sábado, octubre 25, 2025

Vidas paralelas. Sara Gallardo y H. A. Murena, algunos apuntes cronológicos

Este año en Lecturas y exhumación, la serie de encuentros sobre literatura olvidada argentina que llevo adelante desde 2021, conversamos sobre Eisejuaz, de Sara Gallardo. Intenté proponer, no sé si lo habré logrado, un lectura cruzada con Murena (en su encuentro leímos Polispuercón). Me interesa ese concepto, esa idea de "vidas paralelas" que puede utilizarse para comparar vidas y obras, en este caso las de Murena y Gallardo quienes estuvieron unidos en pareja. 

Con motivo de esos encuentros, armé una serie de apuntes cronológicos para intentar recomponer en qué puntos de la vida y de la obra de Sara Gallardo parecía colarse la sombra de Murena. Comparto pues estos apuntes para quien pueda sentirse interesado al respecto.

Tengo un objetivo secreto: encontrar, alguna vez, una foto de Gallardo y de Murena juntos. Hasta ahora no he podido dar con ese material... Pero ¡la literatura sabe esperar!

   
c. 1963. Sara Gallardo rompe relación con Luis Pico Estrada, su primer marido, y comienza su relación con H. A. Murena // Entrevista con Alicia Dujovne Ortiz: 
En el 55 empecé a trabajar como periodista, hice muchos viajes en calidad de tal y en calidad de escritora, y una vez más tarde en calidad de señora (con Héctor Murena, cuando ganó la beca Guggenheim). Anduve por países árabes, Grecia, Turquía, mandando notas a la revista Atlántida, que por ese motivo se fundió. Fue muy divertido. Después me divorcié. En 1963 publiqué Pantalones azules, un opio de novela, que causó decepción general aunque ganó el tercer premio municipal. Ese mismo año conocí a Murena. Empezó una época de gran actividad: a la tarde trabajaba como redactora de Primera Plana y por la mañana escribía Los galgos, los galgos, mi primera novela gruesa aunque sin mérito de gruesa porque le sobran unas 40 páginas. 
1971. Publica Eisejuaz // Entrevista con Cristina Wargon:
Este libro nace de una manera un poco rara. Yo leí la historia de un monje de Alejandría, un letrado que precisamente dedica su vida a cuidar un paralítico para salvar su alma y la de otro, pero éste era una persona tan malvada que finalmente el hombre desespera hasta de sí mismo y quiere abandonarlo. Va entonces a un convento a plantear su problema, luego ambos mueren con pocos días de diferencia. Esta historia yo la quería contar en otras circunstancias y cuando fui al Chaco tomé nota de los relatos de un indio, capataz de una misión, que me impresionaron profundamente. Fue Murena quien me sugirió que contara la historia del monje pero en este medio. En un principio me pareció totalmente imposible pero él me acerco unos textos de una cautiva en el Amazona que me fueron muy útiles para comprender el tono que podía usar. A través de todo ello fui armando el libro, con trabajo, disciplina y una gran tarea de corrección. Allí reinventé ese idioma basado, en parte, en las notas que había tomado pero que se fue organizando según sus propias leyes. En cuanto al personaje en sí, la idea me la dio un amigo boliviano [¿Jesús Urzagasti?] quien conoció un mataco gigantesco, un hombre que cantó antes de ser asesinado. Las historias sobre este indio me impresionaron sobre todo porque, aún conviven en esa zona dos realidades, una cotidiana y otra casi mágica, enormemente más rica que la nuestra. Allí perviven, como natural, los dones proféticos y todos esos dones, pero que están presentes en la Ilíada o en la Biblia, por ejemplo. 


Entrevista con Alicia Dujovne Ortiz:
Y el libro terminó siendo la historia de una vocación, en la que un hombre de raza mataca es llamado para una misión que él supone importante, y que resulta ser, precisamente, cuidar a un paralítico infame y, encima, blanco. Pero él sigue su vocación o su misión hasta el fin. Todos mis libros, bien mirados, enfocan este tema: en el primero hay una chica que se deja hacer un destino; en Pantalones azules hay un joven guiado por prejuicios, por un código de ideales mentales sin relación con la realidad, y él elige ese camino de irrealidad. Recién en Eisejuaz encontré la posibilidad de reflejar a un hombre más fuerte que su destino, capaz de cumplir con su misión. (No olvidar que por ese entonces Héctor Murena había pasado a ser ‘el intelectual más desacreditado de América’, después de haber sido el niño mimado, y sin embargo, había seguido su voz interior sin la menor vacilación). 
1977. Publica El país del humo, escrito entre 1972 y 1975, donde incluye la dedicatoria “A H. A. Murena” y el relato “El solitario” // Entrevista con Alicia Dujovne Ortiz: 
Bueno, después de ese libro [Eisejuaz] yo hubiera podido proseguir el camino místico, pero me planteé la necesidad o el deseo de ser una persona que quiere contar historias. Porque el místico no tiende a contar nada, sino a callarse. Y me obligué a escribir a modo de ejercicio, los cuentos de El país del humo, unidos por el común denominador de América, un lugar donde nada permanece, donde todo lo hecho se borra enseguida y donde se levantan estatuas en una inútil batalla contra el humo.


1975. Aconsejada por Murena, recorta Los galgos, los galgos y publica Historia de los galgos. // Fallece H. A. Murena el 06-05-1975. // Testimonio de Paula Pico Estrada, hija de Sara Gallardo:
Cuando enviudó, sufrió un golpe muy fuerte y después de su última novela, La rosa en el viento, no pudo volver a escribir. O por lo menos así lo sentía ella. Es probable que, en términos médicos, haya estado deprimida y por tanto no se haya podido concentrar. Pero el lenguaje psicológico no es bello, así que se mantuvo alejada de ese tipo de interpretaciones y del consuelo que a otros a veces nos traen. Ella creyó más bien que la habían abandonado los dioses de la escritura. Y empezó, con la misma entrega que antes tuvo para la escritura, una nueva etapa. 
Sara y sus hijos se van de Buenos Aires y viven durante un tiempo en el Valle de Punilla, Córdoba, y más tarde en “El Paraíso”, residencia de Manuel Mujica Láinez. 

1977. Entrevista con Daniel Pliner: 
—¿Dónde queda el país del humo? 
—Aquí. América es el país del humo: un país imposible de catequizar, una pampa un poco expresionista, irreductible, desértica, salvaje. El humo lo abarca todo y crea una especie de fantasmagoría y de gran pereza. Es un mundo de monstruos. Y es a la vez fascinante. 

1978. Sara decide mudarse con sus hijos a España. // Prologa El secreto claro (diálogos), libro que recupera las conversaciones radiofónicas entre Murena y David J. Vogelmann en 1971-1972: 
Las dos voces de estos diálogos han callado. La de Murena el 5 de mayo de 1975, la de Vogelmann el 21 de junio de 1976. Quienes las oyeron recordarán el contrapunto que formaban. Recordarán la gravedad, la pasión de una; la lentitud, el acento extranjero de la otra. Recordarán las definiciones fulmíneas, las impaciencias, las vacilaciones, las bromas que eran el modo habitual de conversar de Murena, y que tan buen encuadre hallaban en la paciencia, en la erudición de Vogelmann. 
1979. Publica La rosa en el viento, con la dedicatoria: “A H. A. Murena In memoriam”. // Entrevista con Reina Roffé: 
—Dejemos tu país privado y vayamos al nuestro, al de todos. ¿Qué país dejaste? 
—Dejé un campo de batalla. Tengo en claro algo muy luctuoso. Estoy empapada en sangre argentina. Porque yo deseé que se terminara con la guerrilla, con los magos y las porquerías. Pero por algo le pasó a nuestro país lo que le pasó. Héctor [Murena] decía que todavía éramos un campamento, no un país, y que la violencia de la fundación iba a volver. Y no se equivocó. Yo no le creía, como criolla que soy. Él venía de afuera y veía mejor. Ahora leo sus ensayos y está claro. Sufría porque era una especie de profeta, una antena. Todavía no somos una comunidad. Desde afuera se ve bien. Aquí, como sabe, hay emigrados. Están los que juegan al teatro del héroe, hay de todo. No es mi caso, por supuesto. A mí me duele el país como destino. Y lo que extraño de la Argentina es su naturaleza, esa ausencia de paisaje. El río. La tarde con sensación de lejanía que tiene nuestro campo. Pero no puedo extrañar el país porque yo soy como el país. Te imaginás entonces las ganas que tengo de ir. Pero falta poco…
 
Tras dos años en Barcelona y dos años pasados en los Alpes suizos, de 1982 a 1988, mi madre, Sara Gallardo, vivió en Roma los que resultaron ser los últimos años de su vida. (…) 
Cuando poco antes de dejar Suiza le pregunté a mi madre por qué nos mudábamos una vez más y por qué precisamente a Roma, su respuesta fue ‘porque quiero vivir en el mundo clásico’. (…) 
Porque si hay una clave que puede definir los últimos años de la vida de mi madre, es justamente el binomio de espiritualidad y belleza. ‘Belleza’ no en el sentido canónico y ligeramente árido de la Estética sino en el sentido cálido, fértil y casi carnal de il senso del bello, ‘el sentido de lo bello’, que caracteriza al Barroco romano y su relación con la Roma clásica. La espiritualidad, en cambio, fue la de un reencuentro —si es que en algún momento hubiese habido un distanciarse— con la religión y la Iglesia. Un reencuentro al cual mi madre llegó a través de una madurez espiritual que le hacía considerar, con ese candor que la vida en Roma le puede dar a todo lo relativo a las religiones, las fascinantes consecuencias del sincretismo de los primeros cristianos. 
Así, por ejemplo, mi madre se conmovía al descubrir que la Virgen María no solo era la madre de Cristo sino que su figura también incorporaba el simbolismo de la diosa egipcia Isis. O que San Miguel no solo era el santo que llevaba el nombre de su hermano, sino también la incorporación al cristianismo de Mitra, dios cuyo culto llegó a Roma desde Oriente con las legiones, allá por los mismos años en que San Pedro y los primeros cristianos predicaban en Roma. 
Sus lecturas de esos años reflejan estos intereses: las crónicas romanas de Ferdinand Gregorovius, o los relatos de los descubrimientos del arqueólogo Amedeo Maiuri. Recuerdo en particular la conmoción que le causaba la descripción del hallazgo de una Venus de mármol policroma en el sur de Italia, así como la lectura de las Sagradas Escrituras, del filósofo Rudolf Steiner, y de todo lo relativo a la vida de Edith Stein, primera santa de origen judío. Este iba a ser el tema de su próximo libro, para el cual estaba investigando, y que desgraciadamente no llegó a escribir.
Ahora bien, que toda esta espiritualidad no confunda a los que leen estas líneas, nada de triste ni oscuro y autoflagelante en todo esto. Al contrario, creo que la espiritualidad de mi madre en los últimos años de su vida se diferenció de la de su infancia justamente por su luminosidad y alegría y, por cierto, por el haber germinado en el fértil humus del sentido del humor y auto-ironía tan propios de su carácter. 
1988. Fallece Sara Gallardo.

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