martes, enero 31, 2012

La menesterosa incertidumbre (Néstor Sánchez)


En el espacio libre entre una palabra y otra palabra tanto pueden caber siete mil ochocientos cuarenta y seis arlequines algo ensimismados que bailan entre sí (el mundo, literalmente: la ronda), como esa más grande desilusión que suele pagarse con la vida terrestre. Pero cada tanto alguien se encarga de recordarnos que también tiene lugar el espacio algo agolpado de la menesterosa incertidumbre. En este último caso todo indicaría la existencia de un par de claves bastante premonitorias: sobrevivir en ella -dicen- como en un lugar de sol, y procurarle por todos los medios algún asomo de entendimiento hasta que se produzca, a lo sumo, la llamada edad responsable. Hay gente de trabajo que se mueve en este minúsculo-espacio-ilimitado; y uno se pregunta por qué justamente entre dos palabras, uno quisiera saber si se trata de una alegoría, de dos palabras cualesquiera, del ritual de rituales. En resumidas cuentas, nunca llega a saberse nada de nada, los tipos trabajan simplemente allí sólo porque han dado con ese espacio donde los ojos de la carne -a través de una inefable tradición cultural- se habían detenido para descansar por un millonésimo de segundo, poco más o menos. Y la otra pregunta también regresa a todo corazón un poquito intranquilo: ¿qué será de ellos cuando se termine el espacio entre dos palabras, el blanco-blanco y los especialistas ensimismados?

Néstor Sánchez

Texto para el catálogo de la muestra Dibujos de Horacio Zabala, expuesta en la Galería Arte Nuevo, Maipú 971, del 30 de mayo al 13 de junio 1968. El título del texto de revista Las ranas.

Fuente: Revista Las ranas, nº3, noviembre de 2006, Buenos Aires, pp. 107.

lunes, enero 30, 2012

acabáramos...

Poco después de que se conociera la detención de Dotcom –a quien el blogger español Leónidas Martín Saura señala como uno más de los zares capitalistas, en otras palabras, un pirata tal como lo son Bill Gates o el finado Steve Jobs–, el sitio TechCrunch publicó una nota en la que señalaba la particular saña del FBI contra Megaupload y esbozaba, citando las fuentes debidas, una teoría: el cierre del sitio –porque, a todo esto, es un sitio popular pero de ninguna manera el único que ofrece almacenamiento masivo de archivos– podría deberse al proyecto de Dotcom de poner en línea el almacenador de música Megabox y DIY, un servicio de distribución de ganancias entre artistas, aún entre aquellos que ofrecieran su material para descarga gratuita, lo que vendría a desbancar la industria musical tal como persiste hasta ahora (es decir: grandes ganancias para las compañías, poquísimas para el creador y amurallamiento tras los derechos de autor).
El sitio TorrentFreak (lugar imprescindible para saber qué descargar y a través de qué servidores para todos aquellos que usamos intercambio de archivos par a par vía Torrent) informó por primera vez sobre este proyecto en diciembre de 2011. Según Dotcom, Megabox iba a ser un competidor directo de iTunes, incluso ofrecería películas gratis a través de Megamovie, sitio que se lanzaría en 2012 y sería una suerte de cine digital.
Pablo Makovsky escribe un post fundamental en torno del cierre de Megaupload, las propuestas que el FBI intentó echar por tierra con dicha clausura y la imposibilidad de seguir enceguecidos antes el advenimiento de una nueva forma de intercambiar y producir cultura. Gracias, Pablo.
Vía apóstrofe.

viernes, enero 27, 2012

La sinagoga de los iconoclastas (J. R. Wilcock) (XXVI)

MORLEY MARTIN

En 1836, mientras el inglés Andrew Crosse realizaba uno de sus experimentos eléctricos, tuvo la agradable sorpresa de asistir al nacimiento, a partir de una mezcla de minerales triturados, de una cantidad de diminutos insectos. Esto es lo que vio Crosse al microscopio: «El día décimocuarto del inicio del experimento, observé en el campo óptico varias excrecencias blanquecinas, pequeñas, como pezones, que surgían del material electrizado. El día décimo octavo estas protuberancias habían crecido, y sobre cada uno de los pezones habían aparecido seis o siete filamentos. El día vigésimo primero las protuberancias se habían hecho más claras y más largas; el día vigésimo sexto cada una de ellas asumía la forma de un insecto perfecto, erguido sobre el ramillete de pelos que constituye su cola. Hasta aquel momento había creído que se trataba de formaciones minerales, pero el día vigésimo octavo observé claramente que aquellas criaturas comenzaban a mover las patas, y debo decir que me sentí bastante atónito.»
Así vio nacer centenares de mosquitos. Apenas habían nacido, los mosquitos abandonaban el microscopio y se iban volando por la habitación, a esconderse en los lugares oscuros. Puesto al corriente del acontecimiento, otro investigador microscopista amigo suyo (un tal Weeks que vivía en Sandwich) quiso repetir el experimento y también él obtuvo millares de mosquitos. Los detalles del sorprendente experimento pueden leerse en los Memoriales de Andrew Crosse, recopilados por una pariente en 1857, en la Historia de la Paz de los Treinta Años, de Harriet Martineau (1849) y en Extravagancias: Una cosecha de hechos sin explicación (1928), del comandante retirado Rupert T.
En 1927, en su laboratorio privado de Andover, el inglés Morley Martin cogió un pedazo de roca arqueozoica y lo calcinó hasta reducirlo a cenizas; de estas cenizas, mediante un complicado y secreto proceso químico, obtuvo a continuación una cierta cantidad de protoplasma primordial. Evitando cuidadosamente que fuese contaminado por el aire, Martin sometió la sustancia a la acción de los rayos X; poco a poco vio aparecer en el campo óptico del microscopio una cantidad fabulosa de vegetales y animales microscópicos, vivos. Sobre todo pececitos. En escasos centímetros cuadrados el estudioso llegó a contar 15.000 pececitos.
Esto quería decir obviamente que dichos organismos habían permanecido en estado de vida latente durante al menos un millón de años; es decir, desde la era arqueozoica hasta 1927. El sobrecogedor descubrimiento fue hecho público en un opúsculo titulado La reencarnación de la vida animal y vegetal del protoplasma aislado del reino mineral (The Reincarnation of Animal and Plant Life from Protoptasm Isolated from the Mineral Kingdom, 1934). El escritor Maurice Maeterlinck dedicó un capítulo de su libro La Grande Porte (1939) a ese descubrimiento; el librito de Martin es actualmente casi inencontrable, pero en el volumen de Maeterlinck se puede leer una descripción del notable experimento:
«Aumentados bajo la lente del microscopio, se veían aparecer unos glóbulos dentro del protoplasma; en estos glóbulos se iban formando unas vértebras, estas vértebras constituían después una columna, luego aparecían claramente los miembros, la cabeza y los ojos. Las transformaciones eran habitualmente muy lentas, requerían varios días, pero a veces se desarrollaban bajo los ojos del espectador. Un crustáceo, por ejemplo, apenas se le desarrollaron las patas, abandonó el portaobjetos y se fue. Estas formas, pues, viven, a veces se mueven, y crecen mientras encuentran nutrición suficiente en el protoplasma que las ha originado; después de lo cual dejan de crecer, o bien se devoran mutuamente. Morley Martin, sin embargo, ha conseguido mantenerlas con vida, gracias a un suero secreto.»
El descubrimiento de Morley Martin, aunque irrepetible, fue bien acogido por los teósofos, entre otras cosas porque contribuía a confirmar la teoría de Madame Blavatsky sobre los arquetipos de vida primordial salidos en el período del fuego y de los vapores de la tierra, de los cuales acto seguido el proceso evolutivo hizo desarrollar las formas hoy conocidas. Unos años después, siguiendo los pasos de Martin, Wilhelm Reich descubría en la arena caliente de Noruega miríadas de vesículas azules, también vivientes, henchidas de energía sexual, que denominó biones. Estos biones forman racimos y finalmente se organizan en protozoos, amebas y paramecios, hechos de solo deseo, pulsadoras de libido (Wilhelm Reich, Biopatía del cáncer, 1948).

miércoles, enero 25, 2012

Soy gitano


Por si todavía no la vieron, acá pueden seguir "El zíngaro" del genial Quique Alcatena: dibujos cautivantes, una historia llena de talismanes y antiguas tradiciones cuasi-míticas, pueblos nómades y sombras acechantes con aire golden age. Una joyita.

martes, enero 24, 2012

Otra vez SOPA!

Videíto informativo:



Apoyo intelectual:

Cuevana se apaga hoy durante 24 horas en protesta por la ley SOPA, PIPA y otras leyes que atentan contra la libertad en la red en países hispanohablantes como la ley Sinde-Wert (España), Doring (México) o Lleras (Colombia). Se está a punto de CENSURAR INTERNET A NIVEL INTERNACIONAL, a pesar de que la gran mayoría de los ciudadanos se oponen.

Tenemos que frenar éstos proyectos de ley para proteger nuestros derechos a la libertad de expresión, la privacidad y la prosperidad de la red. Tienes más información en AmericanCensorship.org (en) y en ¿Qué es SOPA y por qué es tan peligroso?

Habla con tus amigos. Informa a tu familia. Discute con tus colegas de trabajo. El futuro de Internet como lo conocemos hoy en día está en peligro. Paremos éstas leyes.

Cartelito intimidador:

Una piedra en el camino


Desde ese momento las he buscado por todos los rincones de internet. Nada. Tampoco las venden en las tiendas, ni las pasan en ninguna sala de cine, ni centro cultural que yo conozca. Muy a mi pesar, he ido poco a poco dándolas por perdidas; parece que ahora me toca probar anuevas experiencias audiovisuales, y en eso estoy. Ayer, por ejemplo, vi la televisión, ya sabéis, Urdangarín, SGAE, los trajes de Camps y todo eso. Durante todo el Telediario no dejé ni un segundo de pensar en el monstruo aquel de los rayos intermitentes: ¿lograrían finalmente acabar con él? El único relato televisivo que atrajo un poco mi atención fue ese que han construido alrededor de la figura de Kim Dotcom, el chico entradito en carnes creador de Megaupload. Digo lo de «entradito en carnes» porque esta característica física de Dotcom es parte del storytelling que acompaña a su noticia. Una noticia emitida por todos los canales de televisión del mundo, una y mil veces, y cuyo relato podría resumirse así: un gordinflón sin escrúpulos que se aprovecha de la gente común, como tú y como yo, para forrarse de pasta, comprarse mansiones, coches caros y alguna que otra pistola también. Menos mal que el F.B.I. pasaba por ahí y nos ha salvado la vida de nuevo.
Este post de Leónidas Martín Saura sobre Megaupload (el almacenamiento y el intercambio, la empresas privadas y las redes de usuarios) y la cruzada del FBI sigue acá.
Visto en Acuarela libros.

lunes, enero 23, 2012

El tiempo del señuelo (sobre Pequeño mundo ilustrado de María Negroni)


Tal vez uno de los libros más bellos que nos haya dejado el 2011 sea Pequeño mundo ilustrado de María Negroni (Caja Negra, 2011), una belleza oscura, siniestra, inquietante. Este pequeño libro compuesto por breves textos de un altísimo nivel poético y epifánico se nos presenta como un muestrario de las obsesiones de Negroni, obsesiones que ya venía explorando en Museo negro (1999) y Galería fantástica (2009).
En este caso, Pequeño mundo ilustrado emula el género enciclopédico (el orden alfabético, el título como entrada, las referencias cruzadas entre los textos, las delicadas imágenes que ilustran algunas prosas, el afán acumulativo) para construir lo que su título invoca: un mundo pequeño, réplica abismal del nuestro, doble misterioso de lo real, señuelo lúdico-mágico que Negroni puebla, organiza, pone en funcionamiento. El mundo de Negroni se funde con sus lugares (islas fantásticas, museos finiseculares, castillos encantados, ferias extravagantes, bibliotecas estrafalarias), con sus habitantes (muñecas delicadas, artistas obsesivos, homúnculos, monstruos aberrantes, maniquíes, miniaturas adorables, dobles, niños tentadores), con su arte (poesía decadente, música electrónica, cine expresionista). El recorrido turístico se detiene particularmente en el siglo XIX y en principios de siglo XX y el ambiente es decadente, finisecular, revelador. Negroni monta un espectáculo en el que la imaginación siniestra nos muestra sus ejemplos más extravagantes: ancestros del cine, de la fotografía, de los muñecos para niños, de los artículos coleccionables, de los mundos fuera del mundo.
En Pequeño mundo ilustrado, se trata, parece, de construir series cruzadas, emulando a ciertos autores y artistas (Bioy Casares, Hoffmann, Baudelaire, Rilke, Balzac pero también el Dr. Ruysch, Francis Bacon, Carl von Linné): colecciones itinerantes y vivientes de anécdotas, escenas, imágenes, objetos, es decir, deseos, señuelos. En la búsqueda del “reverso horripilante de la belleza”, cada serie persigue su sentido (el de lo perverso, el de lo monstruoso, el de la imaginación, el de lo mágico, el de lo inhumano, el de las atopías, el del arte y la vida). Así, las muñecas y los autómatas muestran lo humano buscando su mecanismo pero perdiéndose en su contrario, lo inhumano (de las muñecas de Hans Bellmer a los autómatas de Fritz Lang, pasando por los maniquíes surrealistas); las islas, los jardines y los museos erigen un mundo fuera del mundo, con sus propias reglas, sus propios órdenes (del jardín de Bomarzo al submarino de Nemo, pasando por las travelling ménageries); las colecciones maniáticas son un intento de ordenar el caos de la existencia (de los gabinetes de curiosidades a la taxonomía botánica de Linne, pasando por el Mundaneum de Le Corbusier); y la relación arte-vida, realidad-representación no puede menos que tornarse difusa (del Neverland de Barrie a los juguetes de Baudelaire, pasando por las fotografías en movimiento de Viola). Por lo demás, la extensión de los textos de Pequeño mundo ilustrado adquiere un doble sentido: sólo un texto breve es coleccionable y sólo un texto breve, y escrito con sutileza, condensa en pocas líneas a su propio objeto (en este caso, la poesía, el instante, la revelación).
Negroni escribe Pequeño mundo ilustrado como una arqueóloga que reconstruye los modos en que el arte y la cultura jugó en el laboratorio del ser en la búsqueda de atrapar lo fugitivo, de momificar la vida, de aferrar lo humano. En estos textos, el caos de lo real intenta ser ordenado a través de creaciones humanas como señuelos y Negroni, como Barthes, puede preferir el señuelo al duelo. Pequeño mundo ilustrado es un libro bellísimo por la poesía con la que fue escrito, por las obsesiones que recoge, por cómo la vida y el arte se confunden, por esa colección de modos de aferrar un tiempo (que se nos escapa, que huye): el tiempo del adjetivo, el tiempo del señuelo.

sábado, enero 21, 2012

De Guetta a Gueto

Supongo que todos se habrán enterado del escándalo que se armó por la tira de Gustavo Sala publicada ayer, viernes 20 de enero, en el suplemento No de Página/12. Las denuncias (?), los pedidos de penalización (?), el pedido de disculpas del diario (?) y la censura final (sí, censura, ésa es la palabra adecuada) que derivó en la desaparición de la tira de la página virtual del diario y del facebook del propio Sala son consecuencias insospechadas para un historietista que basa su humor en el juego con los límites de lo decible y lo pensable (y para nosotros, sus lectores, que ya sabemos de qué va su humor). Vamos, no es la primera vez (y espero que no sea la última) que Gustavo se mete con temas espinosos para darles una vuelta de tuerca desde el humor negro (bolivianos, travesitas, fachos, homosexuales, drogadictos, tribus urbanas, pedófilos son los personajes que pueblan sus tiras). Justamente, se trata de trabajar con los estereotipos (como bien lo sostuvo el dibujante ayer, ante Gelblung, en Minutouno), con los lugares comunes, y de empujar el humor hacia sus propias fronteras. Lo que está en juego, en todo caso, parece ser quién puede hacer humor con qué temas y de qué modo (de Capusotto a Barcelona, ida y vuelta, acusar a una historieta de xenófoba debería ser menos automático y más reflexivo).
Pero vayamos a la tira en sí e intentemos alguna lectura que exceda los simples y arrebatados juicios de discriminación que confunden al autor con su tira (en este sentido, es fundamental volver a insistir en la separación de la postura de los personajes y la del autor, un aspecto demasiado simple que las denuncias por xenofobia parecen haber dejado de lado).

La tira de "Una aventura de David Gueto" tiene los elementos típicos del humor de Bife angosto, la tira semanal de Sala en Página/12. Primero, el nombre alterado de un famoso ya abre el espectro semántico-cultural en el que se moverá el humor de la tira y enrarece la identificación con su referente: pasar de David Guetta a David Gueto ya nos instala en el tema de la tira, el posible vínculo irrisorio entre la música electrónica y el campo de concentración, entre la discoteca y el gueto (el movimiento es arrancar a partir de la proximidad fonética entre un apellido real y una palabra, transformar a esta última en apellido ficticio y abrir el campo semántico de la palabra: Guetta - Gueto - Fiessta - Campo de concentración - Hitler - Judíos prisioneros). Segundo, la aposición "El Dj de los campos de concentración" sirve de explicación al juego entre el nombre del referente tergiversado por los juegos del lenguaje, acá empieza la mixtura entre zonas de la realidad, de la cultura, de la historia que no tendrían por qué tocarse (o sí). A partir de ahí, el título insiste en la tergiversación de la palabra y en la ampliación del tema: "Fiesta" en referencia a la fiesta rave se convierte, por su instalación en el contexto de la solución final, en "Fiessta", donde la duplicación de la "s" refiere a la focalización de la tira (la SS) que ya estaba anticipada en el nombre del artista falso: la perspectiva de los nazis, del totalitarismo, del fascismo. Porque en "Una aventura de David Gueto", Sala vuelve sobre las formas del totalitarismo pero actualizándolas: si, como nos dice nuestro querido Agamben, el campo de concentración es el nomos de lo moderno, porque no pensar de qué modo continuamos instalados en un estado de excepción, reducidos a los números que nos identifican, en un mundo que nos vende fiesta cuando no hay nada que festejar. Justamente, Hitler y David Gueto insisten a los judíos dibujados en que festejen, en que no sean amargos y allí está el humor negro: en buscar en una situación oscura un pequeño gag basado en el desplazamiento (obviamente, estos prisioneros no tienen intenciones de bailar y no por ello son "mala onda"). El encuentro entre una lógica, la de la música electrónica y la fiesta constante, con otra lógica, la del campo de concentración y la tristeza absoluta, es el motor humorístico negrísimo de la tira de Sala y este aspecto parece ser obviado por sus detractores que sólo se limitaron a buscar algún tipo de identificación con los prisioneros sin entender la situación ficcional que el dibujante proponía. Aquí se trata, como en otras tiras del autor de Bife angosto, de mezclar lógicas, mundos, situaciones y ver qué pasa. Sigamos y agreguemos algo más: en la tira, la aceptación de la fiesta (y de la propuesta artística de Gueto) es obligatoria y esto se ve claramente en el tercer cuadro en el que Hitler los obliga a los judíos a bailar con otro gag que se basa en el doble sentido de un lugar común: "Vamos, diviértanse que la vida es corta". Finalmente, el remate se plantea como el chiste más ácido y lleva al extremo la lógica del chiste: la complicidad entre Hitler y Gueto se extrema hasta la frontera de la muerte en la frase del primero que recupera otro de los típico lugares comunes de la experiencia en los campos. Me parece que en el desarrollo de la tira, en su propuesta de humor (ácido y negro, desde ya), no se desprende que Sala sea xenófobo o discriminador porque de lo que se trata es de exagerar la crueldad de una situación, una zona, volviéndola tragicómica y haciendo que otra situación, otra zona, se bañe de un nuevo sentido, de una nueva perspectiva.

viernes, enero 20, 2012

Los cazadores de Laponia



Visto en Orsai n°4.

jueves, enero 19, 2012

Cuando calienta el sol: lecturas de verano

1. Santos ruteros: de la Difunta Correa al Gauchito Gil de Gabriela Saidon (Tusquets, 2011)


Hacía tiempo que tenía ganas de leer sobre religiosidad y cultos populares por lo que me inmiscuí  en este libro de Gabriela Saidon, Santos ruteros. La crónica está dedicada específicamente a la Difunta y al Gauchito pero en sus líneas también desfilan San La Muerte, la Degolladita y otros personajes del santoral popular que no cansan de ser invocados y, a veces, de cumplir promesas. La apuesta es específicamente dar cuenta de qué generan la Difunta y el Gauchito en sus fieles, en sus simpatizantes y en nuestra cultura (cómo se los sigue, qué se les pide, por qué se les pide, cómo son sus santuarios, quiénes los cuidan, dónde se inicia cada culto, cómo es la "verdadera" historia de cada santo, qué relación tiene el cristianismo con esos cultos, etc.) y anotar las posibles de causas por las que la madre sanjuanina se esté viendo desplazada por el matrero correntino. Para ello, Saidon teje un relato brillante a bordo de su motorhome en el que mezcla obras de artistas plásticos y experiencias de promesantes, historias contradictorias sobre los santos populares y aguafuertes de los santuarios, análisis de los cultos y descripciones pasionales y pormenorizadas de cómo funciona una fiesta patronal como la del 8 de enero en Mercedes. Santos ruteros te come, dan ganas de dejarle un pucho al Gauchito, una botella a la Difunta y seguir investigando sobre las puntas que saca a la luz, como para intentar comprender por qué en Argentina prenden tanto estos cultos populares y qué tipo de circulación tienen en nuestra sociedad.

2. El rey de los Alisos de Michel Tournier (Sudamericana, 1979 [1970])


Con mi amigo Esteban cambiamos libros como si cambiáramos figuritas, esta vez me tocó un Tournier por un Cozarinsky. La novela se llama El Rey de los Alisos y es un texto extraño, apabullante y totalmente inscripto en el régimen de la paranoia, tan cara al siglo XX. Abel Tiffauges es un francés obsesionado con los niños, con los signos de la realidad, que él cree poder leer, y con su destino de grandeza. A lo largo de la novela, recordará sus días de escuela y a su enigmático compañero, Néstor; será acusado de pedófilo; entrenará palomas para el ejército francés que resiste la invasión alemana en la Segunda Guerra; será tomado como prisionero de guerra y conocerá a Goering y su afición por las cornamentas; y, finalmente, en Kaltenborn, se ocupará de un castillo habitado por 400 niños, seleccionados por su pureza y entrenados como futura élite guerrera nazi, castillo donde se convertirá en ogro y señor. La novela es larga, plagada de teorías paranoicas (la foria; la inversión maligna; el reno y el caballo; la emblemática) y la visión de Abel que busca signos en todo lo que lo rodea, termina impregnándose en el estilo mismo de la narración que se plaga de posibles signos, haciendo que el lector mismo comience a buscar sentido detrás de esos animales, esas banderas, esas palabras. Por lo demás, hay escenas perturbadoras (rescato una: Tiffauges manda a pelar a todos los niños de Kantelborn y, luego, arma almohadas para dormir sobre los cabellos de sus retoños) y remisiones laterales al principio, desarrollo y final de la Segunda Guerra (con campos de concentración e invasión rusa incluidos). El rey de los Alisos es una de esas novelas que habría que trabajar detenidamente para desbrozas el paradigma de la paranoia y pispear qué hacemos los hombres cuando el sentido se nos ha perdido.

miércoles, enero 18, 2012

La sinagoga de los iconoclastas (J. R. Wilcock) (XXV)

LUIS FUENTECILLA HERRERA

En 1702 el microscopista Anton von Leeuwenhock comunicó a la Royal Society de Londres su curioso descubrimiento. En el agua de lluvia estancada en los tejados había encontrado algunos animalitos, los cuales se desecaban según se iba evaporando el agua, pero después, introducidos de nuevo en el agua, retornaban a la vida: «Descubrí que, una vez agotado el líquido, el animalito se contraía en forma de minúsculo huevecillo y así permanecía inmóvil y sin vida hasta que no lo recubría de agua como antes. Media hora después las bestezuelas habían recuperado su aspecto primitivo y se las veía nadar bajo el cristal como si nada hubiese ocurrido.»
Este fenómeno de vida latente, obvio en las semillas y en las esporas, pero más visible en los rotíferos, nematodos y tardígrados, fascinó a los pensadores ochocentistas que vieron en él una confirmación de la extrema vaguedad, de la extremadamente deseable vaguedad, de la frontera entre la vida y la muerte. Lenard H. Chisholm sostuvo, en Are these Animals Alive? (¿Estos animales están vivos?, 1853), que en cierto modo todos nosotros hemos nacido de una espora y que incumbe a la ciencia encontrar el sistema para reducirnos de nuevo a la espora original, en cuyo estado se nos podría conservar cómodamente durante uno o dos milenios y finalmente devolver a la vida dentro de una bañera.
En 1862, Edmond About publicó su novela El hombre de la oreja rota, cuyo protagonista es un soldado de Napoleón desecado, embalado y finalmente hecho revivir, gracias a una inmersión acuática, cincuenta años después, exactamente como era en el momento de la desecación, a excepción de una oreja que se había roto durante el letargo. Esta novela precientífica tuvo mucho éxito en Europa y ocasionó, además de sensación, interesantes y prolongadas reflexiones. Pocos años después, en 1871, el profesor de ciencias naturales Abélard Cousin tuvo una momia egipcia, desenterrada poco antes en Menfis, atada y lastrada durante cerca de dos meses en el fondo del estanque central del claustro de Saint-Auban en Nantes, con la esperanza de descubrir en ella algún leve indicio de vida residual; en realidad, al cabo de dos meses de sumersión la momia apareció visiblemente llena de gusanos, de una especie desconocida hasta aquel día; lo que a falta de otra cosa demostraba, observó Cousin, que los egipcios sabían cómo conservar los propios gusanos.
Los experimentos se multiplicaban; entre 1875 y 1885, nadie puede decir cuántos perros, ovejas, conejos, ratas, cobayas, gallinas, etcétera, fueron sometidos a deshidratación, aún vivos, a fuego lento en hornos de diferente tipo; en Francia, en Bélgica, en Holanda, en el Cúneo. Las crónicas recuerdan el famoso cerdo seco de Innsbruck, que fue exhibido en todas las capitales, pieza única de una exposición itinerante de monstruos y fenómenos diversos de la naturaleza. Los ingleses, en cambio, después dé una vigorosa toma de posición de la Sociedad para la Protección de los Animales, decidieron que ese tipo de experimentos sólo se justificaba en el hombre, «que tiene medios para defenderse»; como aclaraba el anuncio publicado por la Sociedad en el Times y otros periódicos. También los franceses se unieron a la protesta inglesa. Pero los hombres eran demasiado costosos, salvo en los Balcanes y en la Transilvania; por otra parte, resultaba evidentemente utópico desecar a un muerto con la esperanza de que al cabo de algunos años retornara a la vida. Los individuos debían estar todavía vivos. Se supo que el Rey de Túnez ofrecía a buen precio unos condenados a muerte, pero con la condición de que una vez renacidos fueran inmediatamente ejecutados, lo que quitaba cualquier interés a la investigación. En 1887 Louis Pasteur tuvo que usar todo el peso de su autoridad, entonces indiscutida, para impedir que el doctor Sébrail llevara a término su proyecto, aprobado y estimulado por las autoridades sanitarias y académicas, de retirar los moribundos de los hospitales de París con fines puramente desecativo-experimentales.
Lo que no pudo hacer Sébrail en los secaderos ya preparados y dispuestos de la Manufactura de Tabacos de Auteuil, lo hizo unos años después el doctor Fuentecilla Herrera en Cartagena de Indias, pese al calor delicuescente, pese a la humedad penetrante, pese a la ausencia casi total tanto de instrumental adecuado como de enfermos desahuciados.
En efecto, por una costumbre bastante extendida en los comienzos de siglo en los países latinos y más marcadamente aún en los hoy llamados latinoamericanos, los familiares de los enfermos se negaban a entregar sus aspirantes a cadáveres hasta que no les veían exhalar el último suspiro; en las ciudades, incluso bien después. A ello se debe que Luis Fuentecilla Herrera, director del Hospital de La Caridad de Cartagena, se viera obligado a servirse, para sus experimentos, casi exclusivamente de septuagenarios sin familia internados en el Asilo de Ancianos local; materia prima escasamente más prometedora de lo que lo fueran las momias de Cousin.
En cuanto a los secaderos, dispuestos en las cámaras de desecación de tabaco en rama de la firma La Universal Tabaquera, propiedad de un hermano de Fuentecilla, eran como el propio país bastante rudimentarios, por estar el producto destinado exclusivamente a la exportación y como tal sometido, a su llegada a Europa, a un intenso tratamiento químico, según los métodos más modernos, entre otras cosas por culpa de la mediocre calidad que siempre ha caracterizado al tabaco colombiano.
Se calcula que en estas barracas oblongas, casi herméticamente cerradas y recorridas después por una corriente de aire previamente calentada en los hornos correspondientes, Luis Fuentecilla Herrera había hecho secar a una cincuentena de ancianos y ancianas, clínicamente vivos, entre 1901 y 1905, cuando su hermano fue arrestado por denuncia de sus propios obreros y el estudioso tuvo que escapar a Nueva Orleans, que ya entonces era una guarida de delincuentes y donde probablemente acabó por serlo también él, habiéndose casado mientras tanto, por lo que parece, con una negra que sólo hablaba una variedad local del francés.
Sus candidatos a la longevidad experimental eran de dos tipos, y según el tipo se comportaban en los secaderos: los más robustos y vitales, en aquel aire seco y caliente, se corrompían velozmente y reventaban casi en seguida, con gran malestar de los encargados de recoger las hojas y limpiar las cámaras; los otros, delgados en un principio y ya contraídos por una vida de privaciones, se hacían cada vez más sutiles y ligeros y al cabo de dos semanas eran sacados fácilmente con la larga pala tabaquera y envueltos apretadamente en papel aceitado para acabar en un tabuco del almacén de expedición, a su vez convenientemente mantenido al seco, en los alrededores del puerto.
Estos paquetes retornaban a la manufactura de tabacos cada tres meses para una segunda o tercera desecación de seguridad, que el clima, las ratas, los insectos y la importancia del experimento hacían necesaria; los demás ejemplares y sujetos de estudio malbaratados eran devueltos a las religiosas del Asilo, cuyo confesor era, afortunadamente, el mismo capellán del hospital dirigido por Fuentecilla, y allí, en el cementerio del Convento antiguo, encontraban, en unos saquitos, amorosa y merecida sepultura. En todo caso, muchos de estos ancianos cedidos por las monjas eran reales y auténticos indios, cuando no incluso venezolanos.
Ante la noticia de la detención del hermano, en su desesperado intento de demostrar el fundamento de las propias teorías, Fuentecilla hizo llevar al muelle los doce cuerpos mejor conservados y ordenó que fueran introducidos los doce en el agua, colgado cada uno de ellos de una cuerda. Esperaba que al menos uno o dos retornaran a la vida, para justificar su acción, si no en la patria al menos en el extranjero; acudieron, en cambio, los peces, todos los peces del puerto de Cartagena, y sólo dejaron las cuerdas.

martes, enero 17, 2012

Leer la tragedia

El arte suele anticipar la realidad. Muchos libros y películas nórdicas generan incertidumbre, porque tanto los escritores como los cineastas de esa geografía vienen mostrando desde hace tiempo la desesperación de una sociedad que no está tan encantada con su justicia social ni sus muebles Ikea. ¿Por qué encumbramos a estos países? Si son el ejemplo de las sociedades hiperavanzadas, ¿por qué sus autores nos dicen que algo está saliendo muy mal? A la luz de esas obras, el episodio de furia y urgencia para asesinar de Anders Breivik en Oslo y la isla de Utoya puede ser evaluado más que como un hecho aislado de un alienado monstruoso, como parte de un entramado de descontentos y malestares de toda una región.
Genial artículo de Luciana M. Ramos sobre los vínculos entre el arte y la tragedia de Oslo de principios de año. Como para volver una y otra vez entre los vínculos del arte y la vida, vió. Sigue acá.

lunes, enero 16, 2012

La última cosmonauta (Copi)

Nota: para leer las páginas en un tamaño amable a la vista sólo tiene que abrir las imágenes con la opción de "Abrir en nueva pestaña" en el menú desplegable del botón derecho del mouse. De otro modo, sus ojos se esforzarán por leer una letra minúscula y unos trazos delgadísimos. Queda dicho.

Previously: Las costumbres incaicas
Recuerdos de circo
La última disputa
Kang
Los viejos sentimientos
Se han comido a papá
Mister Morton
Hotel de citas
El helado





En Revista Fierro, nº 18, abril de 2008.

viernes, enero 13, 2012

Padres, hijas y gatitos

Su padre nunca vino a visitarla a su casa en el medio del monte de paraísos, aunque en alguna época prometía aparecer. Si piensa en él, lo ve en alguna de sus rutinas —¡tenía tantas!— o haciéndole advertencias —¡imaginaba tantas!. Siempre pulcro, afeitado al ras, leyendo el diario de cabo a rabo todos los días, el vaso de whisky a la misma hora, sólo novelas policiales, las caminatas a la orilla del mar en verano y las visitas a los museos en invierno. La primera advertencia que recuerda, porque pensándolo bien era una advertencia, ocurrió cuando ella tenía siete, ocho años. Y le produjo una pena inmensa, una pena que todavía siente. Ella se había hecho amiga de una vecina, una nena de su misma edad, hija única de unos dentistas que vivían dos pisos más abajo, en un departamento exactamente igual al de su familia, pero oscuro y silencioso, repleto de muebles y objetos que cuando uno los miraba con luz eran preciosos y únicos, pero que este matrimonio de alguna manera se encargaba de opacar. Judy subía hasta su casa después de hacer los deberes y jugaban, o ella bajaba y las dos —los padres estaban trabajando en habitaciones que habían acondicionado como consultorios— abrían una caja en la que guardaban un tablero de ajedrez. Las figuras eran piezas de marfil talladas con rostros adustos, los caballos tenían las crines enruladas y los ojos desorbitados. Clara pasaba el dedo por las piezas y creía que nunca había tocado algo tan fino. Después de casi medio año de estas continuas visitas, un día la madre de Judy, que era una señora muy corta de vista, con la piel blanca como una manzana, invitó a Clara a pasar un fin de semana con ellos. Le dijo que irían a visitar a la abuela de Judy, que vivía en una casa muy grande, llena de flores. Esa misma tarde, Clara se acercó a su padre que estaba sentado en el sillón en donde leía la novela policial de turno.
—Pero, ¿no sería mejor que salieras con alguna de tus amiguitas del colegio? —dijo el hombre. Con el dedo marcaba la página que estaba leyendo.
—No me invitó ninguna amiga del colegio. Me invitó Judy. Ella es mi amiga... —respondió Clara.
El padre cerró definitivamente el libro.
—Sabés, Clara me gustaría decirte algo. Quizás ahora no entiendas, pero es por tu bien. Mamá y papá siempre piensan en lo que es mejor para vos, ¿sabés?
Clara había escuchado esa frase cientos de veces. Cuando no quería comer verduras, cuando se quejaba de que las clases de baile le hacían doler los pies.
—Esa gente que vive ahí abajo, es buena gente. Deben serlo...
Se notaba que el hombre no quería ahondar mucho en ese tema.
—Pero son distintos a nosotros. Tienen otras costumbres.
—¿Qué costumbres? A mí me parecen iguales... ¿No quieren a Judy?
—No. No es eso, Clara.
—¿Qué es?
—Son judíos. Es algo difícil de explicarle a una nena de diez años como vos, pero pensá que vienen de otro país, de un lugar diferente al nuestro.
—Pero, papá, son argentinos... Hablan igual que vos y yo. No son como la abuela de Maxi, viste que ella habla así todo raro... Yo no le entiendo nada.
—Mirá, Clara
El padre dejó el libro, marcando antes la página.
—Te voy a dar un ejemplo. Así lo vas a entender...
Clara se acercó, pensó en el caballo de marfil adentro de su caja, en el ruido del torno de los dentistas que a veces escuchaba cuando jugaba con Judy, y se le llenaron los ojos de lágrimas.
El padre, tranquilo, quizá con más cariño que nunca, le dijo:
—Si una gata tiene gatitos en un horno, ¿qué tiene? ¿Gatitos o una torta?
Martoccia, María (2006): Sierra Padre, Buenos Aires, Emecé, pp. 59-62. 

miércoles, enero 11, 2012

Cuidate mucho, Juanito

Las malas juntas es una revista virtual que reúne a un grupo de escritores, escritoras, pensadores y/o artistas latinoamericanos en cada número para que hagan lo que mejor saben hacer (much@s de ell@s, de Venezuela y Costa Rica, una buena oportunidad para descubrir esas ignotas tierras literarias). Diseño atractivo, nombres que prometen y un resultado: malas compañías para pasar el rato. Acá, le pueden echar un vistazo a Las malas juntas.

lunes, enero 09, 2012

Dios vs. el maquillaje


Las hembras humanas fueron entonces poseídas por los doscientos espectros de las milicias angélicas que descendieron como una tormenta sobre la cima del monte Hermon, y los hijos de esa unión fueron los nefilim, traducidos al griego como gigantes. Sin embargo, la obra de los Vigilantes rebeldes no se limitó a engendrar hijos gigantes con las hembras humanas. También les revelaron a los humanos una ingente cantidad de secretos:
Asael les enseñó a los hombres a hacer espadas de hierro y armas y escudos y petos y cada uno de los instrumentos de la guerra. Les mostró los metales de la tierra y cómo debían trabajar el oro para moldearlo apropiadamente, y en cuanto a la plata, cómo modelarla para realizar brazaletes y ornamentos para las mujeres. Y les mostró todo lo concerniente al antimonio y la pintura de los ojos y todo tipo de piedras preciosas y tinturas. (1 Henoch 8,1)
[...]
No sería exagerado afirmar que la Memra divina se encarnó para combatir el maquillaje femenino. Esto es, en efecto, lo que sugieren algunos teólogos como Tertuliano. Pero, ¿por qué Dios lucharía encarnizadamente contra los ornamentos de las mujeres? ¿Por qué este Dios trascendente tiene que ocuparse al maquillaje realizan un gesto antropotecnológico fundamental al alterar la apariencia humana natural en beneficio de la artificialidad del aparecer ante el mundo propio del ornamento: "pues delinquen (delinquunt) contra Él, las que martirizan el cutis con maquillajes, manchan sus mejillas de rojo, perfilan los ojos de negro. En efecto, a ellas les desagrada (displicet) la obra de Dios; en ellas mismas reprenden y refutan al artífice de todas las cosas (in ipsis redarguunt et reprehendunt artificem omnium). Acusan pues, cuando corrigen, cuando añaden tomando estos aditamentos del artífice adversario (aduersario artifice), esto es del diablo (diabolo)".
Cada vez con más acuidad, Tertuliano insiste sobre la peligrosidad del maquillaje. ¿Es posible pensar que el divino gobierno cósmico encuentre su adversario en los rizos ornamentados de las mujeres? ¿Es concebible creer que un peinado de última moda pueda poner en jaque a todo el Universo? La respuesta sólo puede ser afirmativa si tenemos en cuenta que, a diferencia del mundo clásico, con el cristianismo todos los actos personales, incluidos los aparentemente más triviales, se transforman inmediatamente en acciones políticas. Por esta misma razón, el problema político esencial no es tanto la desnudez sino más bien el vestido, y desde esta misma perspectiva, no es tanto la desnudez sino, al contrario, la técnica vestimentaria la que resulta insoportable para el poder espiritual del gobierno divino del mundo.
Si Dios se interesa por los afeites femeninos es porque éstos, junto con toda la (antropo)técnica, fueron transmitidos a la humanidad por los ángeles juramentados y rebeldes: "en efecto, aquéllos que organizaron todo eso se consideran condenados a la pena de muerte (damnati in poenam mortis), a saber, aquellos ángeles (angeli) que se precipitaron desde el cielo hacia las hijas de los hombres (ad filias hominum), para que esta ignominia también se añada a la mujer".
Un día habrá que preguntarse por qué el maquillaje era un arcanum político -esencial para su gobierno cósmico- que Dios no quería transmitir a los hombres y que sólo llegó a estos gracias a la mediación de los ángeles rebeldes; pero esa futura indagación deberá quizá tener en cuenta que detrás de este problema se halla la primera forma de antropotecnia mítica: la transformación del cuerpo humano en su dimensión del ser y del aparecer social. Sólo pueden gobernarse sociedades, y el hombre, con sus antropotecnias angélicamente transmitidas, alteró, subvirtió y confeccionó un tipo de sociedad intolerable para la soberanía divina.

Ludueña Romandini, Fabián (2010): La comunidad de los espectros. 1. Antropotecnia, pp. 94, 96-97.

jueves, enero 05, 2012

El helado (Copi)

Nota: para leer las páginas en un tamaño amable a la vista sólo tiene que abrir las imágenes con la opción de "Abrir en nueva pestaña" en el menú desplegable del botón derecho del mouse. De otro modo, sus ojos se esforzarán por leer una letra minúscula y unos trazos delgadísimos. Queda dicho.

Previously: Las costumbres incaicas
Recuerdos de circo
La última disputa
Kang
Los viejos sentimientos
Se han comido a papá
Mister Morton
Hotel de citas



En Revista Fierro, nº 12, octubre de 2007.
 

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