jueves, diciembre 24, 2015

Jonás; IV, 12 (José Edmundo Clemente)

Llegué a Historia de la soledad (1969), de José Edmundo Clemente, gracias a la recomendación de un amigo librero. Se trata de un breve volumen compuesto por once capítulos y un prólogo. La intención de Clemente es trazar una historia menor de esos hombres que los libros olvidaron, sumidos en la soledad y la ingratitud. Para ello, escribe esta serie de semblanzas filosóficas que, si bien puede tener alguna reminiscencia de las Vidas imaginarias, de Schwob más que de la Historia universal de la infamia, de Borges, logra echar luz sobre unos hombres solitarios, opacados por otros que han ganado el renombre y la gloria. Clemente era un especialista en estética, en filosofía y en bibliotecología; además, tenía una prosa fina y elegante como podrán leer más abajo. El humor, la reivindicación nostálgica y el comentario agudo marcan el ritmo de su Historia de la soledad. Copio el capítulo 4 de este hermoso libro y se los recomiendo con fervor. 


Jonás; IV, 12 (José Edmundo Clemente)

Todo libro posee márgenes abiertos y fluyentes que exceden la quieta angostura de su caja tipográfica, los límites formales de la imprenta; como si al tacto de nuestra mirada sensual las letras se abrieran maduras, ensanchando la página que les sirve de cauce. Milagro que vuelve las ideas y sentimientos al cálido relieve original, semejante al Lázaro bíblico. Algunos libros llevan un impulso más fuerte todavía; a la presión que extiende los costados del texto agregan un envión longitudinal que sobrepasa el corrido argumental de la obra y lo prolonga a supuestas intenciones secretas y posteriores. Intenciones que cada uno descubre con la misma alegría del solitario que encuentra una fortuna oculta, aunque muchas veces el hallazgo termina en alucinada fantasía, en simple espejismo de lector codicioso. O presuntuoso. Seguramente el descubrimiento ya fue previsto por el autor; seguramente las variantes posibles son hábiles concesiones a nuestra impúdica vanidad. Seguramente mi propia ambición de interpretar a Jonás sea apenas uno de los tantos finales de Jonás.
Recordemos la secuencia visual del Libro. Jonás debe ir a predicar a Nínive. Desobedece la misión. Embarca en el puerto de Jope, rumbo a Tarsis. En viaje, la nave es sacudida por un violento temporal. Los marineros imploran a sus dioses. El mar crece. Echan suerte para saber a quién castiga el cielo. La furia del viento no cesa. La prueba señala a Jonás. Las olas tapan la cubierta del buque. Los marineros tiran a Jonás por la borda. La tempestad calma. Un enorme pez traga a Jonás. Tres días y tres noches permanece dentro del animal. Se arrepiente. El pez lo devuelve sano y salvo a tierra. Cumple el mandato de ir a Nínive. Llega luego de tres días de camino.
El resumen de las “diapositivas” es aparentemente claro; Jonás desobedece, es castigado y perdonado. Pero creo que debemos considerar al texto más allá de la caprichosa historia de un desobediente o el relato turístico por el Mediterráneo en una incómoda bodega. Cuando mucho, esto solo haría del hijo de Amittay el precursor de los viajes submarinos. Tampoco, la publicidad de un acto demagógico de la siempre dispuesta voluntad de Jehová. Por lo pronto, ciertos signos evidentes levantan claves para otras interpretaciones. Tres días y tres noches permanece Jonás dentro del pez; tres y tres, 33, simbólica cifra que luego identificaría la edad de Cristo. Tres días tarda en llegar al lugar de la prédica; tres son las ciudades mencionadas en el texto: Nínive, Jope, Tarsis. Nada es casual. El tres era considerado número mágico en la antigüedad, incluso para los católicos. San Mateo considera a los tres días y tres noches término premonitorio de la Resurrección: “Porque como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra” (Mt.; XII, 40). Quizás el lector considere fáciles coincidencias a estos signos; por mi parte también prefiero otra interpretación.
La ciudad fenicia de Tarsis adelanta una sospecha; el pez que traga a Jonás, ballena según San Mateo, la completa. Igualmente, el oportuno arrepentimiento que salva a nuestro héroe de equivocar el destino para el cual había sido llamado. Llamado. Estoy acercando los hechos a mi intención; “llamado” (vocãtus) es raíz etimológica, justamente, de vocación, palabra que considero centro del libro. Todos fuimos llamados para una misión determinada; en la medida que nos acercamos a ella, nos acercamos al verdadero sentido de nuestra vida. Pero no siempre asumimos la responsabilidad de nuestra vocación; a menudo huimos de ella y caemos, como Jonás, en el fondo de la ballena. La precisión de San Mateo es oportuna. La ballena representaba en la simbología tradicional al mundo terreno, al cuerpo venoso y perecedero. Melville recurre a la increíble Ballena blanca para aludir la obstinada persecución del hombre tras de su inevitable muerte. Su destino más cierto.
Pasemos ahora al margen final del texto, al impulso que no pudo detener la imprenta y que continúa girando por inercia propia una vez cerrado el libro. Atendamos a la metáfora de la obra, ese espectro de la realidad, diría Ortega, que prosigue fantasmal y nítido el contorno de la imagen ausente. No se trata de un absurdo lingüístico. Sería muy pobre admitir la simplicidad de Jonás tragado por una ballena verdadera y devuelto intacto al día tercero. No debemos abusar de los milagros; sobre todo, cuando son innecesarios. Hagamos crédulo el relato. Jonás entra al estómago de una ballena metafórica. La ballena es él mismo; el estómago de la ballena, su propio estómago. Lo habita por unos días, igual que muchos lo hacen por siempre, satisfechos del interior de su piel, adormecidos de tedio. Jonás logra arrepentirse, pero la mayoría prosigue a escondidas de su vocación. Hombres cegados por llegar a la próspera Tarsis hasta que la muerte les recuerda, tarde, que no vivieron la vida fundamental; la vida para la que fueron llamados. Que es igual a no haber vivido nunca, porque la señal marcada en el alma se les ha borrado. En vez de Nínive, la cúpula interior de una ballena será el cielo merecido. Oscuro leviatán; universo sin estrellas. Quizás la ballena sea una inconsciente alusión al infierno, o a la impotencia. Quizás el infierno sea una metáfora de la impotencia.

Clemente, José Edmundo (1969). Historia de la soledad, Buenos Aires, Siglo XXI editores, pp. 35-39.

domingo, diciembre 20, 2015

Gilgamesh, copia y original


Tal como declara el propio Kramer, los cinco cantos de Gilgamesh (o Bilgames, en su forma inicial) no fueron ni los unicos ni los primeros poemas sumerios, pero tienen el raro mérito de, tras haber sido puestos en circulación como entretenimientos cortesanos hace unos cuatro mil años en la ciudad de Ur, al cabo haber sido refundidos y "plagiados" por toda la posteridad vecina, tanto autóctona (babilónica) como extranjera, hasta alcanzar la magnitud de una obra maestra y referente por antonomasia en su género. De hecho, el idioma de Sumer se fue extinguiendo gradualmente, sobre todo a favor del acadio, pero la versión unificada en forma de epopeya fue celosamente aprendida y copiada a otras lenguas, totalmente ajenas (por ser de raíz semítica), y por otras culturas, que quizás hasta odiaban ancestralmente a los sumerios. El detalle de que se trate de una obra literaria que superó a su pueblo y su lengua no es menor (por lo demás, el prestigio de la cultura sumeria era tal que muchos otros testimonios se conservaron). Pues justamente que se la haya copiada es lo que resulta notable: por primera vez en la historia humana, que sepamos, se le atribuyó a un producto de la mano del hombre el distingo de su duplicación; y es en este gesto, en su re-producción más que en su producción original, que parece anunciarse el surgimiento de una nueva conciencia, en la que la veneración y el afán de conservación desbordan por mucho a lo puramente utilitario y práctico. Nunca sabremos ni cuál fue la primera creación hecha con intenciones artísticas ni gozada con intenciones estéticas, pero aquí tenemos una gran candidata a ser la primera obra de arte reproducida en toda la historia humana, y es un mérito en el que es preciso detenerse por su significado, aun contra toda la posterior exaltación que se ha hecho de la originalidad (tan importante en literatura, de hecho, que el género literario moderno por antonomasia dio en llamarse precisamente novela). Vista así, la "epopeya del miedo a la muerte" -como bellamente la definiera Rilke- sería la primera obra humana íntegramente reconocida como tal, como una entidad digna de inmortalidad (precisamente lo que tanto ansiaba su héroe epónimo).
Burello, Marcelo G. (2013). Gilgamesh o del origen del arte, Buenos Aires, hecho atómico ediciones, pp. 62-63.

sábado, diciembre 19, 2015

La letra argentina. Lenguajes, política y vida en el siglo XXI


Se trató de un encuentro realizado en el Centro Cultural "Paco Urondo" de la Facultad de Filosofía y Letras el 6 y 7 de noviembre de 2014. El encuentro fue organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación y reunió a escritores, periodistas, editores y críticos literarios para reflexionar sobre diversos temas como la literatura y la circulación de libros, los libros y la política, los lenguajes contemporáneos, etcétera. 
Este año se publicó un libro que recopila ese encuentro, La letra argentina. Dejo la versión en PDF en el siguiente link: 


Copian, repartan y comenten a quien interese. Pego a continuación el índice para que chusmeen las intervenciones y los nombres de los participantes!

Índice

Apertura - Bruera, Morgade, Forster
Literatura y circulación de libros - Boido, Chitarroni, Cristófalo, Scolnik
Literatura y vida
Literatura y envidia - Mariano Quirós
Acerca del instante, la literatura y la vida - Roberto Raschella
La literatura (y la vida) como querría - Carlos Skliar
La autoficción: artefactos agotados y nuevos modelos de escritor - Claudio Zeiger
Diálogo I - Luis Gusmán
Géneros populares
Géneros populares - Marcelo Figueras
Derivas actuales de los géneros populares - Mariana Enríquez
La ambigüedad genérica - Horacio González
Oralidad, autogestión y periferia - Juan Diego Incardona
Irrupciones políticas
El poeta y el Estado - Sergio Raimondi
La barbarie civilizada o la civilización bárbara - José Pablo Feinmann
Después del 2001, literatura argentina y política - Hernán Vanoli
¿Rodolfo Walsh o Manuel Puig? - Carlos Gamerro
Lenguajes contemporáneos
Vida cotidiana - Daniel Link
Un plato de azúcar - Miguel Vitagliano
El idioma de los argentinos: lo traducible y lo intraducible - María Pia López
El tiempo de la poesía - Daniel Freidemberg
Diálogo II - Ludmer, Garramuño
Qué hace escritor a un escritor
Palabras leves - Paula Pérez Alonso
El momento íntimo de la escritura - Sergio Olguín
El escritor, las pérdidas, los amigos - Arturo Carrera
Los tonos de una nación: una pregunta del pasado - Matilde Sánchez
Qué es ser escritor: algunos ejemplos - Sergio Chejfec
Sobre los participantes

lunes, diciembre 14, 2015

Presentación: A dónde van los caballos, de Marcelo Britos y Cacería de guanacos, de Rosana Gutiérrez

lunes, noviembre 30, 2015

Señal de fuego (Marcelo Fox) (selección 1)

Me enteré de la existencia de Marcelo Fox, a partir de un comentario al pasar de un conocido. El comentario señalaba el lugar de escritor maldito que Fox se había ganado en los años 60 y la dificultad de conseguir sus escasas obras: Invitación a la masacre (1965) y Señal de fuego (1968). De esta última me enteraría más tarde por medio de una carambola de tuits y recorridas por Mercadolibre.
De Fox poco se sabe. Hay algunos datos aislados en el blog inmaculada decepción, acá y acá. Las anécdotas que lo tienen como protagonista lo instalan en un lugar incómodo. También se sabe que Fogwill y Alberto Laiseca lo han mencionado en varias oportunidades. El amigo Vespa nos refirió esta entrevista de Fogwill donde menciona a Fox y lo señala como inspiración para un personaje de Vivir afuera (1998).
En todo caso, la obra de Marcelo Fox se ha perdido entre los anaqueles de la literatura argentina, quedando relegada a un lugar oculto y maldito. Su libro Invitación a la masacre es inconseguible y los proyectos de reeditarlo se han frustrado rápidamente por problemas con los herederos de Fox. En la web se pueden leer algunos extractos de ese primer libro: acá, acá y acá. Su otro libro, Señal de fuego, se consigue un poco más fácilmente, aunque con un precio que puede complicar el bolsillo de cualquiera y en una cantidad de ejemplares limitada ya que se trata de la primera edición. Justamente, el objeto-libro Señal de fuego es de lo más particular: tapa y contratapa simil papel madera, letras góticas en portada, tinta roja en la tipografía de sus páginas, esvásticas como separadores de las diversas partes, una imagen del autor provocadora, mirando hacia el lector, con un puño sobre el pecho y una especie de cruz de hierro por detrás. De ese libro, una colección de aforismos escritos en el filo de la razón, en las tinieblas de la violencia, extraigo esta primera selección.

Señal de fuego (selección – Parte 1) (Marcelo Fox)



No es deseo del diablo destruir el mundo, su vivero de víctimas.

***

Hasta ahora los gritos de los profetas sólo han producido breves pesadillas en el sueño de los hombres.

***

El estómago del mundo termina digiriéndolo todo.

***

No saben que viven, no saben que mueren, pero mantienen firmemente el timón en la mano para que el barco no se desvíe de su eterna trayectoria circular.

***

El fuego no hace brillar los rostros de los que habita, eso sería facilitar demasiado la tarea de los esbirros de la grisura, la oquedad, el hielo.

***

Cuando la sangre delira, los túneles, las ciudades, las coartadas, se derrumban.

***

Como aman la Libertad, la han sepultado en un hermoso panteón en cuyas paredes se halla primorosamente esculpidos los principios eternos del derecho, las ordenanzas municipales, los artículos de la constitución y las leyes de tránsito. Sobre el catafalco en que ella yace con su mortaja de yeso hay un cartel escrito en letras góticas que dice: Prohibido escupir en el suelo.
Las ceremonias que se celebran allí mismo en su honor son reguladas por luces de semáforos, para que todo se desarrolle dentro del máximo orden y corrección.

***

Llaman hombres libres a los esclavos; y a los hombres libres, asesinos y libertinos.

***

Si no quieren que los rebeldes griten no les peguen.

***

Fogata entre los témpanos de hielo y la oscuridad, mi voz guía hacia las arenas de este mundo a la caballería aérea de la muerte.

***

Sólo cuando las tinieblas sean totales el sol renacerá.

***

Los actores cambian. Los decorados cambian. El sueño permanece.

Fox, Marcelo (1968). Señal de fuego (selección), Buenos Aires, Yelpo editor.

jueves, noviembre 12, 2015

Tango de la muerte

En Nudler, Julio (1998). Tango judío. Del ghetto a la milonga, Buenos Aires, Sudamericana, pp. 27-32.


En mayo de 1947, cinco años después de la deportación y el asesinato de sus padres, aparece en Bucarest, en la revista Contemporanul, el primer poema que Paul Celan publica con este seudónimo. Su verdadero nombre es Paul Antschel, del cual el seudónimo es la inversión silábica, anagrama tan del gusto de los porteños. Había nacido el 23 de noviembre de 1920 en Czernowitz, capital de la Bucovina, región del norte de Rumania enclavada entre Transilvania y Besarabia que había pertenecido al Imperio austrohúngaro hasta el hundimiento de éste en 1918. Czernowitz, ciudad de intensa vida cultural hasta la devastación nazi, contaba con 110.000 habitantes, casi la mitad de ellos hebreos. Para éstos la tragedia había comenzado el 5 de julio de 1941, cuando entraron en la ciudad las tropas germanas. Al día siguiente irrumpieron las SS y con ellas el espanto. Antes de concluir agosto ya habían sido asesinados 3.000 judíos.
Aquel poema fundamental, llamado “Tangoul Mortii” (Tango de la muerte), habría sido escrito por Celan originariamente en alemán en el otoño boreal de 1944, cuando ya había retornado a Czernowitz, ocupada para entonces por el Ejército Rojo, después de haber integrado durante dos años los batallones de trabajadores forzados que los rumanos formaron con judíos excluidos del inmediato exterminio. El poema se llamó “Todesfuge” (Fuga de la muerte), así publicado en Alemania en 1952. La versión rumana se debe a Petre Solomon, estrecho amigo de Paul. Éste había reescrito varias veces su poema hasta darle su forma definitiva.
John Felstiner recuerda en su libro Paul Celan, poeta, sobreviviente, judío (Yale University Press, 1995) que Celan señaló una vez que su poema había surgido de algo que leyó sobre judíos tocando melodías en un campo nazi. Es posible que se tratara de un texto sobre El campo de exterminio de Lublin (Maidanek), escrito por Konstantin Simonov y publicado en agosto de 1944 por los soviéticos. Simonov reseña allí que en los campos se ejecutaban tangos y fox-trots.
Según se narra en El Libro Negro. Los crímenes nazis contra el pueblo judío. Nueva York, 1946, en el campo de concentración de Janowska, en Lemberg (Lvov), cerca de Czernowitz, un teniente de las SS ordenaba a los violinistas judíos tocar el llamado “Tango de la muerte” para acompañar las marchas, las torturas, la excavación de tumbas y las ejecuciones. Antes de la liquidación de ese campo, las SS mataron a toda la orquesta. Según Felstiner ese tango estaba basado en el mayor éxito anterior a la guerra del argentino Eduardo Bianco, tocado por éste ante Hitler y Goebbels en 1939. Felstiner añade que también en Auschwitz la orquesta interpretaba tangos, y que en otros campos los prisioneros llamaban genéricamente “Tango de la muerte” a cualquier música que se ejecutara cuando los alemanes llevaban a un grupo de judíos para matarlos.
Entre otros, el escritor español José Angel Valente, estudioso de Celan —poeta que se suicidaría en 1970 arrojándose al Sena desde el puente Mirabeau—, precisa que ese tango de Eduardo Bianco es “Plegaria”. “Por supuesto —escribe Valente—, en los campos los músicos eran los propios violinistas judíos, que acompañaban con la siniestra melodía a las víctimas, para ser, al término de las liquidaciones, liquidados a su vez”. Jesús Munárriz, traductor y prologuista de Celan, menciona que “testimonios de sobrevivientes hablan de orgías celebradas por los alemanes en aquellos campos con las jóvenes judías, amenizadas por músicos también judíos, a las que aluden sin duda pasajes del famoso poema de Celan ‘Todesfuge’”.
Otra referencia al tango en el Holocausto se encuentra en La Rapsodia de Lvov, libro escrito en polaco y aparecido en 1956 bajo el titulo, Esto es un asesinato, perteneciente a Mieczystaw R. Frenkiel, testigo ocular de la barbarie nazi, a la que consiguió sobrevivir. También Frenkiel evoca aquí el “Tango de la muerte” como tétrica música incidental que acompañaba la aniquilación de los judíos. En “Diálogo sobre músicos”, uno de los capítulos de su libro, Frenkiel hace reflexionar a uno de sus personajes de ficción, el ex contador Filz, quien conversa con el ex juez Kranz: “Podían no haber tocado del todo. Usted comprende. Romper los violines, retorcer las trompetas, quemar las flautas, hacer de los saxofones caños para las chimeneas y no tocar. ¡Cómo tocar en estos campos agrestes frente a la muerte, para el deleite de los enemigos de la humanidad!”.
En el debate que imagina Frenkiel, aún puede leerse: “La gente no es más que gente. Bund no dirigía la orquesta para causarle agrado a la bestia ni tampoco para apagar el grito de las víctimas. Trabajó duramente en su especialidad, como un esclavo medieval, y creo que, como buen músico que era, no pudo transformar la melodía del tango en marcha fantasmal... Tal vez también ese pobrecito creía, en su anhelo de salvar la vida, como todo otro ser viviente, que lograría comprar esa vida con música. Estaba parado en el tenebroso panneau del campo de concentración, y quería vivir...”.
No se trataba de un cabaret del Bajo porteño, ni de un prostíbulo de Balvanera, ni un bodegón del Paseo de Julio, ni de un café de palco sobre la Corrientes angosta o ensanchada, ni de un club de barrio en perfumada noche de baile, ni de un afelpado dancing de Barrio Norte, ni de un cafetín humoso frente al Riachuelo, ni de un empanelado estudio radial de público obediente. Era sí la Década de Oro, la del ‘40. Pero para ese tango de Bianco el escenario era otro. Más exactamente éste, descripto por Frenkiel: “A causa de los reflectores se apagaron las estrellas en el cielo. Un millón de velas iluminaba el lugar. A los miles de seres humanos traídos desde todas partes se les había ordenado desvestirse. Los SS sostenían el orden con sus perros lobo. Las armas automáticas iniciaban un tic tac de prueba. El temblor que precede a la muerte y que corría por los cuerpos de la masa aglomerada debió haber contagiado a los músicos, junto con el trasfondo de otro temblor: el espasmo de los tensos, casi estallantes nervios sádicos de los ejecutores del asesinato en masa. Las esposas y las hijas de los importantes personajes del Partido observaban, a través de las ventanas de las barracas, este inusual espectáculo del sacrificio de un pueblo extraño. Era para nutrir la sensibilidad germana. La orquesta inició su concierto. ¿Acaso animales amantes de la música? ¿Si hubiera semejantes seres fuera del marco de la mitología, no habrían matado a dentelladas a sus sacerdotes? Ellos, los músicos, no eran sádicos, ni profundizaban en las tinieblas de la esencia psicológica de los alemanes desnaturalizados. Veían ante sí a una organizada plaga de la humanidad, a locos que se estaban entrenando mientras disparaban sobre objetivos vivientes, mujeres y criaturas, pero, según su parecer, esos alemanes también entendían de música y tenían, en esta esfera, ciertos gustos parecidos a los de ellos, a los de los músicos. Probablemente se dijeran: vamos a ver si por el ojo de la cerradura podremos llegar a sus corazones”.
El ex juez Kranz falla el caso: “... Libero a estos pobres músicos, que tocaron en aquel funeral histórico de millares de personas, incluyéndose su última aparición en ese funeral que fue también el suyo propio...”. Filz no hace uso de la palabra. Se ve de pronto entre los músicos, como trombonista, con los ojos fijos en la batuta del director. Están los SS, sus perros lobo, los lamentos de las víctimas. “La varita del maestro indica el camino que conduce a la apretujada masa de los destinados a morir. Van hacia las ametralladoras. Cómo se puede tocar y vivir en un campo como éste. Pobre de él si llegara a tocar una sola nota falsa o se notase su ausencia. El comandante Rokita tiene un oído excelente... Uno toca música para la muerte de otros y de la suya propia”.
Eduardo Bianco había creado la música y la letra de aquella “Plegaria” en 1929, y ya ese año su tango fue grabado por Celia Gámez en Barcelona. Este músico nacido en 1892 en Buenos Aires dedicó la obra “A su majestad el Rey Alfonso XIII”, cuyo derrocamiento en 1931 daría paso a la instauración de la breve República Española. El monarca borbón y la orquesta de Bianco, de consabido atuendo gauchesco, posan en la carátula de la edición parisina, que realizó el propio músico con la editorial que poseía en Cité Pigalle. Esa dedicatoria no sería la más sorprendente de la historia de este bandoneonista que partiera a Francia en 1923, el mismo año de la llegada del fascismo al poder en Italia. En 1931 dedicó su tango “Evocación”, grabado en Discos Pathé, a Mussolini. Más exactamente: “A Su Excelencia Benito Mussolini”.
Bianco, conductor de una de las orquestas típicas de mayor suceso en Francia, contribuyó también a la triunfal instalación del tango en la era de esplendor del cabaret berlinés. De la popularidad del tango en toda Alemania da idea este comentario de abril de 1938 publicado en Hamburgo, obviamente en alemán, aunque no en los caracteres góticos que habían reimpuesto los nazis: “Hasta hoy como ritmo típicamente sudamericano sólo es conocido en general el tango argentino. Éste, pese a las resistencias y los prejuicios que se opusieron a su difusión por Europa, conquistó finalmente al público europeo, atrayendo incluso a importantes compositores hacia el género”. El articulista se propone, en realidad, mostrarles a sus lectores que, aparte del tango, hay también otras expresiones musicales latinoamericanas muy diferentes entre sí, con lo que está testimoniando la hegemonía del tango en la Alemania de los años ‘30. Tal era su vigencia que resultaba preciso explicar que no todo era tango.
Bianco parece haber llevado sus simpatías fascistas a la acción, valiéndose como fachada de su actividad musical. A punto tal que en agosto de 1937 fue detenido por los franceses bajo la acusación de espiar para una potencia extranjera, concretamente Italia. Mientras en la prensa de la época puede verse a los miembros de la orquesta de Bianco fotografiados en una iglesia del Líbano, Francia le imputa actos de espionaje en Oriente Medio. Enrique Cadícamo tampoco abriga dudas sobre el colaboracionismo de ese compositor de tangos tan exitosos como “Poema” (con Mario Melfi): afirma que trabajaba para la Gestapo, la macabra policía secreta de Hitler.
Esas actividades criminales de Bianco no le valieron ninguna crítica condenatoria en la Argentina, un país representado ante el régimen de terror del Führer por un embajador como Eduardo Labougle, que no disimulaba sus simpatías nazis. En su Memoria correspondiente a 1933, Labougle le reporta al canciller Carlos Saavedra Lamas que el nacionalsocialismo “ha efectuado una campaña antisemita que ha asombrado al mundo por la audacia y firmeza con que fue encarada; lucha abierta, sin desmayos, contra un enemigo que desempeñaba un rol esencial en la crisis general que asola actualmente a la humanidad”. Por lo visto, Labougle no veía a los israelitas como meros “enemigos” del pueblo alemán, según sostenían los nazis, sino de la humanidad entera. Utiliza además el pretérito “desempeñaba”, como adelantándose a la aniquilación pueblo hebreo. Quien esto escribía permaneció como embajador en el Tercer Reich hasta julio de 1939, dos meses antes de que la Wehrmacht invadiera Polonia.
Bianco no mostró apuro alguno por grabar “Plegaria”. Su registro fue precedido, además del de Gámez, por otros, como el de Juan Deambroggio en 1931. Bianco parece haber esperado el momento oportuno, en el lugar adecuado: Berlín, 1939 debió antojársele la combinación perfecta. Allí y no en otra parte, y en ese año, el año en que Francisco Franco entró en Madrid, último bastión de la República tricolor, el año en que el Tercer Reich emprendió la conquista del mundo.
Sólo en la versión de su autor despliega “Plegaria” su extraño atractivo, su tono ritual, algo esotérico, más siniestro que sublime, su melodía elemental y pegajosa, su cadencia marcial, cuadrada. Poco tiene de tango argentino. Casi nada sí se piensa en las obras ya para entonces existentes de Bardi, Arolas, De Caro, Delfino. Establecido en Europa, Bianco le ha perdido el paso a la veloz transformación estética del tango, quedando aferrado a un esquema primitivo, reiterado, rígido, sin la imaginación ni el vuelo de los músicos rioplatenses. También ha perdido contacto con el arrabal, el adoquín, la parra, los patios, el compadrito y la fabriquera. Pero es probable que tanta cuadratura, tanta marcialidad le hayan permitido conquistar a los nazis.
La muerte es la gran protagonista de este tango de verso casi pueril, escrito por el propio Bianco (en versión castellana y también francesa), muy lejos asimismo del alto nivel poético que habían alcanzado los mejores letristas argentinos:

Plegaria que llega a mi alma
al son de lentas campanadas,
plegaria que es consuelo y calma
para las almas desamparadas.
El órgano de la capilla
embarga a todos de emoción,
mientras que un alma de rodillas
pide consuelo, pide perdón.

¡Ay de mí!... ¡Ay, Señor!...
¡Cuánta amargura y dolor!

Coro: Cuando el sol se va ocultando
Solo: Una plegaria
Coro: y se muere lentamente
Solo: brota de mi alma
Coro: cruza un alma doliente
Solo: y eleva un rezo
Todos: en el atardecer.

Murió la bella penitente,
murió, y su alma arrepentida
voló muy lejos de esta vida,
se fue sin quejas, tímidamente,
y cuentan que en noche callada
se oye un canto de dolor
y su alma triste, perdonada,
toda de blanco canta al amor.

¡Ay de mí!... ¡Ay, Señor!...
¡Cuánta amargura y dolor!

(Repite el estribillo.)

La versión berlinesa de Bianco comienza con unas lúgubres campanas, no indicadas en la partitura. Sigue con un coro casi fantasmal, como de penitentes en lento andar. Luego la orquesta desenvuelve la espesa melodía, hasta la irrupción de Mario Visconti que canta en estilo magaldiano e intercala hacia el final un recitado en voz temblorosa.
El lóbrego apodo que Celan dio a “Plegaria” —si como afirma Valente es éste el “Tangoul Mortii”— coincidía en realidad con el efectivo título de tres tangos anteriores, uno de ellos incluso grabado por Carlos Gardel en 1922. Firmado por Alberto Novión, quien se haría popular como autor de sainetes y folletines teatrales, “El Tango de la Muerte" es paradójicamente, según se consigna en la edición, un “tango sentimental” y está dotado de unas cuartetas desastrosas, que Gardel logra hacer olvidar con su arte. Pero para entonces ya existía otro necrofílico “El Tango de la muerte”, sin letra, de Carlos Mac Intosh, grabado por José Arturo Severino, “La Vieja”, en 1918.
Con todo, y para el caso el más significativo de estos tangos tanatóricos, carente él de artículo, es “Tango de la muerte” compuesto por Piero Trombetta, un violinista italiano que integraba la orquesta de Bianco, y que fehacientemente estaba en ella por lo menos en 1939 y 1940. Si es como Valente y otros aseguran, de poco le valió el sombrío nombre al tango de Trombetta. En lugar de aquél sería “Plegaria” el que iba a quedar asociado a la muerte, quizá porque ninguno de aquellos otros la imaginó tan masiva, tan demencial, tan atroz.


miércoles, octubre 28, 2015

Bernardo Kordon, tripulante de Bs. As.

miércoles, septiembre 30, 2015

La rata tullida en las redes pegajosas de la Historia

Ya no recuerdo siquiera la sonrisa azul de sus cadáveres ni sus nombres, ni nada. Sentado en el último apestoso escalón, les indico el camino, señalo la Rosa de los Vientos y mastico lentamente el espesor del Destino. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
El hermano Aldo ya no está. Todos se han ido. Edith apareció anoche para decirme cosas que no entiendo.
Pongan la vista al frente y sigan el viaje de esta bazofia humana.
Si todo final está al comienzo, el asunto se inicia en la cola de ese bicho maldito y condenado por generaciones, que cae de pronto en las redes pegajosas de la Historia. Una rata completa, tullida y macrocéfala, de bigotes amarillentos. Te la menciono porque tuvo, como cualquiera de nosotros, participación destacada en los acontecimientos aún por narrar ocurridos allá, en las cunas vacías de una civilización ensangrentada, sin duda tan importantes como los narrados en presente.
La veo correr atropelladamente sobre sus patitas elásticas, atisbando sin descanso, maliciosamente, los caminos del cielo y del infierno: un par de ojos bailarines y astutos que en realidad nadie apreciaba. Inteligente y cagona, chillaba por igual frente al peligro que ante las alegrías salvajes de la vida.
Era capaz de defecar mientras huía o de practicar el amor en lugares inverosímiles. Sus hermanas de raza no le daban mucha bola. En esta época es una rata saludable pero solitaria, cuyos orígenes se pierden en la oscuridad de los siglos asiáticos.
Emergiendo de los tentadores retretes del patio, atravesó enceguecida el ruidoso salón polvoriento, serpenteando entre piernas vivas y patas de madera, y por puro placer rozó el talón de Alfredo que apoyaba en ese momento tres dedos de su mano izquierda sobre el paño verde. Después, con la eléctrica intrepidez del susto, se hundió de cabeza en el único agujero al pie del mostrador.
Me llamo Alfredo.
Con el índice y el pulgar formó un arito arriba. El palo se deslizó suavemente de ida y vuelta. Ahora pensó en su hermana y se distrajo. La imaginó aplacando la sed en las vertientes de Kant, con ese esfuerzo mental que la obligaba a entrecerrar los ojos y morderse la lengua. La punta-lengua-azul titubeó un instante, retrocedió realizando varios amagos histéricos hasta pegar sin fuerza en la bola blanca que tocó apenas el flanco de la bola roja para terminar agonizando humillada en un rincón de la mesa.
Así comienza el asunto, pero nunca hay que fiarse de las apariencias.
El muchacho irguió el cuerpo mirando a su compañero, un desconocido con quien había jugado varias veces. Éste hizo un gesto como restándole importancia a la pifiada, pero Alfredo adivinó su profunda incomodidad. Tal vez, se dijo malhumorado mirando de reojo hacia la calle (donde momentos antes había creído ver movimiento de policías), todo el optimismo del tipo, hasta el fin del día, dependiera exclusivamente de ese juego.
Los hombres de la pareja contraria, ambos escogidos al azar, arrugaron sus frentes apenados sin poder controlar ciertos tics de satisfacción; enseguida parecieron más alegres. De este modo se cocinan las ilusiones. Todo esto lo percibió él, maravillado, en menos de un segundo, pensando que debía concentrarse. En caso contrario, la mínima acción, un temblor repentino, la palidez, hablar en voz alta, lo delataría.
Uno de aquellos rivales contingentes había estado contando chistes insoportables durante los primeros veinte minutos, sacudiendo el salón con sus risotadas, para caer luego en un pozo y permanecer silencioso, quizás dedicado a rumiar algún sordo rencor o soportando una situación tirante en un lugar despreciable del cual no podía desprenderse por falta de personalidad. También la fatalidad se ensaña con insignificantes presas. Ahora, observó Alfredo, el tipo tornaba menos vigorosamente a ser sociable. ¿Qué dispositivo mental prepara la trampa para que un infeliz se inyecte dosis de putrefacto optimismo? Lo consideró con vago interés desde la silla en que se había sentado, junto a la mesita, el taco entre las piernas, un vaso de ginebra al alcance de la mano.
Enderezó el cuello. Tenía humedecida la frente. El dolor de la nuca no había desaparecido del todo. Observar es acortar el tiempo; sólo transpiran los desocupados. La transpiración del miedo huele a meada. Nada que ver con el sobaco del campesino. El olor a hombre de trabajo le producía un odio violento unido a cierta envidia. Eran atractivas las camisas de los hombres rudos. Tenía imágenes tan precisas que temió ser descubierto. Como las observaciones formales suelen pasar de largo, repitió por tercera vez:
—Hoy sí me voy a acostar temprano.
Nadie interpreta estos comentarios mientras juega, pero quizás un día, más tarde, en el momento oportuno, se verían obligados a recordarlo.
El otro rival apoyaba las manos sobre el paño: la intensa luz resaltó su fofa blancura. Un anillo inicialado apretaba la grasa. En mi ciudad los anillos son el lujo de las bestias, su patente de tránsito, una grosera aspiración al Absoluto (Filiberto tenía esa misma papada estropoveteada por el roce del cuello almidonado).
Un cura incursionista, imaginó, animado de redención y de fáciles erecciones reprimidas, confundiéndose en el mar de los ahogados, para probar.
No obstante, en este muestrario (según había determinado) salvaje e impúdico de la Humanidad Obsecuente, quien más le llamaba la atención era su propio compañero de juego. Como solía ocurrir en estos casos, le encontró un remoto parecido con su padre (quizás fuera su padre, metamorfoseado por los secretos poderes de taumaturgo que poseía —era imposible saberlo, sobre todo cuando la mayoría de los hombres mayores de cuarenta años encerraban esa posibilidad). Éste debía tener cincuenta años o más, la piel color aceituna. Cada vez que realizaba un movimiento, el olor a nicotina saliendo de los poros, confundido con la humedad del alcohol, abanicaba el aire. Provenientes de las pestañas, una que otra gotita se balanceaba en el extremo de su nariz antes de caer sobre el paño. A veces, con el objeto de desprenderlas, realizaba bruscos movimientos de cabeza o restregaba la jeta en el hombro, cerca de la axila.
Se la olía. Alfredo observó que a pesar de su permanente ansiedad el tipo parecía un muerto: aquellos ojos color ceniza estaban apagados, desmintiendo cierta desenvoltura postiza, un intento curioso de ser simpático. Era casi calvo, con cabellos distribuidos a los costados, aplastados por la gomina y ligeramente enrulados en los bordes. Esto le confería un aspecto poco higiénico, acentuado por los oscuros filos del cuello de su camisa y la ausencia del primer botón. Primer descubrimiento: la inminencia de los grandes actos inclina hacia las minucias. ¿Será verdad que Eichmann se puso desodorante minutos antes de subir al cadalso? También Kaliaiev limpió la nieve de su bota al pie de su cruz.
Catania, Carlos (2015 [1978]). Las varonesas, Buenos Aires, Las cuarenta, pp. 17-20. 

miércoles, septiembre 23, 2015

Presentación Diarios 1947-1954. Mundo soplado por el viento, de Jack Kerouac


Editores Argentinos tiene el agrado de invitarlos a la presentación del libro Diarios 1947-1954. Mundo soplado por el viento, de Jack Kerouac.
La presentación se realizará el viernes 25 de septiembre a las 20 hs. en Atelier Senillosa (Senillosa 630 casi Pedro Goyena, Caballito).
Se leerán fragmentos de los diarios y una selección de textos inéditos en español de John Clellon Holmes sobre Kerouac traducidos por Milita Molina.


martes, septiembre 15, 2015

Últimos gestos

Que la bandera de Estados Unidos volviera a flamear sobre La Habana y los capitalistas norteamericanos pudieran hacer negocios con los comunistas cubanos no habría sido ningún motivo de celebración para Reinaldo Arenas (1943-1990) si con ello se tejiese un manto de olvido sobre los crímenes contra homosexuales, prostitutas, bohemios y otros réprobos, según él mismo denunció en los años más duros de la revolución. Un chiste cubano que le gustaba parafrasear en su exilio en Nueva York dice que la diferencia entre un país capitalista y uno comunista es que en ambos te dan una patada en el culo pero “en el primero puedes gritar y en el segundo tienes que aplaudir”. Otra ironía popular asegura que “el socialismo cubano es la fase de transición más prolongada entre el capitalismo… y el capitalismo”.
No sé quién, alguien que tome la posta, pero por favor vayan pensando en una recopilación de estas columnas del amigo, cronista y escritor Osvaldo Baigorria sobre muertes, exilios y últimas palabras que viene publicando en el diario Perfil
Va un listado rápido con las notas tomadas del blog de Osvaldo Paseo esquizo:


Un humilde servicio a la comunidad lectora.

miércoles, agosto 19, 2015

Se acabó la épica: el documental sobre Néstor Sánchez

domingo, agosto 09, 2015

Reabrir una herida (sobre Las esferas invisibles, de Diego Muzzio)


En Las esferas invisibles (Entropía, 2015), de Diego Muzzio hay una tensión entre lo clásico y lo novedoso. El libro se compone por tres nouvelles que recuperan tópicos clásicos de la literatura de terror (en su variedad gótica, particularmente). En “El intercesor”, la posesión demoníaca y la lucha entre las fuerzas del bien y del mal; “El ataúd de ébano”, la casa embrujada y las historias de fantasmas; “La ruta de la mangosta”, la vida inmortal y el artefacto mágico. Si el libro de Muzzio solo fuera ese juego con tópicos, estaríamos ante una simple ejercitación escrituraria de un fanático del horror. Pero no lo es.
Las esferas invisibles es más que eso y Muzzio logra ese plus por hacer algo novedoso: las tres nouvelles transcurren durante la epidemia amarilla de 1871 que diezmó a la Ciudad de Buenos Aires. Es decir, el acierto para escapar a la repetición de tópicos clásicos es la adaptación de la literatura de terror a un contexto que, incluso en términos históricos, ha sido poco visitado y analizado. Muzzio reabre una herida que la historiografía y la literatura parecen haber querido cerrar: como si tanta muerte, tanto sufrimiento y tanta enfermedad solo hubieran conducido al silencio. Las nouvelles de Las esferas invisibles exploran ese ambiente de oscuridad y cadáveres para encontrar historias que inquietan al lector, que generan pesadillas y que devuelven una mirada literaria a una época histórica que no quiere ser narrada. Esa epidemia amarilla de 1871, por otro lado, es un prisma para cruzar otros momentos de la historia argentina: el rosismo y la conquista de la frontera en “El intercesor”; la guerra del Paraguay en “El ataúd de ébano”; el desarrollo de la fotografía y la Primera Guerra Mundial en “La ruta de la mangosta”. En este sentido, en Las esferas invisibles se destaca no solo la reconstrucción de la época elegida (esa atmósfera de sombras, contagio y cementerios) sino el diálogo temporal entre las tres historias de terror.
El otro gran acierto de Muzzio para no quedar atrapado por la trampa de lo clásico es el repliegue sobre una tradición de la literatura argentina que parecía no poder decirnos nada más en el siglo XXI. Me refiero a las ficciones científicas de Leopoldo Lugones, a los relatos fantásticos de Eduardo L. Holmberg, a las narraciones de incipiente ciencia ficción de Horacio Quiroga. Muzzio parece escribir con Las fuerzas extrañas y Más allá como libros de cabecera. Las esferas invisibles son tres reflexiones sobre la muerte, la tecnología y la sociedad que encuentran en las vetustas ficciones científicas una luz de presente, una posibilidad de decir algo más. El gesto de Muzzio resulta interesante, por otro lado, porque no es un gesto solitario: Roque Larraquy con sus novelas La comemadre (Entropía, 2011) e Informe sobre ectoplasma animal (Eterna Cadencia, 2014) sigue el mismo camino. ¿Qué tiene para decirnos la ficción científica decimonónica a los lectores y a la literatura argentina del siglo XXI? Tal vez sean los saberes sometidos que revelan esas ficciones; tal vez su capacidad de encontrar en lo fantástico y el terror un modo de pensar el poder y el sujeto. En todo caso, tanto Muzzio con Las esferas invisibles como Larraquy con sus novelas están relevando una zona de nuestra literatura que parecía haber perdido su potencia entre los polvorientos volúmenes de la antigua biblioteca.
Las esferas invisibles es uno de los grandes libros de 2015 por varias razones. En primer lugar, por el trabajo literario con esa tensión entre lo clásico y lo novedoso, a través de la recuperación de una época terrible para la historia argentina y de una zona literaria frecuentemente evitada. En segundo lugar, porque junto a otros escritores como Juan José Burzi, Samantha Schweblin y Mariana Enriquez, Diego Muzzio demuestra que puede existir una literatura de terror argentina: con modulaciones propias, en terrenos y épocas nacionales. En tercer lugar, las tres nouvelles están muy bien escritas: tiene las dosis justas de descripción y narración, de reflexión y acción. Las historias se enhebran con el entorno histórico con claridad y se encuentran personajes profundos. Finalmente, Las esferas invisibles es un gran libro porque da miedo. Estas nouvelles inquietan al lector y provocan la sensación de muerte, enfermedad y desesperación que la epidemia amarilla de 1871 destiló por las calles de Buenos Aires y sus alrededores. Cerramos el libro de Muzzio como quien cierra la puerta de una casa apestada.

martes, agosto 04, 2015

La muerte y su traje


En 1961, la editorial Ediciones Culturales Argentinas publica La muerte y su traje, de Santiago Dabove, con prólogo de su amigo cercano, Jorge Luis Borges. Dabove había muerto en 1952 pero su escritura sobrevivía, de algún modo, a su partida con ese libro póstumo que veía la luz en los 60. El libro salía a destiempo, a destiempo de su autor pero también a destiempo de su época. En palabras de Borges: “Para este sueño o realidad que lleva la cifra de 1960, Santiago ha muerto y vive en las realidades o sueños que propone este libro”. Como si fuera un personaje soñado, muy poco sabemos sobre Santiago Dabove.
Sabemos que nació en 1889 y que vivió en Morón: “Una vez nos dijo, sonriendo, que disponía de todos los materiales para la redacción de una gran novela, porque siempre había vivido en Morón”. Nunca escribió esa novela pero nos dejó un cuento casi perfecto titulado “Tren”.
Sabemos también sobre su amistad con Macedonio Fernández ―junto a él y a su hermano Julio César formaron un grupo llamado “La Triquia”, cuyo lugar de reunión era el fondo de la casa de los Dabove en Morón. Sabemos sobre su amistad con Borges, Leopoldo Marechal y Scalabrini Ortiz, sostenida en sus discusiones literarias o filosófico-nihilistas en la confitería La Perla de Jujuy y Rivadavia en el barrio de Once. En esas reuniones, había surgido la idea de escribir una novela fantástica de forma colectiva, se habría titulado El hombre que será presidente.
Sabemos también sobre su admiración literaria por el Quijote, Edgar Allan Poe y “acaso, Maupassant”; y que su cuento “Ser polvo” tuvo la fortuna de sobrevivir de antología en antología, primero elegido por Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo para la Antología de la literatura fantástica, en 1965; hace algunos años, en 1997, recopilado por Héctor Libertella en 11 relatos argentinos del siglo XX (Una antología alternativa). Sabemos que varios de sus cuentos los había publicado en vida en las páginas de la Revista Multicolor de los Sábados del periódico sensacionalista Crítica hacia 1934, tal vez por intercesión del mismo Borges.
Sabemos, finalmente, que falleció en 1952, sin haber publicado un libro y que estaba obsesionado con la muerte, tal como lo recordaba Jorge Calvetti: “Era un poseso de la muerte. Ella le dominó como un demonio. Algunas tardes salía de su habitación como si hubiese estado contemplando sus cenizas”.
Exhumar La muerte y su traje, de Santiago Dabove puede ser la oportunidad de leer o releer una serie de cuentos, poemas y reflexiones donde la muerte, lo fantástico y el humor se entrecruzan para renovar la literatura argentina de los 40 y lanzar sus interrogantes hasta nuestros días.

jueves, julio 23, 2015

Darío & Rojas, una amistad

viernes, julio 10, 2015

un choque cuerpo a cuerpo

Primera entrega: la escritura es un hecho atómico (sobre hecho atómico ediciones)
Segunda entrega: los matices del gris (sobre 17grises editora)
Tercera entrega: una mirada extrañada (sobre China editora)
Cuarta entrega: las huellas de la imaginación (sobre Fiordo editorial)
Quinta entrega: seguir el hilo rojo (sobre Hilo rojo editores)
Sexta entrega: cuidado con el libro (sobre Cave librum editorial) 
Séptima entrega: trazar recorridos (sobre Excursiones editorial)
Octava entrega: atípicos (sobre editorial Letranomáda)
Novena entrega: conexiones íntimas (sobre Santiago Arcos editor)
Décima entrega: la juntidad espeluznante (sobre La Comarca libros)
Undécima entrega: el deseo de editar (sobre Palabras amarillas ediciones)
Duodécima entrega: entre lo exótico y lo familiar (sobre Páprika editorial)
Décimotercera entrega: cómo narrar lo contemporáneo (sobre Momofuku libros) 
Décimocuarta entrega: entre ruinas y umbrales (sobre Cabiria ediciones) 
Décimoquinta entrega: una excusa para hacer una utopía (sobre hekht libros)

Va una entrega más de este puñado de preguntas a diversos proyectos editoriales argentinos. Alto pogo (web, fb) es una editorial de dos años de existencia y con el correr del tiempo ha logrado conformar un catálogo consistente como un cross a la mandíbula. El año pasado las novelas Merca de Loyds y Cómic de Odiseo Sobico tuvieron una gran recepción y este año prometen un sugerente grupo de novedades. Van entonces las preguntas y respuestas que respondió Marcos Almada, editor de Alto Pogo.



GC: ¿Por qué la editorial se llama "Alto pogo"? ¿Cómo eligieron la huella de zapatilla como ícono editorial?
AP: "Pogo" era un nombre que ya venía hace rato en mi cabeza, cuando nos juntamos para hablar de la posible creación de un sello editorial, lo tiré arriba de la mesa. Me gustaba la idea de que el nombre tuviera que ver con algo físico, un golpe, un choque cuerpo a cuerpo, algo imposible sin el otro. Después había que agregarle un artículo u otra palabra porque "Pogo" ya existía como nombre de sello, para uno que publicó un solo libro hace algunos años. Nicolás Correa sugirió "Alto". Esas dos palabras juntas, que tal vez vienen de expresiones distintas del habla nos gustaron, sonaban bien conjuntadas.
La huella nos parecía que era un buen logo, una pisada de borcego, la huella que se deja, algo posible de rastrear.


GC: ¿Qué criterios tienen en cuenta para seleccionar los títulos?
AP: Nosotros recibimos material y leemos todo lo que nos llega, pero también salimos a buscar, le pedimos material a autores que nos interesan. Y también están los amigos escritores que nos acercan material de otros escritores que ellos están leyendo. La verdad que en dos años de trabajo, poco más, poco menos, nos llegó bastante material, algunos libros muy interesantes, que esperamos poder editar. Los criterios son varios. Por supuesto que nos tienen que gustar los textos que leemos, que nos tienen que interpelar de alguna manera. Yo, personalmente, busco estilo, una voz narrativa concreta y contundente. Pero también sabemos que no nos podemos quedar en nuestro gusto propio, que atravesando los géneros y los estilos, podemos captar la atención de lectores diferentes. La búsqueda va por ese lado.


GC: ¿Cómo ven la literatura argentina actual a través de los libros que han publicado?
AP: Hace dos años que estamos en la calle, por así decirlo, y publicamos 10 títulos, y este año tenemos pensado publicar unos 8 o 9 títulos más. No sé si con lo que nosotros tenemos publicado podemos hacer un panorama de lo que se está escribiendo, es solo una muestra muy ínfima de la cantidad variada de libros que se publican en Argentina. Somos lectores de muchos de esos libros que se publican en distintos sellos editoriales. Me parece que la literatura argentina pasa por un buen momento. Hay de todo, para todos los gustos. Publicaciones muy cuidadas, y textos verdaderamente sorprendentes.

GC: ¿Cómo surgió la antología Paganos. Antología de santos populares? ¿Qué creen que aporta el género de la antología en términos editoriales?
AP: La idea de la antología fue de Patricio Eleisegui, amigo y autor de Alto Pogo. Un día nos dijo a unos amigos y a mí que escribiéramos un cuento basado en la historia de vida de algún santo pagano. Nos pareció un buen tema y escribimos esos cuentos, cada uno eligiendo un santo. Después nos dimos cuenta de que teníamos un buen tema para tentar a otros escritores y armar una antología. Después apareció la ayuda económica de la Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura de CABA, y entonces pudimos armar un libro hermoso, con los falsos grabados de un gran ilustrador como es Julián Matías Roldán. Todo cerraba. Yo soy lector de antologías. Te permiten armarte, justamente, un pequeño mapa de lo que se está escribiendo, de quiénes son los autores que están trabajando. Es un buen abanico, creo yo, muy necesario.


GC: ¿Qué títulos esperan publicar en 2015?
AP: El 13 de junio presentamos en Boedo Los escarabajos, una muy buena novela de Macarena Moraña; después se viene Una mujer corre y Algunas cosas que estuvieron pasando desde que te fuiste, dos nouvelles brillantes de Bibiana Ricciardi; después le sigue Wonderboy de Yair Magrino, El deseo de Vivian Dragna, La grafa de Claudia Sobico, Tierra del fuego de Julieta Antonelli, el libro de cuentos Sierra Grande de César Sodero, la antología Gérmen, autores noveles recomendados por autores de trayectoria, que está trabajando Hernán Brignardello y tres o cuatro poemarios para la colección de Poesía que dirige Nicolás Correa, entre ellos La extraña dama de Javier Roldán. Cada uno de esos libros nos abrió a un universo distinto, voces distintas e historias hermosas, algunas de ellas incluso bastante conflictivas. Esperamos poder tentar a los lectores, que son, en definitiva, el horizonte que perseguimos, lectores que gusten y se emocionen con estos libros que tanto nos gusta trabajar.

martes, julio 07, 2015

Las Varonesas vuelve


Este es un libro paradójico.

Para Roberto Bolaño, Las Varonesas era una “novela notable y olvidada”. ¿Cómo una obra puede ser notable pero haber sido olvidada? Otras novelas monstruosas como Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal y El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza atravesaron esa paradoja.

Este es un libro censurado.

En una entrevista de 2013 en el diario El Litoral, Carlos Catania dice: “en efecto, a los pocos meses de haberse editado en Barcelona, en Seix-Barral, me anunciaron que la novela había sido prohibida en mi país, junto a La tía Julia y el escribidor, de Vargas Llosa. No me sorprendió. Ya sabía que aquí se habían quemado libros, acto que solo cabe en el delirio de un idiota”.

Este es un libro recobrado.

En 2013, el periodista Guillermo Belcore lee la mención de Bolaño y como si de una señal se tratase busca con insistencia Las Varonesas, de Carlos Catania. La encuentra en internet, a un precio bajo. Luego de atravesar la lectura de esta novela oceánica, Belcore publica en su blog La biblioteca de Asterión y en el diario La Prensa una nota sobre la novela. Así recomienza la historia de este libro.

Este es un libro postergado.

Treinta y nueve años tuvieron que pasar para que Las Varonesas pueda conseguirse en Argentina. Treinta y nueve años para que una editorial decidiera volver a publicarla. Treinta y nueve años para recuperar una novela que pide a gritos ser leída en las tinieblas de su época.

Este es un libro monstruoso.

En la misma entrevista de 2013, Catania señala: “Escribo, fundamentalmente, porque soy un inconforme. No estoy de acuerdo con el mundo ni conmigo mismo, ni con los sistemas, ni con casi nada. A menudo, lo que llamamos verdad no es más que el error en que todos coinciden. De ahí la Teoría del Error, que Alfredo pregona en Las Varonesas. Mi odio involucra una gran ansia de regeneración y humanidad, lo que quizás hoy día se asemeja a la locura”.

domingo, junio 28, 2015

La viuda pobre, la Convención de Berna y el artista de vanguardia

La figura de la viuda pobre como punta de lanza —muchas veces sumada a los huérfanos desahuciados del hombre de letras— fue durante bastante tiempo un bonito comodín en la discusión sobre los derechos de autor y, en particular, sobre el plazo post-mortem que cubriría el reconocimiento de dichos derechos. Al menos desde la muerte de Jorge Luis Borges (1986), la literatura argentina ha visto consolidarse esta figura pero ya no como retórica sino como entidad de carne y hueso, con nombre y apellido. María Kodama se llama la viuda (no tan) pobre que aprovecha el “disfrute hereditario de la obra artística” de Borges. Ese primer anacronismo acompaña a Kodama en su curiosa “defensa” de los textos de Borges.
Sin embargo, la noticia del procesamiento del escritor argentino Pablo Katchadjian por su libro “El Aleph engordado” (publicado en 2009 por una editorial pequeña perteneciente al autor, con una tirada de cerca de 200 ejemplares) ha terminado demostrando que en el caso de la viuda de Borges la postura intransigente y persecutoria tiene más que ver con los derechos morales de la obra que con los derechos económicos.
Algunas ideas que escribí sobre el procesamiento a Pablo Katchadjian siguen acá.

jueves, junio 18, 2015

Presentación El rufián moldavo, de Edgardo Cozarinsky

lunes, junio 15, 2015

Un señor del siglo XVIII se pone celoso (Santiago Dabove)

Mi mujer era una belleza, es decir, una atracción máxima. Ya tuve en las fiestas que celebrábamos el tono y preludio de lo que ella debía de ser en las alcobas extramatrimoniales... Pendulaba sus ojos de rostro en
rostro, de bigote en bigotito, como aprobando el amor poliándrico. Comprendo que una mujer así no debía
ser de uno solo, pero... me chocaba que a mi gónada, se añadieran tantos pisaverdes, con sacos como batitas, pantalones planchados filosos, bigotitos peluquería, pañuelitos fruncidos como flores, gominas y otros encantos.
A pesar de ser, en principio, un feroz individualista, me parece tremendo tener que suprimir una mujer bella,
aun cuando ya no sea mi esposa en el corazón; pues una mujer bella es la que posibilita el engendramiento de los bien formados, únicos dignos de ser vistos, junto con los inteligentes y morales.
Por eso, y por sentimiento y caridad cristianos, dudé mucho antes de hacer aserrar la hoja de un florete francés que tenía, y ponerle, en substitución, una aguja de acero finísima. Me engañaba a mí mismo pensando que, si se la introducía en el pecho, su corazón apasionado era el culpable moviéndose.
En mi casa, todos los espejos, cristales, vidrios, estanques del jardín y azulejos del baño, reflejaban a mi mujer, y ella se complacía en esto, pues en el fondo era un Adonis, que amándose a sí mismo, amaba el amor y no los hombres y las mujeres.
Un día abordé al amante principal de toda la cohorte de amantes, que era como una especie de jefe de oficina erótica que andaba detrás de mi mujer.
—Ud. conoce a mi mujer más que todos los azulejos de su baño...
—Señor...
—Ud. conoce la geometría, o más bien la “carnimetría” de mi mujer, sus medidas planas y de espacio. Porque el ancho y largo se aprecian con la vista, pero como Ud. ha palpado... y el tacto según los entendidos es lo único que da el sentido de la profundidad, de la tercera dimensión...
—Señor...
—Usted sabe que cuando ella, sin ropa, se mueve en el espacio, provoca muy interesantes efectos de luz. ¡Usted es un Cézanne de mi mujer!
—Señor, nada entiendo de pintura, ni de escultura.
—Pero, si sólo fuera su pintor, no me importaría. Usted es también su escultor. Trabaja en una estatua blanda, sin ser capaz de hacer y crear un falangín o un meñique, como no sea trabajando por su culpa para la especie. Reciba tranquilo la cachetada que se merece desde el principio de los tiempos, cuando no habia Smith y Wetsson.
Fue un día muy esperado y emocionado, ese del regreso de una de las fiestas suyas, y ella no sospechaba
que fuera el día en que el alfiler clava la mariposa... Llegó, al fin, y después de mucha toilette se metió en la cama.
Durmióse con la sonrisa inocente de la mujer de todos. Me aproximé con el alfiler que tenía el mango de florete francés; ése, con el ∞ que volcado es también el símbolo del infinito en matemáticas. Lo levanté sobre el pecho... pensando en las oscilaciones del infinito, cuando el corazón sorprendido moviera el ∞ de la aguja. Pero, no sé si por desgracia o felicidad, el efecto de la droga que había tomado para darme ánimo me paralizó el brazo.
...Ensueño... la vida es mágica por sus luces, sombras, sonidos, olores... y la muerte espera quizá enternecida por un vago renacimiento, sueño de opio sin mañana...
La vejez de un Adonis es lo grave; perder formas y morbidez ante el espejo, acordeonarse ante el espejo.
Basta con eso, no se precisan alfileres ni estoques... 
Pero, ella murió sin duda apurada por la velocidad de un corazón demasiado amoroso. Yo creo que se buscaba a sí misma, con dicha, con prisa, y hasta palpándose por miedo de que se agotara una forma tan perfecta. 
Pero, desde que murió mi inquietud fue mayor.
Ahora la veo en cada espejo, en cada azulejo o cristal, en todo lo que refleja; desnuda y victoriosa, en el índice forrado con un dedo de guante, sosteniendo en una suerte de malabarismo bufonesco y familiar, una aguja terminada en mango de florete francés.
Victoriosa, la desearía de nuevo viva, y aun con todos los amantes colgados en su pedestal, arañando en vano por subir.

Dabove, Santiago. La muerte y su traje, Buenos Aires, Las cuarenta, 2015, pp. 176-179.

lunes, junio 08, 2015

Poesía, e-poetry y después...

viernes, junio 05, 2015

una excusa para hacer una utopía

Primera entrega: la escritura es un hecho atómico (sobre hecho atómico ediciones)
Segunda entrega: los matices del gris (sobre 17grises editora)
Tercera entrega: una mirada extrañada (sobre China editora)
Cuarta entrega: las huellas de la imaginación (sobre Fiordo editorial)
Quinta entrega: seguir el hilo rojo (sobre Hilo rojo editores)
Sexta entrega: cuidado con el libro (sobre Cave librum editorial) 
Séptima entrega: trazar recorridos (sobre Excursiones editorial)
Octava entrega: atípicos (sobre editorial Letranomáda)
Novena entrega: conexiones íntimas (sobre Santiago Arcos editor)
Décima entrega: la juntidad espeluznante (sobre La Comarca libros)
Undécima entrega: el deseo de editar (sobre Palabras amarillas ediciones)
Duodécima entrega: entre lo exótico y lo familiar (sobre Páprika editorial)
Décimotercera entrega: cómo narrar lo contemporáneo (sobre Momofuku libros) 
Décimocuarta entrega: entre ruinas y umbrales (sobre Cabiria ediciones)

Retomo las entrevistas a proyectos editoriales y esta vez es el turno de hekht (blog). Se trata de un proyecto que se inició con una perspectiva academicista, con libros colectivos como A la inseguridad la hacemos entre todos, y derivó es un experimento editorial muy particular. Sus editoras Marilina Winik y Natalia Ortiz Maldonado nos respondieron un puñado de preguntas. Van!


GC: ¿De dónde tomaron el nombre para la editorial: “hekht”?
H: hekht es una diosa muy antigua, del tiempo en que era posible ser niña, mujer y vieja (inocente, gozosa y sabia) y diosa a la vez. La rana negra del desierto es un ser múltiple y, en cierta medida, bastante plebeyo (por mujer y animal, por húmeda y negra). Es una excusa para hacer una utopía.

GC: El catálogo fue cambiando a lo largo de estos años, ¿no? Empezó ligado a la investigación académica y luego fue virando hacia la traducción y publicación de textos más políticos, más filosóficos. ¿Cómo se produjo ese pasaje? ¿Qué criterios utilizan para construir el catálogo?
H: Nuestra plataforma de experimentación se mueve según se mueven nuestros intereses vitales, intelectuales, micropolíticos, espirituales… No hay un pasaje sino muchos, comenzamos con textos de grupos de los que éramos parte, luego comenzamos a explorar en textos potentísimos que no estaban en el contexto local que nos parecían totalmente necesarios. Nuestros criterios para editar un texto son sencillos: nos debe parecer inquietante por una o muchas razones.


GC: ¿En qué medida la editorial sostiene una política editorial copyleft?
H: Sostenemos el copyleft en la medida en que es muchísimo más que un sistema de licencias. Para hekht, el copyleft es una práctica dentro de un movimiento que cree en hacer comunidades más allá y más acá de la feroz competencia del mercado, una manera de ir tejiendo redes con otros, de señalar que la propiedad privada es una mentira y un robo. Ninguna rana croa sola.

GC: En la página pueden verse algunos eventos de tipeado o de armado de libros que abren la participación editorial, ¿qué valor particular le asignan al armado del libro? ¿Cómo se involucran los participantes de esos eventos con el objeto libro?
H: Nos interesa experimentar en cada uno de los pasos por los cuales un libro es un libro. Cada libro de nuestra editorial lo hace a su manera. Hemos armado libros comunitariamente (aprendimos a coserlos y encuadernarlos desde cero), hicimos presentaciones de textos sin comentaristas ni explicadores, tradujimos colectivamente al rioplatense, invitamos a perfórmatas a que reversionen lo que habíamos hecho. No tenemos fórmulas, cada vez es diferente.


GC: ¿Qué esperan publicar este año?
H: Este año nace Ranactiva, una línea de ficciones que, aunque son muy diferentes entre sí, comparten la idea de que la escritura (y muchas de nuestras experiencias cotidianas) se han vuelto imposibles por exceso de ruido ambiente. Viajar, amar o ser madres ya no son lo que eran.

martes, junio 02, 2015

Introito en el año 5956 (Tulio Carella)

En su artículo "La conquista del centro", Daniel Link traza una hermosa entrada para conocer la obra y los pasos de vida del escritor y crítico argentino Tulio Carella. Lo que nos interesa particularmente en este post es que, a la par de su narrativa (más conocida en Brasil que en la Argentina), Carella demostró un marcado interés por la cultura popular argentina. De dicho interés dan muestra tres de sus libros Tango. Mito y esencia (1956), Antología del sainete criollo (1957) y La picaresca porteña (1966). 
Justamente, su libro señero sobre la poética del tango se abre con un prólogo ("introito") que no se conseguía en la web y que bien vale la pena. Un relato de ciencia ficción como introducción a un estudio sobre el arrabal, su cultura y su música. No quiero adelantar mucho, lean y disfruten.

Introito en el año 5956 (Tulio Carella)

No pienso sin terror en la acumulación de “novedades” en la Biblioteca Nacional. Vendrá un día que quizá no está lejos, en que algún atroz cataclismo reduzca todo eso a cenizas. Y lo que so-breviva no será necesariamente lo mejor. ¿Conforme a qué restos será apreciada nuestra civilización, nuestra cultura?
André Gide

Corre el año Z942AX. Un grupo de Omnipotentes aprovecha las vacaciones del mes Secreto para dedicarse a trabajos de arqueología. Después de resolver engorrosos cálculos logran determinar aproximadamente el paraje donde la tradición y la leyenda ubican a Buenos Aires. La otrora famosa ciudad, fue la más poblada del Ángulo Sur: en los tiempos de su desaparición contó sesenta millones de habitantes oxigenófagos.
El empleo de ambisofos proporciona dos respuestas de prudente idoneidad. La primera indica que Buenos Aires quedó cubierta por las aguas (al mismo tiempo que Nueva York y Shangai), cuando los casquetes polares se fundieron por acción de las bombas teletérmicas mal dirigidas. La segunda menciona los kronodomus, últimos de los habitáculos cuatridimensionales, edificados para proteger al homoxigenófago, retrotrayéndolo a épocas inmunizadas o trasladándolo a lugares inocuos. El ultrareductor revela que la segunda respuesta omite mencionar la esterilización del subsuelo por obra de los cementos inyectados para permitir la erección de los kronodomus. Es posible que las dos teorías presentadas por el ambisofos sean valederas; el instrumento no está adecuado para las consntantes del tiempo y permite errores perceptibles de varios siglos. La decadencia de la ciudad pudo iniciarse con la esterilización de los terrenos y quedar posteriormente sepultada bajo las aguas glaciales.
Laboriosas excavaciones en lo pasado proporcionan detalles desconcertantes. Los pocos objetos que se hallan no coinciden con las nociones ya aceptadas sobre la Urbe del Sur. El siglo XX, según los cálculos antiguos, de acuerdo con el parecer que predomina, contaba con una gran mayoría de supérstites referidos a la Sección titulada Cristiana-Apostólica-Romana. Y aunque se la niega, es obvia la conexión con la Roma de los Césares, cuya influencia fue decisiva en la estructura social y política bonaerense, incomprensiblemente, hasta ahora, llamada porteña. Es posible admirar lo hallado en las Casas del Olvido (adonde se va, se admira y luego no se recuerda, al revés de lo que ocurría antes en los Museos): un enorme fetiche; tres idolillos, sin duda fabricados en serie; un libro enigmático y la revelación de la Creencia Global.
El Sabio 9 CP presenta un discurso para demostrar que el adjetivo “porteño-a" es también sustantivo y no deriva de ningún puerto. En esto parece acertar, pues no se encontraron restos de puertos ni huellas hidráulicas en 100 espaciales a la redonda. De acuerdo con su opinión, “porteño-a” era adorador de una diosa a la que daba forma de locomotora (antigua máquina traslativa preatómica). El enorme fetiche que se conserva en la Casa del Olvido, tiene una placa de bronce en la cual se lee el nombre de la diosa: “Porteña”. 9 CP asegura que la creían Madre de los Minerales, y la veneraban en un templo de estilo “colonial” (o “coloidal”, no se ha podido saber con certeza) que estaba lleno de ex-votos y representaciones mitológicas extravagantes.
El Expeditor Androide Clase 8 exhumó los idolillos; asegura que pertenecen a la iconografía del siglo XX. Los detectores radioelectrónicos señalan el vaciado en el período 1900-1950 de la Era Salvaje, como suele llamarse a la Era Cristiana. La sagaz hipótesis del Expeditor Clase 8 intenta probar con argumentos especiosos (puesto que se basan en la ciencia etimológica abandonada por controvertible) que esas tres estatuas, de 25 centímetros de alto, pertenecen a la representación figurada del Ángel de la Guarda. La palabra que se lee en la base, Gardel, sería una variante ortográfica o fonética de Guarda, apocopada o deformada por el sobreentendido que proporcionaba la figura a los contemporáneos.
Sin embargo Clase 8 no puede demostrar positivamente si se llamaba Ángel de lo Guarda a un ser mitológico similar al Hermes griego o a un funcionario del Mando Traslativo, es decir un empleado del Ministerio de Transportes.
Más perturbaciones provoca el libro misterioso, pues descompagina esta y otras nociones conocidas, y permite conjeturar que Buenos Aires, como la Atlántida que aún se busca, no es sino un mito creado por la jactancia o la fantasía de algunos seudo historiadores. El libro, que nadie atina a clasificar, se titula Antología. Está compuesto por una mezcla de castellano y otro idioma ignorado, que seguramente perteneció a razas anteriores a la conquista hispánica o fue coetáneo a la colonización del Imperio Romanoide (o Romano, como lo llamaron ellos).
Toda suposición resulta improbable. Se pisa un terreno escurridizo, deleznable, que permite a los escépticos dudar de la Ciencia Directiva Infalible. Algunos vocablos que no figuran en los antiquísimos diccionarios de lenguas muertas como el inglés, castellano, tedesco, francés o ítalo, demuestran que con el idioma hablado en la Urbe del Sur, existía otro —acaso otros— del cual no se tienen noticias; solo indicios. Los indicios son ciertas palabras intraducibles que se leen en la Antología: percanta, biaba, orre, junar, fayuto, estrilo, taita, berretín, rantifuso, zabeca y ranún, entre muchos otros.
Es audaz pero no menos creíble la intuicional especulación del Profesor Robot 117, según la cual esas palabras pertenecerían a un idioma que se gestaba entre los elementos nativos de la ciudad; elementos que hoy, a cuarenta siglos de distancia, resulta imposible discriminar. No obstante, como las excavaciones prosiguen, se espera hallar algo similar a la piedra de Rosetta, que aclare lógicamente tantos testimonios inconexos. Barrunta el Profesor Robot 117 que la Antología custodia la clave de ceremonias populares —desconocidas hoy— de aquel tiempo. La intuicional especulación añade que las piezas del libro se cantaban como los poemas griegos. Aunque atrevida, novedosa y acaso justa, la teoría resulta chocante para los eruditos. ¿Quién cantaba y para qué o para quién o quiénes? No parecen textos corales como los que se salmodian el día de la Exultación o el día Absoluto, sino individuales; y no es creíble que, aun en una época tan atrasada como aquélla, una persona autobiografiara con tanto descaro sus desvergüenzas erótico-conyugales, o las dificultades que tenían para resolver los ínfimos problemas de la reproducción. Los vocablos Amor, Odio, Venganza, resultan indescifrables. La perplejidad aumenta cuando un texto aúna referencias a la raza caballar, a la desaparecida ciudad italiana de Palermo y al concepto de “apuesta” con sentido degradante. ¿Qué significa, por ejemplo, este fragmento?:

Maldito seas, Palermo:
me tenés seco y enfermo,
mal vestido y sin morfar,
porque el vento los domingos
me patino con los pingos
en el Hache Nacional.

El Expositor del Texto se refiere —todas son hipótesis— a un virus, afortunadamente extinguido, que atacaba simultáneamente el cuerpo y las ropas y producía la “seca”, esto es, la deshidratación. El Expositor confiesa la práctica del patín los domingos de viento (“vento” no puede traducirse de otro modo) con un grupo de gente o “club” llamado “Pingos”. La inclusión de la letra muda Hache, vinculada al concepto de lo autóctono —o Nacional— desquicia toda presunción razonable. El contenido de este poema —considerado en su totalidad o por partes— pertenece a lo hermético. Los otros Textos incluyen las mismas dificultades.
Las quejas contra el Sexo Acolchado, es decir, la Mujer, como se la llamó hasta el siglo XXVIII, abundan en la Antología; lo cual hace pensar en un lenguaje que oculta misterios trascendentales por medio de cifras.
El tono lastimero que rezuman algunos fragmentos inteligibles, denuncia la existencia del matriarcado. Si el matriarcado es refutable por falta de datos concretos, lo mismo puede decirse del último conocimiento admitido como auténtico por la Ciencia Directiva Infalible: la Creencia Global, que se opuso a las sangrientas religiones aztecas y mayas. La Creencia Global empleaba en sus ritos y ceremonias un Globo. Simbolizaban así al ser pre-robotiano que se afanó en pos de la verdad esférica del Universo.
La Creencia Global admitía otras religiones, pero ordenaba públicamente varias categorías, iniciaciones o grados, y el Globero Sumo era llamado “crack”. Hasta ahora se tienen noticias de las siguientes ramas de la Creencia Global: bolita, hoyo-pelota, hockey, fútbol, paleta, ping-pong, pelota vasca, putching-ball, tenis, billar, bochas, rugby, golf y Montgolfier. (La presencia de palabras saxas en el Ángulo Sur quedó explicada automáticamente cuando se descubrió la expansión de los Protestantes, secta comercial que enviaba Misiones al desprevenido Mundo Antiguo.) El Adepto a la Creencia Global asistía a las ceremonias llamadas “Partidos”; se lo llamó “hincha” y en la Antología se encuentran veladas referencias a su actuación.
El grupo de Omnipotentes se trasladará todo un Quinquenio Voluntario al Angulo Sur, para analizar los conocimientos en el propio terreno. Se sabrá entonces con certeza si existió Buenos Aires, y qué significa la palabra “tango” que prodiga asiduamente la Antología. Entre tanto, habrá que proveer de cerebros al Sabio 9 CP, al Expeditor Androide Clase 8, y al Profesor Robot 117, pues ahondaron tanto en las excavaciones imaginarias que, atrapados en los engranajes del tiempo, no pudieron regresar.

Fuente: Carella, Tulio (1966 [1956]). Tango. Mito y esencia, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 5-10.

 

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