¡Lean, che!
Hace 17 horas.
¿Las integrantes de Pussy Riot acusadas de blasfemia y odio religioso? La respuesta es sencilla: la verdadera blasfemia es la acusación estatal misma, exponiendo como un crimen de odio religioso algo que fue claramente un acto de protesta contra la camarilla gobernante. Recuerden la vieja ocurrencia de Brecht en su Opera de los tres centavos: “¿Qué es robar un banco comparado con fundar uno nuevo?”. En 2008, Wall Street nos dio la nueva versión: ¿Qué es el robo de un par de miles de dólares, por el cual uno va preso, comparado con las especulaciones financieras que despojan a decenas de millones de sus casas y sus ahorros, y luego son recompensadas por una ayuda estatal de sublime esplendor? Ahora tenemos otra versión, de Rusia, del poder del Estado: ¿Qué es una modesta provocación obscena de Pussy Riot en una iglesia comparada con la acusación contra Pussy Riot, esta gigantesca provocación obscena del aparato estatal que se burla de toda noción decente de ley y orden?
Toda competencia es, en su esencia, deportiva: para resumir, lo que tenemos que hacer es formar parte de la última escapada de la carrera y ponernos junto a los campeones del momento (un as alemán, un outsider tailandés, un veterano británico, un chino recién llegado, sin contar con el siempre vigoroso yanqui...) y no quedar jamás rezagados en la cola del pelotón. Para eso, todo el mundo tiene que ponerse a pedalear: modernizar, reformar, ¡cambiar! ¿Qué político en campaña puede prescindir de proponer la reforma, el cambio, la novedad? La pelea entre el oficialismo gubernamental y la oposición adopta siempre la siguiente forma: lo que el otro dice no es el cambio verdadero. Es un conservadurismo apenas retocado. ¡El verdadero cambio soy yo! Basta con mirarme para que se den cuenta. Yo reformo y modernizo, llueven leyes nuevas todas las semanas, ¡bravo! ¡Rompamos con la rutina! ¡Abajo los arcaísmos!
Este entrelazamiento alcanzó tal vez su punto extremo en la drástica, la casi insana formulación mediante la que Kant expresa el núcleo mismo de su moral: Mann muss wollen können. No sé si puede traducirse al inglés como “uno debe poder querer”. Así, Kant expresa el centro de su moral de esta forma: Mann muss wollen können. Esta absurda, insana intersección o entrelazamiento de los tres verbos modales define la modernidad. Y también, creo, el colapso o la imposibilidad de la ética en nuestro tiempo. Kant es usualmente señalado como el fundador de la ética moderna, esto es falso. Es exactamente lo contrario. Kant marca la imposibilidad de una ética, porque la ética sólo puede tener la forma de una orden, según él, o de un muy extraño mandato Mann muss… Y así cuando oigo hoy en día a la gente ilusa que repite el slogan pasajero “Yo puedo”, no puedo dejar de pensar que lo que realmente quieren decir es “Yo quiero”, es decir, yo ordeno, o mejor, yo me ordeno a mí mismo obedecer. Entonces, para darles una idea, una idea más precisa sobre esta relación que vincula querer y poder, voluntad y potencia, he elegido un ejemplo para mostrarles cómo la voluntad se basa en la noción de potencia (y posibilidad) para contenerla y limitarla. Entonces, ¿por qué la voluntad fue introducida en la filosofía? Para contener, controlar y limitar a la potencia.Agamben, Giorgio (2012): "¿Qué es una orden?" en Teología y política, del poder de Dios al juego de los niños, Buenos Aires, Las cuarenta, pág. 65-66.
El sábado 24 de Marzo de 2012, Clarín publicó un número especial de la revista Ñ dedicado a la guerra. Este se tituló “La guerra sin fin” e incluyó entrevistas, reflexiones, testimonios y miradas sobre distintos conflictos bélicos. Allí, Carlos Godoy publicó “Las letras de la tragedia”, nota en la que abordó la Guerra de Malvinas desde la literatura. Fogwill, Pron, Gamerro y otros autores encontraron una mención a sus obras. Por razones que desconozco, la novela de Soriano fue excluida del recorrido.
"Es el comienzo del fin", ésta fue la reacción inmediata a las noticias del agregado científico de una de las embajadas mayores de Washington. "Si se pueden producir genes, a la larga se podrán producir nuevas virosis para las que no haya cura. Y pequeños países con buenos bioquímicos podrían generar armas biológicas de esa índole. Sólo se necesitaría un pequeño laboratorio. Si se puede hacer, alguien lo hará." Por ejemplo, podría crearse un virus mortal que contenga el mensaje codificado de la muerte. Una cinta mortal, de hecho. Sin dudas los detalles técnicos complejos y quizás un equipo de sonidistas y camarógrafos trabajando con bioquímicos nos daría las respuestas.Burroughs, William (2009): La revolución electrónica, Buenos Aires, Caja Negra, pág. 56.
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