Condominio de Max Gurian (El fin de la noche, 2010) propone desde su título y a través de la mayoría de sus cuentos un problema: ¿cómo se distribuyen los espacios (y cómo se los quiebra)? ¿de qué forma se organizan las viviendas pero también los lugares de trabajo, los textos y los itinerarios (y cuáles son los posibles desvíos, el merodeo con el afuera)? En “Condominio”, por ejemplo, el protagonista y narrador se detiene en la explicitación de cómo vive en su monoambiente, un espacio que lo obliga a adaptarse (“Imaginen un espacio minúsculo que lo contiene todo…” (10), y elige su baño como un lugar de desvío, de fuga sostenido en una actividad: su compulsión a tomar fotos instantáneas de sus vecinos y trazarles el contorno vaporoso con su mano izquierda, un gesto gratuito, que no se ajusta a la economía útil del espacio. En “Los autos locos”, el garage y el locutorio se presentan como no-lugares, lugares de tránsito pero que precisan ser oganizados para extraer de ellos la máxima productividad: las filas del garage de Teo y Matías son limitadas, sólo entran cuator filas y hay que saber mover los autos para poder ocupar todos los espacios; el locutorio donde trabaja Julia tiene un número determinado de cabinas, hay que saber asignarlas con rapidez y precisión. Pero de nuevo, si antes era el pequeño placer extraño del protagonista de “Condominio”, ahora son los mínimos gestos de los personajes los que desbordan esos espacios: Julia toma prestadas las pilas del reloj del locutorio para su discman; Teo viste esa prenda extrañísima que le regala Julia; Matías se junta con los amigos a divagar en torno a las pastillitas Tic-tac y a comer pizza con ajo. Hay más: hay albergues transitorios, circuitos turísticos y funerales (“Casi siempre Adela”); hay bares (“Tiro de gracia”); hay oficinas, estudios de abogados y circuitos editoriales (“Insumos varios”); y todos y cada uno de estos espacios poseen su punto de fuga, su grieta de desvío.
Ahora bien, lo interesante de Condominio es que Gurian no sólo merodea la problemática en torno al espacio y su ruptura a partir del comportamiento de sus personajes; también lo hace mediante su escritura y la relación intertextual rastreable en todos los cuentos del libro. En este sentido, una silueta como la que traza en “Agustina Migno: una semblanza” trae resonancias de las biografías imaginarias de J. R. Wilcock: la ridiculez importante que cobra una apuntadora de piano, su biografía sostenida a partir de anécdotas y fuentes falsas, esa forma-de-vida que se distingue de otras por su carácter menor y, a la vez, excepcional. Un cuento como “Tiro de gracia” no puede más que remitir a Hemingway y su teoría del cuento como un iceberg; e “Insumos varios”, tal vez uno de los mejores cuentos del libro junto con “Los autos locos, pone en juego el estilo y la temática de relatos anteriores de la literatura argentina que van desde “Pierre Menard, autor del Quijote” de Borges hasta “Nota al pie” de Walsh pasando por el juez traductor de Cicatrices de J. J. Saer. En esa trama de intertextualidad (conciente o inconciente, no interesa), los cuentos de Condominio, esta vez a través de su heterogeneidad estilística y temática, continúan planteando un cuestionamiento en torno al espacio, esta vez el espacio textual del relato y cómo trascenderlo. Pero también, en la apuesta por el trabajo cuidadoso con la prosa que exhibe Gurian (en la que, generalmente, resuenan Borges (por el vocabulario) y Saer (por el ritmo)) se nota una ansiedad por demoronar la organización del espacio de la literatura argentina nueva y reciente que venía limitada por, al menos, dos formas de distribución textual: el tono autobiográfico-confesional (y el consecuente abuso de la primera persona) y el tono costumbrista-barrial.
Por lo demás, el conjunto de cuentos de Condominio, teniendo en cuenta que se trata del primer libro de Max Gurian, es parejo y en su variedad, demuestra destreza del autor (y también la búsqueda de un estilo propio). Se destacan, como antes lo mencioné, “Los autos locos” e “Insumos varios”, cuentos enmarcados en la ciudad de Buenos Aires y sus ritmos urbanos postcrisis 2001, con personajes sólidos y rutinas que cobran valor por el tono de la narración (en "Insumos varios", la tarea del sinonimista es un gran hallazgo literario y su riqueza pasa por los interrogantes que abre en el lenguaje y su uso). Lo interesante de estos dos cuentos es que justamente lo político-ético no pasa tanto por el marco urbano-social, es decir, no se cae en ningún tipo de literatura panfletaria o costumbrista sino que la trama misma de los cuentos y las acciones de sus personajes van trazando opciones éticas a través de mínimos gestos.
4 comentarios:
qué ganas de leerlo!!
Sí, la verdad es un libro interesante y jugado. Y "Los autos locos" es un gran cuento.
Préstenle atención a Gurian, es uno de los mejores narradores argentinos jóvenes. Viene en puntas de pie, sin operaciones de prensa ni hype de ningún tipo, pero les aseguro que llegó para quedarse.
Interesting!! está en librerías?
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