongó el tajo natural [...] Esteban le enterró el falo, recóndito, fecal, y yo le horadé un pie con un punzón a través de la suela de la alpargata. Pero no me contentaba tristemente con eso. Le corté uno a uno los dedos mugrientos de los pies [...] Entonces todas las cosas que le hice, en la tarde de sol menguante, azul, con el punzón. Le abrí un canal de doble labio en la pierna izquierda hasta que el hueso despreciable y atorrante quedó al desnudo. Era un hueso blanco como todos los demás, pero sus huesos no eran huesos semejantes. Le rebané la mano y vi otro hueso, crispados los nódulos falanges aferrados, clavados en el barro, mientras Esteban agonizaba a punto de gozar. Con mi corbata roja hice un ensayo en el cuello del niño proletario. Cuatro tirones rápidos, dolorosos sin todavía el prístino argénteo fin de muerte”.

La violencia contra un niño relatada sin escrúpulos, la violencia glacial y obscena detallada hasta la lujuria impactaron en aquel 1973 cuando Sebregondi retrocede se publicó (y, por lo que se ve, siguen impactando, al menos en la Universidad). Lo notable es que la cuestión distaba de ser nueva. Sin abundar en otros antecedentes, en junio de 1960 la revista Ficción había publicado el cuento “La fiesta de los enanos”, de Wilcock, que posteriormente se incluyó en El caos. Así como en el relato de Lamborghini tres niños burgueses torturaban y mataban a un niño proletario, en el de Wilcock dos enanos torturaban y mataban a un niño de estatura normal:

“El enano procedió a arrancarle el pijama y la camiseta, con la ayuda del cuchillo de caza; luego, para probar la temperatura, le trazó una raya sobre el pecho con el soldador, desde la garganta hasta el ombligo. Al oír el grito prolongado del muchacho, entró Alfio [...]. Apenas vio el soldador [...] trató de apoderarse del aparato eléctrico. Présule no quería dárselo; tanto insistió y tironeó sin embargo su compañero, que finalmente le concedió permiso para que también él hiciera un dibujo sobre el vientre de Raúl. Con una sonrisa angelical en los labios, Alfio trazó sobre la piel tersa y morena una carita provista de ojos, nariz, boca y orejas. Cuando terminó, el muchacho se había desmayado. [...] Présule tuvo que reanimarlo vertiéndole el frasco de cola líquida en la cara; luego le hizo beber un sorbo de la botella de aguarrás, para disolverle la cola que eventualmente le hubiera entrado en la boca. Atado de pies y manos, Raúl se sacudía espasmódicamente, mientras el otro enano, armado de un punzón, se esforzaba por extraerle el menisco de la rodilla derecha; aunque todos sus esfuerzos en ese sentido habrían sido vanos si Présule no lo hubiera ayudado con el cuchillo de caza. No sabiendo que hacer con el menisco ensangrentado, se lo metieron a Raúl en la boca, para que no gritara tanto”.

No nos interesa investigar si Lamborghini tuvo o no acceso a aquel ejemplar de la revista Ficción donde, en 1960, se publicó “La fiesta de los enanos”. Nos interesa pensar que podríamos verlo como un antecedente. O un precursor.

 

III.

Tampoco es importante indagar (aunque lo hemos hecho, con resultado negativo) si Aira había leído El templo etrusco, publicado en 1972, en italiano, cuando, en 1991, escribió La costurera y el viento (la edición en castellano de la novela de Wilcock es de 2004, de manera tal que en este caso no hay nada que indagar). Pero tal vez aporte algo recordar el camión en el que se abisma Delia en La costurera y el viento y compararlo con el aljibe que se encuentra en el patio de la zapatería de El templo etrusco.

Leemos en Aira:

“Tardó unos agonizantes segundos en comprender que al ponerse de pie había metido el cuerpo por dentro del volante [...] Se acordó de sacar los pies del asiento. Pero tuvo que volver a ponerlos en él, más aún: pararse sobre el asiento para acceder a los aposentos del camionero. Sabía [...] que la entrada estaba por encima del respaldo, y allí se asomó a mirar: Había un doble biombo horizontal que cortaba dos veces una luz dorada [...] Se metió, las piernas primero. Al descolgarse cayó más de lo que esperaba. Se deslizó por uno de esos biombos, que se inclinaba por estar pegado a la pared trasera de la cabina con bisagras. Se vio en ese dormitorio rutero del que tanto había oído hablar. Había dos camas muy cerca una de la otra, las dos sin hacer, el desorden y la suciedad eran indescriptibles: revistas de historietas, ropa, aves disecadas, cuchillos, zapatos... Una velita encendida sobre la cómoda alumbraba el tugurio. [...] Salió por una de las dos puertas, al azar, y atravesó un cuarto de trastos que no miró, rumbo a otra puerta, al otro lado de la cual había un saloncito con sillones de cuero. [...] El salón tenía cuatro puertas, una a cada lado. Todas estaban abiertas. Echó una mirada por la más oscura, que daba a un pasillo, y luego a la siguiente: una oficina, con un gran escritorio de tapa, donde se repetía el desorden y la suciedad del dormitorio. Se metió por ahí, salió por la puerta del otro lado y se encontró en un vestíbulo con sillas”.

Leemos en el precursor:

“El capataz miró a su alrededor: no había ninguna puerta o escotilla. Al salir de nuevo al patio, advirtió que en el centro había un aljibe. Apenas lo vio, Atanassim comprendió que la vía de acceso — siempre y cuando allí existiera un sótano debía de estar dentro de ese aljibe [...] La entrada debía de encontrarse en el fondo del pozo, o bien en uno de los lados. Sin pensarlo dos veces, se trepó al aljibe y comenzó a descender [...] De pronto Atanassim apoyó el pie sobre el ladrillo flojo, trastabilló y habría caído si no se hubiese aferrado a ciegas a una especie de manija oxidada que se dobló rechinando bajo el peso de su cuerpo Era la manija de una puertita de metal, escondida en la pared del pozo. Atanassim permaneció un instante suspendido en el vacío [...] Luego la puerta cedió y el capataz cayó de costado en la oscuridad total de un túnel abierto en la tosca del subsuelo. [...] Avanzó por el túnel, húmedo y sofocante, apenas iluminado por unos pocos rayos de luz tenue que se colaban a través de las hendijas de unas puertas de madera. Estas puertas, casi todas cerradas, se alineaban a intervalos regulares a la derecha del túnel y daban a otros tanto cuartitos todos iguales y todos al parecer vacíos.

“En cierto momento, sin embargo, el espeleólogo divisó en uno de esos cubículos a un viejo hundido en un sillón cubierto de telarañas. [...] Dos puertas más adelante, en otro cuartito, se toparon con una joven sentada delante de una mesita. La muchacha les hizo señas de que entraran. No era fea, o no lo habría sido si una enorme nariz ganchuda como el pico de un buitre no le hubiera alterado bastante la armonía de sus proporcionadas facciones”.

 

IV.

En el caso de Lamborghini, el antecedente común es más difuso, aunque seguramente hay muchos. En el caso de Aira parece inevitable pensar en la concepción de los espacios de Kafka, espacios siempre desplegables infinitamente, percepción que también puede rastrearse en Levrero.

Lo cual ya sería demasiado para estos meros apuntes. Baste, para terminar, repetir a Borges: Aira y Lamborghini no necesariamente se parecen (y en su frondosa correspondencia jamás mencionaron a Wilcock). Pero en algunos textos de uno y otro creo percibir la idiosincrasia del autor de “La fiesta de los enanos” y “El templo etrusco”. En cualquier caso, sobre Wilcock está escribiendo, o escribirá pronto, sin dudas con mejor erudición y concepto, Ernesto Montequin. Solo cabe esperar.

 

En Mancilla, n. 9, año 3, noviembre de 2014, Buenos Aires, pp. 74-77.




lunes, junio 09, 2025

Golosina Caníbal presenta... (tapas n.° 11 al 19)

Estas son las tapas de los números 11 al 19 de Golosina Caníbal presenta..., un fanzine analógico, impreso y finito que nació en 2020. Pueden ver las tapas de los primeros números y saber más sobre la publicación en este posteo anterior

Entre los números 11 y 19 me di el gusto de publicar: 


Un ensayo sobre Katherine Dreier y su viaje a Buenos Aires en 1919, escrito por Lucas Mertehikian (n.° 11);
 
"Las viudas de Cristo", estampas devotas y sensuales que escribió Ana Regina e ilustró Marina Conde De Boeck (n.° 12); 

una exhumación que rastrea el origen del epígrafe de Matando enanos a garrotazos, de Alberto Laiseca (n.° 13); 

una breve antología de relatos góticos de puño y letra de Héctor Lastra, autor de La boca de la ballena (n.° 14); 

un gran ensayo de Mariano Vespa sobre Fogwill como autor de los chistes Bazooka (n.° 15);

la traducción de un relato no recopilado de J. D. Salinger en manos de noescanon (n.° 16); 

un texto inolvidable de Ramón Alcalde sobre Los reportajes de Félix Chaneton, de Carlos Correas, ilustrado por Javier Fernández Paupy (n.° 17); 

la presentación de vida, obra y milagros de Rachilde, la reina francesa de los decadentes decimonónicos, realizada por Juan José Burzi (n.° 18); 

y una narración olvidada de Oscar del Barco y el consiguiente ensayo de Manuel Moyano Palacio sobre los 70 en Córdoba y el malditismo (n.° 19).
 

Si a algún internauta le interesa un ejemplar del fanzine, me pueden escribir a través de Instagram, Facebook (de X me fui por cansancio y nihilismo) o por el viejo y querido mail: golosinacanibalblog@gmail.com 

Gracias por el interés y la lectura.











domingo, junio 01, 2025

Ramón y la escritura inconclusa (León Rozitchner)

Durante años busqué este libro. Llegué al punto de sospechar que no existía, que había sido fraguado para pescar lectores incautos, que había sido una boutade de Charlie Feiling o un pillacuriosos de los últimos sobrevivientes de la generación Contorno. 

Para colmo, hace unos meses se me dio por hacer un Golosina Caníbal presenta... con el extraordinario ensayo que Ramón Alcalde publicó en la revista Sitio sobre la novela de Correas, Los reportajes de Félix Chaneton

Sin embargo, un día, como por arte de milagros, apareció Estudios críticos de poética y política. Si no me creen adjunto tapa (alguna circulaba en la web, y yo creí que era un vil anzuelo) y, todavía más importante, ¡el índice! (pueden chequearlo al final del posteo). 

Lo que exhumo es una semblanza, un recuerdo de Alcalde que con lucidez y prosa de amigo le dedica León Rozitchner en las primeras páginas del libro. ¡Que lo disfruten! ¡Y a seguir disfrutando de la erudición, la perspicacia y el don de la palabra de Alcalde!

 

Ramón y la escritura inconclusa (León Rozitchner) 

Ramón y la Palabra. Todavía lo imagino escribiendo —anhelo postergado— una gramática griega. Era un contemporáneo antiguo. Dialogaba con los hombres del pasado en latín y en griego, y en francés, alemán e inglés con los más cercanos. Traducía para sentir quizás la extraña alquimia de transmutar en lengua materna las palabras distantes. Quería, tal vez, al evocarlas, suscitar sus resonancias misteriosas: acercarse, pienso, a lo indecible para hacer aparecer su reflejo en el cristal mágico de las equivalencias sonoras, de las palabras que, ajenas, cobran vida en las propias. 

Tenía el tiempo de los artesanos morosos de otros tiempos, sostenido por una fidelidad empecinada y solitaria. Pensaba, cuando lo veía caviloso en la tarea, que trabajaba para reverdecer el lugar secreto donde el misterio de la creación del sentido —¿del mundo?— se le revelara: “lograr lo nuevo en lo repetido”. Quería alcanzar la resonancia de lo antiguo en el presente, habilitando un espacio que arrastraba los desvelos de la cultura clásica, en la cual, abandonados del mundo verdadero, también vivíamos desde esta geografía distante: para hacer habitable nuevamente un lugar de olvido. 

Pero algo más que esto: quería encontrar en esta geografía abandonada por los dioses la clave de una cultura cuyo planteo fundador perdimos. Primero había que escuchar las voces del pasado, en su lengua originaria, para alcanzar a develarla. Pero había siempre un más allá de las palabras que se entreabría desde ellas: como si hubiera que agotar su lógica secreta para descubrir el lugar donde el sentido originario se engendraba. No es extraño entonces que se interesara en comprender el “caso Schreber”, ventana abierta por entremedio de las lenguas sobre fulgurantes espacios imaginarios que sólo la ruptura loca abre, allí donde lo femenino y lo masculino se entrecruzan libremente: descubrir el misterio del engendramiento y de la mujer-madre, su lógica escondida que dijera por fin la Palabra verdadera, que fundiera las palabras habituales y gastadas e inaugurara una fidelidad nueva para lo indecible —ese indecible que sus poemas rozan. 

La palabra con-sagrada, la palabra sacra. Ramón místico. De allí nuestro respeto distante y —de algún modo— nuestro acercamiento devoto, como quien se aproxima a alguien que estuviera, artesano del misterio, tallando lo todavía incomunicable. Ramón tenía, a su manera, un camino — una verdad y una luz— pero secreto, que sabíamos era sólo para él, no para nosotros que elegimos —fuimos elegidos— para transitar otros. Ramón, el más lúcido, irradiaba ese efecto de quien está próximo a un saber más completo y más difícil, distinto del nuestro (más modesto y bárbaro, de algún modo bastardo y orillero), que él había comenzado en otra clave, inaccesibles para un judío como yo, y que se inició quizás en su sacerdocio frustrado y renegado en los claustros jesuitas de San Miguel —seguramente desde mucho antes. Ahora pienso: en clave definitivamente cristiana. 

Ramón era un santo irascible y tierno, sensual y puro, ascético y avaro consigo mismo casi siempre, colérico y arbitrario, alguien odiable y entrañablemente amado. Juro que a veces quise odiarlo como odiamos a quien nos cierra la entrada a su lugar secreto y más guardado, a su enigma inalcanzable, pero no podía. Nos entendíamos mucho a veces, en otras nada. Ramón incógnito. Sus miserias tenían un halo de justicia y de sagrado que las nuestras, ateas, no alcanzaban. Alguien, por suerte un amigo, que merece el respeto distante, y al mismo tiempo más secreto, más tierno y comprensivo. Ramón un altivo entre tanta cerviz gacha. Pero también Ramón el tierno. Ramón enseñándonos, casi adolescentes, melopeas en latín que cantábamos en grupo, para participamos en su propia lengua la emoción sagrada de los penitentes. Del penitente que había sido y que —creemos— seguía siendo. Esos cantos que trato de evocar y que se me confunden con otros que mi madre cuando niño me cantaba en otra lengua antigua. Gaudeamus igitur... entonábamos a coro, allá en las playas de Claromecó que él había descubierto, hace muchos años. 

¿Esperaba la palabra salvadora, la revelación que resolviera el enigma? ¿Querría escuchar de nuevo la resonancia de las palabras del alba, la inicial del idioma originario, desandando el camino de la Torre de Babel donde la lengua primera, la materna, se había perdido disuelta entre otras múltiples? ¿Encontrar quizá la clave de sus sueños en la clave de las lenguas? ¿La buscaba, acaso, en los meandros astutos que la retórica había trabajado para que sea dicha de la mejor manera, la más sabia? Para los que hablamos y escribimos de oído estamos aún en la inocencia, y como a inocentes nos escuchaba y nos leía Ramón con benevolencia. A su lado uno aparecía como un osado irresponsable, inconsciente y atrevido. Era un alterego: un Alter muy próximo y muy alto. Y pienso: todo lo que escribo y digo está de alguna manera signado por su mirada. Ramón persecutorio. Pero del bueno: interlocutor severo, el censor que pudiendo decir todo no se animaba a hacerlo hasta estar seguro de lo que diría sin halagamos o herimos. Por eso cuando nos confesaba, inesperadamente, el valor de algo que uno había escrito o hecho, era como si el Maestro en la Verdad nos respaldara: como si nos habilitara a seguir pensando o escribiendo. 

Entre sus manuscritos debía haber —y alguien habrá de encontrarlos— un libro repleto de poemas, una gramática griega inconclusa, una novela sobre sus ejercicios sacerdotales en San Miguel, un Nuevo (post)-Testamento, y una carta de amor nunca enviada. Una vida que hubiera requerido otra vida, como la eternidad que, cuando creyente, lo había tentado. 

Ramón es el intelectual atento y vivo, y al mismo tiempo actor y espectador sensible de su tiempo. Seminarista de los jesuitas en San Miguel, abandonó y se inscribió en la Facultad de Letras, rebelde y crítico de la Iglesia, un “culto” clásico en el ambiente de izquierda al que llega con todo su fervor casi adolescente, esa cierta candidez que traía junto a una comprensión astuta y respetuosa hacia la izquierda popular, barrial y callejera. Un greco-romano altivo en el suburbio cultural porteño. Calzaba alpargatas con una distinción que su sencillez acentuaba, con ese tinte monacal que siempre caracterizó su vida. Por eso era una fiesta verlo a veces, de saco y corbata, en traje azul de gala: verlo pasar, súbitamente, de Ramón “pobre” a Ramón “rico”. Profesor primero en la Universidad de Rosario, formábamos parte de Contorno con los Viñas. Enfrenta a Frondizi en la sede “intransigente” de la calle Riobamba, antes de que llegara a presidente, donde fuimos juntos a enrostrarle su “desvío”. Fue luego ministro de Educación en la Provincia de Santa Fe hasta que renuncia frustrado por la política radical. Fundador del Movimiento de Liberación Nacional (Malena para los amigos) entra en la militancia política de izquierda. Vive durante años, sin acceso a la universidad en los gobiernos militares, editando él solo, con su mujer, China Ludmer, reseñas bibliográficas de psicología y psicoanálisis por suscripción. Recuerdo la viñeta, viejo motivo simbólico: una antigua serpiente que se come a sí misma la cola. 

Y al final, lo más sorprendente: su cercanía callada y secreta con León Bloy, como si León Bloy fuera su propio y verdadero alterego, no ninguno de nosotros, sino ese otro que, saliendo de lo mismo en que él estaba, hubiera iniciado el camino de una reconciliación a la que Ramón apuntó siempre —y nosotros sin saber qué se preguntaba en sus silencios hechos de comprensión y de distancia enigmática y callada. Ramón absconditus, como el Dios que buscaba o del que huía, como él lo hubiera dicho de sí mismo. Ramón hablaba con nosotros hasta cierto punto —nos damos cuenta recién ahora pero dialogaba y hablaba de lo más doloroso, en secreto, con Bloy el profeta. 

¿Qué interrogaba Ramón desde su soledad, su desdicha y sus amores, gozo secreto y sufrimiento estoico, cuando escribe y se sigue preguntando desde el más desgarrado de los cristianos, desde León Bloy el converso, sobre el enigma de los judíos que se resistían a la solución cristiana? ¿Qué seguía elaborando desde su propia cifra que había quedado pendiente, él, el más encarnizado contra esa Iglesia católica que había desvirtuado una verdad que León Bloy elabora pensando en la tozudez judía, en la Palabra cuya encarnación niegan en Cristo? Quiero saberlo y lo interrogo nuevamente en ese texto, como un diálogo inconcluso que sin declinar sus premisas obscuras recién ahora creo que entiendo. Lo pienso y evoco escribiendo en los años de soledad, resistente del poder militar, él, que había vivido otras desolaciones y desengaños. Ramón tenía la entereza estoica de los empecinados que no se mueven de su sitio porque simplemente, pese a la amenaza, no les da la gana de moverse. 

Eso enigmático, quedó para mí sin respuesta, y es lo que al evocarlo cuando lo leo, o teniendo su foto frente a mí (esa que le tomé en 1983 cuando lo visité, de paso por Buenos Aires, luego que el Proceso militar y el exilio nos distanciara por ocho años). Si sus amigos y alumnos vuelven a editar sus trabajos es porque nos proponemos seguir interrogándonos sobre su permanencia indeleble en nosotros, y su enigma: quién es Ramón, el siempre vivo, cuya marca, como la de Caín —la Caína de su poema— nos sigue interrogando. Alguien, un compañero, un semejante, un amigo muerto con el cual seguimos, en silencio, dialogando.

 

En Alcalde, Ramón (1996). Estudios críticos de poética y política, Buenos Aires, Conjetural-Ediciones Sitio, pp. 11-16. 

 




 

viernes, mayo 30, 2025

El final de Félix Chaneton


En una entrevista de 1985, después de haber publicado el año anterior Los reportajes de Félix Chaneton, Carlos Correas comenta que prepara “una serie de cuatro breves nouvelles, en la que me preocupa mucho la forma”.


Estoy tentado de pensar que se refiere a la obra Un trabajo en San Roque que sería publicada de forma póstuma en 2005 y con sólo tres nouvelles (y dos relatos antiguos).


Para los encuentros de “La seducción de Carlos Correas”, volví a ese otro tríptico literario, menos leído que el de 1984. Hemos insistido en el conversatorio sobre los heterónimos que Correas usa como máscaras a lo largo de su obra: Ernesto Savid, Juan Manuel Levinas, Emilse Ruggiero y, claro está, Félix Chaneton.


Curiosamente en la última nouvelle homónima de Un trabajo en San Roque Chaneton reaparece como personaje, esta vez, secundario. Lo hace en medio de un relato denso, de clima ominoso, teatral y grotesco.



Y sin embargo, Chanetoncito, en el decir de Rodolfo Carrera su Virgilio lúmpen y viril en la primera parte de “Los reportajes…”, ha logrado conseguir la autoridad: es intendente en San Roque (aunque haya sido puesto por su suegro).


El final del personaje, ese final que no está en la novela de 1984, como corresponde en “la literatura de suicidias para suicidas” que reclamaba el joven Correas, es trágico. 



Carlos Correas le da la muerte a Félix Chaneton en uno de sus últimos relatos publicados, en una nouvelle que se publica después de su muerte. Como si levantara el guante que Ramón Alcalde le había arrojado en su reseña sobre Los reportajes… a mediados de los 80. Como si necesitara matar a uno de sus heterónimos para realizar en la ficción algo que lo vendría tentando en la realidad…

miércoles, mayo 28, 2025

Golosina Caníbal presenta... (tapas n.° 01 al 10)

Estas son las tapas de los primeros diez números de Golosina Caníbal presenta..., un fanzine analógico, impreso y finito que nació en 2020. La idea original surgió por intentar darle una sobrevida a textos que noto se pierden en los mares virtuales (revistas caídas, sitios inexistentes o en agonía) o han sido olvidados hace mucho tiempo. 

Así, pueden notar entre el número 01 y el 10 que las voces, las firmas, los temas y las épocas varían y van del pasado al presente ida y vuelta (y también, por qué no, le amagan al futuro). 

 

Las primeras novelas de Ariel Luppino, según la mirada de Agustín Conde De Boeck (n.° 01); 

un vistazo a La salamandra, una gran novela olvidada de 1965, de Celia Paschero (n.° 02); 

un ensayo sobre las Rubaiyat, escrito por el maestro Raúl Antelo (n.° 03); 

el retorno ficcional de Marcelo Fox, urdido por Luppino (n.° 04); 

ese perfil inolvidable de Luisa Sofovich sobre James Joyce (n.° 05); 

la traducción de prosas poéticas objetivistas de Gertrude Stein realizada por Juan Maisonnave (n.° 06); 

una entrevista perdida al monstruo Lai de Hernán Bergara con ilustraciones de Diego Cano (n.° 07); 

el relato sobre los crotos en la lapicera rabiosa de don Bernardo Kordon (n.° 08); 

un acercamiento múy lúcido a la poesía de Georg Trakl realizado por Rogelio Bazán (n.° 09); 

y los poemas muertos de Ligotti, traducidos por Agus Conde De Boeck (n.° 10). 

 

Golosina Caníbal presenta... es un fanzine, como decía, impreso y finito. Sus números se agotan, produzco pocos ejemplares (entre 100 y 200), y los números del 01 al 06 ya se han evaporado, están agotados y ahora viven y sobreviven en bibliotecas, mesas de luz, docenas de huevos o tachos de basura. En estos días apunto al n.° 20, casi para brindar con los 20 años que también se cumple en este año, 2025, de ese blog, Golosina Caníbal. 

Si a algún internauta le interesa un ejemplar del fanzine, saber qué otros hay (próximamente posteo del 11 al 19), me pueden escribir a través de Instagram, Facebook (de X me fui por cansancio y nihilismo) o por el viejo y querido mail: golosinacanibalblog@gmail.com 

Gracias por el interés y la lectura. De a poco intento despabilar este antro. Veremos, veremos...










 

lunes, mayo 19, 2025

El piano bahiano (Fernando Noy)

Me crucé con la revista Mantrana 7000 gracias a Federico Barea, quien me la recomendó por haber encontrado entre sus páginas el último texto que publicó Marcelo Fox, "Los estandartes". 

Fue una publicación argentina de poesía y esoterismo que se publicó entre 1969 y 1976. En sus páginas participaron, entre otros y otras, Marosa di Giorgio, Alejandra Pizarnik, Juan Jacobo Bajarlía, Luisa Valenzuela, Tulio Carella, Elvira Orphée, Silvina Ocampo, Carlos Culleré y el ya mentados Fox. También incluyó entrevistas a Ray Bradbury, Ernesto Sabato y Astor Piazzolla. Fue dirigida y editada por Beatriz Eichel. 

 

 

La revista ha pasado casi desapercibida por la historia cultural y literaria argentina pero fue un valioso espacio de creación poética y de exploración de lo sagrado. En su tapa presentaba una suerte de mandala geométrico realizado por Eduardo Mac Entyre y el formato de la revista era cuadrado. Cada revista tenía unas 84 páginas e incluía algunas ilustraciones de artistas y un disco con grabaciones poéticas. El centro de las páginas estaba puesto sobre el texto, más que sobre la imagen. Sin embargo cada revista presentaba una serie de ilustraciones ligadas particularmente con el esoterismo: ruinas arqueológicas, cartas de tarot, símbolos medievales, etcétera.

En Mantrana 7000, Fernando Noy publicó dos relatos que me gustan mucho: "Plegaria de los barrenderos de las pequeñas catástrofes" (n.° 3, 1973) y "El piano bahiano" (n.° 4, 1976). A continuación, exhumo el segundo. ¡Que lo disfruten!

 

El piano bahiano 

Fernando Noy 

a Beatrana Von Eichel 

a Iansà 

Presentación de su Exú Pomba Gira: 

Mi amigo Omar, cuentan (y lo que cuenten ya es válido) supo abrir aquella noche una garrafiña de caña de las esquinas bahianas y encima de ella desparramó un gesto intuitivo ante las rosas rojas: La señal de la cruz. Eso lo llevó al mambo sagrado y dos cuadras después explotó contra la calle la botella vacía, aunque yo no lo hubiera hecho nunca. 

—Quebrar una garrafa (botella) é dessastre —falaba pra mim la vendedora de acarajés hija de Ella a quien dedico este trabajo y aquel rouge de Harrods con el que nos pintábamos los labios del color de la sangre. 

—E dessastre pero si a garrafa está cheia (llena) claro. Imagine usted una botella de caña brava quebrada en la calle. Imagine usted la posibilidad de hacer danzar un alma hecha pedazos. Pero la garrafiña ya estaba vacía y entonces era distinto. Dos cuadras después Omar murmuraba a la sombra de una vela la vieja canción heredada de las rameras pensantes y amantes del África, introducidas en su mente, por fin habían vuelto a la vida, y esto por el mayor tiempo posible. El dolor engendra sabiduría y hace bailar. Al alba se irían. Llamemos en el Sincretismo mágico a estas apariciones, estas posesiones como la que aquí describo: Pomba Gira (Paloma que da vueltas o Malena de los cocos y las viejas palmeras). Esposa de su Exú, sin el cual nada se logra, ni el bien ni el mal. El rojo y el negro, pájaro del demonio. No pensar que hablo de lo que imaginan como el pobre mal. El mal del mar, el mal de amar es a lo que me refiero. 

Presentación de Iemánjá: 

“Iemanjá leré, Iemanjá lirí. Mándale dicer, que ele era pra mim”. 

Río Vermelho (Barrio Río Rojo). Largas colas de mujeres. Negras o blancas manos, da lo mismo, con espejos baratiños de un cruzeiro. Entre ellas, alguna condesa portuguesa esperando con su bolo torta de bodas gigante, prometido siete veces mayor que el original, arrastrado por dos sirvientes negros en la bandeja de plata con rueditas. Tan importante será esta señora socorrida por los jugos de cajú que trajo previsora la niña negra y se lo ofrece. Pero igual hará la larga cola hasta llegar a las barcas de las ofrendas; igual traspirará debajo de su vestido de hilo más liviano y sin guantes. Es que la señora tiene su gran fama. Ahora sé que se trata de Nina de Lisboa, recién casada, siempre recién casada hace setenta años, bella como nadie, llevando para Naná, madre de Iemanjá, su promesa. Además de perfumes traídos de París o Bagdad y de todos los lugares que su ánima ande, nunca tan valiosos como el de trementina y rosas que la mujer que antecede preparó con vieja receta y limpias manos fregonas, también para Naná, la vieja madre de todas las sirenas. 

Ahora, alguien me aclara que la fecha de la bandeja de plata reza el siglo anterior. Ahora me dice que no me sorprenda por haber visto a la condesa Niná de Lisboa ya muerta pero eternizada en la fila de los pagadores de promesas. 

En el pequeño altar el círculo de donantes dejando sus jaboncitos, peines y espejos que caen en unas cestas casi llenas, altas como yo que me vecindan las nubes. 

También cintas blancas, celestes y rosadas de las que robo una para encontrar un amor. Cintas y cintas cayendo a mi lado. Serán para los largos cabellos submarinos, para las anchos ruedos. Cada una un deseo, cada una una luz, un imán, un boomerang, un ancla de triunfo. 

Los banderines iluminados por el sol y en los blancos vemos la imagen de la gran sirena con su espejo de plata en la mano derecha, blandiéndose ante sí desde la eternidad. 

“Que la primera ola lleve mis pecados, que la segunda mis males”... 

Así, hasta siete olas debe soportar o gozar la promesante mientras pide a cada blanco fragor que se deja leer por medio de la espuma, lo que vendrá, lo que devendrá. 

En tanto, van ligando las grandes Médiums de la familia del Candomblé. Una de ellas besa a cada instante la tierna arena y a quien mira ése brilla. 

—Esa mujer es como un pararrayos, entiendo y me digo. Pero veo otras tres. Mudas, expectantes, en contemplación serenísima, recubiertas de talco sus articulaciones (Pemba Africana —Mercado Modelo— tres cruzeiros). Veo tres en trance, una de ellas me recuerda mi hermosa amiga René Cuellar. La miro fijamente, ella me escucha. Levanta su mano. El gesto es limpio, el saludo, blanco. Me emociona, vierto pipocas (lágrimas de niños —maíz espantado emblanquecido ante el fuego— pochoclos). Mi llanto, en esos capullos blancos representado, cae sobre la arena en la que siempre hubo danza. 

Es que han llegado más mujeres negras y blancas, algunas. Soberbias y temblorosas. Los almidonados delantales blancos giran en un baile contra el tiempo. Bailan con ellas sus turbantes dorados y de plata, sus enaguas con puntillas blancas o rojas o celestes según sus santos. Sonríen ayudadas por el viento del mar y muestran los talones, pendidos los buzios, sexo de la Madre Agua y las chinelitas turcas que no sueltan sus pies aun cuando el batuque se enciclone. 

Hablando de colores, mi padre, Ogum, reclama el verde. Collar de cuentas verdes, las algas no se pueden, las esmeraldas tampoco. Ogum, un viejecito traje recién planchado que camina por las plantas costeras de la selva. 

Su bastón habla con los duendes de los yuyos. El Martín Fierro del África. 

Más adentro, en el corazón del mato están los indios. Los caboclos, dueños de la canela y la maconha (marihuana). No me olvido, no me olvido. Son las siete flechas. 

Y ahora, mi madre. Ianzá (Jean D’Arc — Santa Bárbara). La Salamandra, madre del fuego y de la lluvia. Ambos enemigos. Su collar es el de cuentas rojas y alguien, Caetano Veloso le canta: “Señora dá lluvias en junio —Señora de todo, dentro de mí. Reina de los rayos. Reina de los rayos. Tiempo bueno. Tiempo ruin”. 

Su marido, Xangó. El San Pedro de la idea del infierno. En la leyenda, él te manda un caballo blanco para que cabalgues sobre las llamas en tu ir hacia Oxalá definitivo. 

Oxalá. Ojalá: Dios. 

La guía de Oxalá o el collar debe ser blanco como la nieve y su cayado (largo bastón de plata con imágenes que revolotean y desconozco aunque son las que cuentan los símbolos fundamentales de esta religión esclava de los esclavos). Oxalá es propenso a la tristeza y la melancolía. Es que Iemanjá, su hija, lloró hasta crear el océano. Y él: Él, Dios, parece no olvidarlo nunca. Y así mira los mares. Señor de la palabra en los ojos. 

Ya es la tarde. 

Ya se han cargado las barcas con manjares y rosas blancas. 

Entre las grandes señoras la dama Olga de Alaketo, dueña del Ha, secreto incorruptible, se susurra presente. Está al lado de la Mininiña de Gantois; a la que María Betania canta. 

“Ay, minha mae, minha mae mininiña. Ay, minha mae, minininha de Gantois. A estrela mais linda ay. Está nu Gantois y o sol mas bonito ay, está nu Gantois. Foi Omulú quem mandó esa filha de Oxúm tomar conta da gente y de tudo cuidar Foi Omulúú leré, Foi Omulú lará”. 

Habla de Oxum: Gran divinidad, hermosa mujer dueña de las aguas profundas, suaves y dulces. Vestida de dorado y amarillo con largos cabellos rubios alzados por los pájaros y flores de oro en las orejas. 

Cierto atardecer me arrojó un pañuelo desde sus aguas. Aún lo conservo. 

Habla de Omulú: Dueño de la casa de los muertos: O semiterio. Es él quien danza con el rostro cubierto por flecos de perlas negras que ocultan sus blancos ojos. 

Última y más deseada mirada brillante para todos los hombres. 

Ya es la tarde. 

Ya los hijos de las bahianas nadan con las barcas mar adentro. 

Silencio y músculo fosforescentes. 

Qué silencio. 

Sus madres, las señoras de blanco tomadas de la mano crean un cordón. Un límite.

El límite. 

De un lado el mar y la playa eternamente vírgenes. Del otro los devotos. Marina. 

Mistura de turistas y de ojos en el mundo. Una de ellas, las que contienden, la más gorda de todas cae en actitud de sirenas sobre la playa. Enrosca sus pies como aletas, le es entregado su espejo y su peine.

Ella se peina.

Y ya las olas a lo lejos son más vestidos blancos de las que se han ido y ahora han llegado a saludarla en su fiesta. 

En el lejano espejismo veo los collares y las espumas se han quedado inmóviles, quietas, suspendidas en el aire apenas un segundo y basta. Inmóviles en el instante más salvaje de las ondas, cuando explotan y desnucan el horizonte del océano. Podrás verlas. 

Ave Bahía, Ave África.

Cámara lenta para ver caer el sol como una araña delicada y roja, lacerada y sombría. 

Viene la noche. La primera parte de tu fiesta —Iemanjá— ya culmina. 

Más tarde danzaremos, beberemos, nos drogaremos en la feria de cerveza y tambores, de cachacas y perros de gatos y de almas. 

Nos dormiremos sin saberlo en cualquier playa. Habremos bacaneado acarajés, batapás, cocadas y pimenta muita pimenta. Desorbitados, estupefactos, más muertos que vivos, más vivos que muertos habremos recordado aquel piano blanco que aquel hombre negro le regaló a tu océano escondido en la tarde...


 

Fuente: Mantrana 7000, n.° 4, Buenos Aires, 1976, pp. 52-54.

martes, mayo 13, 2025

Ouroboros, un retrato imaginario de Marcelo Fox (corto documental de Nicolás Ivaldi)

Intento volver por estos pagos, cansado del ritmo efímero de las redes sociales y la imposibilidad de hacer búsquedas útiles y efectivas. Veremos, veremos.

En este post, comparto el corto documental que realizó Nicolás Ivaldi en 2020 sobre Marcelo Fox, titulado Ouroboros, un retrato imaginario de Marcelo Fox. ¡Paso la síntesis y el link para verlo online! ¡Que lo disfruten!

 

 

LINK: https://vimeo.com/825680598

 

Dirección: Nicolás Ivaldi.

Compañía Productora: ENERC, INCAA.

País: Argentina / Año: 2022 / Duración: 13' 31''.


SINOPSIS

En Buenos Aires, durante la década de los 60's, un joven poeta maldito desarrolla una corrosiva obra performática y literaria por la que es condenado socialmente. Años más tarde, la violencia presente en sus escritos es encarnada por la realidad mientras su figura se pierde en el olvido.

EQUIPO & REPARTO

Narración: Pablo Mónaco y Solange Rosales / Producción: Guido Chapto / Guion: Gastón Blanco y Nicolás Ivaldi / Fotografía: Ciro Zanela e Ian Pojomovsky / Montaje: Juan Ignacio Arias / Sonido: Gonzalo Imanol Del Peón / Arte: Agustín Celoné.

 

FESTIVALES

REC 14° | Festival de Artes Audiovisuales Latinoamericano de Universidades Públicas (2023).

4° ENERC SE PROYECTA | Muestra Federal de Universidades Públicas (2024).


PREMIOS

Mejor Cortometraje Federal | Festival REC 14° (2023).

Premio RAFMA | Festival REC 14° (2023).

Mención RAD | Festival REC 14° (2023).

Mejor Cortometraje Documental | 4° ENERC SE PROYECTA (2024).

Mejor Tesis Documental | 4° ENERC SE PROYECTA (2024).

Premio AADA a la Mejor Dirección de Arte | 4° ENERC SE PROYECTA (2024).

 

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