Que se llame Rosa de Luci Porchietto (El fin de la noche, 2010) es un texto rítmico, musical. No es prosa (aunque se sugiere una trama mínima que se va expandiendo), no es poesía (aunque Rubén Darío y el “neobarroso” se deslicen en la musicalidad de sus líneas) pero tampoco es prosa poética, es un texto novedoso que plantea una fusión entre la clásica dicotomía antes mencionada a través del juego con el significante y la frase. Así, las palabras explotan de sentido y vuelven una y otra vez para narrarnos, en un relato fragmentado, la infancia, el éxito y el fracaso de una vedette de plumas y cintura de avispa. Por eso, en el juego musical con las palabras los sentidos se trasladan, se expanden, se mixturan: el alambrado de la casa de tía Carmen anticipa y se convierte en las medias de red de la estrella madura; la sangre es el rojo de los labios y de la pasión pero también la sangre menstrual de la vedette que nunca “se hizo servir”, como la gata y la higuera de su infancia (lo animal-bestial y lo natural aparece constantemente en el libro), y la sangre de la herida por el amor perdido (y el hotel y el espejo roto y el hombre que abandona); la puta, la virgen y la madre como tres imágenes de lo femenino que se desarman y se traman a lo largo de todo el libro para condensarse en nuestra superstar que, a pura pena y apariencia, intenta recuperar su fama; etc. Es difícil glosar el trabajo minucioso y sorprendente que Luci realiza con el lenguaje (un trabajo con los sentidos de las palabras, con sus combinaciones sintácticas y con el ritmo que le imprimen a la frase), van algunos fragmentos:
“Lo roto. Lo disperso. Él por millones multiplicado en toda su carne. Ya no vale lo que valía pero quién carajo junta los restos. Diseminada su mandíbula jadeante en multitudes enfermas. La enfermedad es su rostro encajado siempre en el mismo lugar. Su rostro ensimismado. Él no sabía compartir. No se va nadie hasta que no aparezca el orgasmo de la vedette. Los niños deben saber compartir. Partido en mil pedazos el espejo del hotel. Nada más queda. Debería haberme hecho servir.” (20)
“Íconos bestiales. La cara de la vedette. Su rictus amargo en la tapa del semanario. El flash pegoteado en su cara sin sombras. Gesto ensombrecido por la luz del flash. La puta dejó su ser animal para ser una bestia mal iluminada. De las luces malas nacen las bestias. De los vestuarios teatrales y de los sueños dormidos en patios con higueras nacen los animales. De los animalesnacen las putas. De las bestias nacen las putas.” (27)
“Especial. La “l” queda pegada a su paladar mientras la otra vedette devenida en conductora de canal de aire (el aire es aun mejor opción que el cable) anuncia el corte, agradece, vuelve a halagar no sé qué bondades del cambio y desea suertes con una sonrisa Rivotril ocre opaco Lóreal número 14, un tono más otoñal. Se toman de las manos. Lésbico desamparo las aferra. Empieza a sonar la música estúpida. Las luces se apagan. ¿Estuve bien? se preguntan las vedettes. Estupenda. Se mienten. La última palabra queda sonando en el cráneo vientre de la vedette. La última letra se le pega en el cerebro mandíbula. Pornográfico casi se le torna el sonido. Especial. Cial. Al. L. La lengua pegada al paladar como en los orgasmos. Especial. Él era especial. Pero ya no vale la pena.” (30)
A la par de la experimentación con el ritmo y las palabras, Que se llame Rosa de Porchietto tiene otros dos elementos a destacar: por un lado, la elección del tono melodramático que tiene como substrato al bolero que a pesar de ser considerado un género cristalizado y cursi (el engaño, la pasión, el despecho, lo femenino, etc.), puede volverse productivo para la literatura, esa máquina de resignificación y alteración. Por otro lado, el acierto con la construcción de la protagonista y su entorno mediático: la vedette que está entre la bestia y el "ser de carne y hueso" que asiste al apagón de su gloria y deambula por programas de televisión y revista de chismes para recuperar lo perdido. El retrato y la exploración de esta subjetividad contemporánea, construida como nos muestra el texto desde su más tierna infancia, es un acierto a la hora de representar una parte de nuestra cultura argentina que suele ser despreciada por el público "culto" y "bienpensante" (es recuperar la fascinación ante una Moria Casán que, como señaló en un programa reciente, se dio cuenta de que era un "objeto" y quiso volverse "sujeto" o que modifica su aspecto para escapar de la vejez y de la muerte, para no sentirse perimida).
En definitiva, Que se llame Rosa logra renovar la literatura argentina que se está escribiendo actualmente (a mostrar que existen otros modos de narrar y escribir) a través de la elección de un tono (el del bolero, el melodramático) y de una historia (la de una vedette que va de la gloria al fracaso) pero sobre todo mediante la experimentación con el lenguaje, una experimentación sostenida en el ritmo, la organización de la frase, las asociaciones libres y la potencialidad del significado de las palabras. ¿Cómo narrar el glamour de una vedette, criada entre boleros y gatas yermas, que perdió a su hombre, que perdió su fama y que va de estudios a redacciones para intentar volver a ser ella misma? Tal vez, recurriendo a la música de la poesía, a la repetición desplazada de los vocablos y de lo cursi (que deviene significativo), a un ritornello animal y femenino como el que despliega Luci Porchietto en Que se llame Rosa, un libro hermoso para leer escuchando.
PD.: Recuerden que la editorial El fin de la noche propone la generosa posibilidad de leer sus libros editados en línea, para que pasen y vean antes de comprar el libro.
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