Entrega 2: Reseña sobre El fiord de Oscar Steimberg (Los Libros, nº5, 1969).
En 1977, Héctor Libertella escribe un librito breve pero brillante, Nueva escritura en Latinoámerica, en el que intenta caracterizar una serie de textos de la época que, incorporados en lo que entiende como una "vanguardia", realizan un doble trabajo: una lectura activa de la tradición y la búsqueda de una productividad de la ficción, sin temor a la densidad textual como cuestionamiento del hecho literario, y de la pesquisa teórica.
En el último apartado de este libro, "Modos de la práctica", Libertella selecciona algunos ejemplos de la "nueva escritura": Cobra de Severo Sarduy, Farabeuf de Salvador Elizondo, The Buenos Aires affair de Manuel Puig, El mundo alucinante de Reynaldo Arenas, La orquesta de cristal de Enrique Lihn y, finalmente, Sebregondi retrocede de Osvaldo Lamborghini.
A continuación, para sumar una entrega más de "Todos somos Osvaldo Lamborghini", el análisis de Libertella sobre el libro de Lamborghini: un recorrido particular que puede dar cuenta de la multiplicidad de Sebregondi retrocede (interesa la explicitación del "vaivén" lamborghiniano), que establece las filiaciones necesarias con la teoría que frecuentaba Lamborghini y que pone en juego las categorías de "ficción" y "lengua", estableciendo una línea de lectura que será muy transitada en la crítica literaria a partir de los '80.
Sebregondi retrocede.1 Un incierto pulso (¿oral?: significantes que aparecen como succionados; ¿anal?: significados que no se pueden retener, siempre expelidos) hace de Sebregondi una práctica temblorosa de la Literatura. Por el balbuceo de un sujeto en situación obsesiva de escribir (la lengua errante, marcándolo a él mismo letra a letra) aparecen dibujados unos restos de anécdota que no quieren cuajarse en representación: la llegada de un decadente marqués a Buenos Aires; las peripecias de algunos encuentros homosexuales; la tortura y el estrangulamiento de un niño; los hábitos domésticos de un pensionista de barrio... Por añadidura, esos balbuceos alcanzan apenas para silabear algunos nombres: yo —el narrador—, el marqués de Sebregondi, su amante Roxano, Ramón, Pepe, Katsky... en dudosa pose de "personajes", todos ellos. La mecánica de Sebregondi opera así, violentamente, entre un engolosinamiento —el de la lengua— y un proceso doloroso para expeler los fantasmas de ficción que ella permitió ingerir: personajes, géneros, anécdota, mensajes... La energía psíquica ("la exasperación no me abandonará nunca y mi estilo lo confirma letra por letra..." -pág. 68—), la sintaxis retorcida y un sentido de múltiple filigrana que sugieren, aquí, un estado de práctica ¿paranoide? (un juego de costuras microscópicas que no dejan avanzar ingenuamente al trabajo, no lo dejan "acabar" fácilmente), conviven con fragmentos que evocan los modos de relato más tradicionales ("El niño proletario", los textos finales) en los que aquella obsesividad abandona su exclusiva aplicación verbal y se dirige, sarcástica, al Lector, aprovecha la presencia de un argumento y de una imaginación típica de la narrativa, simula traducir inocentemente hechos de imaginación física en hechos de imaginación verbal según una antiquísima creencia en la representación.
Especie de vaivén que permite decir otra cosa sobre Sebregondi: unas mezclas de textos "legibles" con textos desarticulados provocarían normalmente la asociación con alguna imprecisa fantasía de dispersión o collage; esto es, la sola recurrencia a la discontinuidad o al fragmentarismo no debería diferir, necesariamente, en el complejo de ciertas prácticas de moda. Pero en Sebregondi hay un ojo crítico que le da al conjunto su cualidad orgásmica: existe, de hecho, la experiencia obrada de fabricar efectos de estructura múltiples grabados sobre el texto —dibujados, borroneados, reescritos— de modo que la superficie muestre coágulos, se opaque, se la vea (pero con una visión también retenida, intestinal, espiralada, frente a la directa transposición ocular de las escrituras concretistas). Y ese texto, ahora como objeto, se revelará objeto de una producción psíquica de doble penetración verbal (tatuajes, remolinos de significantes que conviven con la sombra de un estilo fuerte y reconocible) sólo explicable por un juego de líneas cruzadas entre el practicante y su producto, el inconsciente y la letra.
¿Cómo entender ese libre intercambio cuando se trata de organizar un texto de "ficción"? "La lectura de estos textos llamados 'ilegibles' se abre, pues, cuando se comprende que son mudos, que están hechos de palabra escrita, que no proponen una 'comunicación' tal como la entendemos en el lenguaje cotidiano, que 'juegan' (pero no en el sentido lúdico, sino como 'juegan' los engranajes de una máquina) con la lengua... Ese juego con la lengua es al mismo tiempo un juego con las formas de la lengua, con el saber, el goce que produce el ejercicio de la lengua, su historia, sus diferentes 'Zonas' (subcódigos)... Sebregondi propone una lectura como la que quería Macedonio Fernández: infinitesimal, homeopática, microscópica; es un bordado con la lengua hecho de 'puntos' diferentes... Borra toda barrera de separación y exclusión de los opuestos, suprime la división clasista de los lenguajes: el lunfardo, el gauchesco, el estilo 'culto', la retórica, arcaísmos, neologismos, lo 'obsceno': todo coexiste como en un tapiz."2
Localizado en un lugar ajeno a las formas inconciliables de la escritura-hacia-otros y de la escritura-autista, Sebregondi realiza su utopía gracias a una red de sentidos coagulados pero que van circulando en el conjunto, de "muestras" de un ejercicio que hasta puede narrar al modo tradicional, de pequeños núcleos, cortes, desarticulaciones, que sostienen al libro en esa oscilación neutral entre el otro hábito de la literatura como "comunicación" y el de la literatura como "espejo" para una compulsión personal. En ese trabajo, el texto será más bien "un cuerpo 'proyectado' desde un fondo de angustia; el proyecto de un cuerpo ideal que intenta organizarse según las líneas arquitectónicas de una fortaleza diseñada por las huellas de satisfacciones perdidas"3. Organizarse y desorganizar (en) el texto, materialidad, inmanencia, artificialidad: el negativo de otros tipos de prácticas reaparece aquí gracias a un minucioso proceso de lecturas, microscópico (habría que pensar en un "borrador" permanente), y de reescrituras nunca clausuradas. Lo que trae al primer plano un fenómeno específico de productividad (fuga del significado que hace lugar a la significación) y, también, la reactivación de un proceso material de intercambio entre las escrituras y el sujeto; es decir, aquí, entre la lengua y su residuo.4
1 Osvaldo Lamborghini, Sebregondi retrocede, Noé, Buenos Aires, 1973.
2 Josefina Ludmer, "Sobre Sebregondi retrocede", Clarín, Buenos Aires, 25 de octubre de 1973.
3 Germán Leopoldo García, "Sebregondi retrocede: la palabra fuera de lugar", Literal, N° 2/3, Buenos Aires, mayo de 1975.
4 Como parte de un hilo que se enhebra en la firma "Lamborghini", los procedimientos de Sebregondi reconocen su matriz en otro texto anterior: El fiord (Chinatown, Buenos Aires, 1969). Espacio casi arquetípico, lugar de juego con las mayúsculas: Autoridad, Ideología, Sentido, Compromiso, Familia; zona de cruces: psicoanálisis, política, literatura; ejercicio igualmente "en fuga" (fuga de la represión, de la censura); mostración de la violencia como condición de nacimiento de la escritura. En esa línea productiva será necesario incorporar, también, otro trabajo: El frasquito, de Luis Gusmán (Noé, Buenos Aires, 1972).
Fuente: Libertella, Héctor (2008 [1977]): Nueva escritura en Latinoamérica, Buenos Aires, Ediciones El Andariego, págs. 65-68.