miércoles, septiembre 24, 2025

Entre King Kong y los cuentos de hadas, la eternidad


Hace unas semanas estoy atravesando la voracidad íntima de Orgía, de Tulio Carella. He subido algunos textos de Carella (dramaturgo, crítico, humanista católico, deseoso poeta) años atrás y este libro en particular durante mucho tiempo fue imposible de conseguir, básicamente porque no existía en castellano. El artífice de la retraducción desde el portugués fue Federico Barea, quien emprendió la titánica tarea para la editorial Mansalva (proyecto que además publicó Carella, una novela-biografía muy recomendable escrita por Gonzalo León). 

Este diario ficcional escrito en 1960 y editado en 1968 por primera vez se encuentra, por fin, con los lectores argentinos y Carella, gracias al trabajo de Barea y de León, reaparece luego de años de silencio. Pero lo que quiero contar acá es un detalle nomás, una hermosa coincidencia. 

Con sorpresa leo en Orgía un fragmento que inmediatamente anoto:  
Hermindo está preparando una antología erótica. La literatura pornográfica son cuentos de hadas para adultos, dice. 
Digo "con sorpresa" porque en paralelo a Orgía, publicada por cierto en una colección de literatura erótica dirigida por Hermilo Borba Filho (en la ficción, 'Hermindo') y con cautivante contenido sensual y sexual, leí algunas semblanzas, algunos textos y hojeé libros de Alejandro Vignati. 

Vignati fue un gran fabulador, cultor del realismo fantástico en estas pampas y en España, autor de un best-seller sobre el Triángulo de las Bermudas y otras obras sobre templarios, ovnis, nazis de pretensiones esotéricas y toda esa hermosa fauna de los 60-70. (Recientemente el libro de Alejandro Agostinelli, Argentina X. Un cronista a la caza de fantasmas, alienígenas y demonios le dedica un capítulo muy ilustrativo).

Con sorpresa, entonces, recordé que en un perfil escrito por Jorge Asís sobre el Loco Vignati y recopilado en El Buenos Aires de Oberdán Rocamora (1981) el Turco escribía: 
Para resumir, Vignati supo anotarse oportunamente en la consumidísima onda que él denomina 'realismo fantástico', 'que viene a ser algo así como echar un castillo abajo con espejos adentro', o más candorosamente, 'una manera de devolver un cuento de hadas al que lo perdió'. 

Hermosa coincidencia: el realismo fantástico y la literatura pornográfica, contar los ovnis y las orgías, narrar la telequinesis y el sexo oral, es sencillamente recobrar cuentos de hadas para gente adulta que perdió la capacidad de asombro, que ansía fantasías. 

Los caminos de la literatura son insondables. Que un personaje en la Recife de los años 60 utilice una expresión tan similar a la utilizada por un experto en cuentos cósmicos y teorías conspiranoicas, que ambos encuentren en géneros disímiles la posibilidad de recobrar la magia de los cuentos de hadas es una sorprendente coincidencia. 


Como frutilla del postre, acaso la mejor obra de Vignati sea su ensayo King Kong, el simio erótico (1976), que explora el antiguo mito de la bestia y la dama hasta su concreción cinematográfica y pop en el celebérrimo simio. Ese nombre, 'King-Kong', es el seudónimo del mestizo que sodomiza al desorientado y deseoso Lucio Ginarte, protagonista de Orgía. Va una muestra: 
Lucio también se acerca a la ventana y King-Kong le hace un lugar, moviéndose un poco hacia la derecha. No mucho. La brecha no es amplia y están demasiado juntos. King-Kong finge mirar un auto que pasa y apoya su cuerpo en el de Lucio. Cuando el vehículo desaparece, no se separan: sigue apoyándose suavemente, transmitiendo el calor de su sangre. El contacto es una pregunta y la pregunta tarda en hacerse. La pasividad de Lucio es una respuesta, un consentimiento. Para tener la certeza, King-Kong acentúa la presión, moviéndose apenas. Acentúa, también, la intimidad y la pregunta cambia, ahora es el sexo comprimiendo contra el muslo de Lucio. La respiración de ambos se ha vuelto más profunda, más tranquila; el cazador no respira mientras se acerca a su presa y apunta con su arma; la presa tampoco respira, esperando pasar desapercibida o despertar la compasión del cazador. King-Kong procede con cautela: poco a poco se desliza sobre la espalda de Lucio hasta encontrar una protuberancia convexa, en la que se instala, al principio suavemente, luego acentuando el roce para que sea vivo, intencional y no casual. El ruido de los colectivos sobre los adoquines de la calle no altera el silencio que se ha creado entre ellos y los envuelve. Un silencio denso, casi palpable, puede formarse en medio de una multitud. Seguir así es comprometedor: pueden verlos desde la calle. El mismo pensamiento surge simultáneamente en King-Kong, que se aleja y cierra la ventana como si fuera el amo de la casa. Ha tomado una decisión.
Pfff, ¡La bella durmiente es un poroto al lado de esta escena! Entre los cuentos de hadas y King Kong, Alejandro Vignati y Tulio Carella se miran en la eternidad de la literatura argentina olvidada. ¡Salú!

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