viernes, febrero 23, 2007

Poe

Al ver que estaba llegando, vino corriendo desde la esquina para llegar agitado en frente mío cuando abrí la puerta del auto. Me miró y se dio vuelta, y corrio escaleras arriba hasta la puerta de casa, adelantándoseme. La abrí en falso; ¡mierda!, cierto que ahora la llave está bajo la piedra. Nada de esto lo inmutó; todo el tiempo que había tardado yo en juntar mis cosas dispersas en el asiento de atrás lo había pasado sentado en el piso de baldosas. Destrabé (tengo que engrasar la cerradura de casa de una buena vez) y se encedió de vuelta; apenas una hendija y se coló desesperado. Eran las ocho y estaban todas las cortinas cerradas. Adentro pesaba mas la humedad que afuera; tambien las ventanas estaban cerradas. Prendí a tanteos la luz, merced a mi manía de cerrar antes de aprovechar la luz natural que entra desde el frente. Y estaba ahí, tirado sobre la madera en el hall, y así se quedó quince minutos más mientras yo iba y venía de la cocina, prendía el televisor, abría las ventanas, revisaba la heladera. En algún momento, que no logro aislar de toda esta cadena, volvió a correr hacia mí y me mordió el tobillo, lo que ameritó una instintiva patada que lo dejó a uno o dos metros. Pobre, tenía hambre, volvió con cola de paja. Entonces me entró la duda: ¿en qué carajo había estado pensando todo ese tiempo, mi gato?
Como dice el sabio Lorenzo, la filosofía tiene que estar para esas cosas.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Brindo por ese gatito!
Ojalá que la próxima te muerda la oreja, jaja!
Besos lejanos...

Romita

 

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