Leo La novia de Odessa (2001) de Edgardo Cozarinsky. Me derrite el alma, me trae nostalgia de acontecimientos, vidas y experiencias nuncas vistas, nunca vividas, me conmueve. Me dan ganas de llamar a mi abuela y preguntarle por su pasado, por el pasado de su padre, argentino, y el de su madre, italiana; de conocer el destino de sus doce hermanas. Me insta a revolver fotos viejas, libros dedicados, notas de diarios que quedaron de mi otra abuela y de su marido, el que trabajaba con Quinquela Martín.
La prosa de Cozarinsky y las historias que crea o rescata (nunca sabremos cuánto hay de ficción, cuanto de realidad; cuánto de invención, cuánto de memoria) son de una belleza pasmosa; esas ciudades europeas de antiguas épocas, esas vidas atravesadas por la Historia, esos sujetos minúsculos que las marejadas de decisiones, pasiones y azares arrastran... Busco una de las frases que más me gustó del libro (que ya había oído en una de sus películas, en Apuntes para una biografía imaginaria (2010)) y vuelvo a encontrar una gran idea de la extinta revista tijeretazos: el Abcedario Cozarinsky. Recórranlo, muchas de las entradas son brillantes.
Va la cita, corresponde a la entrada muerte:
Va la cita, corresponde a la entrada muerte:
"Para algunas mitologías la muerte no es un acontecimiento súbito, el tránsito abrupto de un instante en que aún hay vida a otro en que ya no la hay. La representa más bien un viaje, simbólico, que puede entenderse como un despojamiento y un aprendizaje.
Es posible imaginar que durante ese tránsito subsisten, islas a la deriva en un mar nocturno, fragmentos de conciencia, recuerdos, voces e imágenes de la existencia que se apaga, transitorio bagaje al que el viajero se aferra por un tiempo breve, impreciso, que nuestros instrumentos no saben medir.
Nada sugiere que en esas islas perduren los momentos que el viajero hubiese considerado decisivos en su vida: tal vez sólo se adhiera a ellas la resaca de un naufragio. De esas ruinas que se dispersan en el momento mismo de nombrarlas sería vano esperar el retrato de un individuo que desaparece. Tal vez sea su condición de añicos, de desechos lo que cautivaría la atención del improbable espectador que a ellos pudiese asomarse: fragmentos de un relato mutilado, piezas aisladas de un rompecabezas que ya nunca podrá completarse."
(Fragmento final de Días de 1937, relato incluido en La novia de Odessa, Buenos Aires, Emecé, 2001. El texto ha conocido, en el 2003, una feliz traslación en la televisión argentina, con el nombre de La prisa, dirigido por Verónica Chen.)
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