Prólogo:
Terminó el Bafici con una
premiación, tal vez, tan cuestionable como la de Mar del Plata. Quedó gracias a ella, o a los propios films, el cine mexicano sobre la cima del cine latinoamericano. También la pronta obligación de concurrir a un
festival de cine picantón.
Como intenté sugerir en las entregas anteriores creo que se tendría que discutir a fondo cual es la función de los festivales, si pasar más de 400 películas tiene sentido, cuando ello significa exponer películas en mala calidad, en salas en malas condiciones o films que están por debajo de la calidad de un festival. Aunque, como dijo un amigo de este cronista,
"Esta bien lo que decís, pero ¿dónde habría un pantallazo del cine mundial sino es en los festivales?".
El segundo tema que quiero abrir para discutir (si es que detrás de la virtualidad que nos separa podemos discutir) es sobre la definición de lo llamado "cine independiente". Entiendo que el nombre del festival es "de cine independiente" y no "festival independiente", pero ¿es necesario que grandes empresas como Clarín o el Shopping Abasto intervengan sobre la programación de películas que ideológicamente optaron por escabullirze para su producción de esas grandes compañías ?. También pienso, que confundo las instancias, y una instancia es la "producción" y otra es la "distribución", pero ¿no se podría intentar por dentro (o fuera) de una organización estatal dar un espacio correspodiente de exhibición a esa instancia de producción?.
Espero que hablen. Dejo lo las reseñas de lo que ví, los últimos últimos días:
Seven Invisible Men ( Siete hombre invisibles, 2005)
Distinto a la mayoría de sus films anteriores, el realizador lituano Sharunas Bartas narra la historia de una banda que se arroja sobre un camino y atraviesa cuadros impresionistas, en búsqueda de aparentemente, nada. Pero a medida que la película avanza, se descubre que esa banda va en busca de sí misma y sus orígenes, reflexionando constantemente sobre un tiempo mítico.
Con una constante oposición entre los paisajes y las canciones frente al proceso interno de desolación y decaimiento, como un repetitivo juego de figuras y fondos que se oponen, por el que atraviesan todos los personajes, la película no hace más que emocionar, con una fotografía y actuaciones deslumbrantes.
Lo más bonito y mis mejores años ( 2005)
La opera prima del director boliviano Martín Boulocq es, sobretodo, una película simpática. Relata una especie de triángulo amoroso entre postadolescentes perdidos en proyectos sin sentido, trabajos banales y dificultades para relacionarse. Si bien, las actuaciones están bien logradas y el humor alcanza buena temperatura durante casi todo el film, la película no propone nada más que un entretinimiento sin demasiada profundidad emocional ni reflexiva ni estética. "Citando" constante a Won Kar Wai, y si bien también es cierto que se opone al anterior cine boliviano denuncialista, la película solo queda en su intención de ser agradable, y por ende, con sabor a poco .
We can't Go Home Again (No podemos ir a casa de nuevo, 1976)
El último film dirigido por completo por Nicholas Ray antes de su muerte es un experimento que le llevó aproximadamente diez años, varios metrajes y formatos. Es un film al cual nos cuesta acceder a su compresión y ligar las escenas actuadas por los mismos realizadores, y divididas en la pantalla sobre cuatro espacios y sobre una segunda pantalla. Sin embargo, al ir sucediendo las escenas e ir conociendo las historias de los personajes comienza a armarse en el cerebro del espectador, no una idea o concepto, sino una especie de agria y emocionante sensación (¿sobre la derrota de una generación?), como los misterios de la angustia un domingo lluvioso, al atardecer y cuando finaliza un festival.
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