Hay una película: Canciones del segundo piso (2000) de Roy Andersson. Ése es el punto de partida. Hay una película que transcurre en Estocolmo, en la que desfilan una serie de hombrecitos patéticos con un telón de fondo apocalíptico, parados al borde del abismo económico pero también existencial. Una serie de hombrecitos despreciables que debaten sus minúsculas vidas entre el trabajo automatizado, las crisis, la locura. Hay, entonces, una película oscura, monótona, melancólica como punto de partida.
Y diez años después, está El hombre sentado de Ariel Magnus (Eterna Cadencia, 2010), una novela que en su contratapa anuncia, abiertamente, tomar como punto de partida la película de Andersson. ¿Por qué una novela habría de adaptar a una película? ¿Qué se le cruza por la cabeza a un escritor para arriesgarse a tal transposición, sin buscar un producto marketinero? Escribir una reseña sobre El hombre sentado se vuelve una tarea compleja porque se corre el riesgo de hablar sobre temáticas o personajes que, en realidad, ya aparecen en Canciones del segundo piso y pertenecen a ese anterior relato. La novela de Magnus, por estar basada en una película, se coloca en una zona lábil que reabre la discusión nunca cerrada en torno de la originalidad, la autoría y el plagio. No me interesa meterme en esa discusión aunque la novela invitaría a hacerlo (¿cuál es el límite entre la fidelidad y la repetición? ¿puede una novela plagiar una película? ¿cuál es el límite entre la inspiración y la copia? ¿puede la literatura renovar una relato cinematógrafico volviéndolo a contar?). Me interesa, en cambio, indicar por qué El hombre sentado es una breve novela que, a mi entender, esconde un gran trabajo con el material artístico, una verdadera salto del cine a la literatura. Van, pues, algunas cuestiones:
1. Los títulos: Magnus escribe las escenas de la película y cada una de ellas constituye un capítulo de El hombre sentado. Ahora bien, la elección del autor de Un chino en bicicleta de utilizar un sintagma nominal del estilo “El + hombre + (adjetivo)” es un acierto. Lo interesante de esta elección es que cada título da cuenta del momento, la acción o el sentimiento particular que atraviesa tal o cual personaje en tal o cual capítulo-escena: “El hombre roto”, “El hombre distraído”, “El hombre grave”, etc. Esta repetición del título, como una letanía (el hombre, el hombre, el hombre), reconstruye la continuidad entre todos los hombres particulares que van apareciendo en la novela, pero también en la película de Andersson, hasta recalar en “el hombre” como concepto que trasciende lo particular. Ahora bien, esta trascendencia no termina en un universal ya que, de nuevo, cada adjetivo la declina en cierta singularidad. En esta línea, repitiendo al maestro, “Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon.” (mis cursivas).
2. Los epígrafes: En el comienzo de Canciones del segundo piso, Roy Andersson elige colocar cierto verso del poeta peruano César Vallejo como epígrafe: “Amadas las personas que se sientan.” que luego volverá, como un ritornello, en el poema del loco, Thomas (poema que su hermano, Stefan, no puede dejar de repetir en cada visita al hospicio mientras Kalle, el padre, se desespera ante la sinrazón de la poesía: “¡Escribió tantos poemas que se volvió loco!”.). En este punto, Magnus toma el guante echado por Andersson y elige colocar algunos versos del autor de Trilce en el inicio de cada capítulo. De nuevo, el trabajo con el paratexto (antes, los títulos; ahora, los epígrafes) se vuelve un indicio del trabajo del autor con los materiales disponibles, un trabajo de resignificación que agrega nuevos matices a la película que se tomó como punto de partida. El hombre sentado es un homenaje, es una pasaje del cine a la literatura de una(s) historia(s) pero con un plus de significado: en este caso, los epígrafes inyectan la poesía en la vida patética de estos hombres que no saben dónde caer parados, qué hacer con sus vidas, cómo dejar de asistir al desmoronamiento del fin del mundo, del fin del milenio (y ahí está esa secta de hombres y mujeres vestidos de oficinistas que transitan las calles de Estocolmo, flagelándose unos a otros; y ahí está el sacrificio brutal y esperanzado de una niña virgen, arrojada por un acantilado; y ahí está la gitana en una reunión de empresa como única forma de conjurar el futuro aciago).
3. Los atributos intercambiados: si cualquier hombre es todos los hombres, los atributos pueden cambiar de lugar sin rendirle cuentas a la sintaxis ni a la semántica para producir un efecto de distanciamiento en el lector que le muestre que esto, la novela El hombre sentado que transpone la película Canciones del segundo piso, es un artefacto literario. Así, a lo largo del relato de Magnus, la lectura en continuado se ve interrumpida por un extraño intercambio entre atributos de distintos sustantivos, una ruptura de los límites de identidad. Van algunos ejemplos de lo que digo: “A sus espaldas unos hombres de algodón envueltos en batas parsimoniosas pasaron comentando…” (p. 13); “Un marrón de campera rubia, que se había colocado a su espalda sin que el extranjero lo notara…” (p. 25); y “Abrazada a su almohada, el cuerpo felino y la cara rolliza, los ojos muy rubios y el pelo achinado, la ex cantante de ópera Vanessa Lönnaröt escuchaba…” (p. 59); y así a lo largo de la novela. El efecto que produce esta elección de intercambiar atributos, además del poético, es un efecto de distanciamiento en el lector. El hombre sentado es un relato que atrapa y engancha y, sin embargo, estos desplazamientos sintácticos, estas señales de que hay-algo-raro en las oraciones que leemos, nos hace detenernos abruptamente y volver a leer lo que acabamos de pasar. En esta detención y relectura, se juega un espacio de creatividad, de originalidad en el manejo de los materiales artísticos. Los atributos intercambiados son un alerta de que detrás de esta novela, que parece trasponer imagen por imagen la película de Andersson, hay un autor, hay un sujeto que decide cómo disponer del material narrativo, cómo alterarlo, cómo expandirlo, cómo volverlo a narrar. Y que en ese espacio de libertad, se juegan cuestiones que exceden la sintaxis y que abordan el pensamiento sobre la literatura y sobre qué son las cosas y qué son los hombres cuando están al borde del abismo.
4. Lo agregado: el último gran acierto en la tarea del narrador, en la tarea de Magnus, es la expansión de las microhistorias de Canciones del segundo piso. En este sentido, El hombre sentado repone pasados o acciones cotidianas a ciertos personajes que en la película resultan sumamente secundarios como, por ejemplo, la esposa de Kalle. En los agregados, en las expansiones que elige el autor de Sandra se nota una tarde imaginativa que complejiza el universo narrativo que plantaba Andersson en su película. Así, El hombre sentado se presenta no sólo como un homenaje sino como una expansión de la madeja de historias de Canciones del segundo piso: expansión y variación.
El hombre sentado de Ariel Magnus es una novela extraña y engañosa. Es extraña por el mundo que recupera de la película de Roy Andersson, un mundo en debacle, repleto de hombrecitos patéticos y de anuncios apocalípticos. Es engañosa porque parece una novelita más, por su brevedad y por la rapidez en la lectura. Y sin embargo, en el trabajo deliberado de Magnus con los materiales narrativos (el paratexto, el intertexto, la sintaxis, el relato propiamente dicho) se abre un espacio de cuestionamiento dentro de la literatura (su potencia intertextual, su potencia formal, su potencia cinematográfica) y fuera de ella (qué hace que un hombre sea todos los hombres y pueda confundirse; cuál es el lugar de la poesía en la sociedad empresarial-apocalíptica).
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