A. DE PANIAGUA
Discípulo de Elisée Reclus y amigo de Onésime Reclus, A. de Paniagua escribió La civilización neolítica para demostrar que la raza francesa es negra de origen y procede de la India meridional; lo que no excluye que más antiguamente proviniera de Australia, dados los vínculos lingüísticos que según Trombetti comunican al dravídico con el australiano primitivo. Esos negros eran propensos a constantes migraciones; su primer tótem era el perro, como indica la raíz «kur», y por ello se llamaban kuretos. Al haber viajado por todas partes, en casi todos los nombres de lugares del mundo se encuentra la raíz «kur»: Kurlandia, Courmayeur, Kurdistán, Courbevoie, Curinga de Calabria y las islas Kuriles. Su segundo tótem era el gallo, como indica la raíz «kor», y por ello se llamaban coribantes. Nombres de lugares que comienzan con «kor» o «cor» —Corea, Córdoba, Kordofan, Cortina, Korca, Corato, Corfú, Corleone, Cork, Cornualles y Cornigliano Ligure— se encuentran también en todo el mundo, por doquier hayan pasado los antepasados de los franceses.
Semejante pasión migratoria se explica en parte por el hecho, según parece demostrado, de que a cualquier sitio que llegaran kuretos y coribantes, se tratara de la Esciria o de Escocia (evidentemente la misma palabra), Japón o América, ellos se convertían en blancos; y en ocasiones, en amarillos. Los franceses primigenios se dividían, pues, en dos grandes grupos: los kur, que eran los perros propiamente dichos, y los kor, que eran los gallos. Estos últimos son frecuentemente confundidos por los etnólogos con los perros: el espíritu reductivo tiende, desgraciadamente, a empobrecer la historia, observa Paniagua.
Perros y gallos recorren las estepas del Asia Central, el Sahara, la Selva Negra, Irlanda. Son ruidosos, alegres, inteligentes, son franceses. Dos grandes impulsos cósmicos mueven a kuretos y coribantes: ir a ver de dónde sale el sol e ir a ver dónde se pone el sol. Guiados por esos dos impulsos opuestos e irrefrenables, acaban, sin darse cuenta, por dar la vuelta al mundo.
Se alejan hacia Oriente haciendo diabluras plantando menhires a lo largo del camino. Llegan a las islas Kuriles; un paso más y están en América. Para demostrarlo bastará encontrar un nombre de lugar importante que comience por Kur. El más obvio es Groenlandia, cuyo auténtico nombre, explica Paniagua, debía ser Kureland. Sería erróneo creer, por el contrario, que «Groenland» quiere decir tierra verde, si tenemos en cuenta que Groenlandia es blanca, por cualquier lado que se la mire; pero el triunfo que esgrime el etnólogo es una fotografía de dos esquimales, sacada tal vez en el infinito crepúsculo polar: en efecto, son casi negros.
Otros kuretos y coribantes, también saltando, también disfrazados de perros y de gallos, parten hacia Occidente. Remontan el Ister (hoy Danubio), empujados por un ideal más excelso; en la oscura sangre de la raza ya sienten el alegre impulso de ir a fundar Francia. En cuanto a la piel, al pasar por los Balcanes se han convertido en blancos, incluso en rubios. En ese momento deciden asumir el glorioso nombre de celtas, para diferenciarse de los negros que se han quedado atrás. El autor explica que celtas quiere decir «celestes adoradores del fuego», de «cel», cielo (etimología de tipo inmediato) y «ti» (fuego en dravídico, etimología de tipo mediato).
Mientras los nuevos blancos remontan el Danubio, Paniagua ensalza su paciencia y su osadía: tantas fatigas, tantos ríos y tantas montañas que cruzar, para ir a poner las primeras piedras del edificio de luz y de esplendor donde reside inmutable el alma profunda de Francia.
A lo largo del camino, los celtas envían aquí y allá misiones exploradoras que fundan colonias que luego han pasado a ser ilustres; por ejemplo Venecia (nombre francés original, Venise), del dravídico «ven», blanco, y del celta «is», abajo. Difícil encontrar una etimología más exacta, comenta Paniagua. Un estirón migratorio más, y los tiroleses se separan de la rama principal para instalarse establemente en las costas del Tirreno, como indica la raíz “tir”.
Una ramificación más importante, impacientada porque Suiza no les deja pasar, desciende por el Po y funda Italia (nombre francés original, “Italie”). La etimología también es bastante evidente en este caso; «ita» viene del latín «ire», viajar, y «li» del sánscrito «lih», lamer. Esto quiere decir que los perros kuretos no sólo ladran, sino que lamen; Italia significa por tanto «país de los perros emigrantes lamedores». Lo que resulta aún más evidente si se piensa en los ligures, aquel pueblo misterioso: li-kuri, o sea los perros lamedores por excelencia.
La Civilisation Néolitique (1923) es una publicación de la casa Paul Catin; otros volúmenes de la misma colección son Mi artillero, del coronel Labrousse-Fonbelle, y Hellas, Hélas! (recuerdos picantes de Salónica durante la guerra), de Antoine Scheikevitch.
1 comentarios:
Lo sorprendente de Paniagua es que sí existió!
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