Según señales no demasiado explícitas de algunos allegados, la alquimia (como otra de las tantas actividades que tendieron a degradarse) era más bien una excusa, un instrumento para fines de utilidad relativa. Y el oro que podía aparecer hacia el final de un proceso por otra parte siempre reiniciado, no significaba otra cosa que la calidad de dicho proceso en el alquimista: fuera de él esa materia necesariamente limitada y a veces intratable se volvía la suma o la mezcla, un resultado como tantos. Y en el supuesto caso de relacionar esto con el arte, podría arriesgarse que también le concernía lo procesal, lo cíclico.Una vez admitida la comparación lo primero que creí verificar fue esa misma pobreza de perspectivas concretas que hace a la poco garantizada razón de ser de una escritura. Aunque en este último caso con una primera condición que no puede saberse si era o no condición del alquimista: haber experimentado, con la mayor intensidad posible, la fatiga y hasta el rechazo de todo lo que entendemos por imaginario, de todo lo que está más allá de nuestra relación con una materia necesariamente limitada por nosotros mismos.Ganas repentinas de afirmar que la imaginación es esa rara facultad que estaría separándonos de lo único que nos concierne. Ganas de recurrir a un testimonio que hasta parecería inventado por venir del onirismo testimonial de Kafka: "Sin embargo, la vida natural para el hombre es la vida del hombre. Pero no nos damos cuenta. Nos negamos a verlo de esta forma. La vida humana es demasiado pesada; debido a esta causa queremos eludirla, por lo menos, en nuestra imaginación".
El hermoso ensayo de Néstor Sánchez, En relación con la novela como proceso o ciclo de vida", se encuentra completo acá (Revista Iberoamericana, vol. XXXVII, nº 76-77, Julio-Diciembre 1971, pp. 569-574).
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