miércoles, febrero 29, 2012

Del lector de leyendas de santos, el todavía no y la vida pecaminosa


Los textos narrativos unen así dos perspectivas epistemológicas diferentes, la relativa a la praxis vital de los protagonistas, de un lado, y la analítico-retrospectiva del narrador, de otro. Para el lector, comprender un texto narrativo implica tener en cuenta ambas perspectivas.
La doble estructura epistemológica de los textos narrativos entre la perspectiva de los agentes y la del narrador encuentra su expresión quizás más clara en lo que se refiere al ámbito de los relatos literarios en determinados nombres de géneros. Designaciones como "leyenda" o "tragedia" poseen la misma particularidad lógica que las oraciones narrativas descriptas arriba. Subsumen los acontecimientos, a partir del primer episodio, en un determinado esquema de acción y comprenden lo narrado desde la perspectiva de su desenlace. Y, a diferencia de los predicados no narrativos, pueden, en retrospectiva, resultar falsos en virtud del desarrollo posterior de la historia. A modo de prueba y a fin de ilustrar esto imaginemos una leyenda de santos cristiana cuyo héroe lleva una vida en temor de Dios que cumple con todos los requisitos para una salvación futura. Después de muchos años, sin embargo, cae en las manos de infieles sanguinarios que procuran apartarlo de su fe torturándolo; en estas circunstancias, el héroe reflexiona acerca del horizonte abierto de acciones posibles, abjura de su fe y lleva adelante, a partir de allí, satisfecho, una vida pecaminosa. Un desarrollo tal convierte retrospectivamente toda la historia en algo diferente a una leyenda —como por ejemplo en una leyenda paródica—. En una verdadera leyenda, el santo es, desde su nacimiento, un futuro santo, su vida transcurre, en palabras de Clemens Lugowski, "en la absoluta seguridad del "todavía no", esto es, en la absoluta certeza de la consumación, que, de este modo, se supone dada de antemano" (Lugowski, Form, p. 28). Estos esquemas de acción asociados a los nombres de géneros son análogos lógicamente a las oraciones narrativas. Sólo retrospectivamente puede adscribirse con seguridad un texto a un determinado género.
¿Es posible concebir una cultura en la que la propia vida es llevada adelante desde una perspectiva agencial ligada al presente y, al mismo tiempo, es descrita con la certeza (no psicológica, sino) epistémica de los predicados narrativos? Nos parece que esto es lógicamente inconcebible; en cualquier caso, no se trataría de nuestra cultura. El convencimiento intuitivo del lector de leyendas de santos respecto de la certeza futura de la vida santa se debe más bien al hecho de que el lector proyecta la certeza del punto de vista retrospectivo a la perspectiva abierta de los agentes. En este caso, la forma genérica empuja la perspectiva existencial del agente a un segundo plano, sin hacerla desaparecer del todo, por cierto.
Martínez, Matías; Scheffel, Michael (2011[1999]): Introducción a la narratología, Buenos Aires, Las cuarenta, pp. 176-177.

martes, febrero 28, 2012

Qué hacer


A su vez, y a diferencia de lo que sucede a menudo con los grupos de investigación y cátedras relacionadas con la teoría literaria en la Argentina, no privilegiamos la literatura nacional como objeto de estudio. Frente a la actitud facilista de entender la teoría como una serie de dispositivos, recursos y postulados formulados en Europa o (más raramente) Estados Unidos capaces de producir monografías, papers y tesis al ser aplicados a Saer o a Arlt, preferimos encarar las cuestiones teóricas directamente. No se trata tampoco de producir una teoría “argentina” en el sentido telúrico del término, sino de una descolonización invertida: deshacernos de cualquier imperativo nacionalista para trabajar con la teoría desde un lugar crítico y productivo, en pos de un trabajo sobre el método que tenga en cuenta las particularidades de nuestro contexto y de nuestra formación. Somos conscientes de que escribir teoría literaria en español implica el riesgo de quedarse atrapado en la cárcel de lo local, pero sin embargo creemos que la simple resignación a esta situación recibida es una solución cobarde.
La revista Luthor, una genial publicación sobre y de teoría literaria, cumple 3 años y 8 números. El editorial de este nuevo número es una toma de posición, un manifiesto para nuestro siglo XXI. Y además, abren sus páginas para colaboradores externos. ¿Qué más pedir? Léanla, es dejar de lado la superficialidad del hombre de acero e internarse en la mente retorcida del villano más inteligente del mundo. 

lunes, febrero 27, 2012

Historia de O

domingo, febrero 26, 2012

La sinagoga de los iconoclastas (J. R. Wilcock) (XXIX)

PHILIP BAUMBERG

En 1874, en las cercanías de Wanganui en la Nueva Zelanda septentrional, Philip Baumberg, natural de Cork en Irlanda, hizo funcionar por vez primera su bomba de perros o dog-pump. El artefacto, si es que así puede llamársele, aprovechaba el hecho científicamente demostrado de que si se llama a un perro bien educado, éste acude. Baumberg se servía de una treintena de perros de trabajo, pastores y similares, y de dos peones asalariados, indígenas, cuyo número fue después aumentando progresivamente,
El primer peón estaba situado en la parte baja, con un cubo, junto a un arroyo de agua potable; el segundo estaba en lo alto de la colina, al lado de un canalón de hojalata que mediante una leve pendiente conducía el agua hacia una cisterna contigua a la vivienda de Baumberg. Cada perro llevaba colgado del cuello un bidón que era llenado por el indígena de la parte inferior; después el de arriba llamaba al perro, y cuando éste llegaba a él, el hombre echaba el agua del bidón al canalón de la cisterna; inmediatamente después el otro indígena llamaba al perro hacia abajo y repetía la operación.
Con treinta perros en movimiento el efecto era especialmente vivaz. Para evitar los frecuentes errores provocados por la imposiblidad de recordar los treinta nombres de los animales, errores que repercutían desfavorablemente en la marcha del trabajo —en ocasiones un perro reclamado demasiado pronto se volvía abajo con el bidón todavía lleno—, Baumberg decidió dividir las tareas, de modo que los maoríes pasaron a ser cuatro: dos dedicados al trasvase y dos a las llamadas. Para impedir después que los perros se pararan a media pendiente, o se fueran por su cuenta, tuvo que añadir dos vigilantes a lo largo de la cuesta.
Otros dos indígenas fueron dedicados al recambio de los perros, dado que éstos, normalmente, por su especial naturaleza y constitución, no pueden trabajar más de una hora seguida. Por lo tanto, los perros utilizados en la bomba eran en realidad casi noventa, lo que complicaba de tal manera la memorización de los nombres, que fueron añadidos otros dos maoríes en calidad de auxiliares y ayudantes de llamada. Otros cuatro indígenas se encargaban de que los perros no se pelearan entre sí, ni se entregaran a prácticas indecentes, pero sobre todo no se escaparan con los bidones, tan altamente apreciados entonces como ahora por las poblaciones del interior.
No se le escapaba a Baumberg la obvia verificación de que catorce personas entregadas directamente al transporte de bidones o cubos, en lugar de a la vigilancia y dirección de los animales, hubieran transportado cien veces más agua que treinta perros, inquietos y caprichosos (muchas veces se sentaban para rascarse, se hacían el muerto, y los más astutos y viejos fingían hábilmente dolores en las patas, desvanecimientos, mareos, de manera especial las hembras). Pero profundas consideraciones humanitarias de carácter evangélico, bastante explicables en un judío irlandés en estrecho contacto con las desaparecidas pero prepotentes misiones católicas de la isla, le inducían no sólo a preferir el trabajo animal, sino también a describir minuciosamente sus ventajas, como puede leerse en su prolija y única disertación Dog as Worker, His Preeminence over Ass, Ox and Man (El perro como trabajador: sus ventajas respecto al asno, el buey y el hombre) impresa en Sidney, Australia, en 1876.
Puesto que ni en Auckland ni en otro punto de las islas existía entonces una Oficina de Patentes regular, y tampoco Australia, poblada todavía en buena parte por hijos y nietos de condenados a cadena perpetua, ofrecía en dicho sentido especiales garantías, Baumberg tuvo que esperar un viaje a Londres en 1884 para patentar su bomba de perros; de cuyo invento y puesta a punto no sacó otra cosa que burlas y olvido. Solamente se refiere a él Brewater, en su exhaustiva historia de las formas de trabajo: De las pirámides al control adaptativo con calculador on line (primer volumen de la Enciclopedia del sindicalista, Bari, 1969).

viernes, febrero 24, 2012

Chomsky para todos



¿El último grito de la moda? Remeras chomskyanas para lingüistas informales. Divino.

martes, febrero 21, 2012

La flexión paranoica (IV)

18 de febrero de 1938. Cada vez que en un coche que se me confía veo clavada en el tablero la medalla de San Cristóbal, pienso en el colegio de Beauvais, y admiro una de esas constancias que corren a lo largo de mi existencia. Algunas son fortuitas y algo ridículas. Ésta es fundamental. El colegio San Cristóbal, Néstor, luego este oficio de mecánico que vuelve a colocarme bajo el patronato del gigante cargando a Cristo... Hay más aún. Este cutis oscuro y este pelo lacio y negro, los heredé de mi madre, pues ella parecía una gitana. Nunca tuve la curiosidad de averiguar el origen de su familia —mi vida ya está bastante llena de premoniciones— pero no me sorprendería que en él hubiese algo de carromatos y caballos.
Es como este nombre de Abel que creí accidental hasta el día en que cayeron ante mis ojos las líneas de la Biblia que relatan el primer asesinato de la historia humana. Abel era pastor, Caín labriego. Pastor, es decir nómada, labriego, es decir sedentario. La disputa de Abel y de Caín prosigue de generación en generación desde el origen de los tiempos hasta nuestros días, como la oposición atávica de los nómadas a los sedentarios o, más exactamente, como la encarnizada persecución de que son víctima los nómadas por parte de los sedentarios. Y ese odio no se ha extinguido; lejos de hacerlo, reaparece en la reglamentación infame e infamante a que están sometidos los gitanos a quienes se trata como a criminales, y que se exhibe a la entrada de las aldeas en carteles que indican "estacionamiento prohibido a los nómadas".
Es verdad que Caín está maldito y que su castigo, como su odio por Abel, se perpetúa igualmente de generación en generación. Ahora, le dijo el Eterno, serás maldito en la tierra que abrió sus entrañas para recibir de ti la sangre de tu hermano. Cuando la cultives ya no te dará sus frutos, andarás por ella errante y fugitivo. Así Caín fue condenado al peor de los castigos para él: convertirse en nómada como lo era Abel. Tiene palabras de rebeldía contra este veredicto que además no obedece. Se retira lejos de la faz del Eterno, y allí construye una ciudad, la primera ciudad, a la que llama Enoch.
Pues bien, yo sostengo que esa maldición de los agricultores, tan duros siempre con sus hermanos nómadas, sigue cumpliéndose en nuestros tiempos. Como la tierra ya no los nutre, los panzas-barrosas se ven obligados a hacer sus petates y a partir. Van errando por millares de una región a otra, y en el siglo pasado se sabía que, haciendo del estado sedentario una de las condiciones para ejercer el derecho de voto, se excluía del cuerpo electoral una considerable masa fluctuante y, en principio, insensata por estar desarraigada. Luego se establecen en las poblaciones donde forman el proletariado de las grandes ciudades industriales.
Y yo, oculto entre los arraigados, falso sedentario, falso hombre sensato, no me muevo, es cierto, pero cuido y reparo ese instrumento por excelencia de la migración, el automóvil. Y tengo paciencia porque sé que vendrá el día en que el cielo, harto de los crímenes de los sedentarios, hará llover fuego sobre sus cabezas. Entonces, como Caín, serán arrojados en desorden a los caminos, huyendo enloquecidos de sus ciudades malditas y de la tierra que se niega a alimentarlos. Y yo, Abel, el único sonriente y satisfecho, desplegaré las grandes alas que escondía bajo mi ropa sucia de mecánico y, pateando sus cráneos tenebrosos, emprenderé el vuelo hacia las estrellas. (47-49)
Tournier, Michel (1979[1970]): El rey de los Alisos, Buenos Aires, Sudamericana.

lunes, febrero 20, 2012

Leer a Libertella

La importancia de A la santidad del jugador de juegos de azar no radica en su novedad (de El árbol de Saussure a Zettel, la literatura libertelliana había ligado ya de manera decisiva su deseo a una apuesta autoreflexiva y a una deriva textual cada vez más pronunciada hacia lo informe, lo múltiple y lo inacabado), sino en su inactualidad, es decir: en el contraste que presenta al ser incorporado a cualquier listado de libros recientes. En este sentido, las preguntas que este libro póstumo de Héctor Libertella plantea a la masa pueril de etnografía y fetichismo de la subjetividad en que se solaza la literatura argentina contemporánea son varias y diversas. Sin embargo, hay dos, fundamentales, sobre las que vale la pena detenerse especialmente, sobre todo porque en ellas se define su efectuación política.
Ésta es la clase de reseñas que quisiera escribir: reseñas en las que un libro leído puede ser la punta de lanza para problematizar el campo literario, el campo cultural, una toma de posición en sus polémicas, en sus movimientos y en sus búsquedas. Más allá de que uno como lector coincida o no con sus apreciaciones, no puedo evitar sentir que las que valen son estas reseñas (las que invitan a una lectura crítica, las que extienden sus alcances a los bordes del texto, las que proponen conceptos, ideas, posturas) y no las otras (las pedestres, las que copian temas de la contratapa o simplemente las que cuentan el libro). En fin, una estimulante reseña de Maximiliano Crespi sobre A la santidad del jugador de juegos de azar de Hector Libertella.

domingo, febrero 19, 2012

Instrucciones de seguridad

sábado, febrero 18, 2012

Desfachatez

En nuestra cultura, la relación cara/cuerpo está signada por una asimetría fundamental, que establece que la cara permanezca por lo general desnuda, mientras que el cuerpo normalmente se cubre. A esta asimetría le corresponde un primado de la cabeza, que se expresa en los modos más diversos, pero que es más o menos constante en todos los ámbitos, desde la política (donde al titular del poder se le llama la "cabeza") hasta la religión (la metáfora cefálica de Cristo en Pablo); desde el arte (donde puede representarse la cabeza sin el cuerpo -es el retrato-, pero no -como es evidente en el "desnudo"— el cuerpo sin la cabeza) hasta la vida cotidiana, donde el rostro es por excelencia el lugar de la expresión. Esto parece confirmarse por el hecho de que mientras las otras especies animales presentan con frecuencia precisamente en el cuerpo los signos expresivos más vivaces (las pintas del pelaje del leopardo, los flamantes colores de las partes sexuales del mandril, pero también las alas de la mariposa y el plumaje del pavo real), el cuerpo humano está singularmente privado de rasgos expresivos.
Esta supremacía expresiva del rostro tiene su confirmación y, a la vez, su punto débil en el rubor incontrolable donde se hace patente la vergüenza por la desnudez. Es tal vez por esa razón que la reivindicación de la desnudez parece poner en cuestión sobre todo el primado de la cara. Que la desnudez de un cuerpo bello puede eclipsar o hacer invisible el rostro se dice claramente en el Cármides, el diálogo que Platón consagra a la belleza. Cármides, el joven que da nombre al diálogo, tiene un bello rostro pero, dice uno de los interlocutores, su cuerpo es tan bello que "si él aceptara desnudarse, creeríais que no tiene rostro" (Car. 154d), que él está, literalmente, "sin rostro" (aprósopos). La idea de que el cuerpo desnudo puede impugnar el primado del rostro para ponerse él mismo como rostro está implícita en las respuestas de las mujeres en los procesos de brujería que, interrogadas sobre por qué en el aquelarre besaban el ano de Satanás, se defendían afirmando que también ahí había un rostro. De modo similar, mientras que en los inicios de la fotografía erótica las modelos debían ostentar en el rostro una expresión romántica y soñadora, como si el objetivo las hubiera sorprendido, no visto, en la intimidad de su boudoir, con el transcurso del tiempo este procedimiento se invierte, y la única tarea del rostro se vuelve la de expresar una impúdica conciencia de la exposición del cuerpo desnudo a la mirada. La desfachatez (la pérdida del rostro) es ahora la contraparte necesaria de la desnudez sin velos. El rostro, devenido cómplice de la desnudez, mirando al objetivo o haciendo un guiño al espectador, da a entender una ausencia de secreto, expresa sólo un darse a ver, una pura exposición.
Agamben, Giorgio (2011): "Desnudez" en Desnudez, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, pp. 128-130.

viernes, febrero 17, 2012

La sinagoga de los iconoclastas (J. R. Wilcock) (XXVIII)

SOCRATES SCHOLFIELD

Su existencia siempre ha planteado dudas. Del problema se han ocupado santo Tomás, san Anselmo, Descartes, Kant, Hume, Alvin Plantinga. No ha sido el último Socrates Scholfield, titular de la patente registrada en el U.S. Patent Office en 1914 con el número. 1.087.186. El aparato de su invención consiste en dos hélices de latón montadas de manera que, girando lentamente cada una en torno a la otra y dentro de la otra, demuestran la existencia de Dios. De las cinco pruebas clásicas, ésta es la llamada prueba mecánica.

miércoles, febrero 15, 2012

Mortal Physics

sábado, febrero 11, 2012

Minotauro pynchoniano


Pronto, según la dialéctica del Libro, Pointsman estará solo, se deslizará por un negro campo hacia la isotropía, hacia el cero, con la esperanza de ser el último en irse... ¿Habrá tiempo? Él tiene que sobrevivir..., intentar conseguir el Premio, no por su propia gloria, no, sino para cumplir una promesa para con el grupo humano de siete al que perteneció en otro tiempo, aquel grupo que no lo consiguió... Aquí está la imagen de un médium, iluminado desde atrás, solo junto a la alta ventana del Grand Hotel, el vaso de whisky alzado hacia el límpido cielo subártico y «por ustedes, pues, camaradas; mañana todos nosotros estaremos en escena; ocurre que sólo Ned Poinstman nos sobrevivió a todos, eso es todo...». A ESTOCOLMO... Su grito de combate, y, después de Estocolmo, un borroso, un prolongado y dorado anochecer...
Sí, cierta vez creyó que lo estaba esperando un Minotauro, ¿saben?: solía soñar que él corría hasta la última sala, la bruñida espada a punto, gritando como el jefe de un comando, soltándolo todo al final: un auténtico y maravilloso climax de vida en su interior por primera y última vez, mientras el rostro se volvía hacia él, viejo, cansado, sin captar nada de la humanidad de Pointsman, sólo dispuesto a presumir ante él con otra rozadura de cuerno, otro golpe de pezuña, convertidos en rutina desde hacía mucho tiempo (pero esta vez habría lucha: Minotauro sangrante, la maldita bestia; gritos desde lo más profundo de su propio interior, cuya virilidad y violencia lo sorprenderían)... Éste era el sueño. Los lugares y las caras cambiaban; poco de él sobrevivía, salvo la estructura, a la primera taza de café y a la plana pastilla beige de bencedrina. Podía ser un parque de camiones al amanecer, el pavimento recientemente regado con mangueras, lleno de manchas marrones de grasa; los camiones con toldos de color oliva, cada uno con un secreto, todos ellos esperando..., pero él sabe que en el interior de uno de estos vehículos...Y, por fin, tras una detenida rebusca, lo encuentra: el código identificatorio más allá de las voces; sube a la parte trasera, bajo la lona, espera bajo la luz parda y opaca hasta que, a través de la borrosa ventanilla oblonga de la cabina, aparece un rostro, un rostro que él sabe que empieza a volverse..., pero la estructura fundamental es el rostro que se vuelve, el encuentro de los ojos... Acecha el Reichssieger von Thanatz Alpdrucken, el más esquivo de los sabuesos nazis, campeón en Weimar en 1941, que lleva tatuado dentro de la oreja el número 416832 del registro genealógico tras haber cruzado una Alemania londresificada, con su cada vez menor forma de hígado gris, galopando junto a sombríos canales sembrados de desperdicios de la guerra, entre estallidos de cohetes que nunca lo alcanzan, siempre perseguido, una placa grabada con explosiones, el plano de una ciudad destinada a la inmolación, el de una corteza cerebral humana y otra canina, la oreja del perro ligeramente inclinada, la parte superior de su cráneo reflejando claramente las nubes invernales, metiéndose en un refugio acorazado que se encuentra a varias millas por debajo de la ciudad, una ópera de intriga balcánica en cuya hermética seguridad, en medio de cuyos racimos de disonancia azul irregularmente marcados, Pointsman es incapaz de huir por completo debido al modo de insistir del Reichssieger, siempre en primer plano, sereno, imposible de anular, y de cuya persecución literal regresa de este modo, debe regresar una y otra vez en un rondó febril hasta que, por último, van a parar a la ladera de una colina, al final de una larga tarde de partes enviados por Armagedón, entre hileras escarlata de buganvilla, senderos dorados donde se alza el polvo, columnas de humo a lo lejos sobre la ciudad tentacular que ambos han atravesado, voces en el aire que dicen que América del Sur ha ardido hasta convertirse en cenizas, que el cielo de Nueva York se ha convertido en brillante púrpura debido al nuevo y todopoderoso rayo de la muerte..., y es aquí, por fin, donde el perro gris puede volverse y con sus ambarinos ojos mirar los de Ned Poinstman...
Cada vez, a cada cambio de dirección, su sangre y su corazón son acariciados, batidos, elevados con alborozo e impulsados hacia la helada noctiluca, hacia la fundente y fulgurante termita, mezcla de aluminio y óxido de hierro, de las bombas incendiarias, mientras él comienza a despedir una luz incontenible, mientras las paredes de la cámara adquieren un vivo matiz sangriento, naranja, luego blanco, y comienzan a deslizarse, a fluir como cera..., es un laberinto derrumbándose en anillos hacia fuera, héroe y horror, ingeniero y Ariadna consumidos, fundidos dentro de la luz de él, la loca explosión de él...
Hace ya años. Sueños que apenas recuerda. Hace mucho que los intermediarios han dejado de estar entre él y su bestia final. Le negarían incluso la mísera perversidad de estar enamorado de su propia muerte...
Pero ahora, con Slothrop en el asunto —ángel repentino, sorpresa termodinámica o lo que sea—, ¿cambiará algo? ¿Es posible que Pointsman llegue a tentar al Minotauro, al fin y al cabo?

Pynchon, Thomas (2002[1973]): El arcoiris de gravedad, Barcelona, Tusquets, pp. 219-222.

viernes, febrero 10, 2012

Red serial


Si una generación anterior de series consiguió, partiendo de referentes externos, darle forma a un mercado con una entidad tan reconocible y popular, lo lógico sería pensar que la nueva oleada de productos televisivos ya no tuviese que pasar nunca más por el trámite de “no parecer televisión”. Al contrario, el terreno abonado por The Sopranos, Six feet under, Lost y The Wire podría entenderse como el punto de partida desde el cual llevar propuestas a nuevas alturas. Breaking Bad podría ubicarse como bandera de una generación de series posteriores, construida con el ojo puesto en sus precedentes, una serie de series.
En la revista Orsai n°3, pueden leer un hermoso artículo, "Breaking Bad, la ultraserie", escrito por Nacho Vigalondo con una idea fundamental para las series que corren: las referencias deberíamos dejar de buscarlas en el cine y empezar a buscarlas en las series mismas, en la tradición televisiva. El análisis de Breaking Bad de Vigalondo es genial y lo mismo aplicaría para una serie como Fringe en la que se reconoce la radicalidad de Lost, mezclada con la estructura de casos autoconclusivos de House y el roce con fenómenos paranormales a lo X-Files. Vaya la hipótesis de Vigalondo, entonces, para encontrarle nuevas resonancias a nuestras series más queridas, en una lógica distinta a la del cine y los largometrajes.

martes, febrero 07, 2012

La necesidad de un ninja púrpura



Gracias, Adri.

lunes, febrero 06, 2012

La sinagoga de los iconoclastas (J. R. Wilcock) (XXVII)

YVES DE LALANDE

Hoy nadie lee ya las novelas de Yves de Lalande, lo que permite sospechar que dentro de poco ya nadie leerá las novelas de nadie. Yves de Lalande era un nombre inventado: en realidad se llamaba Hubert Puits. Fue el primer productor de novelas a escala realmente industrial. Como todos, se había iniciado en su actividad en un plano artesanal, escribiendo novelas a máquina; con ese método, muy ilustre, pero primitivo, necesitaba al menos seis meses para terminar una obra, y esa obra quedaba muy lejos de poder ser llamada un producto bien acabado. Con el tiempo, Puits se dio cuenta de que la idea de escribir por sí solo una cosa tan compleja y variada como una novela, tan llena de humores y situaciones y puntos de vista diferentes, parecía tarea más adecuada para un Robinson Crusoe que para un ciudadano de la más grande y avanzada nación industrial del siglo veinte, Francia.
Para empezar, el editor de la Biblioteca del Gusto, para la cual trabajaba Puits entonces, exigía que sus novelas abundaran no sólo en aventuras, sino también en escenas; de amor romántico; pero Puits llevaba seis años manteniendo una relación absolutamente normal con su camarera o sirvienta a horas, una antigua monja gris y avara que no le concedía el más mínimo detalle de tipo romántico, de modo que se veía obligado a sacarlos de otros libros y siempre había algo que no funcionaba, por ejemplo cuando la protagonista sabía que era la hija adulterina del hermano del rey de Francia, arrebataba al novio la espada y se atravesaba el pecho, pero la escena se desarrollaba en el metro entre Bac y Solferino bajo el Ministerio de Trabajos Públicos, cosa que podía parecer algo extraña.
En cuanto a aventuras, una vez le había sucedido que se quedó encerrado en el ascensor durante dos horas y media, y, en efecto, este episodio reaparecía con frecuencia en sus novelas, incluso en la de ambiente tonquinés, La fiera de la Cochinchina; pero sabía que no podía exprimirlo al infinito. Puits se convenció de que para hacer una buena novela no basta un solo hombre, hacen falta diez, tal vez veinte: quién sabe los empleados que tenían Balzac, Alexandre Dumas, Malraux, pensaba.
Por otra parte, los hombres son propensos a discutir entre sí: mejor cinco empleados de buen carácter que no diez genios incompatibles. Así fue como se inició el establecimiento o fábrica de novelas Lalande. No nos pondremos a describir aquí las fases sucesivas de su desarrollo, sino su forma definitiva, la que permitió al todavía joven marqués De Lalande (también el título era inventado) publicar, entre 1927 y 1942, 672 novelas, de las cuales 87 fueron trasladadas con variado éxito a la pantalla.

viernes, febrero 03, 2012

La flexión paranoica (III)

16 de enero de 1938. [...] Néstor comía rápida, seria, laboriosamente, interrumpiéndose sólo para enjugar el sudor que le manaba de la frente y le caía sobre los anteojos. Tenía algo de Sileno, con sus mofletes, su vientre redondeado, sus anchas caderas. La trilogía ingestión-digestión-defecación marcaba el ritmo de su vida, y las tres operaciones se rodeaban del respeto general. Pero ésta era sólo la faz manifiesta de Néstor. Su faz oculta, que fui el único en sospechar, eran los signos, la interpretación de los signos. Ese era el gran norte de su vida, junto con el despotismo absoluto con que abrumaba a todo San Cristóbal.
Los signos, la interpretación de los signos... ¿De qué signos se trataba? ¿Qué revelaba su interpretación? Si pudiera contestar esta pregunta, toda mi vida habría cambiado, y no sólo mi vida sino también —me atrevo a escribirlo en la certeza de que nadie leerá nunca estas líneas— hasta el mismo curso de la historia. Por cierto Néstor sólo había dado algunos pasos en ese sentido, pero mi única ambición es precisamente seguir sus huellas y llegar tal vez algo más allá de donde él llegara, gracias al mayor tiempo que se me concede y también a la inspiración que emana de su sombra. (pp. 33-34)

[...]

28 de marzo de 1938. Esta mañana, extraño sobresalto con la sensación de que es hora de levantarme. Mi despertador marca las dos menos cuarto, pero está parado. Me levanto en busca de mi reloj pulsera que está sobre la mesa. También está parado, y las agujas marcan las dos y diez. Tuve pues que discar en el teléfono la hora para saber que eran las siete.
En la calle niebla intensa. He dejado junto a la acera mi viejo Hotchkiss para poder correr a Meaux, a ver un cliente, antes de abrir el taller. Cuando acciono el arranque, no pasa nada: la batería no funciona, descargada sin duda por la niebla. Ahora bien, el reloj del tablero, alimentado por la batería, también se ha parado y marca las dos y quince.
Estas coincidencias en cadena me impresionarían si no estuviese acostumbrado al fenómeno. Pero mi vida está llena de coincidencias inexplicables que yo interpreto como otros tantos llamados de atención. No es nada; es el destino que me vigila y trata de que no olvide su presencia invisible pero inevitable.
El verano pasado, yo dormía con la ventana abierta de par en par. Al despertarme, conecto la radio para acunar con música los primeros minutos de la jornada. Y la música surge, en efecto, chispeante, vivaz, fresca, endiablada. Luego me distrae un gran jaleo en el techo, sobre mi cabeza. Algunos pájaros, de tamaño sin duda respetable, se pelean e insultan con pasión. El ruido aumenta y adivino a los adversarios entrelazados, resbalando sobre la chapa inclinada. Finalmente, un paquete de plumas erizadas rebota en el marco de la ventana y cae dentro de mi pieza. Dos urracas asustadas se separan con un impulso común y retoman, por la ventana, el camino de la libertad. En ese momento se apagan los últimos acordes de la música y la locutora anuncia: "Acaban de escuchar la obertura de La urraca ladrona de Rossini". Sonreí bajo las sábanas. Murmuré: "¡Buenos días, Néstor!".
A veces también es una respuesta —generalmente irónica— a un pedido indiscreto que se me escapa. Porque, en fin, rodeado como estoy de signos y de relámpagos, bien podría, sin duda, me parece, pretender tener suerte.
Hace seis meses, teniendo algunos vencimientos difíciles de levantar, compré un billete entero de la Lotería Nacional pronunciando esta corta plegaria: "Néstor, ¿aunque sea una vez?". ¡Ah, no puedo decir que no me haya escuchado! Hasta diría que me respondió, con un palmo de narices. Mi número era el B 953.716. El número que procuró un millón a su propietario fue el B 617.359. Mi número al revés. ¡Era para enseñarme a no querer sacar un trivial provecho de mi privilegiada relación con lo que hace mover el universo! Me enfadé; luego reí. (pp. 86-88)
Tournier, Michel (1979[1970]): El rey de los Alisos, Buenos Aires, Sudamericana.

miércoles, febrero 01, 2012

Grafonovelas para todos


Factum, grafonovelas semanales.
La idea es genial: historietas de género entregadas de forma semanal, todos los días, de lunes a sábados (el domingo se descansa). La variedad de los géneros va del horror a la space opera pasando por el policial negro.
Mis favoritas: Los pocos que quedan (un misterio sobrenatural) de M. Muntaner y Manuel Depetris y El camino del bluesman (una serie de horror) de Damián Connelly y Diego Simone. Léala, amig@, no sé arrepentirá.
 

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