lunes, julio 13, 2020

Escrituras excéntricas (2): Selección de Augusto Munaro

En esta oportunidad, el periodista, escritor y lector Augusto Munaro seleccionó a tres autores y sus escrituras excéntricas. Augusto ha construido en estos años una mirada alternativa de la literatura nacional a través de su participación en redes sociales y de la experimentación de su propia obra narrativa (Las cartas secretas de Georges de Broca, Celuloide, El busto de Chiara, Incrustaciones dubaitíes, por nombrar solo algunos...).
En fin, estas son las escrituras excéntricas recogidas por Augusto. ¡Pasen y lean!


Tres momentos/ 3 autores de ayer y de hoy


I. Ignacio Ezcurra

¿Mártir del periodismo? Cuando estudiaba periodismo, de esto hace un cuarto de siglo, un profesor nombró al periodista argentino muerto en Vietnam, Ignacio Ezcurra (1939-68). Nadie en la clase lo conocía. Unos años más tarde Elefante Blanco lo reeditó, a través de una tirada reducida, y volvió a circular, aunque modestamente. Cada año se lo recuerda como el “único periodista latinoamericano en Vietnam”, y nada más.
Si leemos su libro póstumo Hasta Vietnam, la edición de Emecé del 72 es preciosa, hay mucho más que su historia trágica. Ezcurra ante todo es un estilo. La prosa comprometida de sus crónicas, limpia de toda adjetivación gratuita, siempre resultan intensas. Nada sobra, nada está de más. Conciso, sus textos son realmente atemporales. Reflejan una época, claro. Los 60. Walsh, Lastra, el querido y malogrado Rozenmacher, Briante; un realismo crudo. Pero en el caso de Ezcurra, es más sutil y dinámico. Casi estaba por escribir “lírico”, pero no. Murió a los 28 años. Hay un recuerdo por ahí sobre él, de Oriana Fallaci, francamente conmovedor. A veces me lo imagino, como Conti, como Costantini, escribiendo una novela generacional. Sería algo parecido a Enrique Wernicke pero más sutil. ¿Se puede imaginar El agua a través de los ojos de Manucho? Imagen: Portada de Hasta Vietnam (Emecé, 1972).



II. Wally Zenner

¿Alguien recuerda a Wally Zenner (1905-1996)? Me crucé con su nombre por primera vez en el infinito Borges (Destino, 2006), de Adolfo Bioy Casares. Aquel índice onomástico incompleto, contenía unos escasos datos sobre ella. Un par de fechas que indicaban una existencia longeva (1905-96), y una escueta bibliografía, no mucho más. Con los años supe que fue además de poeta vanguardista, traductora, y docente, una de las más destacadas declamadoras de su época. Puso su voz a programas culturales, donde recitó notables poesías. Fundó y dirigió el “Teatro Experimental Espondeo” (término que remite a la métrica poética y se refiere, puntualmente, al pie de la poesía clásica griega y latina que está compuesto de dos sílabas largas), allí puso en escena sus traducciones de obras europeas. Habría que enumerar e investigar con precisión el total de obras que dirigió en ese contexto.
Zenner escribió poemarios valiosos, entre algunos, el perplejo y fúnebre Encuentro en el allá seguro (Viau y Zona, 1931), “Moradas de la pena altiva” (Colombo, 1932), “Soledades” (1934); “Vocación de alabanza” (1946); Antigua lumbre (1949). El primero y último de los libros llevan textos de Borges.
Según cuenta la leyenda, Zenner tenía una voz estupenda, al punto de ser más recordada por esos atributos que por los de su poesía. El libro de Borges Cuaderno San Martín (Proa, 1929) contiene un poema dedicado a ella (que, dicho sea de paso, luego suprimió tras considerarlo imperfecto).
Tal vez sea un buen momento para reeditar la obra lírica de Wally Zenner. Versos breves, emocionales por la “persuasión patética de su voz” (si nos dejamos guiar por las palabras precisas, sutiles de Borges). Una voz que permanece en la oscuridad hace más de 70 años. Imagen: Portada de Antigua lumbre (1949).


III. Luisa Sofovich

Lo que ocurrió con esta escritora argentina es bastante atípico. Hoy, además de que nadie la recuerde (y mucho menos la lea), se la reduce únicamente como tía del reconocido productor y director de espectáculos, Gerardo Sofovich, y como esposa del excéntrico y multifacético Ramón Gómez de la Serna. La pobre Luisa Sofovich (1905-1970) ha quedado demasiado relegada.
Sus libros fueron originales y muy dispares entre sí (por estilo y temática, no en términos de calidad literaria): Historias de cuervos (Losada, 1945), El ramo (Ediciones Huella, 1943); La sonrisa (Ediciones de “La Peña”, 1933), El baile (Losada, 1958), o su admirable Siluetas en negro (Ed. Sudamericana, 1950); incluso, escribió Biografía de la Gioconda (Espasa Calpe, 1953).
Sofovich fue una escritora plural, que encaraba diferentes registros con la misma altura inventiva. Sus libros octogenarios ya circulan en librerías de viejo, pero sin pena ni gloria. Nadie la nombra. Ni siquiera una calle. ¿Por qué debería reeditarse su obra? Acaso, y sobre todo, por La gruta artificial (Ediciones de La Sociedad Amigos del Libro Rioplatense, 1936). Se trata de un libro de relatos potente, donde el ritmo narrativo alcanza, por momentos, un grado de madurez superior al de Norah Lange o las hermanas Grondona, por nombrar a escritoras contemporáneas suyas. Mientras tanto, hace medio siglo que Luisa Sofovich descansa en el cementerio de Olivos, y en los anaqueles de las librerías de viejo. Aguardando, en silencio. Imagen: Portada de La gruta artificial (1936).


¡Gracias, Augusto Munaro, por tu participación con estas escrituras excéntricas!

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