viernes, agosto 22, 2025

El dibujo de Dante Alighieri (J. R. Wilcock)


Hace unos meses atrás buscando relatos, perfiles y otras notas publicadas por la escritora Luisa Sofovich en la revista Saber vivir (1940-1954), me crucé con un par de escritos de J. R. Wilcock que nunca había leído. Uno de ellos salió en el número 36 de julio de 1943 y se titula "Los dibujos de Dante Alighieri". Quien escribe es aún el poeta neoclásico y escribe este relato fresco sobre el amor de Dante a Beatriz, entre los ángeles, el dibujo y la poesía. ¡Ojalá lo disfruten!

 
El dibujo de Dante Alighieri 

Por J. R. Wilcock 


Ilustraciones de Botticelli para la Divina Comedia 

Luego que Beatriz alcanzara los veinticuatro años, murió. Entonces él escribió el verso de Jeremías: "Quomodo sola sedet civitas plena populo?". 

Y cuando se cumplía un año de tan hermosa ausencia, se sentó en un rincón y quiso dibujar un ángel sobre una madera, lleno el pensamiento con la imagen de Beatriz. Muchas veces la había visto pasar por las calles de Florencia, acompañada por otras chicas de su edad, y por aquella a quien Guido cantaba, y había deseado que todos ellos se fueran sobre el mar en un marco mágico, donde pudieran conversar siempre sus amores. Pero ahora comprendía cómo los años adolescentes no se repiten ni esos fugaces encuentros y saludos lejanos que hacían temblar en él el espíritu de la vida y lo dejaban llorando en los cuartos solitarios. 

Dante Alighieri escribía versos de amor a personas imaginarias que eran siempre Beatriz. Porque ella había tenido las cejas y los labios tan bien formados y el perfil tan semejante a los que se sueña por las noches, que Dante discurría mil modos de unir una continua contemplación de esos rasgos con el Supremo Conocimiento que es el propósito de nuestra inteligencia. 

Su dibujo debía parecérsele, pero como él no sabía dibujar bien, el ángel bizantino se transformaba en otros anteriores, hasta que un trazo sin querer le dió una expresión inesperada. ¿Beatriz había existido? Ya no habitaba la casa de su padre y en los últimos años no era frecuente su paso por los lugares adonde él iba. 

Muchas ideas nuevas lo ocupaban, lo separaban de la misma materia que las originaba. Y sus versos eran distintos de los que sus amigos escribían. Lapo Gianni hablaba de los labios de Monna Lagia; Beatriz, en cambio, adoptaba una figura tan lejana, que a veces se le olvidaba. Pero la diferencia nacía de otra manera. Dante podía concebir lo que pocos hombres pueden, y estaba deslumbrado por una idea luminosa de divinidad. Y Beatriz se había confundido algo en su mente porque el placer que su aspecto producía se asemejaba al estar pensando en las delicadas relaciones de la única y admirable Trinidad, por ejemplo. De tal manera que sus versos surgían de una zona muy poco material, lo que llamamos imaginación y oponemos al recuerdo. 

¡Qué poco podemos vivir los poetas! Abstraídos en una obra futura, olvidando la realidad de la mitad de los actos, casi todo nos ha sido privado, sobremanera el sufrimiento. Por eso la Vita Nuova le estaba empezando a dar esa impresión de palidez, a pesar del atrevimiento de la lengua vulgar y la novedad de haber puesto sueños. Tal vez fuera que los sueños son sustancia deleznable; donde hay un sueño no hay nada. 


Tuvo que interrumpir el dibujo porque quería saber a qué altura del suelo aparece el recuerdo de las personas. Más o menos en el medio entre el techo y el piso si estamos en una pieza. Pero para pensar en Beatriz y en las cosas del cielo acostumbraba levantar los ojos; entonces ella flotaba más alto, un poco inclinada. Además era difícil ver al mismo tiempo la cara y el cuerpo; y si veía el pelo no podía ver las facciones. ¿Qué hubiera preferido, leer a Tullio y a Boezio o estar con ella? Un deseo que había venido creciendo desde su infancia lo inclinaba hacia ella, aunque era evidente que las dos cosas le darían placer, y prefería hacer las dos al mismo tiempo. 

Ella no se llamaba Beatriz, tampoco era hija de Folco Portinari; más tarde se iban a confundir los biógrafos, y ahora había comenzado Dante a confundirse a propósito porque era distraído e inventaba situaciones literarias. Le sucedía escribir de ella que era la hija del Rey del Universo. Dispensatriz de las Virtudes y Destructora de todos los Vicios y, al mismo tiempo, olvidarse de quién era, sobre todo cuando nunca lo había sabido muy bien. 

Por detrás de él entraron unos señores florentinos, hombres a los cuales convenía hacer honor, que se quedaron un rato mirando cómo Dante dibujaba el ángel sin oírlos; uno llevaba en la mano una carta. 

El dibujo no era difícil; los ángeles son las personas más fáciles de pintar, y en su época, como en la nuestra, se procedía por medio de unas convenciones muy simples. Muerta Beatriz, ya estaba libre para describirla como quisiera, para llamar con su feliz nombre a lo más alto de su pensamiento. Era la única manera de hablar de sí misma durante la eternidad; que ella estuviera sentada al lado de la Virgen, significaba para él inventor una gloria ya fuera del alcance de sus amigos. Había que decir de ella lo que nunca fue dicho de ninguna, y así discernirse la verdadera salvación del alma, que es el ser recordado con admiración después de la muerte. 

Supo entonces la presencia de sus visitas, y las saludó diciendo: “Con otra persona recién estaba”, y se disculpó. Luego que hablaron de sus asuntos los caballeros se fueron. Dante observó un poco el cielo por la ventana; había menos luz. Pero lo invadían imágenes suavísimas; hubiera querido explicar una felicidad y una paz que nunca había podido sentir, pero que adivinaba a fuerza de reunir unos instantes de perfecto placer dispersos por su vida. No cuando veía pasar a Beatriz y desfallecía apoyándose en las piedras de las paredes, tampoco cuando comprendía cómo la calma de los santos es justamente la voluntad de Dios, sino a veces asomado a una ventana, viendo cómo algunas cosas están lejos y otras cerca, y por encima de todo las nubes, y su inteligencia transcurriendo y estableciendo relaciones armoniosas entre ella misma y la materia. 

Su alma podía ser inmortal, y vivir en los libros. Luego que Dante hubiera muerto, sus sensaciones desaparecerían pero su actividad podría subsistir en el intelecto de los hombres. Renacería como algo más brillante cada vez que su voz fuera oída de nuevo: 

Io fui nato e cresciuto 
sobra il bel fiume d’Arno e la gran villa. 

Se sentó de nuevo frente a su dibujo, pensando en que hoy era el aniversario de la muerte de esa doncella cuyo verdadero nombre nunca se sabría y que él pondría en los círculos últimos del paraíso con el de Beatriz, porque ella le había otorgado la felicidad de poder enamorarse cuando era más joven, y de ver a alguien ahora en el cielo cuando levantaba los ojos a la hora del crepúsculo. Utilizaba muy pocos colores: verde, amarillo y rosado, y cuando terminó escribió en un rincón de la madera: "Figura de Angel. D. A. MCCXCI".

Fuente: Saber vivir, n. 36, julio de 1943, pp. 22-23.

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