Los narradores de cuentos no imaginaron que la Bella durmiente del bosque se habría despertado cubierta por una espesa capa de polvo; tampoco pensaron en las siniestras telarañas que sus cabellos rojos habrían desgarrado con el primer movimiento. Sin embargo, tristes mantos de polvo invaden sin cesar las habitaciones terrestres y las ensucian uniformemente: como si se tratara de disponer los desvanes y los cuartos viejos para el ingreso próximo de las apariciones, los fantasmas, las larvas a las que el olor carcomido del polvo viejo sustenta y embriaga.
Cuando las gordas muchachas "aptas para todo servicio" se arman cada mañana con un gran plumero, o incluso con una aspiradora eléctrica, tal vez no ignoran del todo que contribuyen tanto como los científicos más positivos a alejar los fantasmas malhechores que la limpieza y la lógica desalientan. Es cierto que un día u otro el polvo, dado que persiste, probablemente comenzará a ganarles a las sirvientas, invadiendo inmensos escombros de casonas abandonadas, almacenes desiertos: y en esa lejana época, ya no subsistirá nada que salve de los terrores nocturnos, a falta de los cuales nos hemos vuelto tan grandes contadores...
Fuente: Bataille, Georges, La conjuración sagrada, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2004.
0 comentarios:
Publicar un comentario