Jorge Lafforgue escribe: "El [otro] texto, “Empresarios del Apocalipsis”, es una carta de lectores aparecida en la revista Qué del 6 de noviembre de 1956, en la cual Walsh se refiere a Héctor A. Murena sin mucha piedad. Tiene la temperatura del texto clave que Walsh estaba escribiendo en ese momento, se inscribe en la gran tradición polémica nacional (la de Sarmiento/ Alberdi, pero sobre todo de las incisivas plumas de algunos escritores nacionalistas) y da buena cuenta de ciertas opciones ideológicas que el autor veía con suma agudeza (pienso correlativamente en el papel que cumplió Murena en el campo cultural argentino: su magisterio inicial sobre los jóvenes que hicieron Contorno, quienes luego, cuando Murena opta por Sur, lo repudiaron puntualmente; etc.)"
Empresarios del Apocalipsis
Señor director:
En el primer número del suplemento literario de Crítica, del 10 de octubre, me llamó la atención un artículo firmado por H. A. M., que supongo que es H. A. Murena, director del suplemento. Al ver el título –Los idiotas– imaginaba que el señor Murena adelantaba un trozo de su autobiografía; pero enseguida advertí que para ese caso sobraba el plural. Y leyendo el artículo comprobé que los idiotas éramos todos los demás, menos él, naturalmente.
Yo conocía a Murena como profesional de la angustia y empresario del Apocalipsis. Ahora debo admitir que lo conozco como hombre valeroso. Porque no es poca cosa endilgarnos ese común denominador a 15 o 20 millones de habitantes.
Usted sin duda pensará que yo me he sentido personalmente aludido o retratado y que pretendo compartir tal distinción, que el número de idiotas no puede ser aquí tan considerable y si lo fuera, nadie se atrevería a decirlo. Para disipar tal espejismo, basta mencionar las variadas categorías que H. A. M. incluye entre los idiotas: 1) los que piden que se entregue la explotación del petróleo a otros países; 2) los que piden lo contrario; 3) los inventores del tango; 4) los inventores de la gomina; 5) otros grupos más indiferenciados de vanidosos, rencorosos, mediocres, despreciativos y olvidadizos; 6) la comunidad entera que ha trabajado, según él, para crear el problema artificial de clases.
Ya ve usted que bajo el solo rubro 6 estamos todos los que somos. Y por si alguna duda quedase, sentencia Murena: “En la actualidad, la mayor concentración de idiotas de esta clase –acaso la mayor registrada en la historia– habita en el continente más austral.”
En su artículo se queja H. A. M. de que el pueblo, en vez de leer las cosas que escriben él y sus colegas, prefieren “historietas, novelitas cursis, policiales, toda la gama de basura.” Me parece que esa preferencia revela cierta sensatez. Al fin y al cabo, el masoquismo sólo se hace práctica consciente en las clases altas.
Rodolfo J. Walsh – La Plata (1956)
Fuente: Lafforgue, Jorge (ed.): Texto de y sobre Rodolfo Walsh, Madrid-Buenos Aires, Alianza, págs. 249-250.
Empresarios del Apocalipsis
Señor director:
En el primer número del suplemento literario de Crítica, del 10 de octubre, me llamó la atención un artículo firmado por H. A. M., que supongo que es H. A. Murena, director del suplemento. Al ver el título –Los idiotas– imaginaba que el señor Murena adelantaba un trozo de su autobiografía; pero enseguida advertí que para ese caso sobraba el plural. Y leyendo el artículo comprobé que los idiotas éramos todos los demás, menos él, naturalmente.
Yo conocía a Murena como profesional de la angustia y empresario del Apocalipsis. Ahora debo admitir que lo conozco como hombre valeroso. Porque no es poca cosa endilgarnos ese común denominador a 15 o 20 millones de habitantes.
Usted sin duda pensará que yo me he sentido personalmente aludido o retratado y que pretendo compartir tal distinción, que el número de idiotas no puede ser aquí tan considerable y si lo fuera, nadie se atrevería a decirlo. Para disipar tal espejismo, basta mencionar las variadas categorías que H. A. M. incluye entre los idiotas: 1) los que piden que se entregue la explotación del petróleo a otros países; 2) los que piden lo contrario; 3) los inventores del tango; 4) los inventores de la gomina; 5) otros grupos más indiferenciados de vanidosos, rencorosos, mediocres, despreciativos y olvidadizos; 6) la comunidad entera que ha trabajado, según él, para crear el problema artificial de clases.
Ya ve usted que bajo el solo rubro 6 estamos todos los que somos. Y por si alguna duda quedase, sentencia Murena: “En la actualidad, la mayor concentración de idiotas de esta clase –acaso la mayor registrada en la historia– habita en el continente más austral.”
En su artículo se queja H. A. M. de que el pueblo, en vez de leer las cosas que escriben él y sus colegas, prefieren “historietas, novelitas cursis, policiales, toda la gama de basura.” Me parece que esa preferencia revela cierta sensatez. Al fin y al cabo, el masoquismo sólo se hace práctica consciente en las clases altas.
Rodolfo J. Walsh – La Plata (1956)
Fuente: Lafforgue, Jorge (ed.): Texto de y sobre Rodolfo Walsh, Madrid-Buenos Aires, Alianza, págs. 249-250.
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