Ojo-Golosina / Ojo-Caníbal (Editorial 4)

Cómo evitar la tentación de asomarse al ojo que nos invita a descubrir el mundo. Parece tan dulce en un comienzo. Un día despertamos y nos damos cuenta de que nunca habíamos probado ese ojo-golosina. Es tentador: de repente, todo está ahí, frente a nosotros, y el ojo nos incita a mirar. Pero ese ojo-ventana nos engaña, nos empuja, nos atrae, nos hace creer que tenemos el control, y finalmente nos devora. Porque una vez que miramos, que realmente miramos hacia afuera, es demasiado tarde para dar marcha atrás.

El ojo encanta y devora. Resistir a la tentación del ojo-golosina es prácticamente imposible; no nos damos cuenta y ya nos mordió, ya estamos adentro. Pero una vez ahí, todavía nos queda mucho por hacer, o podríamos decir que recién entonces comienza lo mejor. Mirar hipnotiza y, sin que lo sepamos, nos engulle. Podemos quedarnos ahí dentro para siempre, flotando entre imágenes indistintas. O podemos intentar transmutarnos, sí, nosotros también, en ese ojo-caníbal. De a poquito, el nuevo ojo se anima a dar el primer mordisco. Y va tomando confianza. Al principio, mirar nos atraganta. Es demasiado lo que encontramos, y no tan dulce como esperábamos. Pero es sólo cuestión de empezar a masticar, despacio. Que de hambre el ojo no se muere, siempre y cuando lo mantengamos bien abierto. Y así el ojo-caníbal que nos había devorado y que ahora somos empieza a su vez a devorar. Pero ahora sabe lo que quiere, o al menos intenta aprenderlo.

¿Y entonces? Entonces, con cuidado, para no ahogarse, hay que salir a devorarse el mundo.