Este fragmento del capítulo 1 de Las varonesas (1978), de Carlos Catania podría tranquilamente haber sido el punto de partida de una de las famosas escenas de Videodrome (1983), de David Cronenberg. El deseo, el cuerpo y la tecnología se cruzan en estas líneas tal como luego se cruzarán en las imágenes oscuras de la película de Cronenberg. Vaya mi homenaje a ambas obras, radicales en su mirada sobre nuestro relación íntima con los artefactos.
Lucía anotó en su cuaderno:
"Hoy cumplo treinta años y quiero poner algo que me ocurrió anoche, una cosa seria que todavía no me ha dejado salir del asombro. Nadie se acordó de mi cumpleaños, pero ésa no es la cosa. Seguro que mamá sí pensó en mí, pero ella ya no baja del dormitorio. Yo siempre recuerdo el cumpleaños de todos, tengo una memoria muy fuerte para las fechas y también para los nombres. Además apunto los días. Siempre fui así, desde chiquita, y aunque un cumpleaños realmente no es nada, como dice Alfredo, lo cierto es que a esta hora me siento un poco triste (escribo al otro día y pienso que ya pasó un año más en mi vida, pero no se nota y todo sigue igual).
"Anoche aguanté levantada, como de costumbre, hasta el último programa de televisión. Se me cerraban los ojos, pero me gusta oír la música de despedida, que es romántica y dulce y la voz del locutor y todo lo bondadoso que dice al dar las buenas noches. Es para mí un hasta mañana necesario, completa mi día, como si me contaran un cuento de dormir. Sin él no podría irme a la cama tranquila, la noche me parecería incompleta y el cansancio físico y las ideas me harían dar vueltas y más vueltas, porque sobre todo las ideas las tengo claritas a esa hora, y veo tan bien como se podrían arreglar las cosas, todas ellas, que soy puro nervio.
"Patricia, por suerte, se quedó dormida temprano. Está divina la pobrecita. Adela leyó un rato en la mesa de la cocina y después se acostó. Como Alfredo ahora duerme en su estudio, la casa era una tumba de silencio. Hacía bastante calor, ya que hace varios días que no llueve, y eso es perjudicial para la salud y el campo. También para mi hermano, porque últimamente no se lo puede ni hablar. Yo me doy cuenta enseguida cuando todos están dormidos en la casa, así que aproveché una propaganda para quitarme el salto de cama, acostándome tranquilamente en el sillón con un paquete de masitas al lado y una botella de soda. Me sentía liviana, como esa chica que se mueve flotando en cámara lenta en la propaganda de las toallitas femeninas.
"La película corta era un sueño, hecha para la televisión. Un personaje importante me hizo recordar a mamá y pensé cuánto le hubiera gustado a ella ver esta historia y compartir las masitas. Lloré bastante porque la protagonista representaba una maestra solterona muy bonita, pero sin suerte, como vos, lástima que no sea bonita. Atiende a todos los estudiantes con amor, a cada uno y el tiempo pasa mostrándolo con las hojas del almanaque que se vuelan. Los alumnos, ya grandes, la vienen a visitar un Año Nuevo y le traen regalos y le cantan. Ella tiene unas canas suaves que la hacen muy linda, quizá mejor que antes, y tiene el gran amor de ellos, más que algunos traen sus hijos y las esposas. Tuve un ahogo de llanto.
"Pero la última película fue rara, muy moderna, de esas que le gustan a Alfredo. Yo sé que tenía un mensaje, seguro lo tenía, pero era demasiado fuerte y desagradable. Un profesor de matemáticas vivía con su esposa en una casa de campo, y había varios muchachos, buenos mozos, que le estaban arreglando el techo del granero y que tenían muy seguido miradas pecaminosas e indirectas hacia la mujer. Pero el profesor usaba anteojos gruesos y no se daba cuenta de nada. Un día los muchachos lo invitaban a ir de cacería y después lo dejaban solo en medio del campo, mirando el cielo, esperando los patos que nunca llegan. Daba lástima. ¿Cómo se puede ser tan cruel con alguien que no ha hecho mal a nadie? Mientras tanto los malvados entran en la casa, se quitan las camisas y, en un sillón, se tiran uno después de otro sobre la esposa del profesor, haciendo eso. Se ve la expresión y el sudor de la muchacha y eso me confundió extraordinariamente, porque primero gritaba con el horror en la cara, y luego, sinceramente, no se sabe muy bien si le gustaba un poco o qué, Dios me perdone, pero así fue.
"Lo que siguió era muy enredado y no podía entenderlo porque la cara de la joven esposa impedía mi concentración (también, la expresión de los malvados que, al momento de hacer eso, parecían niños un poco tiernos pero pecadores). Total que el profesor después los mata a todos de diferentes maneras, y yo creo que ahí está el mensaje. La paciencia tiene un límite. No se puede jugar con la paciencia de la gente. Pero a mí no se me iba la cara de la muchacha con los hombres, uno después de otro, tirados encima de ella, que se veía como casi desnuda prácticamente. Ahora mismo me viene la sensación, porque se detallaba muy bien la escena con lo que hacían, aunque parezca mentira, y eso se graba.
"Después dieron el panorama cultural y dijeron los libros que hay que leer y la música que hay que escuchar. Presentaron a un escritor que está de paso, porque es argentino pero vive en otro país, y habló de literatura y alienación. Decía cosas muy elevadas, profundas, como dice Alfredo, pero creo que casi todo lo entendí bien, sobre todo cuando explicó por qué hay que escribir para el pueblo y todo eso. Varios artistas jóvenes, en una mesa redonda, discutieron sobre pintura y mostraron unos cuadros. A mí me parece que la modernidad ha pisoteado la belleza del arte. Para gustos no hay nada escrito. Yo no niego a Picasso y a los existencialistas, pero ya se exagera con tanto surrealismo. Cuadro como el que tenemos en la sala, de la viejita oyendo el reloj, ya no se pintan. Tampoco como el paisaje de la floresta, con la casita al fondo, que parece un sueño de hadas y uno siempre lo mira y puede seguir mirándolo a cada rato. El que dirigía el debate mostró mi cuadro a la cámara y dijo que era todo negro y que el punto que se veía al costado era anaranjado y brillante. Se llamaba Exégesis del Alma y busqué en el diccionario, pero no encontré nada que tuviese relación con la Biblia, como dice allí. Dice Alfredo que para gustar hay que saber, y a lo mejor es por eso que yo me quedo en babia.
"En las noticias pasaron algunas tomas de la ciudad y pude ver el centro y las calles. Me di cuenta de lo mucho que ha crecido todo, de los cambios, y de lo apartada que estaba yo de todo ese crecimiento (por suerte). Cuando una tiene un hogar como éste, el mundo desaparece y no es tan difícil adivinar lo que pasa afuera. También mostraron las fotos de una bomba que habían puesto en un edificio y dijeron las amenazas de esos asesinos sueltos. Al venir las internacionales, sentí que me agarraba el sueño, pero ahora viene lo raro que quieto anotar.
"Cuando me senté, sentí que el sillón se había mojado de transpiración. Las luces estaban apagadas y el locutor dio las buenas noches como siempre. Yo le contesté buenas noches y entonces, tal vez por lo boleada que me tenía el sueño, me pareció que la sonrisa que él hace al final, iba dedicada especialmente a mí. Esperé que la imagen se esfumara. Después vino la última música, que siempre me emociona, con el fondo del puente. La salita estaba a oscuras. Esperé. La música terminó, quedaron las rayitas moviéndose y ese ruido que de pronto viene a cortar todo lo lindo. Yo no sé, repito, si sería por el sueño, o tal vez porque estaba en penumbras y así es más fácil de imaginar, pero me quedé muy nerviosa viendo el aparato con las rayitas y, de tanto mirarlo, me pareció que se convertía en un ojo grande que me vigilaba desde la oscuridad. Era como un ojo pacífico, sonriente, pero también mandón. Tuve la sensación de que en medio del ruido que salía del ojo, había voces tratando de darse a entender conmigo, voces que me llamaban, ¡Lucia!, ¡Lucía!, mezcladas como con una música medio confusa y lejana. Me paré y caminé hasta el televisor sin quitarle la vista de encima. Estaba descalza y en ropa interior. Al moverme, las partes sudadas de mi piel se enfriaron un poco y me pusieron toda erizada. Me entró como una angustia rara en el cuerpo y supe que algo extraño iba a ocurrir. Tenía miedo y ansiedad, la garganta completamente seca.
"El ojo se agrandó y miró mi cuerpo como si lo abarcara por entero, iluminándolo y dándole formas muy redondas y blancas. Tuve un escalofrío y no me animé a apagarlo. Toqué la pantalla del aparato sintiendo que estaba tibia, casi caliente. Todo el aparato parecía moverse y querer tocarme. Entonces, no sé por qué apoyé mi vientre en él y sentí como si todas las rayitas del ojo fueran miles de manecitas que se peleaban por frotarme. Me sacudió una emoción tan grande que estuve a punto de llorar, pero también una gran felicidad, porque sentí que el aparato estaba tratando de comunicarse conmigo. Apoyé con fuerza mi cuerpo contra esa tibieza y todo el calor y las voces entraron en mí, entonces me abracé al aparato pensando que me volvía loca, y aunque parezca mentira nos hablamos, lo besé agradecida infinidad de veces, lo apreté, quise yo también darle calor, lo recorrí hasta los cables, apreté la antena, toqué el enchufe que es lugar por donde él recibe la vida, me acosté en el suelo y lo puse sobre mí. Y de pronto, como un milagro, supe, no sólo que el aparato y yo éramos una sola cosa, sino que él me estaba proyectando, que yo era una imagen viva saliendo de él, y al darme cuenta lo apreté con furia sintiendo que me moría de felicidad y pena, y lloré y reí, mientras él quería que yo fuese, y fui, la esposa del profesor de matemáticas".
Catania, Carlos (1978 [2014]). Las varonesas, Buenos Aires, Las cuarenta, pp. 91-96.
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