martes, julio 22, 2014

Mapas efímeros: Solos de remington

Mapas efímeros: Amante de la esencia (I) (II)

Para una explicación sobre estos mapas efímeros sobre la obra de Néstor Sánchez, leer acá
Esta es la primera parte de un mapa efímero sobre la escritura incluido en Solos de remington (2014). Se trata del último libro publicado por La Comarca libros que recopila este mapa, el primer libro de cuentos (Escuchando a tu hijo y otros relatos (1963)) y otros relatos como el último escrito por Sánchez.


Solos de remington (I) 

ese barrio con el olor a frito y anduve como un poseído a la par de la vía, sobre el barro debido a la garúa de toda la tarde con una docena de carillas repentinamente inexistentes en el bolsillo del sobretodo, el releído final de Rimbaud, Roberto Arlt fabricando medias en sus últimos días. Meses enteros privándonos, el alquiler de mi pieza atrasado, la necesidad de una máquina de escribir porque va la vida en eso: te lo reiteraba después de quince o veinte días en algún empleo y el encierro y enseguida la liberación que llegaba de vos, un nuevo poema que te leo y te sacude y me das la venia, vuelvo a levantarme por la tarde, a ponerme a salvo y rumiar la falta de comida, a salir desolados los dos por la puerta lateral del hipódromo de San Isidro.


Con el pulso normal a una hora semejante debí procurarme papel, cargar la mesita con la Remington y además colgarme una silla del hombro. Y sólo una vez introducidas las piernas bajo la mesita y respirando hondo (el aire salió despacio y un poco denso hacia el aire que me rodeaba) reiteré que debía escribir una única carta frente a la higuera: una única columna de humo entre tres gallinas y decenas de mariposas.
Mientras introducía la hoja y la acompañaba con el rodillo lo asociado en primera instancia fue el viejo Jonathan Swift entre las tres muchachitas irlandesas en el mismísimo corazón de Irlanda: viejo Jonathan hacia la primera parte del final usted declaró voy a morir por la copa (como un árbol) por la copa con pelo, y en resumidas cuentas usted había vivido toda su vida por la copa y entonces por eso, escribí dieciséis veces exactas por eso y arranqué el papel de la Swift e hice un bollo que fue a pegarle justo a una de las gallinas que apenas aleteó sin convicción alguna. Las mariposas arrastradas por el mismo aire a golpearse contra las plantas a golpearse contra las paredes: pasé otra hoja y la acompañé con el rodillo, la ubiqué a margen y entonces fue cuando se produjo esa especie de corte momentáneo entre la glorieta y las gallinas, entre la suposición de Orsini en el aro y la higuera sostenida por estacas, entre el gran teclado Jonathan bajo los agujeros de mi nariz y la pobre mujer de Lot.

Lo mismo escribí querida Amparo de Frías a pesar de no haberla conocido convendrá (simbólicamente) conmigo en que toda desesperación, en particular toda desesperación maschwitziana dañaba indirectamente a los yuyitos: vuelta a arrancar el papel y a estrujarlo en un bollo que esta vez se cargó un poco de tensiones inconfesables y otro poco con los vestigios de la gran huevada patética; cayó a metro y medio del anterior, sin golpear a ninguna de las tres gallinas que daban la impresión de permanecer lo que se dice ajenas al nítido y casi milagroso sonido de la Swift.

Encendí un cigarrillo mientras con la otra mano pasaba una nueva hoja donde casi enseguida escribí cierto entrecomillado programático, reflexivo, muy breve porque empezaban a llegarme ruidos ligeros, algo vehementes desde la parte central y por lo tanto la arranqué e hice bollo y pasé nueva hoja donde escribí una frase algo exaltada sobre mi cuerpo allí, en el pico, frase que enseguida taché con equis en hilera: querida Batsheva debido a un montón de razones parecería imposible (reiteré cinco renglones de parecería imposible, me levanté percibiendo nuevos ruidos intimidatorios adelante, vi leche en la higuera, vi Lima y aquel hombre P. R. entre pausas que me había preguntado aquello con muy pocas esperanzas de que lo entendiera, sin énfasis entre la palabra vida y la muerte, vi la enormísima huevada siempre al alcance de la Swift, hubiera pateado en paz y por patearla a una de las tres gallinas ignoradoras de las mariposas sobre mariposas) y al volver y sentarme embollé la hoja, pasé otra, reiteré parecería imposible preguntándole a continuación, confesional, en qué momento iba a confiarme sus poemas y sus prosas de cámara y si ser cómico de la lengua representaba su vocación ineluctable: más allá de los bollos —y de la enormísima imprecisión— todavía me parece necesario escribir por lo menos una única carta como si únicamente después de escrita pudiera empezar (di dos espacios y levanté la vista y olí a dentífrico) a reírme de una vez por todas del remitente…

Batsheva ayudándome a recoger los últimos bollos reprimió a ojos vistas la tentación de desenrollarlos y poco más tarde trasladábamos la mesita y la silla mientras Orsini irritaba con vueltas de carnero muy torpes en la parte superior del aro que a pesar del alero le brillaba al sol de la mediamañana en el traspatio.

(continuará...)


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