En su artículo "La conquista del centro", Daniel Link traza una hermosa entrada para conocer la obra y los pasos de vida del escritor y crítico argentino Tulio Carella. Lo que nos interesa particularmente en este post es que, a la par de su narrativa (más conocida en Brasil que en la Argentina), Carella demostró un marcado interés por la cultura popular argentina. De dicho interés dan muestra tres de sus libros Tango. Mito y esencia (1956), Antología del sainete criollo (1957) y La picaresca porteña (1966).
Justamente, su libro señero sobre la poética del tango se abre con un prólogo ("introito") que no se conseguía en la web y que bien vale la pena. Un relato de ciencia ficción como introducción a un estudio sobre el arrabal, su cultura y su música. No quiero adelantar mucho, lean y disfruten.
Introito en el año 5956 (Tulio Carella)
No pienso sin terror en la acumulación de “novedades” en la Biblioteca Nacional. Vendrá un día que quizá no está lejos, en que algún atroz cataclismo reduzca todo eso a cenizas. Y lo que so-breviva no será necesariamente lo mejor. ¿Conforme a qué restos será apreciada nuestra civilización, nuestra cultura?
André Gide
Corre el año Z942AX. Un grupo de Omnipotentes aprovecha las vacaciones del mes Secreto para dedicarse a trabajos de arqueología. Después de resolver engorrosos cálculos logran determinar aproximadamente el paraje donde la tradición y la leyenda ubican a Buenos Aires. La otrora famosa ciudad, fue la más poblada del Ángulo Sur: en los tiempos de su desaparición contó sesenta millones de habitantes oxigenófagos.
El empleo de ambisofos proporciona dos respuestas de prudente idoneidad. La primera indica que Buenos Aires quedó cubierta por las aguas (al mismo tiempo que Nueva York y Shangai), cuando los casquetes polares se fundieron por acción de las bombas teletérmicas mal dirigidas. La segunda menciona los kronodomus, últimos de los habitáculos cuatridimensionales, edificados para proteger al homoxigenófago, retrotrayéndolo a épocas inmunizadas o trasladándolo a lugares inocuos. El ultrareductor revela que la segunda respuesta omite mencionar la esterilización del subsuelo por obra de los cementos inyectados para permitir la erección de los kronodomus. Es posible que las dos teorías presentadas por el ambisofos sean valederas; el instrumento no está adecuado para las consntantes del tiempo y permite errores perceptibles de varios siglos. La decadencia de la ciudad pudo iniciarse con la esterilización de los terrenos y quedar posteriormente sepultada bajo las aguas glaciales.
Laboriosas excavaciones en lo pasado proporcionan detalles desconcertantes. Los pocos objetos que se hallan no coinciden con las nociones ya aceptadas sobre la Urbe del Sur. El siglo XX, según los cálculos antiguos, de acuerdo con el parecer que predomina, contaba con una gran mayoría de supérstites referidos a la Sección titulada Cristiana-Apostólica-Romana. Y aunque se la niega, es obvia la conexión con la Roma de los Césares, cuya influencia fue decisiva en la estructura social y política bonaerense, incomprensiblemente, hasta ahora, llamada porteña. Es posible admirar lo hallado en las Casas del Olvido (adonde se va, se admira y luego no se recuerda, al revés de lo que ocurría antes en los Museos): un enorme fetiche; tres idolillos, sin duda fabricados en serie; un libro enigmático y la revelación de la Creencia Global.
El Sabio 9 CP presenta un discurso para demostrar que el adjetivo “porteño-a" es también sustantivo y no deriva de ningún puerto. En esto parece acertar, pues no se encontraron restos de puertos ni huellas hidráulicas en 100 espaciales a la redonda. De acuerdo con su opinión, “porteño-a” era adorador de una diosa a la que daba forma de locomotora (antigua máquina traslativa preatómica). El enorme fetiche que se conserva en la Casa del Olvido, tiene una placa de bronce en la cual se lee el nombre de la diosa: “Porteña”. 9 CP asegura que la creían Madre de los Minerales, y la veneraban en un templo de estilo “colonial” (o “coloidal”, no se ha podido saber con certeza) que estaba lleno de ex-votos y representaciones mitológicas extravagantes.
El Expeditor Androide Clase 8 exhumó los idolillos; asegura que pertenecen a la iconografía del siglo XX. Los detectores radioelectrónicos señalan el vaciado en el período 1900-1950 de la Era Salvaje, como suele llamarse a la Era Cristiana. La sagaz hipótesis del Expeditor Clase 8 intenta probar con argumentos especiosos (puesto que se basan en la ciencia etimológica abandonada por controvertible) que esas tres estatuas, de 25 centímetros de alto, pertenecen a la representación figurada del Ángel de la Guarda. La palabra que se lee en la base, Gardel, sería una variante ortográfica o fonética de Guarda, apocopada o deformada por el sobreentendido que proporcionaba la figura a los contemporáneos.
Sin embargo Clase 8 no puede demostrar positivamente si se llamaba Ángel de lo Guarda a un ser mitológico similar al Hermes griego o a un funcionario del Mando Traslativo, es decir un empleado del Ministerio de Transportes.
Más perturbaciones provoca el libro misterioso, pues descompagina esta y otras nociones conocidas, y permite conjeturar que Buenos Aires, como la Atlántida que aún se busca, no es sino un mito creado por la jactancia o la fantasía de algunos seudo historiadores. El libro, que nadie atina a clasificar, se titula Antología. Está compuesto por una mezcla de castellano y otro idioma ignorado, que seguramente perteneció a razas anteriores a la conquista hispánica o fue coetáneo a la colonización del Imperio Romanoide (o Romano, como lo llamaron ellos).
Toda suposición resulta improbable. Se pisa un terreno escurridizo, deleznable, que permite a los escépticos dudar de la Ciencia Directiva Infalible. Algunos vocablos que no figuran en los antiquísimos diccionarios de lenguas muertas como el inglés, castellano, tedesco, francés o ítalo, demuestran que con el idioma hablado en la Urbe del Sur, existía otro —acaso otros— del cual no se tienen noticias; solo indicios. Los indicios son ciertas palabras intraducibles que se leen en la Antología: percanta, biaba, orre, junar, fayuto, estrilo, taita, berretín, rantifuso, zabeca y ranún, entre muchos otros.
Es audaz pero no menos creíble la intuicional especulación del Profesor Robot 117, según la cual esas palabras pertenecerían a un idioma que se gestaba entre los elementos nativos de la ciudad; elementos que hoy, a cuarenta siglos de distancia, resulta imposible discriminar. No obstante, como las excavaciones prosiguen, se espera hallar algo similar a la piedra de Rosetta, que aclare lógicamente tantos testimonios inconexos. Barrunta el Profesor Robot 117 que la Antología custodia la clave de ceremonias populares —desconocidas hoy— de aquel tiempo. La intuicional especulación añade que las piezas del libro se cantaban como los poemas griegos. Aunque atrevida, novedosa y acaso justa, la teoría resulta chocante para los eruditos. ¿Quién cantaba y para qué o para quién o quiénes? No parecen textos corales como los que se salmodian el día de la Exultación o el día Absoluto, sino individuales; y no es creíble que, aun en una época tan atrasada como aquélla, una persona autobiografiara con tanto descaro sus desvergüenzas erótico-conyugales, o las dificultades que tenían para resolver los ínfimos problemas de la reproducción. Los vocablos Amor, Odio, Venganza, resultan indescifrables. La perplejidad aumenta cuando un texto aúna referencias a la raza caballar, a la desaparecida ciudad italiana de Palermo y al concepto de “apuesta” con sentido degradante. ¿Qué significa, por ejemplo, este fragmento?:
Maldito seas, Palermo:
me tenés seco y enfermo,
mal vestido y sin morfar,
porque el vento los domingos
me patino con los pingos
en el Hache Nacional.
El Expositor del Texto se refiere —todas son hipótesis— a un virus, afortunadamente extinguido, que atacaba simultáneamente el cuerpo y las ropas y producía la “seca”, esto es, la deshidratación. El Expositor confiesa la práctica del patín los domingos de viento (“vento” no puede traducirse de otro modo) con un grupo de gente o “club” llamado “Pingos”. La inclusión de la letra muda Hache, vinculada al concepto de lo autóctono —o Nacional— desquicia toda presunción razonable. El contenido de este poema —considerado en su totalidad o por partes— pertenece a lo hermético. Los otros Textos incluyen las mismas dificultades.
Las quejas contra el Sexo Acolchado, es decir, la Mujer, como se la llamó hasta el siglo XXVIII, abundan en la Antología; lo cual hace pensar en un lenguaje que oculta misterios trascendentales por medio de cifras.
El tono lastimero que rezuman algunos fragmentos inteligibles, denuncia la existencia del matriarcado. Si el matriarcado es refutable por falta de datos concretos, lo mismo puede decirse del último conocimiento admitido como auténtico por la Ciencia Directiva Infalible: la Creencia Global, que se opuso a las sangrientas religiones aztecas y mayas. La Creencia Global empleaba en sus ritos y ceremonias un Globo. Simbolizaban así al ser pre-robotiano que se afanó en pos de la verdad esférica del Universo.
La Creencia Global admitía otras religiones, pero ordenaba públicamente varias categorías, iniciaciones o grados, y el Globero Sumo era llamado “crack”. Hasta ahora se tienen noticias de las siguientes ramas de la Creencia Global: bolita, hoyo-pelota, hockey, fútbol, paleta, ping-pong, pelota vasca, putching-ball, tenis, billar, bochas, rugby, golf y Montgolfier. (La presencia de palabras saxas en el Ángulo Sur quedó explicada automáticamente cuando se descubrió la expansión de los Protestantes, secta comercial que enviaba Misiones al desprevenido Mundo Antiguo.) El Adepto a la Creencia Global asistía a las ceremonias llamadas “Partidos”; se lo llamó “hincha” y en la Antología se encuentran veladas referencias a su actuación.
El grupo de Omnipotentes se trasladará todo un Quinquenio Voluntario al Angulo Sur, para analizar los conocimientos en el propio terreno. Se sabrá entonces con certeza si existió Buenos Aires, y qué significa la palabra “tango” que prodiga asiduamente la Antología. Entre tanto, habrá que proveer de cerebros al Sabio 9 CP, al Expeditor Androide Clase 8, y al Profesor Robot 117, pues ahondaron tanto en las excavaciones imaginarias que, atrapados en los engranajes del tiempo, no pudieron regresar.
Fuente: Carella, Tulio (1966 [1956]). Tango. Mito y esencia, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, pp. 5-10.
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