miércoles, diciembre 21, 2005

Un escritor de gimnasio...

Cómo terminé con mis lecturas y exámenes académicos me propuse desahogar la pila de libros que me esperaba. Comencé por Un viejo que leía novelas de amor (Tusquets, 1993) de Luis Sepúlveda. Lamentablemente al poco tiempo que la leía (digo lamentable porque sino no lo hubiese ni siquiera empezado) descubrí una crítica de Bolaño que lo compara con Allende, Mastretta y Eloy Martínez a quienes acusa (Sepúlveda incluido) de “escritores de gimnasio” a quienes les importa más el éxito social, el dinero, las tapas lujosas de Tusquets, que la supervivencia y dificultades que genera el esfuerzo intelectual y el encuentro cara a cara con el lenguaje. Así (leo en la solapa) veo que este Sepúlveda se la da de viajero y recorrió (¿con el dinero de los libros?) gran parte del mundo. De allí, aparentemente, se origina su literatura.
Esta es la historia de Antonio José Bolívar Proaño (¡¿Bolívar?!) un viejo que llega una isla, “El Idilio”, en la cual vive con su mujer. Ésta fallece (casi sin haberse besado) y es entregado a las aventuras del paso de la civilización a la barbarie. Del amor profundo a las enseñanzas de los indios shuar; y con el residuo de la civilización burguesa en el amor hacia la lectura (pero no la escritura, ¿pero no la escritura?) de novelas rosas. Luego, está metido en un conflicto por culpa de los gringos (acá viene la parte “comprometida” de la historia, la cuestión del Estado y la propiedad, de los yanquis contra el indígena) quienes por cazar un animal descubren que un tigre está suelto en la isla y amenaza a todo el pueblo. Así, el viejo es nombrado el guía de la cacería del tigre, y luego es abandonado a enfrentarse a solas con el animal. Hasta este momento varios personajes y escenarios fueron presentados y abandonados como la cáscara de un pan, para adentrarnos en un supuesto problema “psicológico”, de la conciencia del viejo enfrentado al animal, del ex-civilizado contra la barbarie.
Y les cuento que para colmo, cuando la cosa se pone buena porque la cacería te atrapa o la conciencia del viejo comienza a indagar sobre sus miedos y recuerdos de las enseñanzas indígenas, todo llega a su fin. El viejo caza a la bestia, se siente mal por sus resabios de asesino con arma blanca, y vuelve a perder sus últimos años en su pueblo junto a las lecturas de las hermosas novelas de amor.
Tal vez con 100 paginas más, o con la intención de indagar sobre alguno de los personajes a fondo, o sobre algunos de los problemas que se insinúa pero no desarrolla, la novela sería una gran novela. Aunque claro, lejos del gimnasio y los viajes.

(queridos lectores de este blog: si alguno leyó esta novela e interpretó algo distinto le suplico que me lo comente así se me pasa el enojo. Y sino la leyeron, es una excelente novela para leer entre la heladerita, los baldecitos de los sobrinos, el agua del mar y las chicas y los chicos en malla).

martes, diciembre 20, 2005

Función política y cultural de la rata (Wimpi)

Si se le llama agradecido al que todavía espera algo más, es porque implícitamente se admite que, cuan­do al tipo ya no le hace falta una cosa, la considera in­necesaria, pese a la necesidad que de ella pueden tener en ese momento los demás, o en otro momento cualquiera, el tipo mismo.

Sin embargo, todo cuanto existe en el mundo es necesario. Todo está hecho con vista a un fin. Todo tiene su razón de ser.

Jacques Henri Bernardin de Saint-Pierre —autor de "Voyage a l'Ille-de-France", "L'Arcadie", "Essai sur les journaux", "La mort de Socrate"—, amigo de ma­demoiselle Lespinasse y de madame Necker y de Napo­león, el intendente del Jardín Botánico de París, exage­rando los propósitos de François de la Motte Fenelón en su "Demostration de l'existence de Dieu", escribió sus "Etudes de la Nature", desarrollados en "Voeux d'urr solitaire pour servir de suite aux études de la Nature".

Y dice —en estas últimas obras— que hay, incluso, una razón para que las mujeres tengan las caderas1 más voluminosas que los hombres. La Naturaleza le asignó a la mujer, entre otros quehaceres, el de llevar a su niño en brazos; el niño, llevado en brazos, le pesa, a ella, adelante, tendiendo, desde luego, a inclinarla. De ahí que la Naturaleza le haya otorgado a la mujer el don de un contrapeso en la parte posterior, para resta­blecerle el equilibrio.
Todo está hecho con un fin preconcebido.

Bernardino de Saint-Pierre se explica la sorpresa de muchos ante el hecho de que la vaca tenga cuatro mamas, pese a que no suele alumbrar más de un ter­nero por vez —dos, acaso, cuando se trata de vacas muy bambolleras—, en tanto que la cerda, que en ocasiones alumbra hasta quince criaturas, tiene sólo doce mamas.

Parecería —admite el autor— que a la vaca le so­braran dos mamas y que a la cerda le faltaran tres.

Pero, no.

La Naturaleza ha dispuesto así las cosas porque dos de las mamas de la vaca están para que se las or­deñen con el fin de proveer a las lecherías de concu­rrencia humana y porque los hijos de la cerda es for­zoso que abunden, aunque ella carezca de espacio para las mamas necesarias, en tanto que hay que contemplar la demanda de las rotiserías.

Abreviando: la vaca dispone de cuatro mamas no obstante alumbrar, generalmente, un solo ternero, y la cerda tiene pentecaidecallizos2, magüer sólo contar con trece mamas, para que al tipo no le falten nunca ni su café con leche, ni su lechón.

Dice Saint-Pierre que las pulgas son negras para que resalten en la piel blanca y pueda la gente atra­parlas sin mayores dificultades. Y dice que los melones ya vienen con los gajos marcados para que no haya discusiones cuando se comen en familia.
Todo está bien como está. Todo se necesita.

No ha de faltar quien, irónicamente, pregunte: —"¿Y los mosquitos? ¿Son necesarios?"
¡Claro que son necesarios!

Si fué respetado el mosquito en la antigüedad por gentes sabias, se debió a que esas gentes sabias presen­tían lo que iba a aportar el mosquito a esta era indus­trial.

¡El mosquito fué cantado por Publio Virgilio Ma­rón en "Las Geórgicas", la mejor de las obras del ilus­tre mantuano!

Por aquella misma época, Meleagro de Gadara se había enamorado de Zenófila, y como no la podía en­contrar a tiro, ¡mandó al mosquito, en confianza, a que la enterara de su cuita!3

Si no hubiese mosquitos, ¿de qué viviría la gente que hace mosquiteros, espirales y mosquiticidas?

Uno ya supone qué pensará, a esta altura, más de un desaprensivo: —"Esa gente podría ocuparse de otra cosa".

Pero si los que viven de los mosquitos se ocuparan de otra cosa, ¿de qué se ocuparían los que se ocupan, ahora, de otra cosa, cuando se vieran desalojados de ella por los que en ella irían a ocuparse al quedar sin ocu­pación por la falta de mosquitos?

El tipo vive de sus plazas.

¿Innecesaria la mosca? ¡No! Ya Hornero había comparado el valor de Aquiles con el de la mosca4 —que por más que la manoteen, siempre vuelve a la carga.

Luciano de Samosata había escrito, ya, su "Elo­gio a la Mosca"; Claudio Eliano de Preneste, en su "De natura animalium", ya había asegurado que la mosca tenía un alma inmortal; ¡y como si todo eso no bastara para configurarle un prestigio, hoy la mosca es la primera colaboradora en los estudios de Genética!5

¿Innecesaria la lombriz? ¡Tampoco! Según las ob­servaciones hechas recientemente por los doctores Henry Hopp y Clarence S. Sláter —del Servicio de Conserva­ción del Suelo del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos—, la lombriz nutre la tierra, la afloja, la mantiene porosa, la abona con una substancia que ella misma segrega. Es tan importante una lombriz co­mo un agricultor 6.

Cierto día de 1822, navegando por las costas orien­tales de Groenlandia a bordo del "Baffin", el explora­dor inglés William Scoresby se asombró de la enorme cantidad de medusas que arrojaban las olas a la playa. Y dicen que por un momento consideró antieconómica, derrochona, a la Naturaleza. Sin duda, habrá pensado: —Toda esta materia prima de vida que la Naturaleza desperdició en las medusas le podría haber servido para confeccionar seres más útiles: caballos, gallinas, motormén, langostinos, plomeros, referees, corvinas, doc­tores...

Tras reflexionar un poco, sin embargo, el explora­dor advirtió lo siguiente: las medusas les sirven de ali­mento a los arenques, de los arenques se mantienen las focas, y las focas constituyen el menú de los osos. Si no hubiese medusas, los arenques morirían de hambre. Y no habiendo arenques, ¿con qué comerían las focas? ¡Mo­rirían de hambre las focas también! Pero ¿y los osos?7 Los osos no se resignan a morirse de hambre. ¡Invadi­rían las ciudades en busca de víveres!

Quedó todo aclarado: la Naturaleza hizo a las me­dusas para salvar a las ciudades de la invasión de los osos.

Cabe aún admitir que surja quien inquiera: —"Pe­ro ¿y la rata? ¿Para qué sirve la rata?"

A causa de presentar muchas de sus reacciones vi­tales parecidas a las del tipo, la rata sirve para estudiar al propio tipo. Los sabios, entre otros abusos que come­ten con ellas, ponen a una dieta pobre en sales y amino-.ácidos a ratas de cuatro semanas de edad, y, observán­dolas, establecen las curvas del crecimiento.

En su obra "Problemas of Aging", Cowdey publica retratos de ratas taradas a causa de tales experiencias, que parten el alma.

Además, le cupo a la rata una función histórica de incalculable trascendencia.

En la primavera de 1347 pasó por Constantinopla una peste procedente del Asia, y al año siguiente —1348 8—, tras asolar la Europa entera, llegó a Lon­dres. Según las estadísticas de que dispuso el Papa Cle­mente VI, murieron en aquella pandemia 42.836.486 de personas.

El mal se iniciaba con respiración agitada y estor­nudos. Y era tal el temor al contagio9, que cuando uno oía estornudar a otro se apartaba alarmado, pero no sin antes desearle, cristianamente, "salud".

La costumbre de decirle "salud" al prójimo estor­nudante fué, pues, la primera consecuencia de aquella peste.

Como el pánico la precedía, se establecieron guar­dias en las puertas de las ciudades, para que, antes de dejar entrar a forastero alguno, lo retuvieran fuera del ejido cuarenta días, a fin de cerciorarse de que no tenía el mal.

La cuarentena es otra consecuencia.

Mientras la peste azotó a Florencia, dijo Giovanni Bocaccio, que siete muchachas — Pampinea, Fiametta, Filomena, Emilia, Lauretta, Neifile y Elisa— y tres bue­nos mozos —Panfilo, Filostrato y Dioneo— se protegie­ron de la calamidad aislándose en un lejano palacio. Para entretenerse, contaron una historia por día cada uno durante diez días. Recogiendo esas historias, Bo­caccio compuso "El Decamerón", famosa colección de cien cuentos, que constituye la primera obra en la que el idioma italiano se eleva en la prosa a la jerarquía que ya obtuviera en la poesía merced al Dante y a Petrarca.

El Decamerón se le debe a la peste.

La impresión que tal epidemia ocasionara en aque­lla población de Europa, cuya cuarta parte había su­cumbido, se tradujo en una extraña neurosis, llamada "manía de baile", que culminó, ya bien entrado el 400, en Estrasburgo. Los atacados bailaban sin poder conte­nerse y contangiando sus desatinados movimientos a cuantos les miraban. Entretanto, desesperados, se enco­mendaban a San Vito. Hoy se sabe que ese "baile" es una especie de parálisis agitante —corea o mal de San Vito—, producida, posiblemente, por una encefalitis di­fusa. Pero en aquella época se ignoraban sus causas. Y como las gentes que lo bailaban tocaban, o hacían que les tocaran, una música estridente, de ritmo rápido —porque decían que con ella se les calmaba algo el desasosiego—, y como hubo, en el Sur, quienes sostu­vieran que el mal del baile lo producía la picadura de la tarántula, por asociación se le llamó a aquella música preferida de los saltarines, tarantela.

La tarantela es otra consecuencia de la peste.

En Inglaterra la epidemia cobró caracteres de ver­dadera catástrofe. Fué donde le llamaron "muerte ne­gra" (black death). Redujo la población de la isla de cuatro a dos millones de habitantes. Los resultados del terror fueron inmediatos. Se desvalorizó la tierra aban­donada por los señores, que huían empavorecidos. Pasó la tierra a otros dueños.
Subieron los de abajo.

Las clases superiores, de origen normando, habla­ban francés. Las inferiores, anglosajonas, el sajón, que, influido por el franconormando, produjo el inglés. Al sobrevenir la decadencia de la aristocracia, empezó a ser utilizada la lengua de los otros. En 1362 aparece el in­glés como idioma judicial10.

La difusión del inglés es otra consecuencia de la peste.

Por otra parte, los nuevos acaudalados dejaron el cultivo de la tierra para dedicarse a la cría del ganado, actividad de rendimiento más rápido que la agricultura, y, por consiguiente, indicada para unos días en que pro­gresaba la tendencia de obtener provechos a corto plazo, ya que nadie sabía en qué momento iba a llegarle la "scomúniga".

Inglaterra se cambió de país agrícola en país pas­toril. Eran necesarios otros mercados para colocar los productos de la ganadería que ahora sobraban; era ne­cesario, consiguientemente, asegurarse el dominio de los mares para proteger esos mercados. Y así, la política in­sular —tan defendida y cimentada 50 años antes por Eduardo I— se fué transformando en política imperial.

El Imperio británico es otra de las consecuencias.
Y bien: en aquella época la gente creía que las pestes eran castigo del cielo. La gripe actual, a la que antiguamente se le llamaba "influenza", debía ese nom­bre a que se la consideraba una "influenza celestia" —influencia celeste. De manera que cuando se le preguntó a Guy de Chauliac a qué se había debido el fla­gelo, dijo que "a la conjunción de los tres planetas su­periores: Saturno, Júpiter y Marte bajo el signo de Acuario".

Pero la peste —bubónica— fué esparcida por las ratas que iban repletas de pulgas xenopsyllas cheopis 11.

Luego: (a, el actual cumplido ante el semejante resfriado; (b, la cuarentena; (c, El Decamerón; (d, la difusión del inglés; (e, el Imperio Británico, se lo de­bemos a las ratas con pulgas.

Todo, siempre, fué necesario.


Fuente: Wimpi, El gusano loco, Buenos Aires, Borocaba, 1956.


1 Por una razón de humanidad pone, uno, caderas. Saint-Pierre, puso nalgas — "fesse".
2 Del griego pentekáideka, quince, y de mielgo: del latín gemello, ablativo de gemellus — sánscrito, yamanas, gemelos. En dos palabras: 15 lechones.
3 El encargo de Meleagro al mosquito, fue así: —"Vuela por mí ¡oh mosquito!, leve mensajero, y murmura estas palabras en el oído de Zenófila: —"¡É1 vela, él te espera, él te ama!". Si tú me traes a Zenófila, te regalaré, para que te vistas, una piel de león".
4 Ilíada XVI.
5 La mosca Drosophïla.
6 Además, la lombriz es nada menos que el símbolo de la carnada en un mundo donde al que no pica, lo ahogan.
7 Porque al final, el problema siempre está en los osos.
8 Fue el año del baile de Eduardo III en el que se le cayó la liga a la Condesa.
9 Guy de Chauliac, el médico más eminente de la época —lo fué de Clemente VI, a quien encerró, para protegerlo, en el castillo de Avignon—, decía que los enfermos contagiaban el mal sólo con la mirada.
10 Su primera plasmación literaria de alguna importancia fué la traducción de la Biblia hecha por John Wiclif (Lamben Gerber. "Historia de Inglaterra"). Y la poesía inglesa se inició en 1369 con Geoffrey Chaucer, que después de publicar "Book of the Duchess" y "The House of Fame", habría de producir, copiando de "Il Filostrato", de Bocaccio, su "Troilus and Cryseide", de la cual, naturalmente, copió Shakespeare su propia "Troi­lus and Cryseide". Pero a Chaucer le corresponde la gloria de haber creado al alcahuete Pándaro. No obstante figurar Pándaro en Hornero (Ilíada II, IV y V) , fué Chaucer quien, recreando al personaje, hizo que quedara, en inglés, la palabra "pander" para significar alcahuete.
11 Había tantas ratas en aquella época, que el caballero sir Richard Wittington —tres veces alcalde de Londres— se hizo rico con lo que sacó de la venia de un gato que tenía, (André Maurois, "Histoire d'Angleterre").

jueves, diciembre 15, 2005

Love will tear us apart (sobre 24 hour party people de Michael Winterbottom)

Y después de ver 24 hour party people de Michael Winterbottom es imposible no correr desesperadamente a la computadora y buscar ese maldito cd donde tenés ese tema que te rebota, que te penetra, que no te deja tranquilo. Agarrás el cd y buscás hasta encontrar el nombre Joy Division, marcás todos los temas y los mandás al Winamp. Doble click sobre Love will tear us apart y con esa música de fondo sí, ahora sí que podés escribir sobre la película, sobre todo esa música y toda esa droga, sobre esa época tan tecno, sobre ese productor desquiciado bailando como un imbécil, seducido por Ian Curtis, cantante de Joy Division, que desde arriba del escenario derrama su voz gutural y se mueve con ritmo hiperkinético; negando que Happy Mondays sea funk, viendo en Shaun Ryder a un verdadero poeta posmoderno. Let´s begin.

Esa música paralela, esa música under, esa música otra que se cuela por los subterráneos de Manchester y por las paredes de The Factory, ya no Queen o Bowie sino una música que al principio es casi siniestra y primitiva en las manos de Joy Division, con un cantante que es capaz de bailar como un esquizofrénico y de tener un ataque en medio de un recital repleto de skin-heads; esa música que luego se tornará brillante y simple con los Happy Mondays y Bez bailando como un estúpido y preparando los mejores cocktails lisérgicos del mundo musical. Si 24 hour party people intenta mostrar, por un lado (confesión: es el lado que a mí me interesa), el surgimiento de dos grupos que marcaron la música de los 80’ y toda una cultura alrededor de esos grupos, cultura del movimiento, cultura de la droga, cultura vanidosa, cultura ascética, entonces la escena que marca el cambio, el nacimiento de la nueva era, la primera piedra arrojada contra la prostituta melódica es esta: dos manos arrancando un póster de Led Zeppelin y luego otro de David Bowie; un cuerpo saltando al ritmo de una batería que imprime sus sonidos como los golpes de un martillo oscuro en un yunque oxidado, golpeando la carne inerte y transpirada de suciedad humana, sacando chispas fulgurantes; un cantante aferrado al micrófono con la boca abierta y la garganta surcada por el odio y la tristeza; un productor, Tony Wilson, que ve en los Sex Pistols y en Johnny Rotten a la estrella de Belén que anuncia la llegada de algo que revolucionará el mundo de la música y la vida toda.

Por otra parte, la ruta de la muerte (los pies de Ian Curtis colgado en frente del televisor; el vocero gritando la muerte; el funeral de Ian con sus fanáticos en cuero negro y aros en la cara) y la ruta de la droga (la línea de la ruta es una línea de cocaína; el viaje a Barbados y la metadona) tienen su encrucijada en el territorio de la música ochentosa. El porro que pasa de mano en mano, de boca en boca y el tánathos que se filtra a través de esa boquilla, el veneno entrando al organismo como si fuera un virus, multiplicándose en su reservorio orgánico, incendiando los pulmones y las vísceras que podrán ser apagadas sólo con alcohol. Es el típico “sex, drugs & rock’n’roll” pero explotado por una música diferente: la música oscura de Joy Division, la música festiva de Happy Mondays.

Mientras tanto la rueda sigue girando y de la cima se pasa a la sima y a revolcarse en las deudas y en los sueños frustrados, a perder dinero en la ruleta del mercado. Tony Wilson, protagonista y productor, sabía que Ian Curtis era el Che Guevara cantando en el frente de la música new wave, con una cigarrillo en una mano y la tristeza consumiendo su cuerpo; sabía que Shaun Ryder, cantante de Happy Mondays, estaba a la par de W. B. Yeats, un poeta bajo los influjos esclarecedores e inspiradores de la heroína, escribiendo con una jeringa las letras que contagiarán a sus seguidores; Tony con su sangre firma el contrato para unir su vida a los grupos de la revolución musical, es el contrato con el que vende su alma a la música, al poder y a la ambición. Por último, vuelve a estar la droga, camino divino comprado en Barbados con la plata que Happy Mondays debía usar para grabar su nuevo disco, el nexo que lo conecta con Dios y Dios es el mismo, que brillante y luminoso dice: “Es una lástima que no hayas firmado con The Smiths.” Y, sí, Tony, nosotros también sabemos que es una lástima.

miércoles, diciembre 14, 2005

Daniel y Diego...

Los que hacemos este blog, los que hacen blogs, los que desperdician blogs, los que organizán luchas civiles y quema de autos a través de blogs, se preguntan cuál es el sentido de los blogs, o directamente lo encuentran.

El hallazgo de la entrevista a Lamborghini por Matías, generó esto.

martes, diciembre 13, 2005

¿por qué los tigres tienen tanto miedo? (Pablo Croci)

El eximio y joven poeta Pablo Croci presenta su primer plaqueta de poemas ¿por qué los tigres tienen tanto miedo? (Editorial Zorra Poesía, 2005). Podrán encontrar ejemplares de la misma en el Festival Buen Día, el sábado en Plaza Armenia, Armenia y Costa Rica, desde las 12 hs. hasta las 24 hs. El autor estará "firmando, tomando mate y bailando de alegría cerca de las 16 hs". Obnubilado por la belleza de su poética, estupidizado por la armonía de sus versos, confundido por la claridad de sus imágenes, les dejo algunos fragmentos para que vayan embebiéndose en la savia del tronco Croci. ¡Adelante, Croci!

¿por qué los tigres tienen tanto miedo? (fragmentos)

Cenábamos muy tranquilos
con la radio de fondo
y los jazmines recién cortados.
De pronto, la boca de mi padre se convirtió en un volcán.
Como en un desfile de carrozas, la cocina
se lleno de fantasmas.
Mi abuela y yo quedamos tapados por la lava
petrificados
como niños ante un monstruo.

***

Cuando te fuiste
el aullido de un perro en el monte
trajo tu voz lejana.
La tierra agrietada y las flores
no humedecieron mis ojos.
Acaricie la corteza de una piedra
como a tu cuerpo malherido.
Me acosté
y olvide lo hermoso que era despertar
juntos en invierno.

***

Miro la jaula embobado. Imito
los movimientos y la voz del animal.
Desde su figura gallarda y sus ojos
achinados, me mira
¿por qué los tigres tienen tanto miedo?.
Un látigo golpea su cuerpo dorado y
del dolor me estremezco.
Dentro de la jaula el tigre
corre enfurecido
queriendo alcanzar las puertas del circo.

sábado, diciembre 10, 2005

Chimenea de fábrica (Georges Bataille)

Si tomo en cuenta mis recuerdos personales, pareciera que desde la aparición de las diversas cosas del mundo durante la primera infancia, para nuestra generación, las formas arquitectónicas atemorizantes eran mucho menos las iglesias, aun las más monstruosas, que algunas grandes chimeneas de fábrica, verdaderos tubos de comunicación entre el cielo siniestramente sucio y la tierra barrosa y fétida de los barrios de hilanderías y tintorerías.

Actualmente, mientras unos muy miserables estetas, procurando ubicar su esclerótica admiración, inventan neciamente la belleza de las fábricas, la lúgubre suciedad de esos enormes tentáculos me parece tanto más repugnante, los charcos de agua bajo la lluvia a sus pies en los terrenos baldíos, el humo negro a medias inclinado por el viento, los montones de escorias y de limaduras son los únicos atributos posibles de esos dioses de un Olimpo de asco, y no estaba alucinando cuando era niño y mi terror me hacía distinguir en mis espantosos gigantes -que me atraían hasta la angustia y a veces también me hacían escapar corriendo con todas mis fuerzas— la presencia de una terrible cólera, y no podía sospechar que más tarde se volvería mi propia cólera, dándole un sentido a todo lo que se ensuciaba en mi cabeza y al mismo tiempo a todo aquello que en los estados civilizados surge como carroña en una pesadilla. Indudablemente, no ignoro que la mayoría de las personas, cuando perciben chimeneas de fábrica, ven en ellas únicamente el signo del trabajo del género humano y nunca la proyección atroz de la pesadilla que se desarrolla oscuramente dentro de ese género humano como si fuera un cáncer: en efecto, es evidente que en principio ya nadie observa lo que se le muestra como la revelación de un estado de cosas violento en el que se halla envuelto. Esa manera de ver infantil o salvaje ha sido sustituida por una manera de ver científica que permite considerar una chimenea de fábrica como una construcción de piedra que forma un tubo destinado a la evacuación del humo a gran altura, es decir, como una abstracción. Pero el único sentido que puede tener el diccionario que aquí se publica es precisamente mostrar el error de las definiciones de esa índole.

Conviene insistir por ejemplo en el hecho de que una chimenea de fábrica sólo pertenece de manera muy provisoria a un orden completamente mecánico. Apenas se eleva hacia la primera nube que la cubre, apenas el humo se enrolla en su garganta, es ya la pitonisa de los acontecimientos más violentos del mundo actual: al igual por cierto que cada pliegue en el barro de las veredas o en el rostro humano, que cada parte de una agitación inmensa que se ordena del mismo modo que un sueño o que el hocico velludo e inexplicable de un perro. Motivo por el cual es más lógico dirigirse, para situarla en un diccionario, al chico aterrorizado en el momento en que ve nacer de manera concreta la imagen de las inmensas, de las siniestras convulsiones en las que se va a desarrollar toda su vida y no a un técnico necesariamente ciego.

Fuente: Bataille, Georges, “La conjuración sagrada”, en La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003.

martes, diciembre 06, 2005

Balada de la oficina (Roberto Mariani)

Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.

Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.

¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?

¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas, ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.

Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.

Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo te daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.

Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.

Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.

No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es un Deber.) Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando tus músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún rendimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte ! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.

Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días, durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.

Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!

Fuente: Mariani, Roberto, Cuentos de la oficina, Buenos Aires, Ameghino, 1998.

domingo, diciembre 04, 2005

Las aventuras del intrépido Juan Xiet



Jamás voy a olvidar el día que conocí a Juan Xiet. Llegó al bar “La Academia” donde planeábamos una de las miles de revistas literarias que jamás hicimos, o hicimos, pero preferiríamos olvidar. Llegó tarde como siempre y con su uniforme de punk recién levantado. Bajo su brazo, llevaba una carpeta azul oscura, rota, que escondía un cofre de poemas.
Me preguntó si yo escribía y le contesté en silencio afirmando con la cabeza. Juan metió una mano en su carpeta, y como los magos que zambullen sus garras en un infinito mundo de conejos, sacó un poema. “Esto escribo yo, léelo” me dijo temblando y con sonrisa de niño.
Le dije que me gustaba pero que debía corregirlo. Jamás olvidaré que su lengua de “neosurrealismo” (si, ya le puse la etiqueta) bailaba sobre las hojas como una marioneta sin hilos. Juan tampoco olvida ese momento y siempre me recrimina que yo destrocé su poema. Antes y ahora, Juan se niega a corregir cuando le digo como un padre que debe hacerlo. Ese es su gesto, lo inacabado sobre una ametralladora afectividad del inconciente que brota en todas su poesías. A partir de ese momento siempre nos unió una extraña sensación de hermandad entre nuestros poemas (al mismo tiempo rivales estéticos inconciliables) y hacia la mirada posada con dulzura sobre las niñas.
En la lectura que compartimos el miércoles pasado, Juan me regaló su primer fanzin-libro. Dejó aquí las pruebas del crimen, bienvenidos a su universo (www.almejas.blogspot.com):

entono cantos placebos
entonces trajeron las manzanas
y una fuente llena de peces

el estado de incomodidad nos sobrepasaba, estábamos alerta

al tanto

desquiciados, desquiciadas

trajeron también las nueces y las almendras nonatas
los pequeños abortos de la naturaleza comestible
y comenzaron a gritar muy fuerte:

"oigan todos ustedes, las hombres y los mujeres
traigan las jaulas, el show va a comenzar, y no olviden sus estacas y sus bofetadas
siquiera su caca, es indispensable que traigan su cacona"


nosotros
brindábamos, semillas de todas las razas,
nos besábamos y nos rechazábamos

al instante.

en eso, un carozo escupió una promesa
que cayo en la mesa llena de migas
y comenzó a arrastrarse entre nuestras manos
estaba agonizando, pálida y desnuda
hasta que por primera y ultima vez nos miro, fijamente
extendió su único dedo hacia su colmillo
lo señalo y así, inmaculada, obsoleta
desapareció.


"comenzó el reinado del rey mono
se separan las mandíbulas en las nubes
se quiebran los talismanes y los objetos de poder

comienza la era de la tierra
y todos los jaques mates serán verídicos
jamás juzgados
amparados por la razón y la muerte"


nos fuimos a dormir, cansados

cansados.


no habíamos bebido agua en días y ni siquiera llovía

solo había muchas muchas abejas


y el sol.

la cama nunca es una buena respuesta cuando uno no puede dormir.

viernes, diciembre 02, 2005

Flores

Made in Montecarlo

jueves, diciembre 01, 2005

Ponteló-ponseló

Dilo tú, Pedrito, navegante de aguas rosadas con tu barco coliza de velas estrelladas. Dilo tú con tu lengua bífida, serpiente malherida, alcanzando los pliegues del placer por el que se cuela la plaga, contagiándote en el refriegue caliente entre las sábanas mojadas. Dilo tú, absorto, mirando esa foto vieja entre tus frágiles manos, "un cartón deslavado donde reaparecen los rostros colizas" y tus lágrimas secas en las mejillas cadavéricas de las locas muertas. Dilo tú, loquita, frente a un obelisco-falo enforrado de rosa como tus alas de pájaro amanerado, relamiéndote en el tamaño y en la penetración gozosa que ese obelisco le hace a "tú-sabes-quien". Dilo tú, Pedrito, que de tu boca salen diamantes oscuros y arcoiris grises, dilo:

La plaga nos llegó como una nueva forma de colonización por contagio.
Reemplazó nuestras plumas por jeringas, y el sol por la gota congelada de la luna en el sidario.
(Pedro Lemebel, Loco afán: crónicas de sidario)

Y ahora las luces (Spot: Ponteló-ponseló. Pónte-pónte-ponseló)

La propaganda de prevención dirigida a los homosexuales pareciera estar resuelta en el abanico publicitario que multiplica la enfermedad a través de sus diferentes versiones. Así el sida se espejea entre los productos del mercado, travestido como un fetiche más en el tráfico gitano de la plaga.

El sida vende y se consume en la oferta de la chapita, el póster, el desfile de modas a beneficio, la adhesión de las estrellas, los números de la rifa, y el superconcert de homenaje post mortem, donde el rockero se viste por un rato de niño bueno, luciendo la polerita estampada con el logo fatal.

El tema da para instalar un supermall, donde las producciones sidáticas se vendan como pan caliente. Los miles de libros (incluyendo éste), las biografías, teleseries, fotonovelas y cómics de las stars muertas, incluyendo sus cartas, sus ropajes, sus condones usados: musicales, de piel de lagarto, de gusano de seda, a lunares pop, extra large, circuncidados con la estrella judía, con el triángulo rosanazi, con el símbolo de la paz, con la hoz separada del martillo, verdes, vegetarianos y macrobióticos para complementar la dieta vegetal de la cocina sidosa.

En un stand especial, a todo neón, el negocio SIDARTE de Benetton; donde no se sabe si el gringo previene asustando con el famoso póster de la Pietá cadavérica, o carnavaliza el uso del condón, que inflado en el obelisco de París, exagera la medida fantasiosa de su contenido. También enmarcada en este mismo glamour necrófilo, toda la cinemateca que ha usado el tema como taquilla. Sobre todo la superproducción hollywoodense que multicopia la postal gay de Filadelfia enmarcada de amapolas venenosas. (Allí no se sabe quién merece el Oscar, si Tom Hanks que gana el juicio como portador segregado, o Mister AIDS que “ríe último y ríe mejor” al llevarse igual al protagonista, ante la mirada colonizada del pololo latino, Antonio Banderas.)

Quizás este supermarket acentúa su perversa prevención cuando está dirigido a los homosexuales. Pareciera incentivar la enfermedad con su pornografía visual, con sus folletos, cartillas y afiches que lucen fotografías de cuerpos sublimes que hipnotizan con su “bella publicidad”. Nadie se fija entonces en la precaución escrita. Ninguna loca se detiene a leer esas minúsculas letras, su ojo vaselina hurga los pliegues de la foto y chupa ese resplandor muscular. Entonces el placer calentón de estas imágenes funciona como detonante sexual. Al igual que ciertas instrucciones de cómo usar el preservativo; cómo ponerlo, cómo resbalarlo con los labios por el tronco, cómo moverse para que no se salga, cómo hacer cálida su piel látex, cómo olvidarse de la funda plástica. En fin, son verdaderas clases porno que se usan para hacer más atractiva la prevención, pero terminan invirtiendo el objetivo. “Si me encuentro en la calle con este dios que aparece en la foto, ni me pregunten por el condón.”.

Así como existe la garra comercial del mercado AIDS, también sobreviven pequeños esfuerzos, cadenas de solidaridad y colectas chaucha a chaucha que algunos grupos de homosexuales organizan para paliar el flagelo. Podría decirse que estos precarios gestos brillan con luz propia. Se traducen en un mano a mano que hermana, que ayuda a parchar con nuestras propias hilachas la rajadura del dolor.

Pedro Lemebel

Fuente: Lemebel, Pedro, Loco afán: crónicas de sidario, Santiago de Chile, LOM, 1997.

Página web con más crónicas: www.lemebel.blogspot.com

El tipo piensa y escribe (Sobre El gusano loco de Wimpi)


El tipo nace en Salto, Uruguay, y de joven se viene para Buenos Aires junto a su madre. Irrumpe en la prensa porteña bajo el apodo de "Wimpi" en 1946 y, según cuentan las portadas de ediciones viejas nunca reeditadas, causa conmoción y entusiasmo en los lectores porteños. Continuando con la leyenda, se cuenta que quema muchos de sus libros y sólo se atreve a publicar en vida, dos de ellos: El gusano loco y Los cuentos del viejo Varela. Finalmente, al tipo se le da por morirse el 9 de setiembre de 1956 y su historia se continúa en la edición póstuma de libros como Vea amigo y Cartas de animales. Vea amigo, yo que usted, si encuentro algunos de sus libros, sobre todo el del gusano, no lo pienso dos veces y desenfundo el dinero. Hágame caso, no se va arrepentir.
Wimpi escribe un libro llamado El gusano loco y, aunque suena a erotismo vulgar o a libro infantil, es un extraño libro de ensayos o aguafuertes o narraciones o relatos o ideas o cosas. La virtud central en la obra de Wimpi es su humor: un humor sencillo y a la vez certero con frase como "El marido es la viruta de un novio" o "Se ha dicho que el hombre es hombre por la cabeza y por la mano. Lo es más, empero, por la mano que por la cabeza: hay muchos que no piensan, y lo mismo agarran. Y otros que únicamente piensan en agarrar.".
Otro aspecto que resalta en sus ensayos es una suerte de "filosofía barata", pero ¡atención! una filosofía barata entretenida e interesante (en el ensayo "Paradojas" escribe: "4: el tipo siempre dice que le puede pasar cualquier cosa y nunca está preparado para nada") Y a lo mejor, más que de filosofía barata habría que pensar en una filosofía de lo cotidiano ya que Wimpi es un tipo que se interesa en lo cotidiano. Uno de los mejores ensayos del libro se titula "Las veces en que el tipo "se queda helado"" y habla sobre un tipo que compra una heladera y no puede soportar el hecho de no saber si la luz del artefacto se apaga cuando la puerta se cierra.
Por otra parte, es un escritor que se relaciona con la sabiduría popular y la discute con humor: "Otros petisos dicen: -"La esencia viene en frascos chicos". La esencia viene en frascos chicos cuando es poca."; y también recae en los chistes mil veces escuchados: "Sin embargo, era tan petiso [Atila, el Huno], que cuando se le enfriaban los pies se ponía la bufanda.".
No sólo hay filosofía barata y sabiduría popular, Wimpi posee una obsesión con defender y valorar a los animales y por esa razón escribe ensayos como: "Función política y cultural de la rata" y "Contribución a un biografía reivindicatoria del caballo", amen de que escribe Cartas de animales donde diversos bicharracos le escriben al hombre recriminándole sus atropellos, le enseñan su valor histórico para la humanidad y acusan la utilización errónea de sus nombres a la hora de apodar (como el ganso que dice "Ocurre que cada uno de tu especie zoológica comete un disparate importante su prójimo le atribuye a otra especie para eludir ustedes la responsabilidad de la inauguración."). En "Función...de la rata" deduce las siguientes consecuencias de la existencia de la rata: el cumplido "¡salud!" frente al estornudo; la cuarentena; el Decamerón; la difusión del inglés; y el Imperio Británico.
Por último, Wimpi utiliza anécdotas históricas y literarias para sustentar sus ideas y, por un lado, rellena sus textos de información interesante y que se puede tener por "válida" y, por otro lado, produce una lectura amena e interesante. En "Cuando se oiga la tortilla" sostiene la posibilidad de que en un futuro se pueda comer sin estar comiendo verdaderamente ya que el profesor Platonov hizo experimentos con seres humanos desarrollando los reflejos condicionados y logrando que los pacientes creyeran estar tomando agua cuando él les decía "Están tomando agua".
Wimpi es un escritor que entretiene y a su vez sorprende. A lo mejor no posee el rigor que debería tener un ensayista pero sus textos contienen anécdotas interesantes, frases ingeniosas e ideas que aunque parecen obvias o bobas, llaman la atención. Recomiendo la lectura de cualquiera de los libros del amigo Wimpi, en particular de El gusano loco.
Bibliografía: Wimpi, El gusano loco, Buenos Aires, Borocaba, 1953.
Wimpi, Cartas de animales, Buenos Aires, Freeland, 1973.
 

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