Y después de ver 24 hour party people de Michael Winterbottom es imposible no correr desesperadamente a la computadora y buscar ese maldito cd donde tenés ese tema que te rebota, que te penetra, que no te deja tranquilo. Agarrás el cd y buscás hasta encontrar el nombre Joy Division, marcás todos los temas y los mandás al Winamp. Doble click sobre Love will tear us apart y con esa música de fondo sí, ahora sí que podés escribir sobre la película, sobre todo esa música y toda esa droga, sobre esa época tan tecno, sobre ese productor desquiciado bailando como un imbécil, seducido por Ian Curtis, cantante de Joy Division, que desde arriba del escenario derrama su voz gutural y se mueve con ritmo hiperkinético; negando que Happy Mondays sea funk, viendo en Shaun Ryder a un verdadero poeta posmoderno. Let´s begin.
Esa música paralela, esa música under, esa música otra que se cuela por los subterráneos de Manchester y por las paredes de The Factory, ya no Queen o Bowie sino una música que al principio es casi siniestra y primitiva en las manos de Joy Division, con un cantante que es capaz de bailar como un esquizofrénico y de tener un ataque en medio de un recital repleto de skin-heads; esa música que luego se tornará brillante y simple con los Happy Mondays y Bez bailando como un estúpido y preparando los mejores cocktails lisérgicos del mundo musical. Si 24 hour party people intenta mostrar, por un lado (confesión: es el lado que a mí me interesa), el surgimiento de dos grupos que marcaron la música de los 80’ y toda una cultura alrededor de esos grupos, cultura del movimiento, cultura de la droga, cultura vanidosa, cultura ascética, entonces la escena que marca el cambio, el nacimiento de la nueva era, la primera piedra arrojada contra la prostituta melódica es esta: dos manos arrancando un póster de Led Zeppelin y luego otro de David Bowie; un cuerpo saltando al ritmo de una batería que imprime sus sonidos como los golpes de un martillo oscuro en un yunque oxidado, golpeando la carne inerte y transpirada de suciedad humana, sacando chispas fulgurantes; un cantante aferrado al micrófono con la boca abierta y la garganta surcada por el odio y la tristeza; un productor, Tony Wilson, que ve en los Sex Pistols y en Johnny Rotten a la estrella de Belén que anuncia la llegada de algo que revolucionará el mundo de la música y la vida toda.
Por otra parte, la ruta de la muerte (los pies de Ian Curtis colgado en frente del televisor; el vocero gritando la muerte; el funeral de Ian con sus fanáticos en cuero negro y aros en la cara) y la ruta de la droga (la línea de la ruta es una línea de cocaína; el viaje a Barbados y la metadona) tienen su encrucijada en el territorio de la música ochentosa. El porro que pasa de mano en mano, de boca en boca y el tánathos que se filtra a través de esa boquilla, el veneno entrando al organismo como si fuera un virus, multiplicándose en su reservorio orgánico, incendiando los pulmones y las vísceras que podrán ser apagadas sólo con alcohol. Es el típico “sex, drugs & rock’n’roll” pero explotado por una música diferente: la música oscura de Joy Division, la música festiva de Happy Mondays.
Mientras tanto la rueda sigue girando y de la cima se pasa a la sima y a revolcarse en las deudas y en los sueños frustrados, a perder dinero en la ruleta del mercado. Tony Wilson, protagonista y productor, sabía que Ian Curtis era el Che Guevara cantando en el frente de la música new wave, con una cigarrillo en una mano y la tristeza consumiendo su cuerpo; sabía que Shaun Ryder, cantante de Happy Mondays, estaba a la par de W. B. Yeats, un poeta bajo los influjos esclarecedores e inspiradores de la heroína, escribiendo con una jeringa las letras que contagiarán a sus seguidores; Tony con su sangre firma el contrato para unir su vida a los grupos de la revolución musical, es el contrato con el que vende su alma a la música, al poder y a la ambición. Por último, vuelve a estar la droga, camino divino comprado en Barbados con la plata que Happy Mondays debía usar para grabar su nuevo disco, el nexo que lo conecta con Dios y Dios es el mismo, que brillante y luminoso dice: “Es una lástima que no hayas firmado con The Smiths.” Y, sí, Tony, nosotros también sabemos que es una lástima.
3 comentarios:
Love will tear us apart estaria en una lista de las 30 Canciones-Gloria (= yo jamas hago este tipo de cosas)
cuchaste la version de 100fuegos? es buena tb
Aunque demasiado visceral de su parte, comparto la visión del film. Se pierde en esta crítica una línea sutil (casi como una cinta moëbius): todo eso (el punk, la droga, los ´80) no es ni más ni menos la antesala del trance (disco, marcha, whatever). Se escapa de la modernidad y se torna posmoderno... todo el punchi-punchi explota en tu cabeza y se instala como un "son cosas que pasan" o simplemente, no pasa nada... pero, en realidad, no importa, llevense todo (de The Factory). Finalmente, nos dejamos llevar... todo sigue siendo una ilusión efímera que se nos escapa
Gracias por los comentarios y perdón, pam!!!, por olvidar el legado ochentesco. Tal como vos decís hacia el final de la película se percibe el nacimiento del trance, en particular la escena en que dice que los que iban a The Factory empezaban a aplaudir no a la música sino al que pasaba música, es decir, el dj.
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