Carnevale: Tenemos un diagnóstico con el que tal vez no concuerdes: en tanto existen sujetos políticos que desaparecen del campo de la política actual, que se vuelven obsoletos a través de una cantidad de procesos históricos, estos son recuperados de forma icónica en el arte contemporáneo. Muchos artistas contemporáneos y curadores parecen compartir, por ejemplo, una cierta nostalgia por las contraculturas de generaciones anteriores. Estamos pensando en todas esas cosas centradas en el movimiento del trabajo, por ejemplo, no solo en el trabajo de Jeremy Deller sino también en un gran número de artistas que usan esta especie de código icónico (Rirkrit Tiranavija, Sam Durant, Paul Chan). ¿Cómo explica este proceso? ¿Se trata de una reacción atrasada del arte contemporáneo en relación con el presente o es una forma de absorción?
Ranciére: Debemos ir más allá de la demasiado simple relación entre pasado y presente, realidad e ícono. Su respuesta presupone una cierta idea del presente: acredita la idea de que la clase trabajadora ha desaparecido, que de ahora en más podemos hablar de ella con nostalgia o en términos del imaginario kitsch. Los artistas podrían contestar que esa es una visión que toman prestada del imaginario dominante del momento y que, más aún, la reexaminación del pasado es una parte de la construcción del presente. La pregunta entonces es si mediante la reconstrucción de una huelga durante la era Tatcher, Jeremy Deller está proponiendo un quiebre en la relación con el imaginario dominante de un mundo donde, de otro modo, no habría más que virtuosismos de alta tecnología o la asombrada mirada ocasional hacia el pasado, que es cómplice de esta visión. La mirada hacia la contracultura del pasado, de hecho, cubre dos problemas: primero, la relación con la cultura militante de los años de la revuelta, que no es necesariamente nostálgica. Más bien, es ácida en el trabajo de Sam Durant, por ejemplo, para no hablar del trabajo de Josephine Meckseper, quien intenta mostrar la cultura de la protesta como una forma de moda juvenil. Segundo, la relación con la cultura popular, que me parece ser el objeto de una nueva mutación. En la era del arte pop y de los nuevos realismos, con gusto hubiéramos usado el “mal gusto” popular para desestabilizar la “alta cultura”. Las fotografías del kitsch de Martin Parr continúan en esta tradición. Pero hay un intento más positivo actualmente de darle forma a la continuidad entre la creatividad artística y las formas de la creatividad manifestadas en objetos y comportamientos que testifican las capacidades de cualquier persona y nuestras poderes inherentes para resistir. Trabajos como los de la serie fotográfica de Jean-Luc Moulene Objets de greve [Objetos de huelga, 1999-2000] o la instalación Menschen Dinge [El aspecto humano de los objetos, 2005] creada en el Memorial de Buchenwald por Esther Shalev-Gerz en torno de objetos repensados y retocados por detenidos del campo de concentración son solo dos ejemplos —ejemplos que coinciden con mi argumento tal vez demasiado bien. En todo caso, este modo de relacionarse con la cultura popular o con las contraculturas desde el punto de vista de las capacidades que ponen en funcionamiento y no desde las imágenes que convocan, me parece el verdadero asunto político del presente.
Fragmento rápidamente traducido de una entrevista a Rancière de 2008 que se puede leer, en inglés, acá.
2 comentarios:
Buenísimo gente!
De nada, che. Son esas lecturas de Rancière que logran atravesar un estado del arte y reinscribirlo mediante su proyecto filosófico. Saludos!
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