martes, diciembre 26, 2006

Entre American Idol y la Broadcast Decency Enforcement Act

Acá, Mariana Enriquez intenta descubrir el "detrás de escena" del masivo éxito High School Musical. La pregunta que se me viene a la cabeza es: ¿cuántos intereses habrá detrás de este musical de niños bellos, buenos y talentosos?

lunes, diciembre 25, 2006

La causerie del lunes

A Juan Namucurá


El sábado siguiente, una reflexión neokantiana de parque con M. me hizo llegar nuevamente a la inevitable conclusión de que estamos atrapados en nuestros propios esquemas. A decir verdad, no estaba demasiado seguro de qué quería decir con disgresión (si, así, con “s” entre la “i” y la “g”), pero sí de que (ahora lo veo más claramente) estaba forzando un aparato crítico más allá de sus límites. O, quizá, justamente por estar forzando el eje de análisis, le perdía el sentido a la palabra.
El caso es que para mí existen dos grandes verdades en lo que respecta a exámenes finales: que hay que prepararlos como se prepara un arma a la que sólo le queda una bala cargada, y que, como todo en la vida, son una instancia más de aprendizaje. El problema es cómo aprender a disparar con una sola bala en el cargador.
Yo había hecho la correspondiente averiguación etimológica y sí, nobleza obliga, la forma “culta” es “digresión”, así, peladita, sin la sibilante, y he de admitir que en este punto clavé bandera en terreno farragoso, porque la Academia tarda en incorporar a sus registros los usos lingüísticos más de lo que yo en reconocer un error; véase de cualquier manera, en cualquier diccionario de americanismos, la definición de “disgresión”.
En el arte de revertir la discusión sobre un signo del que se nos han esfumado la forma como el contenido se encuentra la (falsa) sangre de payador que todos poseemos; tengo que decir que el acierto fue llevar el debate al terreno más seguro de los argumentos en contra de los criterios del “buen hablar”, y mi empecinada afirmación, que a fuerza de convicción se había transformado en certeza, de que Sarmiento y Mansilla usaban el uso que yo estaba usando, porque de haber buscado en Facundo o Una excursión a los indios ranqueles, habría perdido el punto.
Concluyamos que uno, burlador de los/as “Catitas” que dan vueltas por el mundo, puede y cae fácilmente en la hipercorrección: eso aprendí, también, el lunes.
El punto es que, salvando el desliz de la sibilante, esa noche caí a la mesa de fin de año con M., y J.N., entre notables personajes que pude conocer (no es que J.N. no lo sea) pero son ajenos al asunto. De modo que la cena daba ocasión para una medida celebración, o, fundamentalmente, desahogo, o que lo diga cualquiera que haya terminado también con los benditos finales a una semana, o menos, de las fiestas.
La cena transcurrió tranquila; había una tarimita delante de las mesas en las que un gallego contaba chistes de dudoso gusto, y reaccionarios, pero de un modo casi subliminal, con una velocidad que superaba la de la indignación, y mechando en la rapsodia alguna genialidad que tapaba la mediocridad del resto de los chistes. Una falsa Isabel Pantoja que torturó con sus agudos y su reiterativa promesa de “esta canción es la última” precedió, para nuestra sorpresa, un espectáculo de gauchos con boleadoras. Una irrupción inéditamente disgresiva, cuando el escenario lo habían estrenado esa noche unas bailarinas de zarzuela. Lo único que atiné a pensar, mientras boleaba un falso Moreira, es en lo difícil que es remontar un siglo en un día.
Pero la atracción de la mesa fue J.N., hasta hoy escucho los comentarios de M. que me pondera lo copado que es y me pregunta dónde se puede ir a verlo. Cosa que, como todo, ignoro: sin embargo, compartiendo la opinión de M., me urge averiguar. De cualquier modo, lo central de esa noche fue que hice mi segundo descubrimiento ¿etimológico? del día. Le pregunté a O. que le parecía, haciendo honores a la tarde pasada, hacer un yapaí en el brindis aprovechando la presencia de J.N. Esa misma tarde hablábamos con los chicos de la importancia de adoptar el yapaí como tradición a la hora de brindar. O. me derivó con J.N.
Vale aquí hacer una aclaración para aquellos que leyeran lúdicamente los brindis de Una excursión… J.N., que es cacique e hijo de caciques, me explicó que en realidad la trascripción de Mansilla es mala: la palabra es iampaio. Por algún motivo, quizá la fuerza de la “y” o del acento agudo, o el parecido de la voz original con la palabra “zapallo” me resulta más atractivo seguir el error, sospecho que nada involuntario, de Mansilla. Pero no fuera cuestión de ofender a J.N., que por lo demás es una persona sumamente agradable y no creo que lo hiciera de cualquier forma. Como apoteosis de un día sumamente extraño, M., O., J.N. y yo alzamos las copas y ¡iampaio, hermanos!

Seguir o no seguir las formas cultas, ese es el entuerto.

Yapaí, hermanos, ¡felicidades!

jueves, diciembre 21, 2006

Citizen Langlois (en Página 12 de hoy)

Hagamos nacer la Cinemateca


Por Fernando Solanas

Siendo diputado nacional tuve la satisfacción de que se aprobaran por unanimidad dos proyectos míos: la Reforma de la Ley de Cine (Ley Nº 24377) y la Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional (CINAIN) (Ley Nº 25119). El primero permitió triplicar el presupuesto del INCAA, crear el Consejo Asesor y, con ello, democratizar el sistema de otorgamiento de créditos. El segundo estableció por primera vez en el país una política pública de preservación del patrimonio fílmico, teniendo en cuenta que el 98 por ciento de nuestro cine mudo se perdió y el sonoro se sigue destruyendo por la ausencia de un depósito climatizado y bajo control técnico. Para evitar esa pérdida irreparable era necesario crear un complejo cultural y técnico compuesto por el archivo de films, laboratorio de reparación, biblioteca y centro de datos, un cine con una sala grande y otras pequeñas, para que sirvan no sólo al patrimonio universal, sino a muestras y estrenos del cine argentino. La creación de la Cinemateca era una asignatura pendiente que ya habían realizado en el continente Brasil, Bolivia, Colombia, Cuba, México, Venezuela y otros.
La iniciativa nació en 1993, cuando Federico Mayor, secretario general de la UNESCO, nos invitó en representación de América latina a integrar la comisión Por la Salvaguarda del Patrimonio Cinematográfico. Pero el nacimiento de la ley, en 1997, no fue nada fácil, porque fue vetada por Menem. Los directores, productores y entidades que apoyábamos la iniciativa insistimos y logramos algo excepcional: que el Congreso la votara otra vez por unanimidad, derribando el veto presidencial. Lo que no pudimos imaginar fue que los demás gobiernos ignoraran la decisión del Parlamento y hasta hoy el Poder Ejecutivo no reglamentó ni puso en marcha la Cinemateca. Salvo Julio Mahárbiz, todos los directores del INCAA se manifestaron partidarios de la CINAIN y hubo sugerencias respetables de mantener la escuela de cine (ENERC) en la órbita del Instituto, pero una ley sólo se discute en el recinto y una vez aprobada es falta grave no cumplirla. Han pasado ya diez años y la CINAIN no figura en las previsiones presupuestarias del INCAA, mientras las películas se siguen destruyendo. De la mayor parte de los films no se saca un master de protección y los negativos terminan en lugares no aptos para conservarlos. Otro razonamiento sostiene que la CINAIN le restaría fondos al INCAA, pero olvidan que éste triplicó sus recursos con la Reforma de la Ley de Cine que impulsamos y éstos siguen aumentando. En suma: la ley no se aplica no por falta de recursos, sino porque no hay conciencia de que el Estado tiene la obligación de invertir en la preservación del patrimonio.
Recordemos la ley. En sus fundamentos se prevee que la CINAIN “... está pensada como un ente plural, transparente y democrático, donde estén representadas todas las instituciones que hacen a la industria”. Por ello: “La CINAIN es un ente autárquico y autónomo (...) dentro de la órbita de la Secretaría de Cultura de la Nación” (Art. 1º); “Los recursos de la CINAIN provendrán de: a) El 10 por ciento de los ingresos del INCAA como cuota inicial. En los ejercicios siguientes, el 6 por ciento del total de los ingresos que le corresponden por ley y que no estuvieran afectados al pago de subsidios a la producción cinematográfica” (art. 5º); “El Estado deberá donar un edificio para el funcionamiento de la CINAIN o proveer fondos para su adquisición” (art 9º); “Se destinará la cuota inicial aportada por el INCAA para la compra de una sala de cine en el centro de la Capital Federal, cuya programación y administración dependerá de la CINAIN” (art 10º); “Queda prohibida la destrucción de copias de películas de largometraje o cortometraje, cualquiera fuera el soporte” (art 14º). Mis amigos Jorge Coscia y Jorge Alvarez saben que hemos elogiado su gestión, y si ahora señalo límites y sugiero ideas es porque deseo que la gestión de Alvarez tenga el mayor de los éxitos. Las políticas del INCAA, como las de cualquier institución, deben debatirse públicamente cuando no alcanza lo privado: lejos de debilitarlas, las fortalece y ayuda a corregir errores. Coscia y Alvarez resolvieron con creatividad y decisión algunos de los reclamos históricos del cine argentino: la autonomía financiera, un circuito de salas para el cine nacional y reglamentar la cuota de pantalla en los cines, aunque todavía no se haya logrado hacerlo con la exhibición en televisión. Pero esas grandes iniciativas no tuvieron los ajustes necesarios para perfeccionarlas, como sucedió con las salas “Espacios INCAA”, que lejos de aumentarse se achicaron y se vienen degradando. Aún no se comprende que para quienes producen y realizan una película es tan importante que se asegure su exhibición como que se proyecte en condiciones óptimas. ¿Se puede aceptar que todavía no se haya reformado el principal cine de estreno nacional –el Gaumont–, cuyas salas tienen un pésimo sonido y peores pantallas? ¿No es una falta de respeto al público y directores y técnicos el abandono del Tita Merello? Las salas del INCAA deben ser las mejores del país y hay recursos para hacerlo.
La CINAIN es uno de los proyectos culturales más importantes –quizás el único que crea una institución múltiple– que votó el Congreso desde el regreso a la democracia. Da respuesta a una urgente necesidad en beneficio del cine y la cultura argentina. ¿No es hora de acabar con errores y postergaciones? Guardo la esperanza de que Jorge Alvarez –un dirigente lúcido y eficaz que lucha en varios frentes– pueda superar las dificultades burocráticas y, con la ayuda de todos, haga hacer nacer la CINAIN.

viernes, diciembre 15, 2006

El bondi de Ulises



Hace algun tiempo vengo pensando que cada uno tiene su propia historia interna de los colectivos. Su bitácora, tipología, clasificación, mapa. Todos los que tenemos la ventaja de viajar diariamente en ellos, desde que valian 0,50 (o menos) y te daban un boleto en mano hasta los 0,80 con maquinita de ahora, seguramente guardamos en la memoria anécdotas, sentimientos e imágenes de todo tipo. Estoy seguro, que aquel/lla que no se haya enamorado perdidamente de un pasajero ocasional, aquel que no se haya dormido profundamente y haya cruzado el trópico de Gral. Paz, aquel que no ha viajado apretado como vaca para el matadero a las 6,15 de un día lluvioso, tal vez haya sido mas feliz, pero seguramente ha vivido mucho menos.
En mi extraño intinerario, hay una especie de amor/odio sin demasiada explicación hacia los colectivos. Como con esas personas que te caen barbaro o muy mal pero sin saber demasiado bien porque. Por ejemplo, el 110 es un colectivo al que quiero mucho y sin embargo lo destesté durante semanas y semanas camino a mi trabajo cuando se dignaba a no pasar durante 20 minutos y luego venian cuatro juntitos como hermanos de la mano hacia la escuela. Tal vez lo quiera porque los domingos me lleva a Plaza Francia o a Parque Sarmiento, o porque algunas noches de ebriedad me acompañó como un buen amigo hasta mi casa. Otro colectivo al que sinceramente adoro es el 34. Viene uno cada cinco minutos, casi siempre semi vacio y va rápido. Un tipo esficiente es el 34, "el taxi de Juan B.Justo" como lo llaman algunos. También, creo que lo quiero, porque en mi memoria guardo hermosos momentos de mi adolescencia. Me dejaba en mis fines de semana deportivos en la puerta de GEBA, y también me llevó durante años, hasta la salida del tren rumbo hacia la casa de un gran amor.
Con el 109 tengo mucha ambiguedad. Durante un largo tiempo creí que era mi camino de Eros. El itinerario empezó a los 16 con mi primer novía que vivía cerca de una parada de la calle Córdona. Frustado ese amor, vino la segunda a dos paradas, y luego una tercera a otra dos paradas. Siempre pensé que encontraría al amor de vida cerca de Retiro, donde termina el recorrido. Pero algo misterioso pasó, y por culpa de otro amores que me llevaron lejos del camino del 109, comencé a sentir un odio especial hacia el 109. Odio que se fue transmitiendo hacia todos mis amigos, que cada vez que lo toman para venir de visita hacia mi casa, llegan inebitablemente de malhumor.
Dentro de los colectivos a los que odio profundamente, se encuentra el 76. Flor de hijo de puta si los hay. Pasa cuando quiere, siempre lleno y tiene un recorrido de porquería. Tal vez también lo destete porque me dejaba en la puerta de mi trabajo como "librero" en Yenny todos los domingos. Creo que cualquier ser humano que trabaje los domingos destesta a ese colectivo que amablemente lo transporta. También lo odio porque en esos mismos viajes hacia la explotación laboral, conocí a dos pungas que subian en la misma esquina y en el mismo horario casi todas las semanas. Por lo cual debía enfrentarme a esa situación de mezcla entre miedo y heroicidad que tenía cuando veía que mandaban las manos hacia todas las carteras y me los quedaba mirando fijo pero en silencio, intentando evitar los asaltos.
¿Que historia tiene usted estimado lector?, ¿en que colectivo besó apasionadamente a su amante?, ¿en cual dejó atrás una hermosa historia de amor?, ¿en cual asomó la cabeza por la ventana para disfrutar que el sol y el viento les peguen en la frente?, ¿en cual sintío que empezaba el último viaje?...

jueves, diciembre 14, 2006

El "ser de izquierda" de Gonzalez...

NO AL TRABAJO PRECARIZADO!!!!

En los últimos años, la Biblioteca Nacional ha impulsado proyectos de transformación que se debía desde hace ya unas largas décadas. El inventario de libros, hemeroteca, partituras, tesoro, el área de Archivo y Padrinazgo fue y está siendo realizado por el trabajo de más de 60 pasantes de distintas facultades de la Universidad de Buenos Aires.
Dichos proyectos hace 50 años que esperaban ser realizados y son fundamentales para poner al día una necesidad de toda Biblioteca: conocer cuáles son sus propios materiales y
poder ofrecerlos debidamente a la comunidad
Los trabajadores pasantes queremos continuar con el trabajo que realizamos en la Biblioteca porque conocemos el trabajo, porque trabajamos codo a codo y hacemos las mismas tareas que compañeros que están efectivos y, en fin, porque nos sentimos parte de la Biblioteca y tenemos el deseo genuino de formar parte de su plantel y aportar a la transformación de la institución.
36.0pt">Sin embargo, las tareas en las cuales nos desempeñamos no constituyen, como se argumenta, un aporte real a nuestra formación universitaria: nuestro trabajo es un trabajo precario ya que constituye un fraude laboral, pues ha funcionado como mecanismo de contratación encubierta.
Los pasantes somos estudiantes universitarios que pretendemos mantener nuestros estudios con un trabajo cuyo sueldo va desde los $380 a los $480, dependiendo de la cantidad de materias aprobadas en la carrera.
Las pasantías suponen, por un lado el abaratamiento del costo laboral (salarial) y por otro el debilitamiento de los cuerpos gremiales y sindicales al no reconocerlos como interlocutores en la implementación de la ley de pasantías.
El reclamo por la finalización de las pasantías debe ser, pues, un reclamo de la totalidad de la Biblioteca. La lucha por nuestra contratación y el no recambio de más (y nuevos) pasantes debe ser asumida por todos nosotros como causa propia.
La Facultad de Ciencias Sociales envió un documento en el que reconoce el fraude de la pasantía y exige la contratación de los pasantes.
La Biblioteca Nacional está promoviendo un proceso de transformación mediática de la institución. De lo que se trata es de saber si lo va a llevar adelante con la misma lógica que en los 90, flexibilizando a sus trabajadores; o si pretende, además, transformar las relaciones al interior de ella.
Entre el 15 y el 31 de Diciembre, 11 compañeros culminan su pasantía y se quedan en la calle. A medida que vayan terminando las pasantías, ocurrirá lo mismo con el resto. Por todo esto, exigimos la contratación inmediata de la totalidad de los trabajadores pasantes.

TRABAJADORES-PASANTES DE LA BIBLIOTECA NACIONAL

lunes, diciembre 11, 2006

Justicia poética

Sin conocimiento de causa, se me ocurre una dudosa anécdota del futuro en alguna exclusiva escuela de alta alcurnia en Santiago de Chile, quizá un colegio militar. En los últimos días del ciclo lectivo, con las gotas en la frente del sudor veraniego, un profesor pregunta a sus alumnos:
-¿Chicos, qué se conmemora hoy, 10 de Diciembre?
-La muerte de nuestro ilustrísimo General don Augusto Pinochet

El 10 de diciembre de 1948, tres años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Asamblea General de las Naciones Unidas se reunió para aprobar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en conmemoración de la cual, dos años mas tarde, se invitó a los países miembros a observar esa fecha como el Día Internacional de los Derechos Humanos. La reunión, un aquelarre de espanto luego de los horrores de la guerra y los genocidios, era un acervo para poner punto final al terror "para hacer frente a las violaciones de los derechos humanos dondequiera que ocurran". Lamentablemente, la memoria humana, que es endeble y corto-placista, pronto olvidó la vehemencia de la declaración, y derechos humanos se tornó antes que un principio, una bandera. Mal que pese al pintoresco romanticismo sarmientino, las ideas no son nada sin los hombres que las llevan.

Ayer domingo por la tarde, sin juicio y sin castigo, y en medio de lo que parecía una nueva treta para escapar de la justicia, falleció el dictador Augusto Pinochet, que mantuviera Chile bajo su mano ni más ni menos que por 17 años, notable representante del "dream team" de dictadores latinoamericanos y, por que no, del mundo. Genocida y torturador, autor de un golpe de estado notable por lo sangriento, destacado por su corrupción, no bastaron 16 años, casi el tiempo que estuvo en el poder, para enjuiciarlo. Mirándolo en retrospectiva, si hay algo de qué sentirse orgulloso en nuestros pagos es por lo menos haber llevado a cabo el Juicio a las Juntas, más alla de sus resultados ulteriores.

Las palabras se las lleva el viento. ¿Sin distinguir ideología, cuántos genocidios se produjeron desde aquel 10 de Diciembre de 1948? Lo que debió haber sido un principio se transformó en un nuevo régimen jurídico bajo el cuál acusar al otro en controversias para las que lo que menos importa son los derechos humanos, o cuanto mucho en una reivindicación parcial: una "bandera de zurdos", un sinonimo de blandura, otra causa perdida.

Desde ayer, Chile está nuevamente dividido. Están los que vivan la muerte del dictador más allá de la falta de justicia; hay quienes lo defienden y lo quieren sepultar con honores en la ceremonia militar. Al menos no habrá duelo ni honores de ex presidente. Que nos sirva a modo de recordatorio, de este lado de la cordillera, para que las muertes de impunes sin juicio no tengan ocasión. Por mi parte me quedo tranquilo, y espero así poder quedarme, que nadie va a vivar a Videla el día que lo entierren sin honores que no se merece. En cualquiera de los casos, valga la paradoja terrenal, si creyó asegurarse el cielo con la extremaunción que se apuró en recibir, para manchar su obituario.

Borges y Perón (David Viñas)

En 1981, la legendaria revista francesa Les Temps Modernes, fundada por Jean-Paul Sartre, consagró su número 420 a la Argentina bajo el título “Argentina entre populismo y militarismo”. En aquel entonces, David Viñas firmó su artículo con el seudónimo Antonio J. Cairo. El artículo acaba de ser publicado en la edición doble de La Biblioteca, la revista de la Biblioteca Nacional.

Sus diferencias son conocidas. Por eso mismo yo querría destacar sus parecidos; en sus escritos creo que podría encontrarse, en principio, una misma exclusión de la historia, que se manifiesta mediante la negación de la lucha de clases en Perón y en una literatura analgésica en Borges. En uno y en otro se asiste a una evacuación del sufrimiento y del drama inherentes a la vida cotidiana: evacuación que resulta, en el texto borgeano, de su oposición al “Centro” trágico y deslumbrante, y en los documentos de Perón, de su necesidad de borrar todo lo que implica un cuestionamiento. Porque si los escritos de Borges no reconocen a sus lectores sino que los inmovilizan, el discurso de Perón no incorpora a sus mejores colaboradores sino que los fija. Y si el movimiento esencial de Borges se orienta hacia el ruego, el de Perón se especializa en las órdenes. Uno y otro, me parece, instauran un espacio vertical, de arriba hacia abajo y a la inversa, que poco a poco excluye toda dimensión horizontal: incapaz de hacer que una comunidad se respete incluso después de haber visto sus propias miserias, ambos prefieren –cada uno según los valores y con un objetivo diferentes– que esta comunidad continúe ignorándolos.
En otro aspecto –el empleo de las palabras– me parece útil establecer sus lazos de parentesco recíprocos con el Leopoldo Lugones de los años veinte: cuando Perón dice “muchachos”, está impregnado del Elogio de la espada pronunciado por Lugones en 1924 en ocasión del centenario de la batalla de Ayacucho; cada vez que Borges emplea el término peyorativo “muchachones”, está retomando los semitonos de Lugones de La Patria fuerte.
Podrían incluso establecerse similitudes en virtud de una cronología “generacional” previsible, de climas familiares comparables y de una historia compartida desde la Semana Trágica de Buenos Aires en 1919 hasta los años de la Década Infame (1933-1943). Verdadera matriz que conformó a los dos hombres en el período que precedió a su eclosión respectiva, sobre todo si se tiene en cuenta la influencia decisiva de la presidencia del general Justo (1932-1938), “tío” de Perón y mecenas de Borges.
Pero en realidad es el parentesco de símbolos entre Borges y Perón lo que me interesa particularmente. Símbolos poderosos: concentración de la línea elitista-liberal en Borges, encarnación de la corriente nacional-populista en Perón. Sobre todo en relación con los dos sectores de Argentina: la clase media liberal y la clase media populista, cuyas connotaciones preferidas son el doctor Houssay, el hombre que habló en La Sorbona y polo sacralizado por la tendencia liberal-elitista, y el tango trivializado, el Viejo Vizcacha y un Gardel de opereta para la franja nacional-populista. Dos sectores que, si se enfrentan en su adhesión, uno a Borges, otro a Perón, a menudo se intersectan y se ponen de acuerdo: en especial cuando se trata de exaltar el símbolo de una vieja Argentina de virtudes patriarcales tranquilizadoras y estereotipadas.
Sucede que el verticalismo al que me refería –tanto el de Perón como el de Borges– acarrea, tanto en los liberales-elitistas como en los nacionalistas-populistas, una adhesión exenta de crítica, incondicional en la mayoría de los casos; eclesiástica, diría. Y con ella todo lo que suponen el star system y el star cult: filisteísmo, identificación y proyección inmovilizadoras, autosatisfacción, incondicionalidad. Herencia a lo sumo, no apuesta.
Podría decirse, para intentar comprender un poco mejor, que Borges y Perón “son dos burgueses”. Dos grandes burgueses. Y si se quiere, los dos burgueses más célebres que haya producido Argentina. Que con ellos culminan la literatura y la política concebidas en el núcleo programático inicial de 1845, dado que Perón y Borges –a pesar (y a causa) de sus contradicciones y sus matices– son la concreción perfecta de esta conciencia posible.
Lo que quiero decir es que las variantes a las que puede llegar el pensamiento burgués son infinitas. Infinitas sus posibilidades de combinación, pero finitos los ingredientes a partir de los cuales han sido formuladas la teoría y la proposición programática; y, lo que hoy me preocupa, agotadas. Porque si sus combinaciones pueden hacerse en un espacio imaginario (sea Madrid o un relato), su finitud y su agotamiento eclosionan en un espacio histórico concreto: la Argentina actual.
Es por eso que estos grandes símbolos que son Borges y Perón ya no constituyen hoy (justificando, realimentando y, si puede decirse, mitificando) sino un movimiento circular, del que por cierto no se escapará utilizando los recursos del collage.

miércoles, diciembre 06, 2006

Apología del caos

MANIFIESTO
a MP, antes de que me excomulgue del Cabaret Voltaire

PRINCIPIOS DEL CAOS
  • El caos tiende a su autorregulación. Las regulaciones no las produce el caos mismo sino el sujeto perceptual, que agrupa las representaciones en categorías mas o menos regulares.
  • Cualquier intento de ordenar el caos deviene en un caos aún mayor. La única esperanza de orden la propone la propia autorregulación del caos. Todo intento de imponer un orden produce caos distintos y aún mayores. Todo intento de sujetar la propia autorregulación supone una destrucción de la misma con la génesis de un nuevo sistema autorregulante.
  • No existe un caos mayor o menor. El caos no puede medirse y, por tanto, es incomparable. El adjetivo "caótico" no acepta intensificadores tales como "muy", "más" o "tan".
  • No se puede producir un caos. Todo acervo de producir un caos es una utopía: todo pseudocaos mantiene una semejanza formal y exterior con el caos pero obedece a una lógica íntima, aunque esta lógica interna intente ser caótica, lo cual tiene el carácter de oxímoron, porque es imposible pensar en una lógica del caos.
  • El caos no tiene relación con el azar. Se entiende por azar una lógica no subsumible a otras lógicas: se atribuye al azar todo lo que no puede ser regulado. Dado que el caos es de naturaleza irregular, las leyes del azar no tienen nada que hacer, es absurdo pensar en algo tal como una igualdad de probabilidades.
  • LA REALIDAD ES AZAROSA
 

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