martes, julio 25, 2017

Una pedagogía afectiva (sobre La lectura: una vida..., de Daniel Link)


Esta reseña fue redactada y gentilmente entregada por el amigo Alan Ojeda.

Hace unas semanas presencié una discusión en torno a los dichos de un escritor sobre “X” libro. En esa discusión, uno de los participantes dijo: “Juzgar un libro es juzgar una vida”. No creo que nadie lo haya entendido como un postulado biograficista. Por el contrario, creo que todos los que presenciamos la discusión pensamos, automáticamente, en los libros leídos, en el tiempo dedicado, en la disposición del cuerpo y el espíritu al escribir, en las elecciones tomadas, en definitiva, el paso de vida impreso en la obra. Todo aquel que haya dedicado la vida a los libros, si mira atentamente, podrá observar a su alrededor una vasta red de amistades, anécdotas, experiencias decisivas y amores. Ese es el caso de La lectura: una vida… (Ampersand, 2017) de Daniel Link.
La lectura: una vida… es una autobiografía lectora que nos introduce en la vida del autor a través, sobre todo, de las alianzas afectivas que ha generado la lectura desde su infancia hasta el presente. En el caso de Link, los libros aparecen como el único destino posible. Desde la tierna infancia comienza a constituirse el pequeño monstruo-poeta: niño curioso, devorador de libros, con facilidad para la expresión oral y escrita, y poco sociable. Como en El primer hombre de Albert Camus, aparecen, entonces, los primeros aliados (¿cómo llamar, si no, a aquellas personas que en el periodo más indefenso nos dan armas para sobrevivir?): las maestras y profesoras. Luego de haber ganado el Nobel, Camus envía una carta a su antiguo profesor, el señor Germain:
Querido señor Germain:
He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le mando un abrazo de todo corazón.
Albert Camus
En un tono similar, Link escribe: “Este libro quiere ser un acto de justicia: yo no sería quien soy sin esas manos amigas (mi abuela, mis padres, mis maestras) que me abrieron los ojos a los libros. Yo no sabría nada de mí, ni del mundo, ni de lo que hay más allá de mí y del mundo, si no fuera por un acto de amor y de enseñanza”. Aquel que llega a la literatura parece siempre estar más desamparado que el resto. Gobierna la incertidumbre y la soledad. La melancolía de un absoluto, de un infinito inalcanzable, se desenvuelve frente a nuestros ojos en cada libro. En el camino, los afectos. La única comunidad: la de los lectores y los libros, que se nos brindan como cartas que han encontrado a su dueño. ¿Quién no ha experimentado, alguna vez, ese diálogo interno en el que al leer un libro asumimos que fue hecho para nosotros? Aún más, nos lleva a preguntarnos “¿Qué sería yo sin esto?”. En el mismo sentido, leemos: “Si me dediqué compulsivamente a la lectura fue por esa necesidad de situarme en el mundo, es decir: para comprender cuál era el conjunto de determinaciones que explicaban mi vida y de las cuales, más tarde o más temprano, iba a librarme, por la vía de la ascesis que la lectura patrocina […]”.
Pero esto no es un mero ejercicio narcisista, es, por el contrario, un ponerse en primer plano para pensarse. Devenir objeto, diseccionarse para entender: leerse. Es por eso que el lector encontrará, en algunas partes del libro, una sensación de familiaridad que le recordará a fragmentos de libros anteriores como Suturas (Eterna Cadencia, 2015). La razón principal es la presencia de la primera persona, un yo que es a la vez quien enuncia y también el predicado de la enunciación. ¿Por qué? Porque el cuerpo y la mente son, y esto Link lo muestra claramente en sus libros, el campo minado de la experiencia. Cada texto empieza en el momento en el que los recuerdos se inscriben en el cuerpo. Es por esa razón que cada capítulo del libro está atravesado, de una manera u otra, por algún tipo de aprendizaje metodológico o teórico. Cada una de esas etapas reformuló la forma en el que ese yo concebía su relación con el mundo y la forma en la que lo habitaba. El médium o catalizador de ese aprendizaje, no es tanto un libro en sí como una relación afectiva.
Podríamos decir que en La lectura: una vida… puede leerse una “pedagogía del amor”. El vínculo con cada uno de los nombrados en libro se transforma en la “y” de la síntesis disyuntiva. Entre Link y la Teoría literaria aparece Pezzoni; entre Link y la Filología está Ana María Berrenechea; entre Link y el CBC vemos a Elvira Arnoux, etc. Es decir, entre cada saber y el yo median esas “manos amigas” o, como diría Camus “mano afectuosas”. Link nos deja claro cómo no hay aprendizaje sin pathos o, mejor dicho, el pathos es lo que hace efectivo y duradero el vínculo entre el conocimiento y el yo.
Por otro lado, La lectura: una vida… es también una biografía en tiempos turbulentos (lo que en Argentina significa “todo el tiempo”). El libro también atraviesa el problema de crecer durante la dictadura, leer durante la dictadura (los libros heredados) y educarse durante la dictadura (el profesorado, los talleres de Ludmer y Sarlo), un camino que pronto se transforma en un cómo enseñar Letras post-dictadura, la estructuración del Ciclo Básico Común, el paso por la cátedra de Teoría y Análisis con Pezzoni, la creación de la materia Literatura del siglo XX, las amistades literarias y los compañeros de trabajo.
En La lectura: una vida…, Daniel Link nos muestra la manera en la que los libros han diagramado una vida y una forma de interacción con el mundo como un telar inconcluso. Cada etapa, una mano amiga, un libro, una nueva forma de leer(se), un nuevo devenir...

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