sábado, julio 13, 2013

Ser contemporáneo (Kartun-Jeanmarie-Campanella)

Una de mis última adquisiciones, y me congratulo de ello, es Tríptico patronal de Mauricio Kartun (Atuel, 2013). El tríptico incluye El niño argentino, Ala de criados y Salomé de chacra, tres obras increíbles con un estilo poético difícil de encontrar en clima teatral que suele debatirse entre el tono coloquial/costumbrista y el tono grandilocuente/abstracto. Las tres obras toman escenas de conflicto entre clases y exploran el pensamiento nacional más rancio y empaquetado desde un humor corrosivo, farsesco, como señala el propio autor, esperpéntico. Resulta imprescindible darle lugar a estas obras en las lecturas de la violencia en la literatura argentina, son aire fresco frente a lo remanido de la repetitiva relectura de "El matadero", "La fiesta del monstruo", "El niño proletario", etcétera. Hay vida en la imaginación de los conflictos socio-políticos argentinos post-Lamborghini.
Sin embargo, no son las obras lo que quiero retomar en este post, sino una anécdota que Kartun cuenta en entrevista con Jorge Dubatti sobre un proyecto frustrado y la causa de dicha frustración. Un hermoso ejemplo de qué es ser contemporáneo.

El segundo fracaso fue un monólogo que desde hacía rato tenía ganas de hacer con Osqui Guzmán. Un monólogo que hasta tenía nombre, El negro de mierda, y era el desarrollo de un unitario que escribí en los '80 para un programa de televisión. Nunca quise escribir tele y en ese momento acepté porque sentí que tenía una buena idea. Empecé a escribir el guión y cuando me faltaban un par de secuencias me di cuenta de lo poco que me entusiasmaba ese medio, sentí que la idea ahí se me abarataba. Llame por teléfono y avisé que no lo haría. Para este proyecto lo había retomado y pasado al contexto de los "90. La historia de un hombre que le ha ido muy mal en los negocios y pésimo con su familia, la mujer se le fue y no le deja ver a los hijos, él ha quedado en una gran casa solitaria y decadente en un barrio de quintas. Está trastornado y lo trastorna más aún que cada tanto alguien le roba el bombeador de la pileta que mantiene siempre llena y limpia esperando infructuosamente que algún día vengan sus hijos. Está convencido de que el turro que le roba es un negro de una villa cercana. Le tiende una trampa, lo captura y lo encierra en un galpón donde tiene guardada una moto de agua fundida y obsoleta, lo único que le quedó de aquella época de felicidad familiar en que veraneaba todo enero en Pinamar. El tipo piensa que si entrega al negro a la policía este entra por una puerta y sale por la otra. Entonces lo juzga y lo condena a un año de cárcel ahí mismo con la idea de regenerarlo, de civilizarlo. La obra es el tratamiento carcelario que durante un año un señor de clase media le da a un negro para tratar de volverlo blanco de la cabeza. Y al final como naturalmente no lo consigue, impone la pena de muerte. Estaba laburando con este proyecto cuando entregaron el Premio Clarín de Novela de ese año: leí al pasar el argumento y descubrí que en esencia era el mismo. Ningún plagio, claro, las ideas andan dando vueltas, están por ahí. La novela es de Federico Jeanmaire, que tiene incluso una versión teatral actualmente en el Teatro Regina. Es una anciana en este caso la que encierra a un ladrón en el baño, pero tiene otros puntos de coincidencia... Imagino que de escribirla nadie hubiera dicho Kartun está plagiando, pero la sensación de falta de originalidad me quitó todo el erotismo. El erotismo está siempre en aquello de "el uno para el otro", si el ex de tu mujer está metido todos los días en tu casa no hay erotismo que aguante (risas). De cualquier manera hice algún esfuerzo de seguir, y cuando lo estaba recuperando otro cachetazo: vi la película de Campanella, El secreto de tus ojos (risas), donde en la última escena hay un tipo que tiene preso en su casa a un violador. Y ahí la falta de erotismo se volvió impotencia (risas). Una pena: había algunas imágenes que me gustaban mucho, especialmente la relación de ellos con Duhalde: en un paseo imaginario, el carcelero lo llevaba de vez en cuando al negro en la lancha (risas), lo sacaba para mostrarle lo que es Pinamar en temporada, y su gente y a la manera de Peer Gynt en el trineo con su madre lo paseaba y le mostraba el poder: ése es Yabrán, esos son los políticos, ése es Duhalde, -pescaba tiburones como siempre Duhalde-, y el tipo le decía cabezón, se hacía el amigote y lo ponía como ejemplo para que el negro comprendiera que podía transformarse en un hombre como él. En fin, abandoné. (pp. 167-168)

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