sábado, mayo 22, 2010

In-fancia (sobre Las infantas de Lina Meruane)


Excursus: Hace unos años, me enteré de una experiencia vinculada con el análisis del discurso que un grupo de investigadores estaba realizando en una residencia de ancianos. Esta experiencia consistía en proponerle a un grupo de individuos que sufrían el mal de Alzheimer la siguiente tarea: volver a contar el cuento clásico infantil de “Caperucita Roja” como lo recordaran, con sus propias palabras. Los resultados eran por demás interesantes: aunque los relatos de los ancianos casi nunca coincidían con el cuento original (que se suele contar en familia o en los jardines de infante), se conservaban ciertos elementos: un personaje adulto (a veces, el lobo; otras veces, simplemente un adulto); un personaje infantil (a veces llamada "Caperucita"; otras veces con diversos nombres pero siempre conservando características infantiles); y una relación de tentación entre ambos (que en algunas ocasiones rayaba con lo erótico o lo sexual). Es decir, cierta estructura básica, detrás del relato para niños, subsistía (y se repetía sorprendentemente) pero no conservaba la candidez del original, más bien se trataba de una historia de seducción en torno al tabú de la infancia y su relación con la sexualidad y la adultez.

En una primera instancia, la apuesta de Las infantas de Lina Meruane (Eterna Cadencia, 2010) pasa por, de algún modo, pervertir y subvertir los cuentos infantiles tradicionales (desde “Caperucita Roja” hasta “Blancanieves”, pasando por “La Bella Durmiente”, “Hansel y Gretel” y “El flautista de Hamelín”). Si ‘pervertir’ y ‘subvertir’ son acciones que suponen arruinar, perturbar o trastornar versiones (en este caso, las clásicas e inocentes versiones), las tramas que se entrelazan en este libro nos presentan, mediante una prosa sensorial-material, una constante alusión a lo sexual y a lo morboso en el marco de estos cuentos infantiles reinterpretados. Así, por ejemplo, en la historia de las infantas fugadas del palacio, Blanca sueña, alucinada, que es Caperucita (“Soy la caperucita de sus sueños, que aparece en su minúsculo pijama de niña. Mi traje nocturno silba con la brisa. El aire me levanta los pezones.” (44)) y que el lobo la seduce y la atrapa (“Él me alcanza por detrás y me olisca entre las piernas y me lame el cuello sugiriendo que no me apure.” (44)).  O en otro capítulo de esta historia se nos describe: "La Cenicienta arrastraba su traje, hipando a cada paso, y reía, reía maldiciendo a sus hermanas las gordas, que intentaban obligarla a comer porque querían que engordara. Reía y reía con una felicidad desconcertante, espasmódica, eufórica; reía, delgada como un espejismo." (73).
Ahora bien, en los otros cuentos integrados que se intercalan con la historia de las infantas, los relatos infantiles también aparecen pero esta vez como el revés de la trama. En un cuento como “hermanastras”,  por ejemplo, la historia trágica de la muñeca que lleva la narración se asemeja a “Pinocho” pero se subvierte esa referencia y se la destila en un conflicto de celos, seducción y envidia.

Excursus: Hace dos semanas, el caso del video porno de General Villegas que mostraba a una chica [según la ley, menor de edad (15 años)] teniendo relaciones sexuales con tres muchachos [según la ley: mayores de edad (de 24 a 29 años)] se convirtió en un tópico de discusión por excelencia bajo el nombre mediático de “el caso Villegas”. Lo que se discutía (que era delito, según la ley vigente, no había duda) era lo siguiente: ¿había violación de la menor o la chica había participado con su consentimiento? Si había violación, es decir, si la menor había sido forzada por los tres muchachos a tener relaciones sexuales, la discusión llegaba a su fin: abusadores y falta consentimiento de la víctima es igual a violación. Pero si, por el contrario, había consentimiento se abrían otros interrogantes: ¿seguía siendo delito el acto sexual? ¿o más bien había un común acuerdo en el que la violencia y la fuerza no intervenían sino que la atracción y la voluntad entraban en escena? Entre estos interrogantes y otros más (y con el agregado de diversos "casos" que, como un dominó, espectacular, fueron saliendo a la luz en estos días), se abre un espacio de contradicción entre la ley y la sociedad pero también entre la infancia (la minoridad) y la sexualidad, entre el deseo, el erotismo y la inocencia, tensiones que nunca pudieron ser pensadas sin sentir molestia, enojo o indignación.

Ahora bien, en una segunda instancia, lo que viene a mostrarnos la escritora chilena Lina Meruane en Las infantas no es sólo una perversión o subversión de los cuentos infantiles (o, si se quiere, de la infancia y su vínculo con la inocencia, con lo asexual, con la pureza) sino que es una puesta en evidencia, una redistribución de espacios para hacer visible lo que nunca pudimos ver en los relatos que una y otra vez oímos y transmitimos: el deseo infantil.
Tomando la noción de "política" de Jacques Rancière, el carácter “político” de este libro radicaría justamente en esa “distribución y redistribución de tiempos y espacios”, en la “manera de encuadrar y reencuadrar lo visible y lo invisible”, en “traer a escena nuevos objetos y sujetos, en hacer visible lo que no era” (Rancière, Jacques: “La política de la estética” en Revista Otra parte, nº 9, primavera 2006). Si la palabra ‘infancia’ proviene, según su etimología, de las palabras latinas infans, infantis que significan “privado de palabra”, Meruane invita, a través de la subversión de los cuentos infantiles y de su prosa, a devolverle la palabra a las infantas (y los infantes), a esos seres hablantes y audibles que no quieren ser escuchados. Así, Las infantas pone en circulación el deseo y la palabra de la infancia (o del relato de la infancia) como radical otredad, tensionada entre la familia (el rey, el padre, la profesora) y el rapto (la fuga, la muerte, el extraño, el sexo), mediante la puesta en abismo de los cuentos infantiles y la reescritura de los mismos,  una reescritura  heterogénea cuyo tono recuerda al de Silvina Ocampo (esos niños y narradores perversos, malditos),  al de Franz Kafka (esas atmósferas asfixiantes, obsesivas) y al de Mario Bellatín (ese estilo entre alegórico, preciso y despojado) y cuyos protagonistas no necesariamente son niños como en los cuentos integrados en donde los adultos se ven atravesados por la infancia que les enciende ciertos deseos, ciertas potencias olvidadas.

Excursus: En El siglo (Manantial, 2005), el filósofo francés Alain Badiou revisa la teoría freudiana en el capítulo 7 “Crisis de sexo” y dice: “Freud responde que la infancia es el escenario de la constitución del sujeto en y por el deseo, en y por el ejercicio del placer ligado a representaciones de objetos. La infancia fija el marco sexual dentro del cual, en lo sucesivo, todo nuestro pensamiento debe mantenerse, por sublimadas que sean sus operaciones.” (102) y agrega “que la infancia, muy lejos de cualquier “inocencia”, es una edad de oro de la experimentación sexual en todas las formas.” (103)

En esa búsqueda de lo extraño en lo clásico, en ese rastreo de una potencia que desarma la inocencia y el carácter inofensivo de cuentos contados una y mil veces (estrategia arriesgada que no puedo evitar poner en relación con el brillante libro de Ariel Schettini, al que le debo un comentario, (El tesoro de la lengua (Entropía, 2009)), Las infantas sostiene una estructura digna de resaltar: relatos autónomos en primera persona (que van desde una sesión de masajes hasta la persecusión de una inquietante niña) se intercalan con una historia con un narrador omnisciente clásico de los relatos para niños (la de las infantas que se fugan del palacio y viven una ristra de encuentros y sucesos desviados, sugerentes, perversos). Pero estos textos intercalados se engarzan, por obra de la escritura de Meruane, como una cadena a través de diversos elementos y atmósferas que vuelven una y otra vez como un ritornello para girar sobre los mismos temas pero sin agotarlos: las relaciones entre padre e hija (“desde el palacio”; “de mano en mano”); el hombre y lo animal (“nueve nudos en el palace” (reescritura de una reescritura, “La casa de Asterión”; “cuencas vacías”); la tensión entre adultez e infancia (“reina de piques” y “en el pabellón); el vínculo entre sexo, glotonería y muerte (“el tribunal”; “el comedor de la pensión”). A esa estructura precisa y llamativa, se le suma el estilo,  como señaló Mariana Enriquez en la presentación de Las infantas, sensorial-material de Meruane en el que los cinco sentidos se activan a través de adjetivaciones y descripciones suscintas que generan toda una gama de sensación que puede ir de la aprensión al placer. Las comidas y sus aromas (banquetes abundantes, golosinas deliciosas, carnes humeantes), los roces corporales y sus sensaciones (lenguas que lamen, dedos exploradores, lóbulos lamidos) y los escenarios (atmósferas cerradas y precisas, palacios y cantinas) se transmiten al lector como si los sentidos, dejando a la vista de lado, alcanzaran el más allá de las palabras y trajeran al presente de la percepción la trama que Las infantas nos narra.
En este sentido, la infancia que recupera su voz y que, de algún modo, nos subvierte la memoria (nunca más pensar en los cuentos infantiles como los pensábamos antes,:sentir otras potencias, otras presencias en ellos) o nos redistribuye los espacios (prestar atención a la "partición de lo sensible" a la que estamos acostumbrados: preguntarnos por lo que es visible y lo que no, quiénes tienen la palabra y a quiénes se calla), qué temas pueden discutirse y cuáles no) es una de los razones para asomarse a Las infantas de Lina Meruane. Eso y la delicadeza de su escritura y de su imaginación. 

Excursus: en su libro La gran matanza de los gatos (FCE, 1994), Robert Darnton transcribe una versión oral del cuento del siglo XVIII de “Caperucita roja”:
“Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su abuela. Mientras la niña caminaba por el bosque, un lobo se le acercó y le preguntó adónde se dirigía.
– A la casa de mi abuela, le contestó.
– ¿Qué camino vas a tomar, el camino de las agujas o el de los alfileres?
– El camino de las agujas.
El lobo tomó el camino de los alfileres y llegó primero a la casa. Mató a la abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón. Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama. La niña tocó a la puerta.
– Entra, hijita.
– ¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche.
– Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena.
La pequeña niña comió así lo que se le ofrecía; mientras lo hacía, un gatito dijo:
– ¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela!
Después el lobo le dijo:
– Desvístete y métete en la cama conmigo.
– ¿Dónde pongo mi delantal?
– Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás.
Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba:
– Tírala al fuego; nunca más la necesitarás.
Cuando la niña se metió en la cama, preguntó:
– Abuela, ¿por qué estás tan peluda?
– Para calentarme mejor, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes?
– Para poder cargar mejor la leña, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes?
– Para rascarme mejor, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?
- Para comerte mejor, hijita.
Y el lobo se la comió.”

4 comentarios:

Ezequiel M. dijo...

Estás destinado a ser robado. Muejejeje.

Anónimo dijo...

Hola Matias, muchas gracias por tomarte el tiempo de hacer este comentario de mi libro. Celebros tus excursus, porque en mas de un sentido este libro en si mismo es eso, incursion, y sus protagonistas, excurs-ionistas.

Ezequiel M. dijo...

Te chorié como un campeón.
La verdad es que está muy buena esta reseña.
Yo también celebro tus excursus.

Matías dijo...

Jaja, todo bien, soy derrideano. Abrazo!

 

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