Una mujer de unos 30 años se acerca al libro por distintas cuestiones: le llama la atención el fondo amarillo ocre en combinación con el dibujo al estilo Lucas Varela que muestra dos amantes caricaturizados y desmembrados cuyas partes se entrelazan, le llaman la atención los carteles cursi que sostienen los datos de tapa, le llama finalmente la atención el título: Te quiero. Es un título comprador, claro, la mujer de 30 años está acostumbrada a libros de Florencia Bonelli, de Ángeles Mastretta, de Isabel Allende. Ella se acerca al libro, que firma un tal J. P. Zooey, e imagina que podría encontrar una linda historia de amor, sencilla, encantadora. Lo mira, lo remira, lee un poco la contratapa pero lo deja. ¿Qué podría leer esa mujer en la última novela de J. P. Zooey?
La novela Te quiero, de J. P. Zooey (Páprika, 2014) es una burla a las expectativas de cualquiera: lector, editor, librero, quien sea. El título anticipa la absoluta trivialidad de la trama: efectivamente se trata de una novelita de amor entre dos personajes insípidos, insulsos y arbitrarios en la Ciudad de Buenos Aires de la era kirchnerista. No pasa nada entre Bonnie, estudiante crónica de Diseño de Indumentaria, y Clyde, becario y escritor, bah, sí pasa: encuentros cool en lugares palermitanos, discusiones y sueños idiotas, recorridos cotidianos poco interesantes. Es decir, no pasa nada pero la novela avanza con un efecto Aira hacia la nada y parece escrita a los apuros. Incluso los diálogos entre Bonnie y Clyde son incoherentes, delirantes y banales; pareciera que no hay diálogo en ningún momento, es difícil encadenar un enunciado con otro. Todavía más: la novela parece abrevar en la mala escritura, abundan repeticiones innecesarias, muchos pasajes son incoherentes, y el narrador se desdice. En este punto, tras dejar atrás unas cuantas páginas, me asalta la pregunta: ¿J. P. Zooey se está burlando de mí? ¿En serio quiso escribir esta novela? Se supone que los anteriores libros de Zooey, Sol artificial (2009), Los electrocutados (2011) y Tom y Guirnaldo (2012) lo posicionan como una de las voces más interesantes de los jóvenes escritores argentinos. Pero Te quiero parece echar eso por tierra. Todavía más: ¿cómo hizo Zooey para que una editorial como Páprika, que se lanza al mercado editorial argentino con Te quiero, se decida a publicarlo? ¿También logró burlarse de los editores? ¿Qué vieron en este relato obvio, trillado e insípido?
En los foros de Wordreference hay discusiones geniales, a veces hasta delirantes, en torno al significado de ciertas frases en distintos idiomas. Hay, obviamente, una discusión en torno a la diferencia entre “te quiero” y “te amo” en uno de los foros. Me remito a la obviedad para nosotros, los hispano-hablantes: la pareja que se dice “te quiero” es aquella que todavía no ha cimentado totalmente su confianza y su cariño como para llegar al grado del “te amo”. Lo que sí podemos afirmar sobre ambas es que por su repetición constante y su uso indiscriminado, si bien pueden seguir teniendo su efecto amatorio, se han convertido en frases remanidas, tópicos cristalizados, clichés.
En Te quiero, todo es un cliché. Los nombres de los personajes, Bonnie y Clyde, son un guiño exagerado para casi cualquier lector pero a la vez son un gesto vacío, no tiene incidencia alguna en la construcción de los personajes (se le suman Gordo Marxxx, el gato Deschanel, Gibson & Dick, etcétera). Los protagonistas mismos son trillados: se la dan de vegetarianos, se la dan de palermitanos, se la dan de intelectuales. Poseen un carácter emo, apolítico, cool. Imaginan delitos osados e idiotas que no llevan a cabo. A esos personajes, se le suman referencias actuales en un pop lavado, una estética soft-Puig: Kentucky, Quilmes, Whatsapp, Laverrap, Cabernet Sauvignon, Facebook, Plaza Hotel, etcétera. En la novela de J. P. Zooey, las marcas y referencias pop son solo nombres, no forman una subjetividad, se acumulan como más guiños al lector del tipo mirá-estoy-mencionando-youtube-en-una-novela. Ante estos procedimientos vacuos, de nuevo, la pregunta: ¿esto es una novela en serio? ¿No es una joda? ¿En serio se propuso J. P. Zooey escribir algo tan burdo, tan obvio?
En 2008, la editorial Interzona publicaba un libro titulado, Y todo el resto es literatura. Ensayos sobre Osvaldo Lamborghini. Se trata de una compilación de ensayos y artículos realizada por Juan Pablo Dabove y Natalia Brizuela, un acercamiento múltiple a la obra de Osvaldo Lamborghini desde distintas perspectivas en su mayoría afincadas en la crítica literaria. Cuando hace unos años, hice una reseña sobre el libro para la revista virtual No retornable, la cerraba con este párrafo: “Con I de Idiota. Finalmente, después de terminar Y todo el resto es literatura, me sigue quedando, más allá de mi gusto por la obra de OL, el mismo interrogante que Graciela Montaldo señalaba respecto de la obra, oh casualidad, de Aira: 'A menudo sus declaraciones, sus ficciones, sus desmesuradas puestas en escena, constituyen a Aira en un escritor poco claro. Poco claro como escritor, al punto de no saber si tomarlo en serio o no…'. Es decir, el típico interrogante: ¿Osvaldo Lamborghini es o se hace? ¿Es un genio o un idiota?”.
¿Y si Te quiero fuera una joda? ¿Y si el error fuera leerlo “en serio”? Hay algunos elementos de la novela de J. P. Zooey que habilitan esa lectura enclavada en la Gran Llanura de los Chistes. Por ejemplo, están los intercambios entre Clyde y su hermano Gordo Marxxx acerca de la literatura posmoderna. Justamente, Te quiero parece insertarse en ese casillero: guiños intertextuales al lector, personajes que son solo funciones, una historia sin grandes aventuras o sucesos, un artefacto lúdico. En este sentido, todo lo antes recriminado sería parte de las elecciones narrativas: escribir una novela posmoderna para burlarse de la literatura posmoderna, una mise en abyme de aquello que critica. Todavía más: en un momento del relato, se da esta escena: “Bonnie volvió de la cocina con un té verde. Clyde había escrito en el chat de Skype: ‘Me pregunto si el escritor norteamericano Tao Lin se llamará Tao Lin por el Tao Te King’. Bonnie no dijo nada. ‘Yo quiero escribir un libro como Tao Lin’, dijo Clyde”. Recupero entonces la pregunta con más precisión: ¿y si Te quiero fuera una joda hacia Tao Lin y la alt lit? ¿Un intento paródico y absurdo de escribir una alt lit argentina? Desde esa lectura, sí pueden entenderse muchas cosas.
En la Revista Ñ del 15 de diciembre de 2014, el periodista Diego Erlán publicó un artículo titulado “Alt lit, una nueva sinceridad”. En ese texto, Erlán hace una breve introducción sobre qué es la alt lit en la literatura norteamericana, cuáles son sus características y cómo la leen algunos editores y traductores argentinos. Luego, el motivo principal del artículo quedará explicitado en este párrafo: “Una serie de novelas argentinas recientes, que atraviesan esta ‘nueva sinceridad’ contemporánea, conducen a una pregunta inevitable: ¿podría hablarse de una Alt Lit en la Argentina? Veamos. Novelas como Te quiero, de J. P. Zooey, Scalabritney de Martín Zícari, Los catorce cuadernos de Juan Sklar o incluso Merca del autor llamado simplemente Loyds son novelas que hablan del sistema y sus dinámicas sociales, de la alienación, de la forma falsamente colectiva de relacionarnos. Internet democratiza los vínculos pero también aísla. Es el confinamiento en el que se encierran los personajes que inundan estos libros. Un retrato de la época. De la abulia y el hastío que dan cuenta de un momento y producen un efecto (a veces demoledor) en el lector”.
Te quiero podría ser, entonces, una joda, un libro escrito para parodiar la alt lit norteamericana. No solo están los elementos adecuadamente señalados por Erlán, también está el estilo despojado y simple de la prosa, el carácter abúlico de sus personajes y hasta la traducción españolizada de frases en inglés: “es mono”, “Qué carajo” “La sociedad apesta”, etcétera. Todo está perfectamente pensado para que Te quiero sea un artefacto paródico, no hay impericia o mala escritura, hay deliberación. Es una novela trillada, delirante y trivial a propósito. Incluso el cuento de ciencia ficción que intenta escribir Clyde es igual de insulso, de repetitivo y de obvio: una myse en abyme dentro una myse en abyme. ¿Ahora bien solo se trata de una joda? ¿Vale la pena leer este libro como un extenso chiste? La novela de Zooey circula por el fino límite entre la joda extendida y el artefacto revulsivo fríamente construido.
El espejo deformante es un objeto llamativo. Uno puede acercarse al espejo, buscando reflejarse en este, asistir a la proyección repetida de la propia imagen, idéntica rasgo por rasgo. En este sentido, los espejos deformantes se burlan de las personas: no devuelven el reflejo idéntico sino un reflejo distorsionado, deforme, inesperado. Uno se busca y encuentra hinchazones, depresiones, curvas, oscilaciones. Es deformante porque justamente toma una forma y rompe con esos patrones. Mirarse en un espejo deformante puede ser un juego; también puede ser otra forma de reconocerse. En todo caso, depende desde dónde se mire.
Te quiero de J. P. Zooey es marcadamente una parodia de la alt lit; sin embargo, lo que la hace interesante es que termina incorporando una serie de referencias y menciones que no reducen al libro a una burla. En este sentido, leer la novela de Zooey es leer una época, una serie de espacios y un grupo de tipos, todo tamizado por lo absurdo y el humor, claro. Por poner algunos ejemplos: los recorridos urbanos permiten reconstruir un circuito intelectual cool porteño que va del vegetarianismo al cafecito en las librerías top; las marcas y nombres de productos, lugares, sitios y redes sociales trazan, en cierta sintonía con Fogwill, una red de consumo juvenil de clase media intelectualizada; hay, al contrario de lo que sostiene Maximiliano Tomas en esta lectura y de la aparente apoliticidad de sus protagonistas, múltiples referencias a la política en 2014 (el macrismo, el kirchnerismo, el Estado nacional, las elecciones, etcétera); incluso sus personajes terminan planteando tipos sociales (esterotipos, claro), jugando con el cliché: los adolescentes apolíticos y abúlicos, el director de tesis excéntrico, la estudiante crónica, el becario diletante, el librero bohemio. En ese punto, la novela de Zooey pasa de ser una parodia a ser una sátira, de ser un juego intertextual a ser un texto ácido con su objetivo puesto en un sector de la sociedad porteña en tiempos del kirchnerismo.
En definitiva, Te quiero es en serio una burla o una burla en serio y J. P. Zooey termina escribiendo una novela, no sé si deliberadamente o a pesar suyo, que permite reconstruir, en negativo, una época: ciertos circuitos de sociabilidad porteños, ciertos lugares de la ciudad, cierto catálogo de marcas culturales, mediáticas, gastronómicas. Como en la escritura posmoderna, metiendo en la coctelera a Aira, a Puig y a la alt lit, J. P. Zooey escribe Te quiero, un artefacto insoportable pero fascinante, cuando superamos la sensación de sentirnos burlados y nos sumergimos en la Gran Llanura de los Chistes, para ver nuestro presente reflejado en el espejo deformante.
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