En La risa (2020), Ariel Luppino recopiló una serie de lecturas condensadas sobre autores y obras que, como obsesiones, asedian sus novelas y sus libretas. ¿Se puede decir algo nuevo sobre Osvaldo Lamborghini o sobre Manuel Puig? ¿Qué recovecos de la escritura de Pizarnik falta recorrer? ¿Hay algo que valga la exhumación de Marcelo Fox, de Ricardo Colautti o de J. R. Wilcock? ¿Qué hacemos con la literatura del siglo XX desde el siglo XXI? Los textos críticos breves de Luppino, antologados en esta edición artesanal y antes publicados en las redes sociales, responden con lúcida acidez estos interrogantes.
El punto de partida es una frase, una anécdota, un detalle. A partir de ahí, Luppino lee. En espiral. Cada lectura de La risa es una pequeña máquina de lectura. Una carcajada. Una carcajada en la Gran Llanura de los Chistes. Y esas carcajadas dicen más que largos papers en pdf o tediosas conferencias en Youtube...
Todo este rodeo es para decir que el texto que sigue sobre Renée Cuellar, sobre la negra Renée, podría haber formado parte de La risa. O podría formar parte de una continuación: ¿El chiste? ¿La carcajada? Quedará para el futuro recopilador decidir el título de la segunda parte de La risa y ver si incluye o no esta hermosa anécdota en espiral sobre nuestra querida negra Renée, reina de la contracultura porteña, artista del borde.
La desaparición (Ariel Luppino)
Renée me contó que una vez le dieron una obra a la dueña del Hotel Melancólico. Renée había pintado un Spilimbergo. Y cuando la dueña del hotel lo llevó al Banco para que le dijeran si era auténtico los peritos le dijeron que sí. Que lo había pintado Spilimbergo. Renée sabía -porque lo había averiguado- que Spilimbergo bebía vino mientras pintaba. Entonces ella compró el mismo vino y se puso a pintar su obra. "Para pintar como Spilimbergo yo tenía que ser Spilimbergo. No me quedaba otra", me dijo Renée. Querían quedarse en el Hotel Melancólico. Pero tenían que pagar una deuda. Entonces se les ocurrió pagarle a la dueña del Hotel con un Spilimbergo. Pero para eso necesitaban un Spilimbergo. Y Renée había estudiado siete años en el Bellas Artes. Según ella, era como estar en un colegio de monjas. La hacían pintar obras de otros como un ejercicio. Dicen que era la mejor para hacer eso. Pero a ella no le gusta que digan que era la mejor falsificadora. Y yo entendí por qué. Yo me di cuenta de qué es lo que buscaba Renée. Renée buscaba ser otro a través de la técnica. Buscaba llegar a ser Berni, Spilimbergo, Pettoruti... Ser todos los pintores argentinos. "Yo los hice a todos". Pero no copiaba ni recreaba porque cada obra era única. Eso es el arte. Esa es la enseñanza de Renée. Y por eso desapareció. Porque ella no era ella. Ella ya era todos. Quizás vemos un Berni y estamos viendo una obra de Renée. "Yo les vendí obras de otros a todas las galerías". Pero esa obra de Renée es auténtica porque Renée llegó a ser Berni para poder pintarla. "Ahora me gustaría pintar a los primitivos para tener la experiencia que tuvieron ellos. Hacer ese camino. Pero yo estoy loca. Estoy convencida de que puedo pintar a todos. Si quiero, yo puedo pintar a Botticelli". "Yo sé técnicas que nadie conoce. Las descubrí yo sola". "No se trata de conseguir los mismos materiales ni de copiar una obra sino de descubrir la técnica. Para mí no era recreación sino hallazgo".
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