En el número 9 (noviembre de 2014) de la revista Mancilla, hay un dossier sobre la ciudad de La Plata en el que se puede leer el artículo “Atravesados” de Esteban Rodríguez Alzueta. El primer párrafo de ese texto habla sobre la creatividad onomástica en la música platense: “La Plata es una ciudad atravesada, la Manchester argentina. Él mató a un policía motorizado, Valentín y los volcanes, Un Planeta, The Siniestros, Camión, Reno, La Patrulla espacial, Sr Tomate, Shaman y los hombres en llamas, Pérez, Chico Ninguno, Norma, Monoaural, Miro y su fabulosa orquesta de juguetes, son bandas que vinieron detrás de otras bandas, que dialogan con un repertorio variopinto que ellas mismas integrarán algún día (…). Los nombres son las contraseñas que elegimos para guardar el tiempo. Porque detrás de cada nombre se cifra una identidad y se tejen relaciones. Una banda es más que una banda. Una banda es un telón de fondo y de eso queremos hablar en este ensayo”. La enumeración de nombres de bandas de La Plata construye una constelación; el final del párrafo parece referir, sin quererlo, a una novela publicada recientemente. Esa novela es Primavera ninja de Luis Orani.
Hay un punto que une dos libros tan disímiles como Primavera ninja de Luis Orani y Las redes invisibles de Sebastián Robles, ambos publicados en 2014 por la nueva editorial Momofuku libros. Ese punto es la creatividad onomástica. Tanto la novela suburbana rockera de Orani como los cuentos borgeanos siglo XXI de Robles se sostienen en una proliferación de nombres que guían el relato y le dan densidad. Entre las críticas culturales que ejercita Gustavo Roldán en Primavera ninja y las descripciones de redes sociales en Las redes invisibles, los nombres van marcando el avance de la escritura y cuidan el verosímil de cada obra: The Meatball Club, Presidente Puerta o Debi Das Dalas parecen nombres de bandas musicales del circuito indie; Mon amour, Orphan, HansLudwig1959 o Elcorsario parecen nombres de redes sociales y nicknames. Se trata en ambas obras de crear redes de denominaciones para generar en el lector un mundo musical-cultural o virtual-digital verosímil —según sea el caso—, vincular con los saberes y experiencias previas del lector y luego avanzar mediante esas resonancias.
Quienes hayan participado alguna vez de un foro, saben que en el apodo o nickname de cada usuario puede codificarse un nuevo sujeto, una faceta no conocida en la realidad no virtual. Quienes participan de un foro y luego conocen a las personas por fuera de la existencia digital, saben que aun descubriendo el nombre real de cada usuario, elegimos seguir llamándolos por su nickname, que en esa contraseña onomástica se reconoce la vida virtual. Hace tiempo que participaba de un foro, que luego, por las vueltas de la vida, dejé de frecuentar. Unos días atrás, volví a entrar por diversas razones y encontré un thread donde un grupo de usuarios recordaba a otros que habían dejado de visitar el sitio. En ese thread dicen algo así: “se acuerdan de ku2pa? y cuando raven se fue del foro? / que épocas”; “se acuerdan de machete? de ejovchina (era así?)?”; “mariesugarcube, hotaru, intermar, laibach”; “la nena, la corrent, chispa, jupa, virula / cuanta gente perdida para siempre”. Constelaciones de nicknames, creatividad onomásticas, nombres en código que pierden a sus usuarios y los sobreviven. Cuando leía ese thread no podía dejar de pensar en Las redes invisibles de Robles.
En la novela de Orani y en los relatos de Robles, se trata también de cifrar en los nombres ciertos sentidos, ciertas significaciones y ciertas experiencias. Las bandas ficcionales del off bonaerense de Primavera ninja podrían existir con toda tranquilidad pero la construcción crítica que realiza Gustavo Roldán, el periodista músico-cultural del relato, y la experiencia de vida del narrador les dan espesor y las diferencian más allá de la simple mención onomástica. Por un lado, Roldán realiza interpretaciones de la propuesta musical de cada banda, entrevista a sus integrantes, traza genealogías y critica positiva o negativamente sus últimas grabaciones; por otro lado, Manca cuenta su vida y su participación en la banda de Juano Díaz, acompañado por una banda de sonido sostenida en estos grupos inventados. Así, los nombres no son trazos sin contenido sino que se abren a la reflexión ficcional de Roldán o a la experiencia (y su transmisión) de Manca. Algo similar ocurre con las redes sociales de Las redes invisibles, cada sitio en los relatos nos abre a los objetivos, la forma de funcionamiento, las reglas de sociabilidad, la relación entre usuarios que se cifran detrás de cada nombre. El plano de la descripción aporta el cómo funciona o el para qué funciona; el plano de la narración propone la experiencia de algún usuario o de un grupo de usuarios que viven un nuevo modo de re-construir su subjetividad y de relacionarse con el otro. De nuevo, los nombres de las redes sociales (pero también los nicknames de los usuarios) cifran significaciones y experiencias, no son marcas en el agua. Por estas razones, Primavera ninja de Orani y Las redes invisibles de Robles son experimentos de creatividad onomástica y nosotros, los lectores, somos sus conejillos de indias, corriendo en la pequeña rueda del sentido.
En Wikipedia, hay algunas ideas básicas sobre la Cábala que resultan interesantes al momento de pensar la creatividad onomástica. Más allá de su definición, disciplina o escuela de pensamiento esotérico relacionada con el judaísmo que utiliza algunos procedimientos para analizar el sentido recóndito de la Torá, la lectura cabalística propone tres mecanismos analíticos básicos: la gematría; el notaricón; y la temurá. La entrada de Wikipedia explicita cada uno y muestra cómo en la descomposición de los nombres y palabras se esconden significados ocultos, gestos divinos, destinos. Esa lectura entre la religión y la paranoia que propone la Cábala considera a los nombres como palabras que cifran sentidos y en el juego con estos, se pueden encontrar mundos y verdades.
La creatividad onomástica en Primavera ninja de Luis Orani y Las redes invisibles de Sebastián Robles es finalmente un modo de pensar. La novela de Orani es la educación sentimental y musical del narrador, atravesada por las críticas intelectuales de Roldán y la figura elusiva de Juano, el rockstar suicidado por la sociedad. Los nombres de las bandas, entonces, son una red que le da verosimilitud a la historia pero también a la Historia (el relato transcurre desde fines de los noventa hasta el 2014, más o menos, pasando por el 2001, claro) y que codifica experiencias y saberes culturales y musicales del conurbano, en particular, de Argentina y el mundo, en general. Por su parte, los relatos de Robles son un muestrario de posibles redes sociales que imaginan un “qué pasaría si” en el que lo virtual y lo real se desdibujan. Los nombres de las redes sociales, en este caso, evocan reflexiones filosóficas y tecnológicas y cifran modos de comunicación y de subjetividad en tiempos de Facebook. En definitiva, ambas obras explotan una creatividad onomástica para pensar el tiempo o el sujeto, la cultura o la historia argentina, y proponen desde géneros y escrituras diversas una misma inquietud: qué se esconde detrás de un nombre.
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