jueves, octubre 09, 2025

Encuentro con Bruno Schulz (Bernardo Kordon)

Cuando hicimos la antología de relatos de viaje de Bernardo Kordon con homo faber me crucé con dos textos breves que el autor de Alias Gardelito publicó en El escarabajo de oro en 1963 a propósito de Polonia. Hace unos días, conversando con mi amigo y escribiente marmat sobre Bruno Schulz recordé que uno de esos escritos era, justamente, sobre el autor polaco. Veamos qué decía Kordon sobre Schulz a principios de los 60. ¡Que lo disfruten!



Encuentro con Bruno Schulz (Bernardo Kordon)

También el invierno de 1942 fue excepcionalmente riguroso. En el gheto de una pequeña ciudad provinciana llamada Drohobicz, un oficial S. S., posiblemente para desentumecerse los dedos, sacó el revólver e hizo puntería sobre un judío. Por cierto un hecho banal, tanto que la crónica no registró el nombre del oficial alemán, aunque la historia debe recordar la muerte de uno de los más extraordinarios escritores polacos. El S. S. dió en el blanco y Bruno Schulz cayó en la nieve con una bala en la nuca. 

Surgido de la vanguardia literaria, junto con Witold Gombrowicz, Schulz creó un fabuloso mundo sin apartarse nunca de su ciudad natal, allí donde también lo esperaba la muerte. Viajó, sí, a Viena (donde estudió bellas artes), a Varsovia y, ya escritor consagrado, a París. Pero las calles de su vida y de arte fueron las de su infancia, en la exacta visión de un niño alucinado, todo un mundo portentoso en una calle de gheto que colmó de substancia y delirio su obra literaria, la conocida y la perdida para siempre, pues desaparecieron los originales de la novela El mesías que trabajaba cuando fue asesinado. 

Tanto en Polonia como en Francia, se ha comparado muchas veces a Bruno Schulz con Kafka, e inclusive se le llamó el Kafka polaco. Los mismos orígenes, la misma cultura alemana. Debe señalarse que Schulz fue el introductor de Kafka en Polonia, y es el mismo Schulz quien señala determinadas coincidencias en el prefacio que escribió en su traducción polaca de El Proceso

Pero existe entre ellos diferencias fundamentales. Al contrario del mundo kafkiano, el mundo de Schulz es rotundamente real, corpóreo, sensual. Es el mundo cotidiano, personajes descritos con tensa precisión de seres vivientes, que de repente echan a volar en el delirio y la poesía como los campesinos y las vacas de un cuadro de Chagall. 

Pero en todo momento transitamos con Schulz por una ciudad provinciana que es Drohobycz y ninguna otra, y sólo se recorren determinadas calles donde existe la tienda de su padre, Jacob Schulz, comerciante de paños. Allí está Bruno Schulz, en su vida y en su literatura. Allí lo fue a buscar el crítico Arthur Sandauer (que sería su amigo y apologista) y lo describe así: "Después de atravesar la cocina, donde trajinaban varias viejos desgreñadas, penetré en una amplia habitación con los muros tapizados de libros. Una especie de gnomo, desmedrado, con la cabeza inmensa y ojos afiebrados, me esperaba sentado en un canapé...". 

Ocurre que esta realidad tan tangible como mediocre de lo cotidiano se inflama de magia, de erotismo, de condenaciones bíblicas. Hay literaturas donde la realidad y la fantasía se saludan de lejos, o simplemente se desconocen. En Schulz batalla cuerpo a cuerpo la realidad y la evasión —ese acoplamiento que vibra en toda obra de arte. Esto se produce sin proponérselo a priori el escritor. Prueba de ello es que Bruno Schulz, oscuro profesor de dibujo de Drohobicz, se inició en la literatura escribiendo cartas a un amigo de Varsovia, dando cuenta de su vida de solitario y recordando hechos de su niñez. Estas cartas, reunidas por su destinatario, pasaron por manos de curiosos. 

Una escritora famosa, Zofia Nalkowska, tuvo ocasión de leerlas y las hizo publicar. Así apareció en 1934 la obra más conocida de Schulz: Las tiendas de canela, traducida al francés y publicada en 1961 por Julliard.

Fuente: El escarabajo de oro, n. 21, año 4, diciembre de 1963, p. 27.




0 comentarios:

 

Blog Template by YummyLolly.com - Header Image by Vector Jungle