Manuel Puig. —En mi trabajo he tratado de rescatar algunas características del folletín que me parecían válidas, y de desechar otras, pero tal vez no lo logré. Por ejemplo, me interesa del folletín la preocupación por mantener una intriga y mantener al lector o al espectador despiertos a lo largo de toda la narración. Empecé a trabajar en una época en que lo sentimental era casi mala palabra y se me ocurre que ésta es una parte de la experiencia humana y... ¿por qué no puede entrar en la literatura? La cuestión es que básicamente he tratado de integrar esos dos puntos en mi narrativa y no usar, por ejemplo, la inexcrupulosidad del folletinista por el uso de personajes unidimensionales. Otra falla muy visible todavía en el teleteatro, como antes había existido en el radio-teatro, heredada de los folletines del siglo pasado, es la necesidad de alargar las historias, sin ninguna razón; no sé por qué los folletines tenían que ser tan largos: jsería cuestión de contratos? No sé por qué las telenovelas tienen que durar meses e incluso hay algunas que duran años. La cuestión es que he tratado de incorporar esas características y me ha traído problemas, porque hay críticos que ven en una lectura rápida la sospecha de que algo no está bien, como si el placer fuera sospechoso. Hay una actitud elitista en ciertas críticas según las que lo que puede ser de fácil acceso, lo que puede ser popular, resulta sospechoso. He tratado, con mi trabajo, de unir la lectura accesible y el interés anecdótico a una pretendida profundidad de discurso. Pero ésas no son nada más que las intenciones.
Recupero la intervención de Puig en una mesa redonda en torno del folletín (1982) en la que también participaron Vargas Llosa, Roman Gubern y Fernando Savater. La transcripción, acá.
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