Todo sucede muy rápido. Demasiado rápido. En un colectivo.
Ella sabe que la otra sabe que eso es suyo. La otra sabe que eso no es suyo, pero sabe que el resto no lo sabe, y quiere evitar malas interpretaciones.
Lo levanta del suelo y le dice: “señora, se le cayó esto”.
La otra ya ha avanzado hacia el interior del vehículo, y no le responde; ya está de espaldas.
Ella levanta un poco el tono de voz y repite: “tome, señora, se le cayó”.
No puede evitar sonrojarse. Ninguna de las dos puede evitarlo.
Ella podría haberle aclarado que no es suyo, pero sabe que, si discute demasiado, el resto podría creer, erróneamente o no, lo contrario.
Lo vuelve a dejar en el suelo. Y se sienta.
Ambas viajan sentadas lo que queda del viaje, una a cada lado del pasillo, rogando que nadie que suba lo note.
De todas maneras, a nadie le importa.
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