Me crucé con la revista Mantrana 7000 gracias a Federico Barea, quien me la recomendó por haber encontrado entre sus páginas el último texto que publicó Marcelo Fox, "Los estandartes".
Fue una publicación argentina de poesía y esoterismo que se publicó entre 1969 y 1976. En sus páginas participaron, entre otros y otras, Marosa di Giorgio, Alejandra Pizarnik, Juan Jacobo Bajarlía, Luisa Valenzuela, Tulio Carella, Elvira Orphée, Silvina Ocampo, Carlos Culleré y el ya mentados Fox. También incluyó entrevistas a Ray Bradbury, Ernesto Sabato y Astor Piazzolla. Fue dirigida y editada por Beatriz Eichel.

La revista ha pasado casi desapercibida por la historia cultural y literaria argentina pero fue un valioso espacio de creación poética y de exploración de lo sagrado. En su tapa presentaba una suerte de mandala geométrico realizado por Eduardo Mac Entyre y el formato de la revista era cuadrado.
Cada revista tenía unas 84 páginas e incluía algunas ilustraciones de artistas y un disco con grabaciones poéticas. El centro de las páginas estaba puesto sobre el texto, más que sobre la imagen. Sin embargo cada revista presentaba una serie de ilustraciones ligadas particularmente con el esoterismo: ruinas arqueológicas, cartas de tarot, símbolos medievales, etcétera.
En Mantrana 7000, Fernando Noy publicó dos relatos que me gustan mucho: "Plegaria de los barrenderos de las pequeñas catástrofes" (n.° 3, 1973) y "El piano bahiano" (n.° 4, 1976). A continuación, exhumo el segundo. ¡Que lo disfruten!
El piano bahiano
Fernando Noy
a Beatrana Von Eichel
a Iansà
Presentación de su Exú Pomba Gira:
Mi amigo Omar, cuentan (y lo que cuenten ya es válido) supo abrir aquella noche una garrafiña de caña de las esquinas bahianas y encima de ella desparramó un gesto intuitivo ante las rosas rojas: La señal de la cruz. Eso lo llevó al mambo sagrado y dos cuadras después explotó contra la calle la botella vacía, aunque yo no lo hubiera hecho nunca.
—Quebrar una garrafa (botella) é dessastre —falaba pra mim la vendedora de acarajés hija de Ella a quien dedico este trabajo y aquel rouge de Harrods con el que nos pintábamos los labios del color de la sangre.
—E dessastre pero si a garrafa está cheia (llena) claro. Imagine usted una botella de caña brava quebrada en la calle. Imagine usted la posibilidad de hacer danzar un alma hecha pedazos. Pero la garrafiña ya estaba vacía y entonces era distinto. Dos cuadras después Omar murmuraba a la sombra de una vela la vieja canción heredada de las rameras pensantes y amantes del África, introducidas en su mente, por fin habían vuelto a la vida, y esto por el mayor tiempo posible. El dolor engendra sabiduría y hace bailar. Al alba se irían. Llamemos en el Sincretismo mágico a estas apariciones, estas posesiones como la que aquí describo: Pomba Gira (Paloma que da vueltas o Malena de los cocos y las viejas palmeras). Esposa de su Exú, sin el cual nada se logra, ni el bien ni el mal. El rojo y el negro, pájaro del demonio. No pensar que hablo de lo que imaginan como el pobre mal. El mal del mar, el mal de amar es a lo que me refiero.
Presentación de Iemánjá:
“Iemanjá leré, Iemanjá lirí. Mándale
dicer, que ele era pra mim”.
Río Vermelho (Barrio Río Rojo). Largas colas de mujeres. Negras o blancas manos, da lo mismo, con espejos baratiños de un cruzeiro. Entre ellas, alguna condesa portuguesa esperando con su bolo torta de bodas gigante, prometido siete veces mayor que el original, arrastrado por dos sirvientes negros en la bandeja de plata con rueditas. Tan importante será esta señora socorrida por los jugos de cajú que trajo previsora la niña negra y se lo ofrece. Pero igual hará la larga cola hasta llegar a las barcas de las ofrendas; igual traspirará debajo de su vestido de hilo más liviano y sin guantes. Es que la señora tiene su gran fama. Ahora sé que se trata de Nina de Lisboa, recién casada, siempre recién casada hace setenta años, bella como nadie, llevando para Naná, madre de Iemanjá, su promesa. Además de perfumes traídos de París o Bagdad y de todos los lugares que su ánima ande, nunca tan valiosos como el de trementina y rosas que la mujer que antecede preparó con vieja receta y limpias manos fregonas, también para Naná, la vieja madre de todas las sirenas.
Ahora, alguien me aclara que la fecha de la bandeja de plata reza el siglo anterior. Ahora me dice que no me sorprenda por haber visto a la condesa Niná de Lisboa ya muerta pero eternizada en la fila de los pagadores de promesas.
En el pequeño altar el círculo de donantes dejando sus jaboncitos, peines y espejos que caen en unas cestas casi llenas, altas como yo que me vecindan las nubes.
También cintas blancas, celestes y rosadas de las que robo una para encontrar un amor. Cintas y cintas cayendo a mi lado. Serán para los largos cabellos submarinos, para las anchos ruedos. Cada una un deseo, cada una una luz, un imán, un boomerang, un ancla de triunfo.
Los banderines iluminados por el sol y en los blancos vemos la imagen de la gran sirena con su espejo de plata en la mano derecha, blandiéndose ante sí desde la eternidad.
“Que la primera ola lleve mis pecados,
que la segunda mis males”...
Así, hasta siete olas debe soportar o gozar la promesante mientras pide a cada blanco fragor que se deja leer por medio de la espuma, lo que vendrá, lo que devendrá.
En tanto, van ligando las grandes Médiums de la familia del Candomblé. Una de ellas besa a cada instante la tierna arena y a quien mira ése brilla.
—Esa mujer es como un pararrayos, entiendo y me digo. Pero veo otras tres. Mudas, expectantes, en contemplación serenísima, recubiertas de talco sus articulaciones (Pemba Africana —Mercado Modelo— tres cruzeiros). Veo tres en trance, una de ellas me recuerda mi hermosa amiga René Cuellar. La miro fijamente, ella me escucha. Levanta su mano. El gesto es limpio, el saludo, blanco. Me emociona, vierto pipocas (lágrimas de niños —maíz espantado emblanquecido ante el fuego— pochoclos). Mi llanto, en esos capullos blancos representado, cae sobre la arena en la que siempre hubo danza.
Es que han llegado más mujeres negras y blancas, algunas. Soberbias y temblorosas. Los almidonados delantales blancos giran en un baile contra el tiempo. Bailan con ellas sus turbantes dorados y de plata, sus enaguas con puntillas blancas o rojas o celestes según sus santos. Sonríen ayudadas por el viento del mar y muestran los talones, pendidos los buzios, sexo de la Madre Agua y las chinelitas turcas que no sueltan sus pies aun cuando el batuque se enciclone.
Hablando de colores, mi padre, Ogum, reclama el verde. Collar de cuentas verdes, las algas no se pueden, las esmeraldas tampoco. Ogum, un viejecito traje recién planchado que camina por las plantas costeras de la selva.
Su bastón habla con los duendes de los yuyos. El Martín Fierro del África.
Más adentro, en el corazón del mato están los indios. Los caboclos, dueños de la canela y la maconha (marihuana). No me olvido, no me olvido. Son las siete flechas.
Y ahora, mi madre. Ianzá (Jean D’Arc — Santa Bárbara). La Salamandra, madre del fuego y de la lluvia. Ambos enemigos. Su collar es el de cuentas rojas y alguien, Caetano Veloso le canta:
“Señora dá lluvias en junio —Señora de todo, dentro de mí.
Reina de los rayos. Reina de los rayos.
Tiempo bueno. Tiempo ruin”.
Su marido, Xangó. El San Pedro de la idea del infierno. En la leyenda, él te manda un caballo blanco para que cabalgues sobre las llamas en tu ir hacia Oxalá definitivo.
Oxalá. Ojalá: Dios.
La guía de Oxalá o el collar debe ser blanco como la nieve y su cayado (largo bastón de plata con imágenes que revolotean y desconozco aunque son las que cuentan los símbolos fundamentales de esta religión esclava de los esclavos). Oxalá es propenso a la tristeza y la melancolía. Es que Iemanjá, su hija, lloró hasta crear el océano. Y él: Él, Dios, parece no olvidarlo nunca. Y así mira los mares. Señor de la palabra en los ojos.
Ya es la tarde.
Ya se han cargado las barcas con manjares y rosas blancas.
Entre las grandes señoras la dama Olga de Alaketo, dueña del Ha, secreto incorruptible, se susurra presente. Está al lado de la Mininiña de Gantois; a la que María Betania canta.
“Ay, minha mae, minha mae mininiña.
Ay, minha mae, minininha de Gantois.
A estrela mais linda ay.
Está nu Gantois y o sol mas bonito ay, está nu Gantois.
Foi Omulú quem mandó
esa filha de Oxúm tomar conta da gente
y de tudo cuidar Foi
Omulúú leré, Foi Omulú lará”.
Habla de Oxum: Gran divinidad, hermosa mujer dueña de las aguas profundas, suaves y dulces. Vestida de dorado y amarillo con largos cabellos rubios alzados por los pájaros y flores de oro en las orejas.
Cierto atardecer me arrojó un pañuelo desde sus aguas. Aún lo conservo.
Habla de Omulú: Dueño de la casa de los muertos: O semiterio. Es él quien danza con el rostro cubierto por flecos de perlas negras que ocultan sus blancos ojos.
Última y más deseada mirada brillante para todos los hombres.
Ya es la tarde.
Ya los hijos de las bahianas nadan con las barcas mar adentro.
Silencio y músculo fosforescentes.
Qué silencio.
Sus madres, las señoras de blanco tomadas de la mano crean un cordón. Un límite.
El límite.
De un lado el mar y la playa eternamente vírgenes. Del otro los devotos. Marina.
Mistura de turistas y de ojos en el mundo. Una de ellas, las que contienden, la más gorda de todas cae en actitud de sirenas sobre la playa. Enrosca sus pies como aletas, le es entregado su espejo y su peine.
Ella se peina.
Y ya las olas a lo lejos son más vestidos blancos de las que se han ido y ahora han llegado a saludarla en su fiesta.
En el lejano espejismo veo los collares y las espumas se han quedado inmóviles, quietas, suspendidas en el aire apenas un segundo y basta. Inmóviles en el instante más salvaje de las ondas, cuando explotan y desnucan el horizonte del océano. Podrás verlas.
Ave Bahía, Ave África.
Cámara lenta para ver caer el sol como una araña delicada y roja, lacerada y sombría.
Viene la noche. La primera parte de tu fiesta —Iemanjá— ya culmina.
Más tarde danzaremos, beberemos, nos drogaremos en la feria de cerveza y tambores, de cachacas y perros de gatos y de almas.
Nos dormiremos sin saberlo en cualquier playa. Habremos bacaneado acarajés, batapás, cocadas y pimenta muita pimenta. Desorbitados, estupefactos, más muertos que vivos, más vivos que muertos habremos recordado aquel piano blanco que aquel hombre negro le regaló a tu océano escondido en la tarde...
Fuente: Mantrana 7000, n.° 4, Buenos Aires, 1976, pp. 52-54.